Mala suerte al cuadrado

Hay que ver. Qué monada de sobrinito. Gurmesindo Vientre Podrido. A sus nueve años, es un niño superdotado. ¿A que sí, majete?
– Que te den.
Eso me encanta de ti, Gurmesindo. Tu lenguaje diáfano y sincero. Eres digno hijo de tu madre. Ven aquí, que te haga cosquillas en el sobaco. Verás cómo te ríes de una puñetera vez en tu aún corta vida.
– Déjame en paz, viejo.
Sólo tengo cuarenta años, Gurme.
– Y eres más feo que un mapache fugado del laboratorio de un científico loco.
Dejemos las sutilezas, niño. Toma este folio y este bolígrafo. Estoy expectante por comprobar si tu mente calenturienta nos obsequia con un relato de los tuyos. Que Eleonora, tu mamá, me dice que eres un escritor en ciernes.
– Te escribo cuatro chorradas, y a ver si así me dejas en paz de un vez. Que tengo ganas de mear.
Ay. La infancia. Quién pudiera recuperarla.
Vaya. Sí que lo has escrito en un santiamén. Mientras Gurmesindo riega los cactus del vestíbulo, procedo a leerles su ocurrencia literaria…

Diego López nunca había creído en el tema manido de la mala suerte hasta aquella mañana en que estaba presenciando el desfile de parte de los integrantes del Circo Popof de Tirana por la avenida principal de la pequeña localidad donde él vivía. Había mucha gente concitada, gente mayor y principalmente los niños pequeños acompañados de sus padres. Diego estaba subido aferrado en lo alto de una farola para verlo todo desde una perspectiva privilegiada. Aunque tuviera ya cuarenta años, seguía siendo muy habilidoso para encaramarse a los árboles y similares. Todo iba de perlas. Pasaron ante él los malabaristas, los payasos, los cocodrilos bien amarrados por el domador, un cortejo de bailarinas del vientre… Entonces llegó la jirafa. Su cabeza pasó a la misma altura que la de Diego, y por algún motivo extraño, le dio por mordisquearle la oreja derecha. El pobre hombre llamó la atención de todos con sus alaridos de dolor. Se soltó del cuerpo de la farola y cayó justo en el centro del asfalto por donde discurría el desfile. Despatarrado como estaba, justo al girar la cabeza vio la enorme pata de un elefante que iba a posarse sobre su desdichada figura…
Tuvo suerte. Tan solo sufrió una cantidad considerable de politraumatismos, además de una pierna fracturada, más cuarenta puntos de sutura en la nalga derecha, pues fruto de la impresión, al domador de los cocodrilos se le soltó una de las correas y el ávido reptil cerró con firmeza sus mandíbulas en la zona más blanda y jugosa de Diego.
Se puede decir que desde esa fecha infausta, Diego López aceptaba la existencia del infortunio con la misma facilidad que uno se declaraba hincha acérrimo del Madrid o del Barcelona.

Especial día de San Valentín: Un olvido imperdonable

Hola, estimadísimas parejitas que cumplen con su deseo de celebrar el día de San Valentín en mi humilde hogar de pesadillas. Besaos con ardor. Que los sentimientos más románticos afloren en la intimidad de vuestros aposentos. Someteros al amor más puro y casto…
– ¡Señor! Espere. Sería preferible no darles aún la bienvenida.
Me vuelvo. Es el pelmas de mi mayordomo Dominique. Está que vive en una nube por el exitazo de su primer relato vampírico. Será petimetre.
– ¿A qué se debe esta nueva interrupción? ¿Acaso tu novia vampira también viene a la cita de San Valentín?
– No mi amo. Ella me está esperando luego en su Torre de la Locura. Me refiero a que ha habido una confusión. A la hora de enviarles las invitaciones, me he equivocado, y les he dado a todos la dirección de la Pensión de la Muerte Salvaje.
– ¿Cómo dices? ¿A la competencia? ¿Me estás diciendo que en el día de San Valentín voy a tener mi castillo desocupado de huéspedes?
– Yo… Esto. Más o menos, mi señor.
– Dominique…
– Sí, amo.
– Olvídate del día libre. Tu vampira tendrá que ligarse a un nuevo pretendiente si acaso espera recibir algún beso libidinoso en el día de San Valentín.

