Bernardo, el Conejo.
psicópata
FALSA BRUTALIDAD POLICIAL.
En un principio, la muerte del detenido pudiera parecer formar parte de una excesiva brutalidad policial, pero visionado el vídeo del circuito cerrado, se pudo comprobar el terrible estado de indefensión en que estaban ambos agentes antes de la extraña muerte de Custer Monroe.
Youtube. Relato de terror: "El sueño de Dandy."
Audio relato de terror: "La risa enfermiza."
Audio relato de terror: "Feliz navidad… nena."
Tus ojos en mi mano
La senda es larga y muy cansina.
Persigo la vida verdadera de los demás.
Busco su felicidad para tornarla en tristeza.
Posteriormente, este estado de melancolía quedaría transformada en la más pura desesperación.
Guío mis pasos entre la bruma de mis pensamientos funestos.
Cuerdas, cadenas y dolor.
Mordazas, cinta aislante.
Herramientas punzantes y cortantes.
Gritos.
Súplicas agonizantes.
Corto, cerceno.
Extraigo.
Restos enterrados en un camposanto anónimo.
Carne fresca convertida en corrupta.
Huesos con los huesos propios del lugar.
Observo la luna.
El halo de su fulgor enfermizo.
De vuelta, selecciono los órganos visuales
(sensitivos y sensibles)
de aquel ser apartados sobre la mesa de operaciones.
Cierro los párpados, pongo la mente en blanco, concentrado en los recuerdos ajenos a mi mente.
Al poco, empiezo a visualizar las primeras imágenes.
El rostro de una mujer joven y bella se me ofrece como una dádiva de lo más excepcional.
Con el discurrir en la investigación de unos pocos minutos, consigo averiguar el emplazamiento de su morada.
Son las dos de la madrugada.
Sólo tardo hora y media en desplazarme hasta su casa.
Se que vive sola.
Hago sonar el timbre de la puerta.
Pasa minuto y medio.
Insisto.
Las luces se encienden en la pequeña casa de planta baja.
Alguien se sitúa al otro lado de la puerta.
Pregunta qué quiero.
Le digo que he llegado hasta ahí por intermediación de su novio.
La puerta se abre hasta ofrecer parte del rostro aún medio adormecido de la joven. Una cadena impide mi acceso al interior.
Da igual. El resquicio es lo suficientemente amplio como para rociarle la cara con el spray somnífero.
Mientras pierde la conciencia, introduzco la mano y retiro desde dentro la cadena, consiguiendo acceso libre al interior de la casa.
Sonrío.
Separo los párpados, vislumbrando el cuerpo caído de la muchacha con mi propia vista.
Río con ganas.
Entre los dedos de mi mano derecha porto los ojos de su novio.
Los estrujo con fruición, consiguiendo rezumar su contenido por la manga de mi camisa.
Una vez que me habían orientado hasta donde vivía su prometida, ya no me servían para nada más.
Miro a la chica.
Sus ojos eran grandes y bellos.
Estaba seguro que una vez extraídos de sus cuencas, me mostrarían imágenes de lo más interesantes…
Feliz Navidad, nena. (Merry Christmas, baby).
– Dulce Navidad, nena.
– No te agradezco la felicitación. Es una noche desagradable. Fría y húmeda. ¿Dónde está la nieve? ¡Sólo lluvia! ¡Eso condiciona el paisaje! ¡No es nada romántico, sabes! Mires donde mires por la ventana, todo está mojado.
– Y brillante…
– No digas eso. Suena lascivo.
– Voy a encender el árbol.
– Mejor chasquea el mechero y le das fuego. Así entraríamos en calor.
– Eres muy negativa, nena.
– ¡No hay calefacción! ¡Hace un frío tremendo!
– Bueno. Dos bajo cero.
– ¡Lo dicho! ¡Claro, como dejaste de pagar las facturas, cortaron la corriente! ¿Nunca pensaste en que a finales de año, llegaría el jodido invierno?
– Ese vocabulario… Ya sabes que detesto los vocablos malsonantes.
– ¡No haber dejado de trabajar! ¡Así pagarías el agua, la luz y el gas!
– Ya sabes porqué lo dejé. No podía concentrarme lejos de ti.
– No me digas. Pues ya son unos cuantos meses que estoy a tu lado. ¡Demonios!
– Nena, controla tu mal genio.
– Si, claro. Porque si no lo hago, me arrancarás el otro pie, ¿verdad? ¡Diantres! ¡Nunca me aflojas las cadenas! ¡Y siempre me tienes en la silla de ruedas, o tumbada encima de la cama!
– Eres muy exigente, nena.
