El impulso (The push)

Espero que disfruten con la lectura del siguiente relato. Ya saben, no está permitido acceder al recinto con diversos vegetales en avanzado estado de descomposición, como lechugas, tomates, etc… 

                No lo pudo soportar más. Los dos hijos que tuvo con Alina nacieron malditos. Imperfectos. Tuvieran los años que tuvieran, siempre iban a parecer niños de cinco años. No servían de ninguna ayuda para sacar la hacienda adelante. Él, Patriard, quien antes de tener progenie presumía en las tabernas del valle de su sana y contundente virilidad, ahora esquivaba los lugares públicos porque se sabía que era objeto de continuas murmuraciones, burlas y conmiseración por parte de sus antiguos amigos, vecinos y resto de habitantes de la zona. Se volvió una persona muy huraña, distante de toda relación pecaminosa con su mujer, centrado en la dura labor de la mera subsistencia, con dos hijos que eran una rémora para la débil y modesta economía familiar.
                Su carácter era cada vez más agrio, seco, rudo. Ignoraba a Rudolf y a Thomas. No los consideraba dignos de su atención. Era Alina quien se ocupaba de cuidarlos, de lavarlos y de alimentarlos, pues por ellos mismos no podían realizar ni las labores más básicas en la vida cotidiana de un ser humano normal.
                Pasaron unos años. Los niños se transformaron en jóvenes de quince y dieciséis años, pero la situación no había variado con el tiempo. Continuaban siendo criaturas inútiles.
                Patriard estaba harto de esa situación. Y su rabia se transformó en una furia incontrolable cuando supo que Alina estaba encinta de nuevo. ¡Era imposible! No mantenía relaciones carnales con ella desde que tuvo a Thomas. Su ardor lascivo lo consumía con las prostitutas de las aldeas cercanas, pero nunca jamás había vuelto a acariciar siquiera la piel de su esposa. Eso significaba que Alina le había sido infiel, que había mantenido un contacto íntimo con otro hombre. Y que el ser que iba a engendrar, pertenecía al miserable que había mancillado su apellido.
                Alina quiso serenarle. Le quiso convencer que aceptara las consecuencias de su adulterio.
                – ¿Cómo decís, ramera? ¡Que reconozca a un bastardo portando los apellidos de mi linaje!
                ” ¡NUNCA JAMÁS! ¡NUNCA! – gritó enardecido Patriard ante esa pretensión por parte de su mujer.
                – Pero, Patriard. Puede que el niño sea sano. Y por fin tengamos a alguien que cuide de sus hermanos, y a nosotros cuando seamos viejos y débiles.
                – ¡Estás insinuando que la responsabilidad es mía por haberte dado unas criaturas viles e insulsas! ¡Que con otro hombre, vas a obtener lo que siempre quisiste, un hijo sano!
                “¡Puta! ¡Malnacida! ¡No te necesito a ti, ni a lo que portas en el vientre, y mucho menos a los dos idiotas que tenemos por descendencia!
                Patriard no lo pudo soportar más, y decidió que lo mejor era acabar con aquella situación. Para ello utilizó con firmeza el hacha de leñador. No le costó mucho matar a Alina, aún a pesar de tener que escuchar sus ruegos, lloros y gritos de angustia. Más sencillo fue acabar con Rudolf y Thomas. Eran tan simples, que ni siquiera huyeron cuando fue en pos de ellos decidido a destrozarlos con el filo del hacha.
                Tras aquel acto de violencia desatada, Patriard abandonó su hogar para siempre, acarreando simplemente los complementos que utilizaba para la caza, vagando por los bosques y montes de los valles, medrando como si fuera un ser salvaje, alimentándose simplemente con lo que la madre naturaleza tuviera a bien propiciarle…




