Destripando un clásico del cine de terror y ciencia ficción en Escritos de Pesadilla: "Plan 9 del Espacio Exterior", de Ed Wood.

Hoy estrenamos en Escritos de Pesadilla un apartado dedicado a las películas de culto del género de terror y ciencia ficción. Intentaremos publicar una reseña con ilustraciones gráficas genuinas de la web por lo menos una vez al mes.
La primera reseña cinéfila que nos ocupa no es otra que “Plan 9 del Espacio Exterior”. Una producción dirigida por el considerado por la crítica como el peor director de cine de la historia, Edward D. Wood Jr., comúnmente conocido como Ed Wood a secas.
Aún a pesar de sus carencias técnicas, habría que considerar que Ed Wood es una referencia para un servidor. Su iniciativa propia por labrarse una carrera en el mundo del terror se vio lastrada por los escasos conocimientos necesarios para llevar a cabo una película. Aún así considero loable su empeño por intentar sacar adelante sus proyectos utilizando toda la imaginación posible.
En este caso, “Plan 9 del Espacio Exterior” fue rodado gracias a la financiación de la Iglesia Bautista de Beverly Hills, en nombre de dos de sus máximos representantes, que a su vez consiguieron un papel breve como enterradores.
Igualmente es de destacar la presencia de actores tan peculiares como el vidente Criswell, quien se jactaba de haber predicho la trágica muerte de John F. Kennedy, el millonario y excéntrico John Breckinridge, amén de la popular actriz por la época, Vampira. También apareció gente ya habitual colaboradora del director, como el luchador sueco Tor Johnson y el famoso actor Bela Lugosi en las postrimerías de su carrera artística. De hecho, este último falleció antes del rodaje de “Plan 9 del Espacio Exterior”, siendo utilizadas imágenes sueltas y luego agregada la actuación de un secundario  “gemelo”, llamado Thomas Mason, quien era mucho más alto en estatura que el fallecido Bela Lugosi. Thomas actuó cubriéndose el rostro con la capa para disimular la juventud de sus facciones, haciéndose pasar por el renombrado y a la vez ya anciano actor transilvano.
El film fue estrenado en el año 1957, con menos éxito que una foca marina intentando zafarse de una orca asesina.
Entre los errores más reseñables de la película, cabe destacar los siguientes:

  •  La cabina del avión estaba fabricada con cartulinas.
  •  En la estación espacial, entre los aparatos electrónicos baratos adquiridos en una casa de empeños, destaca de manera reseñable una señal luminosa robada de una obra cuando el guarda estaba en su turno de noche medio adormilado.
  •  Los platillos volantes son llantas de coches movidos por hilos sujetados a varillas, siendo los precursores de los teleñecos de Jim Henson.
  •  Las lápidas y cruces de relleno del cementerio fueron hechas de papel.
  •  El coche de policía cambia de modelo de un plano a otro.
  •  El día y  la noche tienen cabida en una misma secuencia, como si los eclipses solares se hubieran sucedido de manera continua por intermediación divina.
  •  La entrada a la cabina de pilotos consta de una cortina de andar por casa.
  •  Uno de los actores, John Breckinridge, interpreta sus escenas leyendo sin tapujos de un papel pegado en el suelo.
El argumento de la película era prometedora para la época: unos extraterrestres malévolos inician el Plan 9 para transformar los cadáveres de los camposantos en zombis asesinos. Su motivo para tal perversión no es otro que la simple excusa que en los años cincuenta ya los seres humanos éramos un peligro evidente para el equilibrio natural de la galaxia, con las invenciones bélicas dañinas de la bomba atómica y un futurible explosivo llamado “solaronite”, que cuando fuera desarrollado por los científicos de la tierra destruiría el sol y la totalidad del universo.
Seguidamente, procedemos a ilustrar el artículo de “Plan 9 del Espacio Exterior” con unas instantáneas gráficas personales.