– ¡Ya, ya! ¡Y tú un retorcido demente! ¡Si lo llego a saber, nunca se me hubiera ocurrido visitarte a principios de año para venderte una puñetera batería de cocina!
– Es que estabas arrebatadora con ese traje negro con falda. Ahora si te comportas, te traeré un poco de sopa.
– ¡Sopa fría, no te fastidia! ¡Y de postre, pan duro con algo de mantequilla! ¡Menudas navidades! ¡Ojalá nunca te hubiera conocido! ¡Al menos estaría entera! ¡Porque sin un pie menos ya me dirás lo encantadora que estoy ahora!
– No tienes que lamentar tu estado físico, nena. Ya sabes que eres lo máximo para mí. Además, jamás nos separaremos.
– ¡Hasta que te aburras de mí, me hagas daño, me mates y te busques a otra, maldito cafre mentiroso!
– Nena, porque estamos en estas fechas. Si no te arrancaba ahora mismo un par de dedos como merecido castigo por tu boca sucia.
– ¡Que te den!
– En fin. Te prepararé un tranquilizante. Cuando estés relajada, te acercaré al árbol, y juntos cantaremos alegres y emotivos villancicos.
Responsabilidad cívica.
Se creía un ser superior al resto. Aborrecía al ser humano en su conjunto. Aun a pesar de haber recibido la educación adecuada por parte de sus padres, de haber resultado exitoso en los estudios universitarios donde se había graduado brillantemente en Derecho, de resultar extremadamente atractivo a las mujeres y de vestir elegantemente como un dandy inglés, parte de su mente había desarrollado una habilidad fría e insensible propio de todo asesino en serie que se precie de serlo.
En su doble vida, la normalidad realizaba una transición trágica hacia la monstruosidad de la barbarie sanguinaria. Llevaba cerca de año y medio sembrando el horror y el espanto entre la ciudadanía, creando una psicosis de inseguridad nocturna en cada rincón habitado de la gran ciudad donde residía y ejecutaba sus fechorías criminales.
La cifra llegó a estabilizarse en once víctimas, todas ellas féminas, mancilladas y ejecutadas de la peor manera posible, erradicando la existencia de noviazgos y matrimonios felices.
Víctimas que se libraran de su sinrazón, que él supiese, una única joven en sus comienzos por su nula experiencia en el arte de ejercer como subordinado de la Muerte. Estuvo medio mes de baja laboral, aduciendo una neumonía, pues ese fallo le hizo temer lo peor, sin pisar la calle, inquieto ante la mera casualidad que aquella chica lo reconociese entre la multitud.
Testigos presenciales, ninguno.
Si no a éstas alturas estaría detenido…
Pero…
A pesar de detestar a sus congéneres, él mismo era humano, con sus virtudes, sus defectos y sus enfermedades mundanas.
A veces en su ego fantaseaba con una larga y duradera inmortalidad conseguida en base de sus actos y por ello no esperaba sufrir nunca daño físico alguno que menguara su salud.
Así que esa mañana en que acudía bien trajeado a su trabajo en el gabinete de abogacía de los hermanos Wilson, el imprevisto amago de ataque al corazón le hizo de perder la verticalidad y caer desplomado justo en medio del paso de peatones de la avenida más concurrida de tráfico a falta de diez segundos del cambio del color del semáforo del rojo al verde, haciéndole ver que también podía ser un ser débil y a merced del destino.
Con la mano situada encima del corazón y con el pulso extremadamente débil, vio aproximarse un autobús de línea urbana. En ningún momento pensó que iba a precipitarse hacia delante llevado por la inercia de la luz del tráfico. Era responsabilidad cívica detenerse, y a ser posible, atenderle hasta que llegara la ambulancia.
Pero dio la casualidad que el chófer de aquel autobús era una mujer. El fantasma real de una de sus primeras víctimas, la afortunada que resultó indemne de sus siempre feroces y mortíferos ataques.
La conductora lo reconoció de inmediato.
Los recuerdos de aquella lejana pesadilla se agolparon repentinamente en la retina de sus bonitos ojos verdes.
Sus manos se aferraron con más firmeza al volante, y para espanto de la totalidad de los pasajeros, apretó con fuerza el pedal del acelerador, haciendo pasar el chasis con sus cuatro ruedas por encima del cuerpo tendido del asesino en serie.
Cuando menos lo hubiera podido vaticinar, su carrera de psicópata había llegado a su fin…
Lágrimas por mi familia. (Relato gráfico).
“Fui destruído mil veces, para alzarme otras mil empuñando mi espada de destrucción inmisericorde.”
Ilustración gráfica del relato "Compañeros de trabajo".
El dibujito está centrado en las penurias de la mujercita del desventurado Arthur…