humor negro
"Especial Halloween 2011": Comedor Social Para Ciudadanos Excepcionalmente Hambrientos.
“Si esperas un pollo, te darán un hueso en un tazón con agua caliente, a lo que considerarán sopa. Luego firmarás en el registro de asistencia, para que te den como postre un chicle. Así al salir del comedor social, la gente de bien te verá masticando y pensarán que esa noche podrán dormir tranquilo, pues con sus donaciones e impuestos, tu estómago no protestará en el resto del día, debido a tan espléndida comilona.”
Sir Crogan Heavy Belly (1851- 1912), fundador de los comedores sociales del norte de Londres, donde cientos de mendigos y ancianos acudían hambrientos, para luego salir farfullando imprecaciones celestiales de nulo agradecimiento.
Dos libros infantiles para el trabajo escolar de mi sobrinito Gurmesindo.
La maestra de mi muy estimado sobrino Gurmesindo le ha encargado, como al resto de los angelicales niños de su clase, un trabajo escolar de lo más fatigoso. Tiene que leer dos libros infantiles de libre elección, y luego presentar un resumen de ambos.
Como está un poco indeciso, he acudido a la librería del tuerto jorobado Belloto Duro. Haciendo un enorme esfuerzo económico, he escogido dos títulos de lo más llamativo.
Gurmesindo: ¡Más te vale haber elegido bien, tío! ¡Si son aburridos y encima cateo, publicaré en el muro de tu perfil de facebook que te duchas con el pijama puesto encima!
Mi querido Gurmesindo. Te aseguro que los dos cuentos son entretenidos y además de lo más didácticos para un mocoso de tu edad.
Aquí tienes la portada del primero.
El coleccionista de retratos. (Relato breve con su ilustración original).
(ding- dong)
De nuevo pulsó el timbre de la puerta.
Esta se abrió con cierta pereza por parte del dueño de la casa.
– Hola, señor. Me presento. Soy Douglas Niceman. Vengo a visitarle para hacerle un pequeña encuesta sobre sus gustos literarios.
– No siga. Viene a venderme libros.
– Ciertamente, tras ver sus gustos preferenciales tras la breve entrevista…
– … intentará engatusarme una de sus plomizas enciclopedias.
– Reconozco que soy agente de ventas a domicilio. De la editorial “Fairburks Big Books”.
– Fascinante.
” Señor Niceman, puede pasar. Vivo solo y compartir parte de la tarde charlando con usted me resultará de lo más entretenido. Eso si, le aseguro que no pienso entusiasmarme por ninguno de sus mamotretos indigestos.
– Nunca se sabe. Llevo unos catálogos muy atractivos que pueden interesarle.
– Pase, pase. Como si estuviese en su propia casa.
– Gracias.
El dueño de la vivienda lo estuvo precediendo por un largo pasillo, hasta llegar a una estancia que era la sala de estar.
Nada más encender la luz, Douglas Niceman se quedó horrorizado.
– Bueno, en eso radica parte de mi interés cuando recibo la visita de un vendedor de enciclopedias – le quiso aclarar el anfitrión.
” Realmente lo que colecciono son retratos. Cuelgo el cuerpo y le pongo un marco. Y ya tengo el cuadro, je, je.
Cuando Douglas se volvía, la cabeza de un enorme martillo percutió contra su cabeza con exquisita violencia, sumiéndole en la monotonía de la muerte.
Una combinación Mortal. (Ilustración Gráfica).
Acérquense a la barra del bar. Llegó el momento de tomarse el último chupito de la noche… JA, JA, JAAAA.
Vitalidad Zombi (II). (Zombie Vitality -2-).
“Lo mejor Wyngas es que sigas viudo hasta que te llame el Señor”, fue lo último que te dijo cuando la quisiste animar a beber un trago del licor de nuestro alambique.
“Carajo, desde que lo dijo, nadie se muere en estos contornos, ja – le comentó Alejandro a su padre, siguiéndole como si fuese un perrito faldero.
Vitalidad Zombi (I). (Zombie Vitality -1-).
Groncho Wyngas era un viudo granjero zombi de 65 años lleno de vitalidad. No tenía ninguna educación escolar, pero siempre disponía de buenas ideas aún a pesar de lo derretido que tenía por dentro el cerebro.
Torturas psicóticas en la América Profunda.
Es un hecho terrible. Perturbador. Nuestra enviada especial de Escritos de Pesadilla en la América Profunda (USA), la candorosa Croqueta Andarina, nos comunica de la existencia de un demente psicópata obsesionado por los personajes de los dibujos animados de Walt Disney.
