Cometí un error fatal por el cual fui ajusticiado en público.
Mes: diciembre 2010
Es un placer acompañarte.
El relato que viene a continuación está dedicado a Costampla, del blog “Achiques y Espacios”.
Al mismo tiempo, hacer la incidencia de cara a mis lectores y seguidores habituales, que la historia en cuestión es de género fantástico. No hay sangre. No hay vísceras. Nadie guisa la cabeza de un panoli por mero placer caníbal. Estamos en unas fechas muy especiales. No se trata de un cuento de navidad, pero si es una pieza llevadera, imbuida de cierto espíritu de “Bienvenido Mister Marshall” si la hubiera dirigido un servidor en vez del genial Luis García Berlanga, ja ja.
Si alguien se desilusiona por el tono del relato, mil disculpas. Os aseguro que en Escritos de Pesadilla los hechos terroríficos retornarán en cuanto Santa Claus sea tiroteado desde un rascacielos de quinientos pisos. Vamos, que casi mañana mismo…
Siempre Lo Mismo es una metrópoli industrial. Ni es desmesurada en dimensiones de tamaño y población como Nueva York, ni escasamente valorada en la magnitud regionalista de una localidad de poco relieve a nivel nacional. La ciudad de la que os hablo, es parecida a cualquiera de tamaño medio que conozcáis. Puede que parecida en simetría a la vuestra, por ejemplo. Y eso es mala señal. Porque si os cuento que en Siempre Lo Mismo se rebelaron las Sombras Humanas, os entrará el tembleque.
Premio 2010 Achiques y Espacios al Mejor Blog en la categoría de Terror.
Bueno, un poco tarde, pero por fin doy a conocer el reconocimiento público dado por el blog Achique y Espacios del compañero Costampla a Escritos de Pesadilla.
Es un gran honor que llena de alegría diabólica a la redacción del blog. Tanto mis empleados (Dominique, Bogus Bogus, Harry, Pechuga de Pollo Mutante, Croqueta Andarina, Super Zombi), como por parte de mis familiares (mi sobrinete Gurmesindo), y uno mismo, el Dueño Absoluto del Castillo del más Horrible Espanto Literario y Gráfico, Robert, “El Maléfico”, agradecemos a Costampla y a su blog por otorgarnos este premio.
Un mogollón de gracias, compañero.
Por lo demás, después de presumir del premio, no queda otra que en reciprocidad dedicarle en cuerpo y alma, je, je, el siguiente relato titulado “Es un placer acompañarte”.
Relatos de Terror Navideño
Desde Escritos de Pesadilla, deseamos a todos nuestros ilustres y corteses visitantes una Feliz Navidad. Con ese motivo, repesco unos relatos de terror e intriga publicados el año pasado por estas fechas, que están ambientados en la Navidad y el Año Nuevo.
Para entrar a leerlos, hay que pinchar en el título correspondiente de cada ilustración.
Comentar que lo más probable es que me tome un descanso en lo que queda de mes. Con ello no digo que pueda surgir la publicación de algún nuevo relato o algo de humor gráfico.
Como diría alguien de corazón acaramelado (¡puaf!) : Sed Buenos.
FELICES NAVIDADES |
MUÑECOS DE NIEVE |
AÑO NUEVO |
No liberes mi alma (Espíritus Inmundos 3ª Trama).
En esta ocasión recupero el relato “No liberes mi alma (vida perdida)”. Al igual que los dos anteriores, revisado y ligeramente retocado en algún párrafo. Lo publico ya formando parte de los episodios de posesión diabólica de la saga Espíritus Inmundos. Independiente en argumento como las dos historias que le preceden. Que lo pasen mal leyéndolo, je, je.
Gotas persistentes y funestas en una noche lóbrega y oscura. Sería un genial comienzo para una novela barata de pesadilla de pulp fiction. Pero para Bernie Lavarez aquello era relativo: le importaba un comino la repercusión mediática del inicio. Lo que le afectaba era que aquella introducción narrativa implicaba actualmente a su vida. Parte de su destino discurría por aquella carretera rural casi sin asfaltar. Flanqueada por arboledas interminables y de copas altas y tupidas, cubriendo la distancia hasta su nuevo punto de destino en su todoterreno Jumper. Las luces de niebla hacían renacer la VIDA delante del morro de su vehículo.