Foto 1. El actor Thomas Mason ejerciendo de doble del fallecido Bela Lugosi.

Foto 2. El actor luchador Tor Johnson actuando como el fenecido inspector Clay, resurgiendo a la vida desde la tumba.

Foto 3. Un primer plano terrorífico del referido Tor Johnson reconvertido en zombi.

Foto 4. La actriz Vampira en todo su esplendor en su garbeo por el cementerio.

Como colofón a este reportaje, comentar brevemente el “Efecto Ed Wood” en el fenómeno ovni.
Supuestamente, cuando un testigo de primer nivel obtiene pruebas irrefutables del avistamiento de un platillo volante, intervienen los nada amigables Hombres de Negro, convenciéndole de lo absurdo de su testimonio, insinuándole bajo los efectos de la hipnosis más aberrante que su confusión venía debida a haber presenciado la película “Plan 9 del Espacio Exterior” de una sentada.



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¡EPIDEMIA ZOMBI EN ESCRITOS DE PESADILLA!

Es un día apocalíptico para la administración de Escritos. El virus creador de zombis se ha infiltrado entre los recios muros del castillo y se ha apoderado de todos nosotros durante 24 horas. El caso es que al día siguiente, ninguno de los afectados conseguíamos recordar lo sucedido mientras fuimos fugazmente convertidos en temibles muertos vivientes. Para nuestro deshonor, varios de nuestros seguidores más fieles tomaron unas fotos bochornosas con sus móviles de nueva generación, dejándonos casi con el culete al aire. Sin más, procedemos con las imágenes de la vergüenza…

Foto 1. Pechuga de Pollo Mutante. En ella se aprecia su cariño hacia los niños pequeños.

Foto 2. Mi sobrinete Gurmesindo en su visita dominical al abuelico, je, je.

Foto 3. Bogus Bogus y Harry viendo “Matrix” en versión 3D, con el agente Smith de turno.

Foto 4. Un servidor, Robert “El Maléfico”, en una demostración de protesta por la problemática a la hora de poder conseguir un simple pisito de soltero en los tiempos actuales de bajos sueldos.


Foto 5. Croqueta Andarina, osasunista de pura cepa, demostrando su desilusión por el enésimo fracaso del club en el fichaje de un delantero centro goleador. El pan nuestro de todos los años…

Foto 6. El que mejor se comportó de todos nosotros: Dominique demostrándole todo su amor a la niña del “Exorcista”, con un detallazo en forma de anillo bañado en oro de cinco euros adquirido en la tienda china de la esquina.



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El sueño de Dandy.

Recuperación de un relato que en su momento pasó desapercibido por los comienzos titubeantes de Escritos de Pesadilla. En esta ocasión, retocado y aderezado con una ilustración gráfica.

– No te comas las uñas. Vas a morir de todas formas – siseó la voz cavernosa cerca de la puerta del armario ropero.
Dandy estaba temblando de pies a cabeza. Quería sollozar entre hipidos de tristeza y desesperación. Era un niño de sólo siete años, y aquel extraño que había llamado al timbre de casa acababa de asesinar a su padre y a su madre con un bate de béisbol con la punta rematada por clavos de dos centímetros. Su locura fue irrefrenable, convirtiendo el vestíbulo y parte del salón en una especie de matadero, salpicando las paredes y el mobiliario con la sangre de sus queridos padres.
– Sal, cachorrito. El jodido de Satanás te reclama. Eres su piñata. Y como tal, se te ha de sacudir de lo lindo hasta que revientes…– continuaba la voz, justo ya al otro lado de la puerta.
Dandy notó la humedad deslizándose por los muslos. Se había hecho pis por el miedo que le embargaba.
De repente la puerta quedó abierta del todo.
Una figura oscura escrutó su presencia encogida entre la ropa colgada de la barra del armario ropero. El bate aferrado entre los dedos de ambos manos.
– Te llegó la hora, pequeñajo. Ven con la Muerte – le saludó aquella bestia inhumana.
Cuando Dandy miró fijamente a los ojos del psicópata, perdió el conocimiento.
Todo se volvió negro.
Oscuro.
Sus cinco sentidos fueron anulados.
Dejó de sentir todo.
Le llegó la Nada.