                Discurrieron semanas. Luego meses. Patriard se había convertido en un nómada, alejado de cualquier contacto humano, muchas veces por expreso deseo propio, y el resto por la soledad del entorno en que se movía. Eran parajes inhóspitos y nada frecuentados por las gentes poco aventureras.
                Aún así, un día descubrió un campamento, donde había personas afilando las herramientas. Cuchillos, hachas, machetes… Vestían harapos y estaban desaseados. Aunque el aspecto que debía de mostrar Patriard tras meses vagando por las montañas no debía de ser mejor al ofrecido por aquellos extraños.
                Tras pensárselo un instante, decidió presentarse ante ellos, pues sus utensilios de caza estaban con los filos romos, y pretendía pedirles que le dejaran amolarlos en una de aquellas piedras de afilar que estaban utilizando con tanto ahínco.
                – Hola. Soy Patriard. Soy un cazador y me he fijado que estáis afilando vuestras herramientas. Yo tengo las mías necesitadas de mejorar su corte, y me preguntaba si no os importaría que pudiera afilarlas en una de vuestras piedras – se presentó saliendo de entre la maleza.
                Eran cinco hombres. Todos se le quedaron mirando en silencio. Finalmente uno de ellos, el de mayor edad, le hizo una señal concediéndole el permiso.
                Patriard eligió la piedra que no estaban utilizando aquellas personas y se dispuso a mejorar el filo de su cuchillo.
                El sonido de la fricción de la hoja contra la piedra era lo único que se percibía. Tanto él como los cinco hombres estaban callados, contemplándose sin disimulo.
                Estuvo así un rato, hasta que terminó.
                – Bueno, ya está. Os agradezco el gesto y me marcho. Que tengáis buena caza.
                Los singulares cazadores le rodearon, impidiéndole que avanzara más pasos.
                – Si quieren alguna moneda, lamentablemente tengo que decirles que no tengo ni un cuarto de plata.
                El mayor se le enfrentó de cara. Posó su mano derecha sobre su hombro y le sonrió con franqueza.
                – En tal caso, tu aportación nos vendría bien. Quédate con nosotros una temporada. Te aseguro que se nos da bien abatir piezas. Luego ahumamos la carne y la vendemos en los mercados. Así sacarás un dinero que seguro que te conviene para salir de la pobreza.
                – Yo no soy pobre. Ni rico.
                ” Me encanta la naturaleza. Nunca me molesta nadie.
                – Bueno. Si no te apetece socializarte, por lo menos, en compensación por haberte dejado afilar el cuchillo, te pido que te sumes a la cacería de esta tarde. Siempre viene bien dos manos más que empuñen un arma, ja-ja.
                Patriard estuvo de acuerdo. Hacía tiempo que no cazaba en grupo, y sería revivir tiempos pasados más felices, mucho antes de haber tenido hijos.
                Fue invitado a un pequeño ágape para acumular energía que iba a emplearse durante la batida. Fueron trozos de carne ahumada y una pinta de vino de alta graduación.
                Animados por el alcohol, cogieron todo lo necesario, y el grupo se dispersó por el bosque en parejas. Patriard iba acompañado del cazador de edad avanzada.
                Estuvieron toda la tarde explorando la zona sin mucho éxito, hasta que dieron con la entrada a una pequeña cueva. Parecía una ermita. Y dentro se veía a un religioso rezando con devoción ante una reliquia.
                – Ya tenemos lo que queríamos… – le susurró el cazador a Patriard al oído.
                Este se quedó consternado por la frase.
                – Decías que estabais de caza. No saqueando a personas indefensas.
                Los ojos malsanos del cazador le miraron con cierta diversión.
                – Lo que no te hemos explicado, es el tipo de presa que buscamos.
                Nada más decirle esto, salió de su escondrijo y se dirigió hacia la ermita. El religioso intuyó su presencia por el ruido de las ramas al partirse bajo sus pisadas, pero antes de que pudiera incorporarse, ya le había soltado un buen tajo con el hacha en el hombro derecho. Con la sangre manando a chorros de la herida, y con la víctima gimiendo de dolor, el cazador buscó con la mirada a Patriard.
                – ¡Venga! ¡Échame una mano! Ahora tienes el cuchillo afilado.