Bernie tenía sintonizada en la radio una emisora local que no hacía más que emitir música de los cincuenta. Antiguallas como la fútil existencia misma de esa región miserable y deprimida, donde la mera presencia de un forastero era considerada aún un peligro latente proveniente de otro mundo lejano. La Guerra de los Mundos. Una creación magistral de H.G. Wells, narrada bajo la voz persuasiva y convincente de Orson Wells.
Demonio de sitio para ir a vender seguros de vida, de vivienda y de tierras a los lugareños.
La vida se le iba de las manos. Le dominaba la rutina. La falta de miras mayores. Sólo su estúpida labia le libraba de tener que mendigar al ejército de salvación. Las millas pasaban bajo el chasis. Dios, aún le quedaban casi treinta más hasta Grand Pipeline. Menudo nombrecito para un poblacho de paletos dientes largos. Comedores de maíz a todas horas. Con sus cabellos rubios pajizos y su hablar desganado y por momentos ininteligible. Coño, su jefe le decía que nunca vendería gran cosa si se dejaba dominar por prejuicios. Pero jefe, con mi labia puedo venderle un seguro hasta a Satanás. El anticristo, joder… Para cuando aquellos pueblerinos estuviesen algo más espabilados, y supiesen qué diantres habían suscrito, la tierra ya ni existiría. Seguro que habría sido ya devastada por el meteorito de las narices que venían anunciando los del National Geographic.
Y para entonces, él ya estaría…
… estaría en Babia como ahora, dejándose sorprender por algo emergiendo del lado derecho de la carretera, algo que se dejó arrastrar bajo el parachoques del descomunal Jumper, de su chasis y del eje trasero hasta quedar paralizado e inerte detrás del rastro del vehículo. Bernie maldijo su suerte, echando espumarajos por la boca.
Puta criatura de las narices.
Por el tamaño del impacto y del rebote de las suspensiones aquello debía de tratarse de un coyote o algo similar que anduviese a cuatro patas. Frenó en seco dejando el Jumper paralizado en medio de la carretera, ligeramente escorado hacia el margen derecho. Las escobillas despejaban el parabrisas del intenso aguacero que estaba cayendo en ese instante. Bernie aporreó el volante fuera de sí. Tendría que salir a evaluar los daños y comprobar qué clase de bicho le había jodido la noche. Abrió la guantera para recoger la linterna halógena, echó para atrás el respaldo del asiento del acompañante para hacerse con el impermeable amarillo fosforescente y una vez puesto, salió del Jumper. Se dirigió hacia la parte delantera e iluminó con el haz de la linterna el parachoques.
JODER. JODER. Puto coyote o mierda de animalejo que seas. Ahí te pudras de por vida…
Tenía el lado derecho abollado por el impacto y parte del parachoques levantado. Ese era su sino. Su puta VIDA. Siempre llena de imprevistos y de consecuencias similares. Desde luego que al nacer, no fue bendecido convenientemente. El cura estaría saturado de alcohol de 36 grados o con una fiebre palúdica.
Desvió la luz de su linterna y se encaminó hacia el cuerpo del animal… Estaba a diez metros escasos… Y desde los cinco metros pudo percatarse ya de que ese puto animal no era ningún puto animal.
Era una persona. O mejor dicho, el cuerpo hecho guiñapos de una persona. Dios, el peso del Jumper lo había reventado por completo. Y aquello que segundos antes albergase Vida, se trataba de la fisonomía de una muchacha joven y desnutrida.
Bernie transformó su arrebato de ira en un descontrolado nerviosismo, propio de alguien que acababa de llevarse por delante a una excursionista que había elegido una nefasta noche de perros para ir vagando por el bosque. Iluminó levemente los retazos de la figura femenina caída, y sin más se puso extremadamente enfermo. Sintió una arcada emocional que emergía de su estómago y le subía por el esófago hacia la boca. Iba a echarse a un lado para vomitar su exceso de ansiedad, cuando vio otra figura ubicada cerca del Jumper.
Nooo… Nooo…
Era un hombre alto, vestido de negro: pantalones de agua, chubasquero y sombrero de ala ancha. Tenía una edad indeterminada.
-Yo… Lo siento… Lamento mucho lo que ha pasado… La chica ha salido corriendo desde los matorrales del margen derecho de la carretera y no me ha dado tiempo de frenar con la debida antelación… Ha sido un terrible accidente del todo involuntario…- balbuceó Bernie, avanzando paso a paso hacia aquel hombre.
Sería su padre lo más probable. Dios, y pensar que él era un agente de seguros de vida.
El hombre permanecía entre las sombras. Quieto. Erguido. Con la mirada clavada en Bernie.