Era un día muy especial del calendario.
Soltando un brusco hipido, se volvió hacia su amigo de juergas.
– Jolines. Casi se me pasa la fecha, Stan.
– No me digas.
– Caray. Esto no puede ser.
– Tú aquí perdiendo la tarde y parte de la noche.
– Eso es.
– Inadmisible, amigo mío.
– Estás en lo cierto. Pago esta ronda y corro a intentar solucionar el olvido antes de que pasen las últimas horas. Si lo hago dentro del plazo, nunca se me podrá decir nada.
– Me imagino. Aunque a estas horas, todos los comercios ya están cerrados.
– Da lo mismo. Ya se me ocurrirá algo.
Dicho y hecho, puso un billete de cinco dólares sobre el mostrador y se marchó con viento fresco del bar, dejando a su amigo compartir las risotadas propias de toda borrachera con el resto de los parroquianos del lugar.

Victoria estaba indignada por la ausencia de su marido, y del miserable olvido en fecha tan señalada. Cuando dieron las once de la noche en el reloj de sobremesa del comedor, se levantó, recogió los restos de la cena, fregó los platos y se puso el camisón entallado de satén de color negro para irse a la cama. Justo en ese momento escuchó un golpeteo sobre la madera externa de la puerta trasera de la casa. Fue con paso precavido para averiguar quién podía ser a esa hora de la noche. No era probable que fuera Harry quien intentara entrar, pues era hora demasiada temprana para su vuelta cuando a este le daba por irse de parranda, como por desgracia sucedía en esta ocasión. Al acercarse, comprobó que la cadenilla del cerrojo estaba en su sitio. Alzó disimuladamente una esquina de la cortinilla del cristal superior de la puerta para intentar entrever algo, cuando percibió la presencia de alguien detrás justo de su espalda.
– ¿Harry…?
Justo en ese instante le pasaron un saco por la cabeza hasta los costados del cuerpo.
– ¿Qué? ¿Cómo? – dijo, azorada por la oscuridad repentina.
No pudo decir mucho más, pues su asaltante le propinó un golpe certero en la cabeza con una cachiporra para dejarla inconsciente…

La cabeza le daba vueltas.
Victoria se fue despertando, con la vista nublada, y sintiéndose momentáneamente desorientada.
Cuando fue centrando la vista, se dio de cuenta que el frío que sentía era el aire filtrándose a través de la tela de su camisón. Estaba en la parte del jardín trasero de su casa. Horrorizada, comprobó que estaba sentada sobre la mecedora, inmovilizada con cuerdas alrededor de sus muñecas, sus tobillos y su cintura. También estaba amordazada con el juguete sexual de sadomasoquismo adquirido el mes pasado en el sex shop. Tironeó con fuerza de las ataduras, con resultados negativos. Miró hacia sus pies, y apreció que tenía cuatro o cinco maderos de leña para la chimenea ahí reunidos.
Mordió la bola de caucho de la mordaza, tratando de hacerse escuchar, de alertar al vecindario.
En esas estaba, cuando vio acercarse a cuatro hombres enmascarados portando algunas teas encendidas. Uno de ellos además traía un bidón de gasolina…