                Patriard sintió que se le aflojaban las piernas. El efecto del alcohol ingerido y el grado de nerviosismo que experimentaba le impedían cualquier movimiento.
                Entonces el rostro del religioso se volvió. Buscó descaradamente a Patriard con la mirada.
                – Cabrón. Aún te resistes a morir – farfulló el cazador, impaciente.
                El religioso alargó una mano y se hizo con el hacha incrustada en su carne por el mango. En un movimiento brusco, dirigió el filo contra la garganta de su agresor, y con precisión, lo decapitó allí mismo. El cuerpo del cazador aguantó de pie un par de segundos, hasta perder el equilibrio y caer pesadamente sobre el suelo de piedra de la ermita.
                Patriard estaba atónito. La sangre ya no manaba del hombro malherido del religioso. Con espanto, lo vio incorporarse de pie, y sin saber cómo, se esfumó de su vista, apareciendo al instante enfrente suya, a escasos centímetros de su rostro aterrado.
                – Te llevaba mucho tiempo buscando, Patriard.
                – ¡Por Dios! ¿Quién eres?
                – Acuérdate de tu familia, Patriard. Reconozco que me alegré del final que les distes. Lo que me disgustó fue que luego no tuvieras el valor de quitarte a ti mismo la vida, y que te dedicaras a huir de tu destino.
                – ¿Cómo sabes lo de mi mujer y mis hijos? No había ningún testigo… Estaba a solas con ellos cuando…
                – ¿Lo ves, Patriard? Siempre titubeando. Si no hubiera sido por la de veces que estuve en el interior de tu cabeza induciendo a que cometieras el exterminio de tus seres, en este caso, poco queridos, nunca hubieras estallado en un arrebato de cólera. La locura no se hubiera asentado en tu mente. Y recuerda, gran y miserable pusilánime, que tu esposa fue promiscua a tus espaldas, y que tus hijos fueron sendas aberraciones. Así que eran merecedores de morir. Pero no, tú los estuviste soportando durante demasiados años.
                – No.
                – ¿Cuándo empezaste a sentir el ansia de matarlos? Yo te responderé. En los últimos meses. Antes ni se te había pasado por la cabeza tal ocurrencia.
                Era verdad. Patriard había soportado con resignación la terrible tragedia de su vida, como era haber tenido dos hijos por él no queridos por su apariencia y su simpleza mental. Fueron unos meses antes de que acometiera la matanza, cuando se inició aquel hervor que iba aumentando, hasta hacerle tener que soportar una rabia, una furia del todo incontrolable.
                Entonces llegó la fecha en que todo su odio hacia Alina, Rudolf y Thomas se manifestó, desencadenando un instante de violencia brutal, colmándole de satisfacción con cada golpe que les infligió con el hacha. Fueron unos minutos de dicha, escasos en sí, pues una vez disipada el ímpetu de su ira, el arrepentimiento de sus actos le hizo de abandonar su casa con el rostro en llanto…
                Aquella cosa embutida en los ropajes de un religioso escrutaba a Patriard con sus cuencas oscuras, negras como la pez. Su aliento era similar a las hojas caídas y pútridas por la humedad del bosque.
                – Reconócelo, Patriard. Precisabas de un impulso. La desgracia de tu familia, tu propia caída, la he orquestado yo.
                “Ahora sé valiente por primera vez en tu vida, afronta este último paso y acompáñame. Te prometo que al lugar que te llevo, no hallarás a los miembros de la que fuera tu infortunada familia.
                En cuanto mencionó estas últimas palabras, su figura se desvaneció con la nitidez del vapor del agua hirviendo frente a una corriente de aire. Patriard no tardó en escuchar las voces de los compañeros del cazador muerto, y para cuando quiso darse de cuenta, los tuvo a los cuatro arremetiendo contra su figura, con los cuchillos, los machetes y las hachas destellando sus filos recién afilados, iracundos todos ellos porque pensaban que había sido él el autor del crimen.
                Sus posiblidades de huída fueron nulas y tampoco iba a disponer de la más minima opción de poder defenderse. Pasados unos pocos segundos, entre la tupida maleza, los restos de su cuerpo se mostraban diseminados empapados en los charcos de su propia sangre, cumpliéndose el deseo de la aparición surgida con forma de religioso. Aunque esto último era una burla, porque de donde procedía aquel ser, la maldad pululaba a su antojo.