Este individuo peligroso secuestra a cualquier inocente niño que pilla fumando a escondidas en los callejones más abandonados, y tras unos días de transformación, los libera, no sin antes colgar en youtube las imágenes que pueden apreciarse a continuación.
El muy desalmado ha cortado las orejas naturales del niño para sustituirlas por unas enormes del ratón Mickey Mouse cosidas a la piel con grapas inoxidables.
Tortura psicótica número dos: “La trompa de elefante disecada”.
En este caso al pequeñuelo le ha sido arrebatada su hermosa nariz, para ser sustituida por una enorme trompa de elefante disecada adquirida en la tienda de un anticuario de la Pequeña Manchuria. Reseñar que la fijación ha sido con el uso de un pegamento industrial, condicionando la vida del niño tanto en su fase juvenil como adulta.
Como siempre, hemos de mantener en secreto la identidad de sendas víctimas por ser ambos menores de edad, aunque Croqueta Andarina es tan metomentodo, que nos comenta que el de las orejas es Mathew Cucumber, de doce años, matón del colegio Saint Drewton, y el de la pedazo protuberancia elefantina, Alex Trinidad, de catorce años y contrabandista de parches de nicotina en el barrio italiano de la localidad de Creature Lane.
Dos jovenzuelos traumatizados para el resto de su existencia. Vilipendiados y burlados por sus ridículas caras, y todo por culpa del torturador psicótico de la América Profunda.
Esperemos que las autoridades locales no tarden en dar con el paradero de semejante monstruo, para así ser obligado a pagar los correspondientes derechos de imagen y de autor de la compañía Disney.
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La balada del asesino inútil
Cuando a veces una tarea no está bien rematada, sucede algo parecido a lo que viene a continuación…
– Déme un refresco – susurré con debilidad.
– Usted no está para beber nada. Se muere, sabe. Confórmese con eso – me contestó con inmensa frialdad el hombre de la guerrera verde oscura.
Yo ya lo veía todo borroso. Sin matices que me aclararan su ubicación.
– No… No me moriré – le dije en un hilo de voz casi inaudible para mí mismo.
Noté sus pisadas al lado de mi cuerpo caído.
– ¿Cómo dice, amigo? No le entiendo nada.
“Hable más alto. Esfuércese, anda.
No podía ya ni alzar la cabeza. Todo mi cuerpo reposaba en horizontal sobre el frío suelo del desierto de Sonora. Notaba la superficie granulosa debajo de la tela desgarrada de mi camisa de seda negra. La humedad de mi propia sangre la dejaba empapada. Al menos no había charco. La arena se encargaba de absorber el líquido que emanaba de mis duras heridas infligidas por la katana japonesa.
Era noche cerrada y a aquel idiota no se le ocurrió otra cosa que querer matarme con la típica arma de samurai.
Escupí grumos de sangre sobre mi lado derecho. Se me cerraban los párpados.
– Bueno. Está claro que lo suyo es ya historia. Esta madrugada alimentará a los putos coyotes – se mofó ese asesino de pacotilla.
Se me oscureció la vista y con ello la vida que yo conocía quedó apagada para siempre.
No se cuánto tiempo habría pasado desde que fallecí a manos del sicario del tipo al que le debía una cantidad respetable de dinero. Aún era de noche. Casi no se veía nada. Por no haber, no había ni luna llena y el firmamento estaba abarcado por infinidad de nubes. Al menos no soplaba el aire nocturno del desierto. Aunque la verdad, si yo ya era un cadáver ambulante, no debía de preocuparme por las bajas temperaturas del momento. Sólo me indignaban los desgarrones de mi vestimenta. Era de las caras, y ese inútil se había cebado en ella con nula precisión. Claro, si a un cerdo le atraviesas varias veces sin ton ni son con un cuchillo, acabará desangrándose en la matanza.
Lo lógico hubiera sido que con aquella arma tan mortífera me hubiera matado de una simple tajada, rebanándome el cuello. Mejor. De haberlo hecho, yo no sería ahora una especie de muerto viviente. En un futuro terminaría oliendo a descomposición dentro de mi cuerpo corrupto, pero dado mi reciente fallecimiento continuaba tan fresco que una verdura expuesta en el puesto del tendero de un supermercado. Caminaba muy fluido, con paso normal, hasta con alguna que otra apreciable zancada. Mi instinto me llevó al abandono del desierto al dar con la carretera estatal. No muy lejos de ella debía de estar el área de descanso donde el asesino a sueldo me invitó a un último trago antes de reclamar mi presencia en un área abandonado de Sonora…
Con suerte, dada la estulticia del tío, esperaba verle de nuevo en el mismo sitio. Tenía unas ganas enormes de devolverle el favor con una caña mejicana a mi costa.