– ¡Despierta! Dandy. El reverendo Morrow viene para tu última confesión – le despertó de su sueño profundo el guarda de prisiones Al Cupino.
Dandy se incorporó lentamente de su catre hasta sentarse.
La puerta de su celda quedó abierta un instante de manera automática, controlada desde el ordenador central de la prisión.
Un sacerdote de avanzada edad entró en su compartimento individual.
Dandy lo miró con infinita devoción.
– Hijo mío. ¿Hay algo de lo que te tengas que arrepentir antes de afrontar tu destino? – fue una de las preguntas del cura.
Dandy miraba las palmas callosas de sus dos manos.
Aquellas que nueve años atrás portaron un bate de béisbol.
– Aún diciéndoselo, padre, no eludiré la muerte – dijo resignado.
– Me temo que no, hijo mío.
Dandy confesó sus pecados. Desde los más veniales, hasta el más grave.
Este último hacía referencia a la fatídica noche en que se le cruzaron los cables, acabando con la vida de sus propios padres.
– Que Dios Todopoderoso te perdone todas tus faltas, hijo mío – culminó el reverendo en un susurro.
Dandy tenía los ojos llorosos.
Le temblaba el labio superior.
En el sueño era simplemente un niño.
Daría cualquier cosa por entrar en aquella ensoñación y decirle a la silueta que portaba el arma mortal que dejara en paz a sus padres, que no les hiciera daño.
Que no deseaba luego ser una persona mayor encerrada en el corredor de los condenados a la pena capital.
Sus lágrimas desbordaron las comisuras de los ojos.
Se dejó consolar apoyándose sobre el hombro del religioso.
Dandy, Dandy.
Era un diminutivo infantil.
De por sí, él ya tenía cuarenta años.
Aquél sueño repetitivo solo sería modificado cuando le fuera aplicada la inyección letal.
Entonces volvería la profunda sensación de oscuridad.
Donde la simpleza de su duermevela se tornaría imperecedera…

“Dandy,
Dandy,
once cuervos negros vienen a tranquilizarte,
dos de ellos se te llevarán los ojos,
otros dos las orejas,
uno la naricilla,
y el resto las entrañas…”
era su canción de cuna.

Canturrearla fue su último deseo antes de dormitar para siempre.


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Los ciclistas.

Nuevo relato de terror, esta vez acompañado de la ilustración gráfica del mismo, creado por el nene, je, je.

Arthur Mash estaba conduciendo de forma demasiada temeraria por una carretera comarcal. Eran las once y media de la noche. Hacía mucho viento. El cielo estaba plomizo, presagiando el inicio de una tormenta. La soledad marcaba su tránsito por el asfalto deteriorado. El cansancio mental y físico de más de ocho horas sin descanso tras el volante manifestaba sus síntomas en forma de bostezos y amagos de cabezadas. Lo correcto sería estacionar media hora o más en la cuneta para descansar.