-Ya sé que no es el momento ni la situación más indicada para comentarlo, pero tengo un seguro a todo riesgo… Dentro de lo que cabe, espero poder resarcirle la pérdida de su familiar. Porque es su hija, ¿verdad?
El hombre le miró con mucha calma. Eso le extrañó sobremanera a Bernie. No era nada normal comportarse así si alguien te acababa de atropellar mortalmente a tu hija…
–Vida por vida – dijo al fin aquel hombre.
Bernie se acercó un poco más. ¿Qué diablos había murmurado?
-Esto… ¿Le importaría repetir lo que ha dicho? Entre la fuerza de la lluvia y que me ha cogido de improviso, no le he entendido bien.
Bernie se situó casi de frente. Desvió el haz de la linterna hacia el suelo en perpendicular para no cegarlo, iluminando su rostro de manera indirecta.
Aquel hombre estaba más pálido que la muerta. Y su cabeza… Su cabeza giraba sobre sí misma, retorciéndose cada definición de su semblante de manera compulsiva como si tuviera un ataque epiléptico. Una cabeza con infinitas facciones, mutando como la plastilina bajo el manejo de mil dedos.
–Vida por vida…
“Bernie Lavarez te llamas… Ella se llamaba Amanda Itts… Tenía 19 años… Un cuerpo y una edad perfecta para albergarme. Su morada era mi casa. Su ser era mi esencia. Su vida era la mía. Y ahora que acabas de echarme de mi recipiente, te reclamo a ti, Bernie Lavarez, como lugar de reposo…
Bernie estaba paralizado. Los ojos negros del hombre eran dos enormes carbones encajados en las cuencas. Y su mente… Aquello le estaba usurpando el control de su propia conciencia.
–Soy Malaquías. Y traigo conmigo a otros siete caídos. Todos juntos viviremos dentro de ti. Formando parte de tu propia vida.
“Pues Cristo nos odia, y nosotros aborrecemos a las criaturas de Cristo. La manera de encorajinar a Cristo, es tomar posesión de los cuerpos que Cristo ama, corrompiéndolos hasta el fin de sus vidas. Vidas como la de Amanda. Existencia como la tuya propia.
“Te enloqueceremos por disfrute. Te haremos enfermar. Conseguiremos que seas el oyente de nuestras propias voces en el interior de tu deteriorada mente. Dominaremos tu patética personalidad a nuestro antojo. Y lo bueno, es que ni tú, ni Cristo puede impedirlo. Pues si de un cuerpo se nos echa, a otro nos trasladamos.
El cuerpo de la muchacha… Quedó abandonado en la carretera… Bernie Lavarez pensaba en ello de vez en cuando conforme conducía bajo la cacofonía de la lluvia. Cuando lo hacía, las voces le dominaban. Le hacían de seguir conduciendo.
Que no pensara más en Amanda.
Que siguiera adelante…
Que continuara con su propia VIDA.
“Tu vida es nuestra. Eres un campo fértil, y todo lo que coseches a partir de ahora, nos pertenece…”
“No pienses en morir… Pues ya estás muerto… En cuerpo, espíritu y alma.”
Bernie continuó conduciendo bajo la lluvia. Ajeno a este mundo. Perdido en las tinieblas…
El Arcángel Caído (Espíritus Inmundos 2ª Trama).
Vista la petición de los lectores, procedo a reeditar la publicación de la segunda trama de Espíritus Inmundos. Nuevo título, texto ligeramente revisado y completamente independiente del anterior. Espero que esta segunda oportunidad que se le brinda desde Escritos tenga la misma aceptación que su primera parte.
– Está dentro – se lo indicó con un gesto de la mano libre. La otra empuñaba una beretta con un silenciador acoplado a su cañón.
– Vale. Entramos a saco y nos lo cargamos – susurró su compañero.
Ambos llevaban protección ligera en los codos y chaleco antibalas kevlar. Uno de los dos se situó frente a la puerta de madera de entrada a la habitación número 23 del motel de carretera “Teodoro´s”. No tendrían testigos que les molestara. Eran pasadas las tres de la madrugada, el resto del motel estaba vacío tras la comprobación pertinente en el registro de la recepción y el dueño estaba criando malvas detrás del mostrador con dos balas en el pecho. Ni siquiera se presentaron ante él. Simplemente entraron por el vestíbulo y se lo cargaron. Lo mismo que iban a hacer ahora con ese desgraciado que le debía veinte de los grandes a su jefe.