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¡Un caco asalta la caja fuerte de Escritos de Pesadilla!

Ha sucedido un hecho terrorífico en el castillo de Escritos. Un ladrón ha reventado la caja fuerte, y ya no podremos comprarnos el TDT para así poder ver mañana por la tele de diez pulgadas el partido del mundial de España contra la vecina Portugal. ¡No hay derecho! ¡Mal rayo le parta!


(Clicar en la tira cómica para verla en tamaño más grande)



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Un vampiro para mi sobrino (A vampire for my nephew).

Bueno, tras una semana concentrado en un relato algo largo, nos damos un respiro y retomamos las historias cortas y plenas de emociones fuertes. ¿Qué os parece una de vampiros? Aunque en esta ocasión, se trate de un  ser nocturno sediento de sangre fresca un poquillo decepcionante,  ja ja. Buen provecho, y que lo disfruten.

                 – Erny. Eres de lo que no hay hoy en día. Un amigo de verdad. De los de uña y carne.
                – Para eso están las verdaderas amistades, Luke.
                – Me alegra un montón saberlo. No veas del apuro que me sacas. Sólo van a ser veinticuatro horas.
                – Si hubieran sido cincuenta, tampoco me hubiera importado. Ya sabes que vivo solo y estoy aburrido como una ostra todos los días. Desde que el estado me expropió las tierras, sólo me queda la vivienda y la puñetera pensión de las narices, que sólo da para comer sardinas en lata.
                – Bueno. Pero olvídate de consumir comida enlatada durante la visita de mi sobrino.
                – Ja, ja. Si, va a ser un buen cambio. Pero no te preocupes, que cuando era joven, la carne siempre la pedía poco hecha.
                – Ay, colega. Ya verás la alegría que se llevará Johnny al conocerte asumiendo el papel de vampiro.
                – Si, aunque ya sabes cómo son los chicos actuales. Resulta raro que le hayas convencido de estar viviendo al lado de un vecino que es un vampiro.
                – Hombre, tiene siete años. Y le he comido el coco siempre que hemos hablado por el teléfono. Finalmente, mi hermano, que es su padre, se ha aburrido del tema, y piensa que enviándomelo, se llevará una gran desilusión al ver que eso es falso. Que yo quedaré encima mal y así no se me ocurrirá inventarme más historias que distraigan la lógica mental del niño. Vamos, esa frase final me lo dijo su padre. Que yo las palabras, ya conoces que las manejo lo justo.
                – Pues nada, Luke. Todo saldrá de perlas. Ya verás lo tronchante que será cuando tu sobrino vuelva a casa y le diga a tu hermano que el vecino era un aterrador chupasangres, ja-ja.
                “Bueno, cuando llegue, me das un toque y me pongo el disfraz y empiezo la actuación. Hasta luego, muchacho.
                – Hasta pronto, Erny. Y nuevamente te lo agradezco. Eres la leche.
                – Mira, Johnny. Ya está anocheciendo. Pronto verás al vecino por los prismáticos. Es su hora.
                – Si, tío Luke. Los vampiros están despiertos de noche y duermen de día.
                “¡Jolines! Ya lo veo. Está caminando delante de las ventanas.
                – Espero que no nos esté observando. Podría querer hacernos una visita.
                – ¡No, eso, no! ¡Que se quede en su casa!
                – Dime cómo va vestido el caballero. Que yo no lo puedo apreciar desde la lejanía, y tú eres quien tiene los prismáticos.
                – Lleva un traje oscuro, casi negro. Con montones de collares colgando del cuello.
                “¡Caray! Ahora está mirando de frente.
                – Como descubra que estás fisgoneando, te morderá en el cuello antes de que puedas volver a casita con tus padres.
                – No. No creo. No me está mirando a mí. Está mirando por la ventana hacia fuera. Parece fijarse en el cielo. Tiene la cara muy pálida. ¡Y las manos también! Ahora se marcha. Sale de la habitación en que estaba.
                – Esto se está poniendo muy emocionante, Johnny.
                – Yo le sigo con los prismáticos.
                – Eso, que no se te escape.
                “Veo una especie de silueta a través de la ventana de la cocina de la casa.
                – ¡Gracias, tío Luke! Está en la cocina. Veo cómo se acerca al frigorífico. Está abriendo la puerta y…
                – Es terrible todo cuanto dices. Casi estoy temblando de terror.
                – Saca… ¡Ha sacado un filete del frigo y se lo está comiendo crudo!
                – Narices tiene la cosa. Claro, si la carne está cruda, siempre le quedará algo de sangre. Siendo el vecino un vampiro, y si no hay nadie cerca a quien morder para chuparle la sangre, tendrá que conformarse con el chuletón, je-je.
                – Sí, tío. Pero no lo está chupando. Ya te digo que se lo está comiendo. Y con muchas ganas.
                – El pobre, que además tendrá hambre…  Cuando el estómago mete ruido, hay que llenarlo para que se calle.
                – Ahora deja medio filete sobre la mesa y se dirige otra vez al frigo.
                – ¡Jesús! ¿Qué buscará ahora este vecino tan peculiar?
                – Ha cogido una jarra del frigo. Y ahora un vaso de cristal, de esos grandes. Se ha sentado frente a la mesa y… ¡Qué pasada, está sirviéndose algo muy rojo!
                – Ya te puedes imaginar, que si es rojo, lo que se estará bebiendo el muy tunante.
                – ¡Sangre! ¡Tío Luke, el vampiro está bebiéndose un vaso de sangre fresca!
                – Ja, ja. Querrás referirte a que estará muy fría, porque si la tiene guardada en el frigorífico en una jarra de servir, vete a saber desde cuándo la obtuvo.
                – ¡Puajjj…! Se la ha bebido de un tirón y no se limpia los labios con la servilleta. Tiene la boca sucia llena de sangre.
                – Lo suyo no son los modales a la hora de estar a la mesa, ya se ve.
                – Ahora se levanta y abandona la cocina… Ya lo he perdido.
                – Bueno, Johnny, ya has visto las costumbres del vecino. Me imagino que estarás convencido de lo que es en realidad.
                – ¡Un vampiro!
                – Así es. Ahora dejémosle tranquilo, que está en su hora más propicia de poder hacer el mal a alguien, y mañana en cuanto despunte el sol le haremos una visita, que estará durmiendo como un bendito y a nuestra merced.
                – ¡Eso! ¡Eso! ¡Qué chulo poder verle mañana de cerca, aunque esté dormido!
               