No lo consideró oportuno.
Un par de horas más, y estaría en la ciudad. En casa. Durmiendo como un bendito en su cama.
No pensaba levantarse hasta mucho después del mediodía. Podía permitirse un día libre. Había hecho el negocio de su vida como cazatalentos, firmando para los Yankees a un excelente lanzador de veintidós años. El hijo de un granjero, que jugaba en un equipo aficionado de Iowa. Estaba convencido que iba a ser la sensación de las ligas mayores en un par de años.  Su instinto casi nunca le fallaba. Eso si, siempre y cuando el chaval no se lo creyese antes de tiempo, atiborrándose de Budweisers, drogas y chicas fáciles.
Sus párpados cedieron al sueño. No fueron ni dos segundos. El vehículo continuó avanzando por la interminable recta por su propia inercia. Cuando abrió los ojos, vio al ciclista.
Llevaba un chaleco reflectante anaranjado y una gorra de béisbol. Estaba justo en el centro de la carretera. Arthur fue frenando a tiempo, evitando arrollarle.
Se sacudió la cabeza. Estaba del todo sorprendido. El ocupante de la bicicleta persistía en la mitad del camino, pedaleando con pereza, con el cuerpo excesivamente agachado hacia delante, como si se esforzara en contra del viento, que precisamente le daba de espaldas.
Arthur se restregó el ojo derecho y tocó la bocina, indicándole que se apartara hacia la cuneta.
El ciclista ni se inmutó. Exasperado, optó por adelantarlo por la izquierda, ocupando parte del margen sin asfaltar de ese lado de la carretera.
– ¡Tío imbécil! – se quejó, enojado.
Conforme lo superaba, giró la cabeza hacia su derecha para atisbar a través de la ventanilla la presencia del sujeto que montaba en la bicicleta.
A su vez, el ciclista hizo lo mismo.
Un rostro terriblemente inhumano, destrozado por la acción de algún tipo de ácido que pudiera haber deformado aquellas facciones, lo contempló con unos enormes ojos negros, donde el blanco y el color del iris de las pupilas era todo uno. Aquel ser sonrió con desprecio, enseñándole una dentadura puntiaguda, con las encías ennegrecidas y emponzoñadas por una saliva gelatinosa.
Arthur lo dejó atrás sobresaltado por aquella aparición monstruosa e increíblemente real, conduciendo a velocidad elevada para dejar aquella terrible figura en el olvido.
La visión del ciclista consiguió despertar sus cinco sentidos.
Fueron pasando los minutos. Poco a poco fue tranquilizándose.
Hasta que un par de millas más adelante, vislumbró dos ciclistas ocupando el centro de la carretera estrecha.
Ambos lucían chaleco fosforito. Uno anaranjado y el otro amarillo. El ritmo de sus pedaladas era cansino.
Los nervios le jugaron una mala pasada cuando echó un vistazo al espejo retrovisor, apreciando cómo se le acercaba por detrás a una velocidad escalofriante el ciclista recién adelantado.
Al mismo tiempo, los dos que le precedían se desviaron en abanico para situarse a su costado.
Los semblantes horriblemente mutilados lo examinaron con una rabia exagerada. Se aferraron al coche por los espejos y fueron destrozando el cristal de las ventanillas a puñetazo limpio.
Arthur quiso apretar a fondo, pero el puño del ciclista situado a su lado llegó con claridad a su rostro desde el marco de la ventanilla ya sin vidrio que lo protegiese, sumiéndole en los claroscuros que precedían a la pérdida del conocimiento.
El coche fue decreciendo en velocidad, hasta detenerse sobre la hierba, fuera del tramo de la carretera.
Arthur quiso espabilarse. Se sentía muy mareado. Fue obligado a salir del vehículo. Una vez fuera, tumbado sobre la hierba, recibió una paliza brutal por parte de los tres extraños que viajaban en bicicletas. Intentó protegerse de las patadas, los puñetazos, los arañazos, los mordiscos… De hecho, tardó casi cinco minutos en ser vencido.
No… Parad… – gimió, ya agonizante.
Cuando murió, los tres ciclistas se alimentaron de su cuerpo.
Una vez saciados, abandonaron los restos y montaron en sus bicicletas, prosiguiendo su viaje nocturno por aquella carretera abandonada y solitaria.


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Falsa brutalidad policial. (False police brutality).

A continuación, un relato de terror un pelín rarillo en el argumento, je, je.