Estaba algo más lejos de lo que recordaba. Claro, recorrer el trayecto en coche con las manos maniatadas y con el tipejo conduciendo como un loco, a la vez que observaba la katana ubicada sobre el asiento del copiloto te daba la sensación de que el tiempo volaba. Ahora estaba desandando el recorrido a pie, y aunque ya no perdía más sangre porque ya la hube perdido toda y mis heridas no me dolían, esa cantidad de kilómetros había que patearlos como si fuera un vulgar recluta en su primer día de entrenamiento en uno de los campamentos militares del tío Sam.
La realidad es que el sol empezó a despuntar cuando alcancé el tugurio de un tal Tío Celestino, que ese era el nombre que rezaba en el cartel que daba nombre al local. El Ford Focus negro metalizado estaba aparcado en la zona de estacionamiento. Era el segundo vehículo. El otro seguramente que pertenecía al dueño del sitio.
Allí estaba el tonto del culo. Bebiéndose unas rondas en mi memoria.
Cuando me acerqué a la ventanilla de su vehículo, comprobé que la tenía bajada por el lado del acompañante. Sobre el asiento estaba la katana. El seguro estaba levantado. Abrí la puerta y me hice con el poderoso brazo ejecutor del samurai Kito. Sonreí de buenas. Hasta solté una carcajada seca. Aquel puñetero asesino era más chapucero de lo que me había imaginado.
– ¡Jesús, María y José! Un muerto que anda. Estamos perdidos – gritó asustado perdido el dueño de la taberna del Tio Celestino.
– Oye. Que he bebido mucho más que tú en toda la noche. Así que no me vengas con chorradas – le reprochó el asesino a sueldo sin girarse sobre el taburete sobre el cual estaba sentado en una postura algo decadente por el exceso ya de Triple Equis.
– No más dese usted la vuelta, cabrón. La madre que te chingó, menuda espada que lleva entre las manos.
– ¿Espada dices? No jodas.
Cuando se volvió, el filo de la katana hizo que su cabeza descansara a medio metro de su tronco sobre el mostrador de la barra del bar.
– Tengo un buen estilo – rezongué asombrado.
El dueño del local me miraba paralizado.
Pasé la lengua por la hoja para saborear la sangre.
Sabía a gloria.
– No me haga nada, por favor. No más me marcho – suplicó el barman.
Le miré sonriente.
– Amigo. ¿Acaso has visto que un testigo en este trance pueda quedar libre para luego testificar ante las autoridades locales?
– Yo no le conozco a usted de nada. De nada. Además ese borracho está bien de esa manera. Lo más seguro es que no hubiera podido pagarme todas las rondas que se ha bebido.
– Ya… Bueno. El caso es que yo soy un tío especial.
– Usted está muerto, la puta. Por eso déjeme marchar.
Contemplé la cabeza exhibida en la barra del bar. Quedaba la mar de decorativo. Miré al chicano. Transpiraba demasiado para mi gusto.
– Sabe qué, compadre.
– Que me deja ir con viento fresco, puto gringo. Yo me marcho y tú luego te pudres con este otro…
Empuñé con orgullo la katana.
– Me temo que no va a ser posible. Le he sacado gusto al tema este de cortar cabezas.
“Y yo me pudriré, pero seguiré marchando como buen zombie. Pero a ti, al faltarte la cabeza, lo más que más harás será servir de alimento a las cucarachas…
Segundos después le di a la cabeza como quien golpeaba con fuerza una pelota de béisbol con la confianza de lograr un homerun.
Más tarde seguí mi caminata por el desierto de Sonora…
A lo mejor había suerte y me encontraba con alguna que otra víctima de otro asesino incompetente que pudiera acompañarme en mi nuevo estado. Además, el sol adelantaría mi putrefacción. Así no desentonaría como muerto viviente.
Una vez que uno asume un rol, tiene que procurar ser lo más convincente posible.
Si no, se es un completo inútil.
¡Qué alegria! Hemos matado a un hombre lobo.
Estoy superatareado. Y últimamente con pocas ganas de diezmar la población mundial del planeta a base de sustos literarios lo más monumentales posibles… Miro una de las vigas de la techumbre del ala oeste de mi castillo. Me imagino una soga, y de ella pendiendo mis musas…
– ¡Señor! ¡Señor!