Uno de ellos le pegó una patada contundente a la puerta con la bota derecha. Estaba la madera tan envejecida que casi se partió en dos por los cuarterones centrales. El interior estaba a oscuras. Esa situación era previsible. Ambos se colocaron las gafas de visión nocturna y se pusieron a escudriñar desde el quicio. Las ventanas de la habitación estaban cerradas, las persianas bajadas y las cortinas echadas. En un extremo había una vieja televisión con el mando a distancia tirado sobre el suelo. La pantalla estaba encendida y emitía la señal de estática de un canal inexistente. La cama estaba en el lado contrario. Se veían las sábanas movidas por las prisas del que abandonaba su lecho al prever una visita no deseada.
– Nos esperaba – se dijo el uno al otro en voz baja.
– Calla.
Entraron con precaución en la estancia. Uno cubriendo el lado contrario del otro. Eran dos profesionales. Sabían lo que se hacían. El más cercano a la televisión optó por apagarla. Quedaba por registrar el baño. La diminuta habitación no daba para más.
– Tiene que estar allí adentro.
– Si.
– Ya me adelanto yo. Tú cúbreme por si acaso. Puede que vaya armado.
– Estate tranquilo.
Uno de los dos se dirigió hacia la puerta del baño. Estaba encajada en el marco. El pomo se ofrecía como señuelo, pero pensaba abrirla del mismo modo que hicieron con la puerta de entrada al nº 23. Adoptó la postura de asalto cuando la luz de la habitación fue encendida sin previo aviso. Al llevar puesta la visión nocturna, se quedaron medio cegados.
– Coño… Qué…
– No pierdas la concentración…
– Cómo lo ha hecho… Joder, hay que quitarse la visión nocturna. No veo una mierda.
Cuando lo hizo pudo ver que la puerta del baño se abría hacia adentro y su compañero fue forzado a entrar en su interior por una fuerza desconocida.
– Dios… No… NOOO.
Desde el centro de la habitación percibió un crujido de huesos y el ruido característico de un cuerpo que se desplomaba sobre el suelo. Se puso nervioso. Aquello no estaba saliendo según lo planificado. Había una baja. Y aún estaba por cargarse al tipejo que adeudaba el dinero al jefazo.
Entonces la luz de la habitación se apagó de nuevo.
– Mierda.
Se colocó de manera precipitada la visión nocturna. La luz del baño fue encendida, expeliendo su haz sobre la cabecera de la cama desarreglada.
Se pasó la mano libre por la frente sudorosa.
Miraba fijamente el vano de la puerta desde donde surgía el chorro de luz.
– ¡Cabrón! Es tu fin. Pagarás por la deuda y por lo que acabas de hacerle a Gregori- bramó con ganas de descargarle el cargador entero a ese bastardo con mayúsculas.
Entonces le llegó la risa.
Una risotada conocida.
Eran las carcajadas de su compañero.
Eso le hizo detenerse en su avance.
No podía ser posible.
Estaba claro que aquel cabrón acababa de liquidar a su colega.
Pero…
Las risas continuaron.
Cada vez más notorias.
Hasta rozar el escándalo.
Sin previo aviso, Gregori se asomó en la jamba de la puerta del baño con un semblante desquiciado y le apuntó con su arma directamente hacia el entrecejo.
– No.
Apretó el gatillo y le acertó de lleno, haciéndole caer fulminado sobre la alfombra deshilachada colocada en el suelo. La beretta y las gafas quedaron desperdigadas a escasos centímetros de su cadáver.
Gregori se detuvo en sus risas. Dejó caer su arma a un lado. Seguidamente se derrumbó igual de muerto que su compañero. Por algo tenía el cuello abierto por la garganta con la pechera del chaleco antibalas empapada de sangre.
La luz de la habitación cobró vida otra vez. Del cuarto de baño surgió la persona a quien buscaban. Era un hombre de treinta años. Estatura media. Rostro anodino. Cabellos cortos rubios. Estaba vestido de calle. Se acercó a los dos cadáveres para contemplarlos de cerca. La garra de su brazo derecho recuperó la forma original de una mano humana. Esbozó una sonrisa diabólica. Estaba feliz con su cuerpo. Estaba en un estado muy saludable. Y ahora que se había librado de la amenaza que había acechado a su ocupante anterior, podría vivir tranquilo.
Se sentó en el borde de la cama. Respiró profundamente.
Esos dos matones.
Podría revivirlos si quisiera.
Convertirlos en parte de su defensa personal.
Desechó tal idea.
Era correr un riesgo innecesario.
Aparte de que su poder era absoluto.