                – ¿Qué tal ha sido mi actuación como vampiro aficionado?
                – ¡Genial! ¡Johnny se lo ha tragado! Piensa que eres un sucesor del conde Drácula en potencia.
                – ¡Fantástico!
                – Toma esta coca cola fresquita, que te la has ganado.
                – Sí, y en cuanto me la beba, me quito el maquillaje y estas ropas tan pesadas. Que estoy sudando a mares.
                – Si te lo bebes de un tirón, se te quitará la sensación del calor en un instante.
                – Mmmm… Está muy buena, aunque le noto un sabor algo rarillo. ¿No le habrás metido algo de whiskey, eh, bandido?
                – Bueno, para serte sincero, Erny, lo que te acabas de beber llevaba una cajetilla entera de Valium.
                – Abramos con cuidado el ataúd, que la tapa pesa bastante, Johnny.
                – ¡Pero tío Luke, si el vampiro está tumbado en la bañera y cubierto por una manta!
                – Bueno, será que es un vampiro pobre y no le llega para un ataúd como Dios manda.
                “Vamos a descubrirlo.
                – ¡Jolines, de cerca es más feo y da mucho más miedo!
                – Mírale la dentadura. Algo muy puntiagudo le asoma por los labios.
                – ¡Dientes de Vampiro!
                – Los colmillos. Con eso muerde como un perro rabioso y chupa la sangre de sus víctimas.
                – ¡Muy malvado! ¡Pero es un vampiro, tío! ¡Tiene que ser así de malo!
                – Dices muy bien, Johnny. Pero ya sabes que hay una manera de impedir que siga causando daño a las personas buenas y honradas.
                – Sí. ¡Clavándole una estaca en el corazón!
                – Así es. Nosotros no tenemos una, pero sí unos cuantos punzones, el martillo y el serrucho para cortarle la cabeza y así luego no regrese del más allá para vengarse.
                “Ahora apártate un poquillo, que no quiero mancharte con las salpicaduras de sangre.
                – ¡Tío! ¡Que el vampiro se despierta! ¡Acaba de abrir los ojos!
                – ¡Dios Santo! Entonces habrá que cambiar las reglas.
                “Primero empezaré cortándole la cabeza con el serrucho…
                ¿¡QUÉ HACES, LUKE!? ¿Qué hago en la bañera con las manos y los pies atados? ¿Y esa sierra? ¿Y el puto crío qué pinta aquí?
                – Tío Luke. Me da mucho miedo cómo grita el vampiro.
                – Tienes razón, Johnny.
                “Unos segundos más y dejarás de oírle gritar… Te lo prometo yo, que soy tu tío.
               
                


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Fue divertido mientras duró.