Custer sentía una opresión en la base de la nuca. Se masajeó la parte trasera del cuello, bajo los largos cabellos lacios. Cerró el ojo izquierdo por un movimiento involuntario. No es que fuese un tic nervioso arraigado en el músculo orbital. Más bien fue ocasionado por la notoria sensación de sentirse vigilado por un par de ojos invisibles.

Se removió en el asiento de la banqueta. Quiso incorporarse de pie y marcharse del lugar, pero su muñeca derecha permanecía esposada junto al brazo del incómodo mueble de descanso. Fijó su mirada al frente.
Contempló sin interés el amplio mostrador, con la documentación, los registros y el ordenador IBM, cuyo monitor mostraba el logotipo flotando como aburrido protector de pantalla.
Un zumbido procedía del interior de la torre de la CPU. Era el ruidoso ventilador.
Pestañeó el mismo ojo y el sonido molesto murió al instante. La pantalla del monitor se puso negra.
Estaba medio agachado, cuando se abrió la puerta situada a su izquierda.
Apareció el agente Mcrader. Era uno de los policías destinados al campus universitario. Es más, esa instalación donde se hallaba formaba parte de la zona de seguridad de la universidad de Dumas.
– Bueno, chico. Te voy a soltar un momento para que me dejes que te tome las huellas digitales – se le dirigió el policía. Hacía calor, estaban en pleno mes de mayo, la localidad de  Dumas estaba en la costa oeste del país, motivo por el cual su uniforme constaba de polo oscuro con pantalones cortos.
Se mantuvo callado.
Mcrader insertó la llave en la cerradura de la esposa que inmovilizaba al detenido. Se apartó medio metro, instándole a que se levantase. Lo hizo con evidente desgana.
– Acércate aquí. Baja tu mano sobre la almohadilla dactilar. No te preocupes por la tinta. Se quita fácil con una gasa humedecida en alcohol de 96 grados – se explicó el policía.
Ambos estaban situados de pie, casi pegados codo con codo.
Arrimó su mano derecha y se dejó tomar las huellas.
El agente estaba satisfecho.
– Ahora siéntate de nuevo en el banco. En pocos minutos vendrán a llevarte a la central. Aunque tampoco deberías de inquietarte. Lo que has hecho no es una falta muy grave. Como mucho estarás un mes o dos en la sombra.
Mcrader soltó una ligera carcajada.
Lo miró con fijeza.
Nuevamente  tuvo la apreciación de que alguien estaba controlando sus movimientos.
– No quiero – dijo, negándose a sentarse en la banqueta.
– Venga, muchacho. No me compliques la vida.
La mano de Mcrader quiso sujetarle por la muñeca derecha para encaminarle hacia la banqueta, pero Custer echó un paso atrás, evitando el contacto.
– Joder. Tú lo has querido – Mcrader pulsó el transmisor de la emisora colocado sobre el hombro derecho. – Aquí 57, solicitando refuerzos. El detenido se niega a cooperar.
Se mantuvo alejado del policía lo suficiente como para que no le echara la mano encima. Aposentó los brazos cruzados sobre el pecho.
En ese instante, el ventilador del ordenador volvió a emitir su sonido de lo más perceptible, y la pantalla del monitor se encendió.
Mcrader controlaba la posición del detenido, situándose en su camino hacia la salida. Se le veía impaciente por la llegada de otro compañero en su apoyo. Por si acaso, había desenfundado el bote de espray pimienta. Un movimiento en falso bastaría para aplicárselo directamente a los ojos.
– No he hecho nada malo, agente. Déjeme marchar – dijo en un murmullo.
La puerta de acceso fue abierta, entrando  el agente Remírez.
– Se niega a ser esposado – le explicó sucintamente Mcrader nada más verle.
– ¡Venga! ¡Arrímate al puto banco, si no quieres que te caliente, drogata de mierda! – le gritó Remírez al detenido, con la defensa en la mano.
– No.
El agente recién llegado se le arrimó decidido a reducirle. Nada más tenerlo al lado, Custer lo empujó con toda su fuerza contra el mostrador, derribando el monitor del ordenador y desparramando una serie de archivadores por el suelo.
– ¡La madre que te parió!  – maldijo Remírez.
Mcrader acudió en su auxilio, disparando un chorro de gas pimienta al rostro del detenido.
No surtió el efecto deseado. Con una violencia inusitada, recogió la torre del ordenador y se lo arrojó directamente sobre el costado del policía. Este se quejó de dolor nada más recibir el impacto.
Remírez llamó por la emisora, solicitando más refuerzos, pidiendo además que se acudiera con un táser para reducir al agresor.
A mitad del requerimiento, la pantalla del monitor crt quedó incrustada sobre su cabeza, perdiendo el conocimiento por completo. Custer recogió la porra del agente y se dirigió hacia Mcrader, aturdiéndole sin miramientos con golpes certeros sobre su cabeza, hasta dejarlo tirado de mala manera sobre el suelo.
Con respiración entrecortada y jadeante por el esfuerzo, se enderezó. Nada más hacerlo, contempló la salida.
Su frente palpitó, produciéndole un dolor de cabeza inmenso. Sus dos ojos pestañearon medio segundo. Cuando su vista se estabilizó, encontró una sombra densa presente en el umbral de la salida del cuarto de seguridad.
– ¡No! ¡No puede ser demasiado tarde! – imploró.
Un pitido in crescendo audible tan sólo por su propio sistema auditivo terminó por hacerle estallar los tímpanos.
Custer se recostó de espaldas sobre el suelo. Una opresión interna presionaba  sus ojos, hasta extraerle los globos oculares sobre los pómulos. Quiso aullar de dolor, pero su lengua fue doblada hacia su tráquea, hasta hacerle morir ahogado entre sus propias babas.
En un principio, la muerte del detenido pudiera parecer formar parte de una excesiva brutalidad policial, pero visionado el vídeo del circuito cerrado, se pudo comprobar el terrible  estado de indefensión en que estaban ambos agentes antes de la extraña muerte de Custer Monroe.