Ningún ser humano podría echarle de ese cuerpo.
Bueno. Siempre y cuando no fuese un jodido exorcista de la iglesia católica de Roma.
Pero en fin. Procuraría no llamar demasiado la atención. Él era muy diferente a los lacayos de Lucifer, que se conformaban con invadir un cuerpo para su simple deleite basado en la tortura física y espiritual. En cambio, al tratarse de un arcángel caído, la ocupación de un cuerpo humano representaba dominarlo con cierta naturalidad externa para convivir entre los demás humanos, camuflado entre ellos sin dejar de propagar dolor y desesperación. Era otra manera de ofender a Dios.
Recogió todo lo imprescindible, se deshizo a su manera de los restos de los dos cadáveres, tomó prestado su vehículo y emprendió camino hacia el otro extremo de la costa oeste de los Estados Unidos. Así evitaría posibles represalias de los secuaces del mafioso que había encargado la muerte del dueño original del cuerpo que ahora él poseía en su totalidad.
No lo hacía por precaución.
Simplemente era que no le apetecía ir aniquilando vidas ajenas con demasiada asiduidad.
Era un ser poderoso.
Matar ratas era una labor de los seres inferiores.
Mientras conducía, su mente se puso a pensar en diversidad de lenguas vivas y muertas.
El motel fue quedando atrás.
En la lejanía.
Pasado un tiempo dejó de formar parte de los recuerdos de aquel cuerpo.
Pues su dueño actual daba preferencia a las reminiscencias arcanas de su mente milenaria.
Una mente que formó parte inicial del coro de ángeles de Dios Todopoderoso antes de sumirse en un estado de rebelión que lo sentenció a la expulsión eterna del Paraíso.
Su venganza consistía en rebelarse contra el Juez Supremo que lo condenó a su caída en el averno.
Aquel cuerpo representaba el comienzo.
Uno nuevo.
Con un final distinto a lo escrito en los evangelios.
Así al menos Él lo esperaba.
Siguió conduciendo, ensimismado en sus pensamientos impuros.
Sentirse como un vulgar humano era una sensación excitante.
Pensaba prolongar esa sensación hasta el infinito.
Recreándose en todo aquello que fuese a sacar a Cristo de sus casillas…
La posesión de Kevin (Espíritus Inmundos 1ª Trama).
Es época navideña. Por tanto corresponde repescar algún relato añejo y poco leído por su antigüedad en el blog, ambientado en estas fechas tan hermosas. Espero que esta vez este relato sea un poco más valorado, pues cuando lo escribí hace uno año y pico, me gustó. Se titula realmente “Espíritus Inmundos. 1ª Trama”. Luego hay un segundo relato con el mismo título y “2ª Trama” como distintivo de la saga.
Kevin Stacey era feliz. Tenía una esposa estupenda y dos hijos maravillosos. Eran la típica familia de clase media americana. Vivían en una barriada donde había de todo, gente obrera, marginada y familias que casi siempre pasaban apuros a finales de mes, que ya era toda una hazaña tal como estaba el país, con el paro en lo alto de la cumbre gracias a los dos mandatos del peor presidente de toda la historia. Kevin y su familia estaban entre los que pasaban apuros para llegar a final de mes, pero aún así su satisfacción era plena. Vivían en un piso de la quinta planta de un edificio de alquiler que pertenecía a un supervisor de origen alemán que tenía en propiedad otras tres edificaciones más a lo largo del barrio. El alquiler era asumible por los dos sueldos que entraban en el hogar. Kevin era vigilante armado de un banco, y su mujer Kelly trabajaba a tiempo parcial de cajera en un supermercado local. Los niños estudiaban en una escuela pública, y de vez en cuando contrataban los servicios de una canguro para pasar los dos un rato junto a solas en el cine o en un restaurante que fuera asumible para su economía de gastos mensuales. Y una vez al año, pues Kevin no podía permitirse unas vacaciones normales, disfrutaban de una semana de asueto en visitas a parques nacionales o de acampada en tienda de campaña con los vecinos del segundo, un matrimonio sin hijos y con el cual guardaban una gran amistad.
Así era Kevin. Así era su familia.