Bueno, queridos lectores de Escritos. Esta ha sido una semana divertida pero a la vez un pelín estresante. Sin venir a cuento, me propuse crear un relato en una semana, por capítulos, simulando lo que sería un argumento para una película barata de terror de serie B. En ello iba también prefijado la bendita improvisación sobre la marcha, como si el guión nunca hubiera existido y hubiera que ir escribiendo las escenas según el presupuesto y la calidad de los actores, si es que acaso estos la tuvieran, je, je.
El presupuesto final empleado para tal superproducción ha sido de 695,12 dólares.
Como habrán podido comprobar, en Escritos nos hemos ajustado los gastos al mínimo. También es cierto que en las primeras escenas se nos fue la mano con el dinero, llegando a las últimas con lo puesto.
Bueno, esto también es broma.
Simplemente comentar que ha sido un experimento que no repetiré en una buena temporada. Jamás he posteado tanto con tanta frecuencia. Y es agotador. Recordemos que estamos hablando de escribir historias, y si la imaginación y las ganas no van juntas de la mano, sin tener en cuenta la calidad de lo escrito, je je, uno lo tiene crudo para darle a las teclas.
Evidentemente, he de decir, para mi gusto, que no es mi obra maestra. “La sacudida del alma” cojea en varias fases, pero fue creada con el fin de emular a un film de escaso presupuesto, como un sentido homenaje para todos los cineastas que viven estas situaciones con sus primeras producciones hasta dar el oportuno saltito a la fama.
Por lo demás, mis estimados visitantes, os informo que “La sacudida del alma” está ya disponible en la pestaña correspondiente de la cabecera de Escritos. Los capítulos están enlazados en un único escrito y no están reflejados los comentarios diarios del rodaje. Así quien quiera leerlo de un tirón, lo tiene al alcance de un clic.
Mi agradecimiento por vuestra paciencia en esta semana, que se os ha atosigado con tanto capítulo, y nos seguimos leyendo muy prontito.
Un mordiscazo sangriento.
Robert, “El Maléfico”.


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La sacudida del alma. Capítulo Quince.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010.
Presupuesto dedicado a la escena: Lo que supuestamente nos sobró en la anterior, 72 dólares, de no haber sido por el miserable que nos robó la pasta.
Detalle destacable: Mientras nos preparábamos para el colofón final de “La sacudida del alma”, un repartidor de pizza, que ya sabemos que ganan una miseria, en un descuido, se concedió a sí mismo una generosa propineja de 72 dólares. ¡Todo lo que teníamos para culminar la producción! Lo perseguimos a pie, pero claro, él iba montado en la motocicleta, así que adiós al dinerete. Aún así, con un par de lo que hay que tener siempre, sacamos la secuencia adelante. Más queso mozarella derretida para la piel desprendida, ketchup a gogó para aparentar sangre, plastilina para crear deformaciones tumurales externos sobre la piel, pedazos de maniquís, como brazos y piernas para simular miembros que se desprenden de los infectados, y la comprensión del dueño del restaurante, que no de su mujer, al cual se le prometió que el abrigo de piel de zorro iba a ser devuelto en perfectas condiciones una vez consumada la última toma de la filmación, nos permitió el apoteósis final. 
¡Una megacutre película de terror de serie B que verá por fin la luz! ¡Viva! Hecho el montaje, lo estrenaremos a lo grande en los cines de todo el país. Y de aquí a que se nos fije Spielberg, media un pasito de bebé gorjeante, ja ja.
Como acostumbramos, toma realizada de un solo tirón. 
Mi agradecimiento a todos por haber aguantado este psicodrama fílmico. Les juro que lo verán recompensando cuando alcancen el Cielo.


Capítulo 15.

LAS MANOS CREATIVAS DE UN FALSO DIOS

                31 de diciembre de 1975
                Lugar: Marrow
                Las calles de Marrow permanecen vacías. Un perro sarnoso deja sus excrementos cerca de una farola. La gente que malvive al azote de la Nueva Lepra Norteamericana permanece recluida en sus respectivas viviendas.
                Las unidades de la Guardia Nacional observaban a todas horas, tanto de día como de noche de todo cuanto acontecía en el pueblo maldito. Se había instalado una valla electrificada circunvalando por completo el perímetro, imposibilitando la fuga de cualquier infectado.
                Eran las once de la noche. Faltaba una hora para un año nuevo y un futuro más definido.
                A la luz de un anuncio de neón del bar de Limb, si alguien hubiese pasado por allí en ese momento, habría observado con horror el desplazamiento de una sombra gigantesca y desproporcionada pasando raudo y veloz con dirección hacia la iglesia del Santo Sepulcro.
                