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¡Vade Retro, Políticos y demás Gobernantes a nivel nacional, continental y mundial!

Pues eso, que desde Escrito de Pesadilla, mis chicos y yo deseamos a todos ellos que los trague un pedazo de agujero negro. Es triste generalizar, pero la mayoría lo está haciendo de verdadera pena, para desgracia de miles de millones de seres humanos, de todas las especies animales y naturales, del planeta Tierra en general y todo lo referente en las cercanías de la frontera sideral (y áun pretendemos colonizar planetas cercanos, ¡jua, jua, jua!).



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El relato "El Usurpador de Mentes", emitido por la emisora Radio Top Cantabria FM, en el programa "Proyecto Terror".

Como autor de todos los relatos publicados en Escritos de Pesadilla, me es grato comunicar la emisión de mi creación, “El Usurpador de Mentes”, por Radio Top Cantabria FM, en el programa “Proyecto Terror”, conducido por Patricia, con la genial aportación musical del Duque Negro y las biografías de los asesinos más pérfidos y famosos de ambos géneros  a cargo de Hellen the Ripper.
¡Desde este rinconcito del terror literario amateur, amén de los decorativos dibujitos de humor gráfico infernal, os doy las gracias por la emisión del relato, Patri, Duque y Hellen!
Recomiendo sinceramente la web de Proyecto Terror para quienes deseen pasar un rato inquietante y a la par divertido.
www.proyectoterror.blogspot.com.

Asimismo, aquí os dejo el podcast del programa nº 348 de Proyecto Terror, donde se narra “El Usurpador de Mentes”.


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Histeria Colectiva (el exterminio de una nueva especie).

Empezamos el mes de marzo con la publicación de un nuevo relato de terror. 



Inicio. Normalidad.