Un año, en plenas navidades, con la ciudad cubierta de nieve, Kevin regresaba del largo turno diurno a casa. Habían sido doce horas, de ocho a ocho de la tarde. Estaba cansado, con ganas de pillar una buena ducha, vestirse algo cómodo, cenar con los suyos, tumbarse sobre el sofá y ver algo en la televisión antes de irse a la cama, que mañana tendría que volver a la custodia del banco. Realmente, el espíritu de la navidad estaba muy arraigado en la familia, aunque Kevin y Kelly no fuesen especialmente ni muy devotos ni practicantes de la religión católica a la que por tradición pertenecían. La asumían con la alegría de ver lo bien que se lo pasaban Ted y Nataly, quienes a sus cinco y ocho años respectivos, vivían la llegada de Santa Claus con la típica ilusión que se tenía a esas edades. Esa tarde en que volvía a casa hacía bastante frío, sobre los dos bajo cero, pero lo llamativo para Kevin fue la sensación de que hacía mucho más dentro de su propio piso. Al abrir la puerta notó un cambio drástico de temperatura y conforme avanzaba por el recibidor, el frío era más acusado. Tocó el radiador más cercano para ver si acaso había vuelto a fallar el sistema de calefacción central del edificio, pero este estaba funcionando correctamente, notando la calidez bajo la palma de la mano. Era extraño. Aventuró que a lo mejor Kelly había abierto las ventanas para airear algo el piso antes de que él llegara, pero no encontró ninguna de las hojas de las ventanas subidas. Y lo más llamativo. No encontró a nadie de su familia.
Registró todo el piso. Las dependencias estaban en un estado de normalidad, y la mesa del comedor estaba preparada para empezar la cena. Entró en la cocina y vio la comida sobre el mostrador recién hecha y dispuesta para llevarla a la mesa.
Pero Kelly
– Kelly – la llamó
ni Ted
– Teddy
ni Nataly
– Nataly
Ninguno de los tres salió a la llamada de sus nombres, pues todos estaban ausentes.
Kevin se empezó a poner nervioso. Su trabajo consistía en mantener en lo posible la compostura bajo presiones extremas al ser el máximo responsable de la seguridad en el banco donde trabajaba. A veces cuando llegaba la crisis como él la llamaba, había que respirar de manera profunda y contar hasta cien antes de perder los nervios y liarse a tiros con el atracador que amenazaba a la cajera con una navaja automática. Claro que en este caso no se trataba del jodido dinero del banco, o de la vida de una extraña que simplemente se limitaba a saludarle y despedirse de él cuando entraba y salía de su turno de trabajo en el banco. Se trataba de su mujer y de sus dos hijos.
Era su propia sangre la que estaba en juego.
Tenía que averiguar lo antes posible qué demonios les había pasado. No encontró signos de resistencia. Todo estaba en orden. No faltaba nada. No había sangre por ningún lado. Se dejó caer de rodillas, desesperado, y juntó ambas manos. Quiso rezar una plegaria:
– dios mío, por favor no me hagas esto…
Estuvo sesenta segundos sin reaccionar, hasta que decidió que lo mejor era ya llamar a la policía. Fue hacia la mesita del corredor principal donde estaba ubicado el teléfono inalámbrico insertado en su cargador. Antes de llegar vio como la mesa se tambaleó un poco y el teléfono salió volando de su cargador para impactar sobre su cabeza contra la pared hasta quedar del todo inservible para su uso. Kevin miró en derredor suya. No vio nada. Estaba solo, pero algo había cogido el teléfono y se lo había lanzado a la cabeza. Entonces escuchó una serie de sonidos procedente de la cocina. Fue corriendo. Al quedarse en el quicio pudo ver que toda la comida con la vajilla y la cubertería estaban tiradas y diseminadas sobre el suelo. La luz del techo chispeó un par de veces y se apagó. La sensación de frío era ya terrible. El aliento cobraba formas arbitrarias conforme respiraba cada vez más aceleradamente. Salió de nuevo al pasillo principal y desde la entrada al salón vio avanzar una figura oscura. Estaba situada a gatas y parecía una sombra en un antinatural relieve. Se le fue acercando gateando a trancas y barrancas. Un gruñido hosco surgía de su garganta.
– Kevin – le siseó la criatura.
Kevin lo veía llegar con el espanto de quien ve un hecho de difícil explicación. Eso no podía estar sucediendo. No en su propia casa.
La sombra se le acercó por completo y alzó su rostro.
Kevin sintió una fuerte convulsión antes de perder el conocimiento y caer al suelo.
– Papá…
– ¡Kevin! ¿Estás bien, cariño?
Poco a poco fue recuperando la consciencia. Estaba rodeado por su familia. El piso estaba nuevamente como debería haber estado desde que entró hacía media hora por su puerta de entrada.
Se puso en pie con la ayuda de Kelly.
– Papá, papá, te has caído y te has hecho daño- se interesó Nataly.