Todo iba en principio de maravilla. Al poco de salir del bar, vio a tres Ángeles del Infierno apoyados en sus motos, bebiendo como vikingos. Les contó que estaba dispuesto a pagarles cincuenta dólares si le echaban una mano en la representación que debía hacer esa misma noche en su propia casa. Los tres asintieron de buena gana. Le hicieron montar como paquete en una de las Harley Davidson.
Al aproximarse a las inmediaciones de su casa, los condujo al jardín trasero. Desde esa zona había un acceso al sótano por una trampilla, y con la ayuda de linternas que traían consigo los macarras, se hizo con capuchas de sado ahí guardadas, además de sogas, un saco de cuero negro y una cachiporra.
Se colocaron las capuchas. Uno de ellos tocó a la puerta trasera, atrayendo la atención de su mujer. En el mayor de los silencios, los otros dos y él mismo se acercaron a traición hacia donde estaba Victoria, colándose por la puerta principal. La inmovilizaron con el saco y uno de los barbudos melenudos la hizo de perder el sentido con un eficaz golpe con la cachiporra.
Atarla a la mecedora fue lo más sencillo del plan.
Harry estaba eufórico. Golpeaba a sus improvisados ayudantes, dándole palmadas en la espalda.
– ¡Esto está saliendo de cine! – dijo, riéndose como un tonto.
Se acercó a su mujer. En cuanto esta escuchó su voz, lo identificó de inmediato como su estúpido marido borracho de toda la vida.
– Usted es Victoria Henderson…- le dijo Harry.
Hipó para continuar con su corto discurso.
– Usted es una conocida bruja. Sus sortilegios han afectado a varios conciudadanos de esta noble localidad. Como miembro de la Santa Inquisición, y como manda nuestro Creador, su pacto con el diablo la condena al infierno.
“Como suele suceder en estos casos, sólo su alma podrá ser purificada en cierta manera por el fuego devastador de la hoguera. Así es como debe ser.
“¡BRUJA MALVADA! ¡PECADORA! ¡NOVICIA DE SATANÁS!
Harry escupió sobre los pies descalzos de su mujer.
Contempló con agrado cómo esta tenía los ojos casi fuera de sus órbitas.
Estaba claro que, aunque tarde, estaba cumpliendo con parte de la tradición de ese día festivo.
Con torpeza derramó el contenido de la lata de gasolina sobre el cuerpo de Victoria, empapándole los cabellos y el camisón, para luego hacer lo propio sobre la leña.
Se distanció un par de metros y extrajo un mechero.
Lo encendió ante la figura convulsionada de su mujer, quien hacía de balancearse frenéticamente la mecedora hacia delante y atrás.
– Buen final de noche de Halloween, querida. Ya veo que he conseguido asustarte a lo grande – le dijo, revelándole el motivo de esa pesadilla del demonio.
Uno de los Ángeles del Infierno le golpeó con el codo en la espalda.
– Oye, viejo, me parece que te has equivocado de fecha.
“Hoy es San Valentín, el día de los enamorados…

Cómo responder ante un ataque de zombies malhumorados

Hola. Ya sabemos que el fin del mundo está más que cerca. Que un día tendremos una concatenación de explosiones nucleares por doquier en los cinco continentes del planeta terráqueo.
Y por consiguiente, los pocos humanos que sobrevivan ante semejante catástrofe deberán de avezarse en las tácticas defensivas ante los ataques furibundos de zombies cabreados por haberla diñado y sin embargo enterarse que no disfrutaban del reposo eterno, si no de una hambre canina súper caníbal. Vamos, que se pirran por la suculenta carne humana, sus cerebros y el resto de entrañas… Buf…
Así que vayamos al meollo del asunto.
Si te ataca un zombie mientras estás desayunando en la cocina de tu casa, ¿cómo reaccionarías?

1.- Le invitaría a un par de huevos fritos con salchichas.
2.- Le leo un párrafo de cualquier libro del Dragó.
3.- Le hago cosquillas en el sobaco, y mientras se descojona, me piro del lugar echando leches.
4.- Como soy un domador de paquidermos, consigo que Trompetita, mi elefante de treinta años le haga diez o quince pasadas sobre el espinazo.
5.- Conecto la tele de la cocina y le dejo viendo la publicidad.
6.- Como última solución, aprovechando que llega la suegra, simulo que también soy un zombie y le pego un bocado en el antebrazo derecho a la pobre mujer, para así pasar de posible presa, a depredador.

En fin, esta es la primera de las situaciones.
Decidan la más apropiada para sus intereses, y si se les ocurre alguna otra treta anti-zombies, no duden en postearla.
Que sean felices.