                En el ambiente se podía presagiar la venida de algo maligno. Ya faltaba poco para la ejecución del episodio final de la obra teatral pergeñada por la mente más malvada que pudiera conocerse en persona. Por órdenes de esta entidad, las campanas del templo sagrado empezaron a tañer.
                Una.
                Dos.
                Tres veces seguidas.
                Diez segundos de respetuoso silencio para retomar el orden de llamada desde lo más alto del campanario.
                Cuando ya se llevaba tocando varios minutos, las puertas de algunas casas se abrieron. Los enfermos que podían, salían al exterior con la piel cayéndoseles a tiras como si fuese la primera piel de una serpiente cediendo a la segunda más nueva en su muda. Poco a poco, los escasos supervivientes infectados tomaron dirección hacia la iglesia empleando en sus andares un paso bamboleante e inseguro.
                Al cabo de un cuarto de hora, un grupo de treinta seres, meras sombras de lo que antaño fueron seres humanos sanos, se había congregado en torno a las enormes y robustas puertas de la iglesia del Santo Sepulcro. Estas fueron abiertas de par en par en plena quietud. Los reunidos se miraban los unos a los otros.
                Una voz recia y potente les llegó desde el interior del templo.
                – Pasad, pasad, infelices.
                La gente actuó como si estuviera hipnotizada, entrando con paso lento, con alguno de los más dolientes arrastrando los pies.
                La escasa treintena tomó asiento en los bancos dispersos por la nave central del templo. Desde el presbiterio, superando dos escalones, les estaba aguardando una persona alta, de edad mediana ataviada con una bata blanca de científico. En apariencia, estaba completamente sana, sin padecer los efectos de la lepra. Recorrió las cercanías del altar, apoyándose finalmente el peso del cuerpo con las manos sobre la superficie del mismo, confrontando con la mirada a los asistentes atraídos al lugar por el toque repetitivo de campana.
                – Permitan que me presente – inició su peculiar sermón con voz glacial y monótona.- Soy el promotor del mal que les afecta a todos ustedes.
                – ¿Cómo? – musitó una mujer encorvada sobre su regazo, cerca del desplome al no poder mantener erguida la espalda por las escasas fuerzas que le quedaban.
                – Voy a resumir lo sucedido en pocas palabras. Deseo fervientemente que dejen de sufrir y alcancen el descanso eterno que se merecen.
                “Han sido ustedes, su localidad en concreto, utilizada como un experimento biológico de cara al futuro uso de un tipo de arma de destrucción masiva lo más barata y sencilla de crear, sin que tuviera que implicar el costo de vidas más allá que las referentes al enemigo.
                “Hace varios meses, en mi laboratorio privado de microbiología y genética, se pudo crear una variante de la bacteria Mycobacterium leprae, causante del mal conocido vulgarmente por lepra. Se potenció su factor agresivo y su necesaria transmisibilidad entre sujetos vivos. Fue un completo éxito entre animales y algún voluntario que se prestó al experimento sin conocer que se le administraba la Nueva Lepra Norteamericana, tal como la bautizó vuestro querido doctor, el señor Moonsefe.  Pero por desgracia, quedaba verificar su completa utilidad en el campo de batalla. Se seleccionó un área alejada de cualquier región extensamente poblada, saliendo elegida su localidad. Tenía el número necesario de especímenes. 500 personas nada dispuestas a sufrir las consecuencias de este tipo de lepra, y por ello, sin conocimiento de lo que se les avecinaba, pues sabiéndolo, jamás iban a dar el consentimiento para ejercer de conejillo de indias del experimento “Muerte Verdadera”.
                “El inicio del contagio tuvo lugar con un verdadero voluntario. A cambio de algo de dinero y un par de botellas de vino barato, uno de mis ayudantes le hizo contraer la enfermedad sin que él lo supiera, y lo acercó a vuestro pueblo. Era un vagabundo senil. Su pérdida, su muerte, no iba a ser sentida por nadie.
                “De hecho, antes de que sintiera los primeros síntomas de la dolencia, fue asesinado por unos jóvenes de Marrow. No supuso ningún contratiempo, debido a que los responsables de su muerte fueron contagiados de inmediato al estar mucho tiempo en contacto con su cuerpo. Incluso facilitaron ese contagio con los propios fluidos sanguíneos de la víctima. Por ello se recompensó al cabecilla del grupo con un pequeño presente. Era una forma de representar mi agradecimiento desde el anonimato.
                – Yo no lo sabía… Si lo hubiera sabido, no hubiera colaborado en el asesinato – Townsed se alzó como pudo vestido con harapos y vendas. La cavidad del ojo derecho supuraba un pus negruzco, con la mejilla del mismo lado mostrando un enorme bulto que le deformaba el rostro.
                – Siéntate, muchacho, y descansa.
                “El resto ya es sabido. Una vez iniciada la primera transmisión de la Nueva Lepra Norteamericana, Marrow estaba destinada a desaparecer del mapa. Porque los medicamentos utilizados en las lepras convencionales son ineficaces para controlar esta versión.
                “Ahora queda ofertar al mejor postor los resultados de mis investigaciones. Que no por defecto tiene que ser el ejército estadounidense el que se beneficie…
                Quien se incorporó de pie en esta ocasión fue el comisario Riners. Le faltaba el brazo izquierdo, el cual fue necesaria su amputación hacía día y medio.
                – ¡Maldito hijo de perra! ¡Es usted el mismísimo demonio! ¡Y encima se presenta aquí para contarlo! ¡Y para contagiarse también!
                Riners se echó a reír, enloquecido por la fiebre.
                Aquel hombre con bata de científico sonrió mostrando su despreocupación.
                – Soy inmune a la enfermedad, querido comisario. De no serlo, no estaría aquí con su rebaño de muertos vivientes.
                “Por cierto, tengo que presentarles a mis ayudantes. También son inmunes a la Nueva Lepra Norteamericana. Y mucho antes, participaron de manera voluntaria en otro tipo de experimentos genéticos bajo mis órdenes.
                “Dos son muy sutiles en sus labores, mientras el tercero es algo más brusco. Además es dado a cierto uso de la violencia, cosa que a veces le desapruebo en privado.
                A un requerimiento de un gesto de la mano, de entre las sombras del altar aparecieron dos hombres vestidos de negro. Por las facciones de sus rostros barbilampiños, pudieran pasar por hermanos gemelos.
                A ambos les siguió una criatura de dos metros de alto y recubierta de un espeso pelaje desde la cabeza a los pies.
                Los tres personajes abominables se unieron al científico detrás del altar, y desde esa posición contemplaron con satisfacción a los últimos habitantes del pueblo de Marrow en los estertores de la muerte.
               