¿Qué ocurre, Dominique?
– Tenemos una visita de las orondas.
Perdonen el elemental lenguaje de mi mayordomo…
¿De quién se trata en esta ocasión?
– De Bustarrazo, el licántropo súper gordo.
Y dále con tu ordinariez.
– Es que pesa doscientos kilos el tiparraco. A Bogus Bogus le han entrado las fiebres de malta al enterarse la cantidad de chuletones de gato que va a tener que asar a la parrilla para contentar su apetito desmesurado.
Bueno, siempre queda la solución de guiarle por el corredor con la trampilla secreta que da al foso de los tiburones.
– ¿Entonces echamos mano de Harry para eliminar visita tan pesada?
Eso mismo. Y después de que lo haya conseguido, le daré media hora de asueto. Seguro que me lo agradece.
– Yo opino que Harry mandará la generosidad supina de mi amo al vertedero de basura más cercano.
No te he pedido tu opinión, pazguato.
En fin, mejor dar a conocer un relato en honor a la memoria de Bustarrazo… Lástima, con lo bien que aúlla.
Ethaniel y Zachary estaban aterrados. A pesar de ser dos hombres de pelo en pecho, y de ser leñadores, con fácil manejo de la motosierra de cadena, aquella desagradable sorpresa les hizo de pasar el peor trago de sus vidas cuarentonas.
– Es terrible, Et – le dijo Zachary a su compañero, contemplando los dientes de la motosierra impregnados de sangre.
– Y que lo digas. ¡Quién iba a decir que por esta zona pudieran existir hombres lobos!
– Así es. Pero le hemos echado lo que había que echar, y ha acabado recibiendo su merecido. Ahora vayamos a avisar al ayudante del sheriff. Nosotros ya hemos hecho bastante. Que él se haga cargo del resto.
– Como tú digas, amigo.
Los dos montaron en su ranchera, abandonando el bosque de Ferrick, en dirección a la localidad de Tree Junction.
Una hora después estaban de vuelta en la amplia arboleda de pinos. El hombre lobo estaba bastante despedazado por los efectos mortíferos de las motosierras de los leñadores.
– En fin, muchachos. Lo vuestro es de juzgado de guardia – les enfatizó finalmente el ayudante del sheriff, Donald Swamp, con el ceño fruncido.
– Hombre. El pobre bicho opuso bastante resistencia. Por eso está tan descuartizado – le explicó Ethaniel.
Donald echó mano a las esposas.
– Venga, los dos, quiero que juntéis una muñeca con la muñeca del otro. Os tengo que esposar y llevar detenidos a comisaría.
– ¡Cómo!
– ¿Se le han fundido los fusibles? Encima que hemos hecho un bien a la comunidad…
– Qué bien ni que niño muerto – rezongó el oficial enfurruñado. – No habéis cazado a un hombre lobo, si no que acabáis de asesinar a la nueva maestra de la escuela elemental del pueblo.
– ¡No puede ser! Es un hombre lobo. Más peludo no puede ser.
– Seréis botarates. Lo que lleva encima es un abrigo de piel. No me puedo creer que nunca hayáis visto a una mujer vistiendo uno de ellos. Y vale que la señora Hills sea fea de narices, pero eso no es excusa suficiente como para haberla hecho picadillo.
Una vez esposados, acompañó a los dos leñadores hacia el coche patrulla.
Estando los dos situados en la parte trasera, puso el vehículo en marcha.
– Tiene que estar usted equivocado, agente – insistía Zachary. – Es un hombre lobo. No hacía más que gruñir cosas sin sentido.
Donald lo miró por el espejo retrovisor, clavándole una mirada asesina.
– Claro que no la podías entender. La pobre estaba de picnic. La pillasteis comiendo un trozo de pastel de arándanos. Tenía la boca llena, y si encima os presentasteis de sopetón, dándole un susto con las motosierras, seguro que se atragantaría. Hatajo de idiotas.
Ethaniel y Zachary se miraron el uno al otro.
– Mira que te dije que era un poco raro verle a un hombre lobo con una porción de tarta en la mano – le reconoció Zachary a Ethaniel.
– Ya. Pero en los dibujos animados eso suele ocurrir con frecuencia – continuó erre que erre Ethaniel.
Donald apretó con firmeza el volante.
Diantres. ¿Qué les iba a decir a los niños?
¿Que la nueva maestra llevaba ejerciendo sólo dos días y ya había pedido vacaciones?