Agujeros de topo

Bueno, mientras el nuevo relato va siendo ultimado poco a poco, he decidido repescar una historia corta medianamente divertida. Ustedes, estimados lectores, dirimirán si con él consigo aglutinar sonrisas o reproches, je, je. Mientras le echan un vistazo, yo me cojo los palos de golf y me voy a jugar una partidita con Artola Quebrantahuesos. Es el día perfecto. Llueve a mansalva y los rayos que no cesan…

– Métalo en el coche – ordenó el sheriff Tanner a su ayudante.
– Como usted diga, señor. Venga para adentro, inútil – le hizo de agachar la cabeza al detenido para que pudiera entrar en la parte separada trasera del coche patrulla.
– Diantres. No tenga tanta prisa, que me desnuco – se quejó Samuels, con las manos inmovilizadas a la espalda por las esposas.
– A quejarse usted al bicharraco que le ha puesto al descubierto – agregó el ayudante, dándole un cachete en el pescuezo antes de cerrarle la puerta.
Samuels estaba desolado. Todo su plan para eliminar disimuladamente a la parienta se había ido al carajo por un imprevisto en forma de… topo.
Eleonor ni se había enterado del veneno depositado en el mosto de uva negra. Era algo más que un purgante. De tanto tener que ir al baño, se deshidrató y perdió fuerzas de tal manera que terminó por irse al otro barrio por una delgadez extrema en menos de veinticuatro horas. La parte primera había ido de maravilla. Ahora le correspondía el trabajo más desagradable, tronchar su anatomía en infinitas porciones para luego irlos enterrando en el huerto de lechugas. Una manita por aquí. Un piececito por allá. La cabeza más alejada del resto de su cuerpo cortadito a cachos. Era madrugada avanzada cuando culminó con su labor de hacer desaparecer el cadáver de Eleonor.
Eleonor la charlatana. Nunca callaba y tras veinticinco años de matrimonio le había convertido en un adicto a la aspirina.
Eleonor la criticona. Ella siempre odiaba la manera en que él intentaba ocultarse parte de la calvicie al extender los mechones más alargados por encima de la calva.
Eleonor y sus reproches hacia él como mal amante. Jamás tuvieron descendencia por su bajo nivel de espermatozoides.
Nada bueno sacaba su esposa de él, que, aunque tarde y a destiempo, decidió lo mejor era mandarla al cielo cuanto antes.
Creyendo que había hecho bien los deberes, Samuels se fue a la cama y durmió como un lirón.
Lo que menos esperaba era que a la mañana siguiente fuera despertado por los berridos aterrorizados de dos Testigos de Jehová. Estaban adentrándose por el camino que llevaba al pórtico de su casa, cuando a la altura del huerto vieron dos ojos, un pie y una oreja humana entre lechuga y lechuga.
Samuels no se lo podía creer.
– Si lo hice todo bien – gruñó a espaldas del ayudante del sheriff.
Este se había vuelto para observarle a través de los orificios de la mampara de hierro de separación.
– El principal sospechoso sigue alterado, ¿eh? – preguntó Tanner a su ayudante.
– Si. Esa idea suya de haber cavado en el huerto para ocultar los restos de su esposa es lo que peor se le había podido ocurrido hacer en plena actividad febril de los topos. No hacen más que crear túneles, y cuando dan con algo que se interpone en su construcción, forman un agujero de salida hacia la superficie para sacarlo al exterior.
“De esta manera es cómo más de una tercera parte de la pobre mujer volvió a quedar a la vista.
– Dichosos topos… – se lamentaba Samuels, golpeándose la espalda contra el respaldo del asiento trasero.
Si su mujer estuviera viva, también le criticaría lo malo que era ocultando el cuerpo del delito…

Asesinos ficticios: Maurice Unstable, el Ilusionista Sangriento

Hoy toca el segundo capítulo dentro de la exitosa saga de Asesinos Ficticios emitido en los años cuarenta por la cadena norteamericana XRZ TV Incorporation Of Vagos From Zululandia. Tan sólo quedan las grabaciones originales, las cuales pude adquirir en una puja reñida por la cadena online E-Vay al coste final de cinco céntimos de euro. Una vez restauradas por mi eficaz ayuda de cámara, Dominique, nos prestamos a visionar en la pantalla dispuesta en el saloncito de invitados inesperados el recordatorio gráfico de las penosas hazañas de Maurice Unstable. Espero que pasen un rato desagradable…

Asesinos ficticios.
Grandes pero desconocidos asesinos en serie norteamericanos.