Kevin no dijo ni palabra.
Pasado el susto, se fueron a cenar. Fue una cena muy atípica, donde Kevin no quiso ni hablar media palabra con su familia. Kelly estaba preocupada. Su marido estaba teniendo un comportamiento extraño. Los niños estaban tristes porque su propio padre no les hacía caso, y su madre prefirió llevarlos al cuarto de juegos para que no siguieran viendo el semblante serio y taciturno de Kevin.
Cuando Kelly regresó del cuarto vio como Kevin se disponía a salir de casa.
– ¿Qué haces? ¿Se puede saber qué te ocurre?
Kevin ni se molestó en mirarla. Abrió la puerta y salió. Kelly se situó en el quicio y lo vio dirigirse hacia el ascensor. Estaba indignada.
– ¿A dónde crees que te vas? Contesta. Has fastidiado el día de los niños y piensa que te puedes ir así de rositas, sin dar ni siquiera una sola explicación.
Las puertas del ascensor se abrieron de par en par. Kevin avanzó dos pasos hacia su interior. Cuando las puertas volvieron a cerrarse y el ascensor inició su descenso, Kelly cerró la puerta del piso de un fuerte portazo.
El callejón no tenía salida por el fondo. Estaba situado detrás de un restaurante ruso de poca monta y estaba decorado con los contenedores de la basura y algún que otro mueble viejo y abandonado. La nieve lo recubría todo. Solía estar frecuentado por gente sin techo que se refugiaba entre cartones para dormir a la fresca, pero en esos días invernales tan inclementes preferían el subsuelo del metro. Entre dos de los contenedores de basura estaba Kevin. Agazapado, sentado casi sobre sus talones, con los brazos cruzados sobre el pecho. Estaba tiritando. Lo notaba. Pero no podía ejercer dominio sobre su cuerpo. Estaba controlado por otra entidad. La entidad estaba refugiada en su mente. Y le estaba enloqueciendo con sus blasfemias. Y sus risas malignas. Le hablaba por dentro en lenguas extrañas que Kevin no entendía. Y le hacía de adoptar las posturas que él quisiera. Si lo deseaba, le hacía de arañarse su propia cara. O de comerse los mocos. O de hacerse sus necesidades encima.
Kevin no entendía la razón de que aquella entidad hubiera reclamado su cuerpo. Ni comprendía cómo había surgido en el corazón puro de su hogar. Nunca habían tenido interés en temas ocultos, ni habían practicado algún tipo de juego peligroso como el de la ouija. Pero allí estaba. Dentro de su interior. Haciéndole ya la vida imposible. Deseando que morir fuese una solución a sus males. Pues su familia no merecía soportar su sufrimiento incurable.
Tras cinco horas atrapado y constreñido en esa postura, lo que anidaba ahora en su interior le hizo de alzarse. Eran las tres de la madrugada. Enormes copos con la turgencia del algodón caían sobre sus cabellos y los hombros. Fue avanzando en un caminar desigual hacia la otra calle. No se veía a nadie. El frío era intenso. Tenía las manos congeladas. Los pies ya ni los sentía.
Las voces…
Continuó andando un buen trecho por las calles del barrio. En un momento determinado llamó la atención de un agente de policía que estaba resguardado dentro de su coche patrulla.
– ¡Oiga, señor! ¿Está usted bien?- se interesó el policía.
Al ver que no le hacía caso, puso en marcha el vehículo hasta situarse al lado de Kevin. Asomó la cabeza por la ventanilla y lo contempló tal cual era. Se asombró de que aquel hombre no estuviera al borde de la hipotermia. Su estado revestía una gran gravedad. Tenía el rostro surcado de múltiples arañazos y los nudillos de las manos agrietados y sangrantes al igual que las uñas rotas y melladas de restregarlas contra los ladrillos del callejón sin salida.
– Cristo. Te has auto lesionado tú mismo, ¿verdad? ¿Qué te has metido, hijo?
Kevin escuchaba la voz del policía.
Pero por encima de aquella voz sobresalían las voces que le atormentaban en las últimas horas.
Las voces que le habían destruido una vida idílica.
Las voces que le había separado de su familia.
Esas puñeteras voces.
– ¡Callaos de una puta vez! – gritó Kevin en voz alta, llevándose las manos a los oídos.
Y entonces
– Relájate, chico. Levanta las manos. No hagas nada raro. Si te comportas, te llevaré a que te vea alguien para que te examine – le estaba diciendo el policía.