“Si nuestra mente se ve dominada por el enojo, desperdiciaremos la mejor parte del cerebro humano: la sabiduría, la capacidad de discernir y decidir lo que está bien o mal.”
Dalai Lama

Intermedio. Histeria Colectiva.

– ¡Hay que impedirles que entren!
– ¡Por Dios! ¡Están tirando la puerta abajo! ¡Y las persianas arrancadas de cuajo!
– ¡Vayamos a la planta superior! ¡De alguna forma hay que evitar que se nos acerquen!
Ruidos impetuosos de una cacofonía terrible. Gritos y alaridos exageradamente molestos y que implicaban una desazón en quienes  los captaban por el sentido auditivo. Rotura de objetos. De cristales. De madera.
Encaminaron sus pasos de manera precipitada hacia las escaleras. Fueron subiendo los escalones sin casi respetarse los unos a los otros. Eran simplemente tres, pero como si fuesen trescientos en la histeria de una huída caótica. Se llamaban Marianella, Humberto y David. No se conocían. Simplemente convergieron en ese punto de encuentro por casualidad. Cada uno huyendo de la locura de la multitud que pretendía hacerles daño. Maltratarles hasta hacerles sucumbir en la exhalación de un último suspiro de vida. El estado físico de cada cual era muy penoso. Sus ropajes estaban destrozados, quedando su carne trémula y pálida, cubierta de arañazos, hematomas y heridas abiertas expuestas a través de los jirones desgarrados de la tela.
– ¡Sigamos! ¡Tenemos que entrar en una habitación y atrancar la puerta desde dentro!
– ¡Deprisa! ¡Ya están entrando! ¡Están abajo!
Sus miradas estaban ensanchadas por el horror. Los ojos exageradamente abultados y enormes como los globos oculares de los personajes de los dibujos animados japoneses.
Goterones de sudor frío sucio recorrían sus frentes. Los cabellos apelmazados.
– ¡Aquí! ¡En este!
Era la voz chillona de Humberto.
Entraron en un cuarto pequeño. Encendieron las luces, dándose de cuenta que era el dormitorio de un niño. En ese momento estaba vacío. Con la cama sin hacer y los juguetes tirados por el suelo. El armario de la ropa estaba medio abierto, con las perchas y las prendas arrinconadas en la oscuridad del interior.
Los dos hombres buscaron algo pesado que pudiese contener la puerta. La mesilla de noche era demasiada diminuta y frágil.
– ¡La cama! ¡Hay que empujarla contra la puerta!
Los tres se pusieron de acuerdo. Afortunadamente la puerta se abría hacia dentro.  Conforme apoyaban los pies de la cama contra la puerta, se pudo percibir la llegada de infinitas pisadas acercándose por el pasillo. Numerosas voces descompuestas por los alaridos de las mismas prorrumpieron en un vocabulario furioso lleno de exabruptos en contra de los tres perseguidos.
– ¡A tiempo! ¡Lo hemos puesto a tiempo!
– ¡Pero esto no aguantará mucho!
Efectivamente, nada más decir esto Marianella, desde el otro lado empezaron a destrozar el cuarterón central de la puerta con el filo de un hacha. Seguidamente alguien disparó con rabia un tiro de escopeta, formando un agujero tosco e irregular en la madera, haciendo que se dispersasen infinitas astillas. Sin esperar a más, el portador del arma repitió disparo, dando de lleno en el abdomen de Humberto.
Este cayó de rodillas, con el estómago enrojecido por la sangre. Instintivamente, trató de cubrirse la herida con ambas manos, sin poder contener la salida de parte del intestino delgado.
– ¡Me muero! – gritó.
David quiso socorrerlo, cuando vio de refilón a Marianella abriendo la ventana y saliendo al exterior a través de su marco.
– ¡No! ¡No lo hagas! – imploró a la mujer, sin poder ofrecerle otra alternativa a la horrenda situación por la que estaban pasando.
Marianella se arrojó de cabeza. El muchacho se asomó con presteza. Abajo, sobre la hierba, descansaba el  cuerpo maltrecho de la joven por la caída. Quiso huir de la escena arrastrándose, pero la infeliz chica fue rodeada por la multitud. En escasos segundos desmembraron su debilitada figura con el uso de machetes, hachas, cuchillos de carnicero, sierras,  gritando con júbilo el final de la existencia de Marienella. Algunos señalaron hacia la ventana donde estaba el perfil de David.
– ¡No!
Se volvió. La puerta cedió. Aquellas bestias eludieron el obstáculo de la cama. Algunos se interesaron por Humberto, mientras otros, comandados por quienes estaban armados, avanzaron directamente hacia donde él se encontraba.
No le dieron tiempo a decidir qué tipo de muerte prefería: bajo los disparos de la escopeta, destrozado por el filo del hacha o su propio suicidio desde la misma ventana por la cual se defenestró Marianella.
Un disparo reventó su rostro, mientras el hacha profundizó en sus entrañas.
Aquel gentío prorrumpió en risas al ver consumada la muerte de cada uno de aquellos tres sujetos. Pues ya no eran seres humanos en esencia como lo eran ellos, si no entidades resurgidas desde corazones cuyos latidos habían decaído hasta detenerse muchos días atrás.
Epílogo. El exterminio de una nueva especie.