Maurice Unstable nació en una fecha indeterminada del año 1889 en la granja familiar de los Appleville, en un rincón recóndito de la bendita California. Era una hacienda muy humilde, donde el cultivo de una determinada remolacha condujo a la familia a la ruina (un jardinero les vendió una gran partida de semillas procedentes de una variante de la lejana y exótica Mesopotamia, cosa que fue un timo a todas luces, valiéndose de los escasos conocimientos históricos y culturales del patriarca). Una vez embargadas las tierras y la casa, los Appleville se vieron en la obligación de ofrecer sus servicios al terrateniente Hutchinson, a cambio de cobijo y comida. Ello implicaba tener que trabajar de sol a sol en los campos de árboles frutales, sin descansos posibles ni para la merienda y mucho menos echarse una reconfortante siesta, hábitos arraigados en la familia. El joven Maurice, a pesar de su corta edad de tan sólo diez años, fue obligado a tener que cargar a sus espaldas con los capazos donde eran depositadas las manzanas y peras. Más o menos hasta casi veinte kilos cada vez, decenas de veces al día. Ello conllevaría a la larga, que aún a pesar de su estatura luego alcanzada en la edad adulta (metro ochenta y cinco), se le desarrollara una columna encorvada dándole el aspecto de un muelle encogido a punto del brinco. El muchacho nunca recibió educación escolar (ni siquiera la más elemental), y con el paso de los años, aparte del ingrato trabajo diario, en los escasos ratos libres de los que disfrutaba, fue aficionándose a las revistas por los dibujos en ellas reflejados de magos de las grandes ilusiones realizando números espectaculares que le dejaban siempre con la boca abierta. A veces algunos de sus amigos que sabían leer, se ofrecían a hacerle saber lo que venía escrito en los artículos que acompañaban a las imágenes. Y lo hacían exageradamente, enfatizando en que muchos de los trucos eran un puro fracaso, conociéndose casos en los cuales algún que otro mago se había equivocado al partir un voluntario por la mitad, dejándole trabajo extra al dueño de la funeraria más cercana.
Sin querer, estas tergiversaciones acabaron calando hondo en el nulo intelecto del muchacho.
A la edad de diecisiete años, y tras numerosas prácticas realizadas a escondidas con gorrines, perros y gatos vagabundos y una anaconda robada del Rincón de los Reptiles de la localidad cercana de Lomar, abandonó las fértiles tierras del hacendado Hutchinson a hurtadillas con ciertos instrumentos de carpintería que le iban a ser útiles en sus planes de labrarse una carrera profesional como Ilusionista.
Adquirió el nombre artístico de Maurice, El Inimitable. Pertrechado de varias sierras, tablas de madera fina con borde de cuchilla, serruchos oxidados y diversas hachas, se dirigió el 17 de septiembre de 1906 a la pequeña ciudad de Gloria al Padre. Todos los habitantes eran muy religiosos, y estaban influenciados por el carisma conservador y autoritario del párroco Stewart Hen. Este tenía 80 años cuando asistió a la actuación improvisada del artista en la plaza principal. Maurice debió de estar muy convincente en su alocución a la hora de solicitar un voluntario para el gran truco del serrucho herrumbroso, logrando convencer al señor Stewart para que se tumbara encima de una mesa. Acto seguido le hizo de alargar las piernas y los brazos, sujetándoselos a la tabla con cuerdas alrededor de las muñecas y los tobillos. Según testimonios de los testigos que presenciaron su primera actuación como ilusionista, Maurice le preguntó al párroco si se encontraba cómodo. A la respuesta negativa del anciano, le colocó un trapo a modo de mordaza en la boca y sin más se puso a partirle por la mitad con un terrible serrucho con los dientes torcidos. La gente se quedó paralizada por el terror conforme el artista dividía a su querido párroco como si fuera una barra de pan. Cuando terminó de separarle las piernas del abdomen, con el señor Stewart descansando en paz en contra de su voluntad inicial, alzó la sierra y comentó lo bien que había salido el truco. No tardó en apreciar la indignación perfilada en los rostros de los feligreses del Ministro del Señor dividido en dos piezas sangrantes, así que hubo de dejar todas las herramientas en el lugar de los hechos para así huir dando grandes zancadas, evitando ser linchado y con ello ver su carrera artística finiquitada en una única y memorable actuación.
A raíz de este asesinato público a sangre fría, Maurice Unstable se vio forzado a cambiar su nombre estelar del Inimitable, por el más prosaico del Ilusionista Sangriento.
Desde la muerte del reverendo Stewart Hen, se sucedieron más actuaciones de Maurice. Tenían lugar en pueblos pequeños y apartados. Todas las víctimas era gente voluntaria que se prestaba a formar parte de sus esperados trucos de magia de escena, sin saber que en ello les iba la muerte más atroz y dolorosa. Entre 1906 y 1910, donde se celebró su última actuación sangrienta conocida, Maurice Unstable asesinó a quince personas, todas ellas varones, en catorce localidades distintas. En sus variadas performances, recurrió a decapitaciones con el uso de hachas y espadas, amputaciones a gran escala con hojas afiladas inmovilizando a la víctima en una caja con orificios para los pies, las manos y la cabeza, y destripamiento con empleo de los consabidos serruchos oxidados. Como todas sus actuaciones terminaban en un puro fracaso, con la muchedumbre asistiendo atónita a su carnicería antes de poder reaccionar y prenderle al instante, Maurice emprendía la fuga, o bien a la carrera (a pesar de su estatura, estaba muy delgado y tenía buenas piernas), o bien robando un caballo o una carreta, dejando atrás sus artilugios, motivo por el cual había un lapso de semanas o meses entre actuación y actuación, hasta que pudiera reunir nuevos instrumentos y crear nuevos artefactos donde poder inmovilizar a los próximos voluntarios del Ilusionista Sangriento.
Desde su último número en abril de 1910, donde aserró la cabeza del alcalde de Rinconcito Amado, en Nuevo México, Maurice Unstable dejó de matar, sin que se llegara nunca a descubrir su paradero.
De este modo, dejó un legado que poco a poco fue quedando en el olvido, pudiendo afirmarse que a pesar de sus esfuerzos por pasar a la fama, el Ilusionista Sangriento simplemente tuvo un pequeño momento de gloria en una zona en concreto de los Estados Unidos, para luego quedar en el anonimato más absoluto superado por otros asesinos seriales muchos más modernos.