Entonces la cosa que le dominaba le hizo de revolverse hacia el agente, buscándole el cuello con las manos semicongeladas,
– Qué haces…
haciéndole de apretar y apretar hasta que…
un tiro del arma del policía le dio de lleno en la cabeza y le hizo caer desplomado de espaldas sobre el colchón de nieve.
Kevin miraba hacia el firmamento.
Parecía que estaba formando ángeles en la nieve con los brazos extendidos
– Maldito hijo de puta. Qué coño te has metido, que casi me matas…
ahora descansaba libre de toda presencia enfermiza en su interior
estaba libre
estaba feliz
lo único que lamentaba era que ya nunca más iba a volver a ver a Kelly, Ted y Nataly.
Mi nueva personalidad es de lo más escalofriante.
Mi trastornada mente fue asumiendo el control de mi personalidad, hasta entonces mundana. |
Aquel contacto con el filo de la navaja me había convertido en un ser demoníaco. |
Atavíado con ropajes de empleado de una funeraria, más un gorro tremendo que me hacía adoptar la figura de un personaje de terror, me fui adentrando en las tinieblas de la noche. |
Con ello buscaba adquirir conocimientos, poderes y fuerzas ocultas que me posibilitaran aniquilar al ingente número de criminales existentes en la Vieja Iruña. |
Realicé un pacto con lo más innombrable ubicado en otra dimensión paralela, desconocida para el gran resto de los mortales. |
El implacable dueño y señor del dolor y el sufrimiento eterno correspondió la entrega de mi alma a cambio de un libro de invocaciones y sortilegios de lo más impuro. |
Tras numerosos ensayos, donde el fracaso se asomó con excesiva frecuencia, pude por fin dominar un hechizo que me iba a suponer de una gran utilidad. |
Desde entonces, he conseguido un sobresueldo en esta época del año, invocando cientos de árboles artificiales de navidad de todo tipo de tamaño y color. Se venden como churros, ja, ja. En fin, una vez pasado por la triste tesitura de la agresión por el intento de atraco que padecí el otro día, se me ocurrió, viendo que tengo una cara tan chula, hacer unas cuantas fotos y realizar este montaje. Al menos no tuve que recurrir a ninguna clase de maquillaje. |
No minusvaloren al animal que gruñe. (Never underestimate the animal grunts).
Bueno, aunque maltrecho, Robert “El Maléfico” vuelve, y con un relato algo largo. Lo he escrito en el día, porque ahora dispongo de horas, que hay que alejar la mente de la basura maloliente que prolifera por el planeta tierra, ja ja.
Intento de atraco y agresión recibida con navaja por presuntos menores de edad.
Estado actual del administrador de Escritos de Pesadilla. |
Bueno, estimados lectores y seguidoras de Escritos. Ahora brevemente, no voy a hablaros como Robert, “El Maléfico”, sino como Robert a secas.
Comentar que yendo esta tarde al trabajo, sobre las 14:35 he sido objeto de un intento de atraco por parte de dos “hijos de la gran…” montados en bicicletas. Al tratar de consumar el robo, uno me ha agredido con la navaja por debajo del ojo izquierdo (afortunadamente llevo gafas). Aún así tengo una uve perfilada en el pómulo, montón de puntos de sutura, un vendaje, ira, mala leche, hartazgo de la sociedad actual y de esta basura harapienta que medra a costa de la gente que se gana honradamente el pan con el sudor de la frente. Evidentemente voy a estar de baja una temporada, tanto en el curro, como ya veré con el blog. La moral está quebradiza.
Simplemente comentar a los ciudadanos de Pamplona, pues su área de acción ha sido en esta ciudad: estos dos jóvenes montan en bici, son españoles para más señas, buscan que la futura presa vaya sola, lo siguen al ralentí y son unos cabronazos cobardes y asquerosos.
Si se sienten acosados por una pareja similar, llamen a la policía de inmediato e intenten refugiarse en un lugar con gente. Desgraciadamente, cuando a mí me ha ocurrido, no había nadie transitando a esa hora, y es extraño, porque era festivo para el resto, soleado y con un tiempo excelente.
Desde Escritos de Pesadilla, cerdo asqueroso de la navaja, ojalá te mueras antes de acosar a cualquier otro ciudadano. Así de claro. Así de tajante.
Tras unos minutos de calma, añadir el agradecimiento a la atención prestada por parte de la unidad de la policía municipal de Berriozar, la médica de cirugía facial de la clínica Virgen del Camino y a los agentes de la policía municipal donde tramité la posterior denuncia.