“De alguna manera, en los inicios del regreso a esta maldita vida, sus cerebros tardan en asumir lo que en verdad ahora son. Putos cadáveres andantes que deben de volver a ser enterrados bajo tres metros de tierra.”
Douglas Lee Sullivan. Comisario de la policía local del condado de Nassau, Long Island.


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El triste final de un superhéroe de medio pelo: Extraordinario Man.

Estimados seguidores de Escritos. Imaginaros la situación. El petimetre de Extraordinario Man realizando la última ronda del mediodía antes de tomarse un descansito para zamparse su bocadillo de arenques ahumados, cuando desde lo alto de uno de los innumerables rascacielos de más de cien pisos de Pamplona, se arroja al vacío un hombre desesperado por la situación del país llevado por unos dirigentes inútiles a todos los efectos. 

Evidentemente, semejante imprevisto pilla a Extraordinario Man un pelín despistadillo. Aún así, consigue evitar que aquel infortunado y deprimido sujeto se estrelle contra el duro asfalto.

Hay que recordar que en ese instante es hora punta en el espacio aéreo de Pamplona, ja, ja.

Con desdicha, decir que así se gestó el final de Extraordinario Man.
¡JA! ¡JA! ¡JAAAA…!
Aunque queda hacer un pequeño inciso.


Estas imágenes finales del superhéroe de pega fueron luego utilizadas para la campaña publicitaria de la compañía aérea.
El Lema:

“Aerolíneas Peloponeso.
Un viajecito con nosotros,
y para siempre que te quedarás tieso”.

Recuerden, tanto en los relatos como en el humor gráfico,
NUNCA HABRÁ UN FINAL FELIZ.


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Premio Perruno para Escritos de Pesadilla, por parte de Almalu.

Con mucho retraso, por fin posteo el premio Perruno, otorgado por la administradora de “Leyendas, mascotas y algo más”, la inigualable Almalu.
Es un pedazo trofeo que acogemos con sumo deleite en la salita de trofeos de Escritos de Pesadilla, je, je.

Desde este lugar tan espantoso y lúgubre, quiero corresponder con nuestra compañera, en este caso dedicándole un videoclip de la banda sonora del estupendo cortometraje “City of Scars”, basado en el mundo oscuro y sombrío de Batman. La canción es estupenda. Super gótica total. Además representa el estado de ánimo actual de un servidor.
Muchas gracias de nuevo Almalu, y un mordiscazo de vampiro, ¡ñaca!


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