Resumen de las hazañas criminales del asesino en serie Maurice Unstable, “El Ilusionista Sangriento”.

17 Sep. 1906, en Gloria al Padre, parte por la mitad al reverendo Stewart Hen, de 80 años.

25 Nov. 1906, en Río Chico, atraviesa a sablazos a Peter O´Moore, de 47 años, carpintero y viudo.

31 Dic. 1906, en Big Throat, decapita a Lionel Goose, de 15 años, y destripa a Benjamin Goose, de 13, ambos hermanos, hijos del sheriff local.

28 Feb. 1907, en Center Town, muere desangrado por amputación de piernas y brazos, Leopold Level, de 55 años, de profesión sastre, casado y con diez hijos.

8 mayo 1907, en Chihuahua Beach, atraviesa a sablazos a Martin Bud, de 71 años, militar retirado.

15 agosto 1907, en Green Leaves, divide por la mitad con un serrucho a David Isovechic, de 65 años, barrendero en su último año antes de la jubilación.

1 Nov. 1907, en Eternity City, decapita a Lucas Tutor, de 31 años, maestro de escuela.

7 marzo 1908, en Uptown, divide en tres partes de manera permanente a Otis Brown, de 44 años, de profesión bombero voluntario del pueblo.

23 Julio 1908, en Hillman, quema vivo antes de ser atravesado por una docena de espadas a Anthony Gross, de 27 años, dentista y recaudador de impuestos.

13 Oct. 1908, en Tree Junction, destripa a John Fatso, de 91 años, fundador de la localidad en la fiebre del Oro.

3 enero 1909, en Ringing Bell, asierra por la mitad y luego desmiembra a Ludovic Stella, de 36 años, banquero y miembro masón del Estandarte Dorado.

16 Sep. 1909, en Eturia, atraviesa con tres docenas de sables a Bobby Jo Junior, de 29 años, vividor y mujeriego sin oficio conocido.

2 Dic. 1909, en Happy Corner, decapita a Rutherford Dandy, de 54 años, dueño del casino más popular de la región.

28 abril 1910, en Rinconcito Amado, insertó dos estacas, uno en cada cavidad ocular, para seguidamente separarle la cabeza, al alcalde Cliff Border, de 63 años.