                THE END.


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La sacudida del alma. Capítulo Catorce.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010.
Presupuesto destinado a la escena: Empeñando entre todos los relojes de pulsera, se reunió la cantidad escalofriante de 77 dólares. En esta escena gastamos la módica cifra de… 5 dólares.
Detalle destacable: Como en esta secuencia tan sólo hubo un rollazo de charla insípida entre dos de los protagonistas, todo el equipo pudo respirar aliviado a dos pulmones como si estuviera en lo alto del Himalaya. Ya se estaba viendo el final del túnel. La película llevaba camino de culminarse, reservando el dinero logrado para el último capítulo que mencionaba el guión. Aquí empleamos 5 dólares en la compra de queso mozarella. Ya se sabe. Era el efecto casero de la piel cayéndose a tiras. Se derrite y se esparce sobre el rostro y las manos de los actores. Al principio se quejan porque quema, y luego deja marcas rojas de quemaduras de poca importancia. En resumidas cuentas, todo sea por amor al arte…, y el ínfimo espectáculo de la película. Por lo demás, toma única, y es una pena, porque cuando Laura emplea la claqueta, tiene un estilazo además de un buen tipito con su top ceñido y escuesto y su minifaldita (vestuario impuesto por el director del film, je je).


Capítulo 14.

EL DIÁLOGO



                29 de diciembre de 1975
                07:05 p.m.
                Lugar: Bar-restaurante Limb
                El doctor Moonsefe apareció por el bar con las dos manos rigurosamente vendadas. Escrutó con su mirada cansina el interior del local, hasta localizar al comisario Riners. Este estaba sentado en uno de los taburetes, hablando consigo mismo, viéndose reflejado en el espejo decorativo situado detrás de la barra del bar.
                – ¿De qué te ha servido ser un tío legal? Otros han sido unos cochinos miserables toda su vida, pero no han acabado de esta forma, joder…
                El comisario tenía una mano vendada. En realidad no había nadie en todo el pueblo que estuviese inmune a los efectos devastadores de la Nueva Lepra Norteamericana.
                Riners intuyó la presencia del médico por el propio espejo. Se dio la vuelta en el asiento para encararlo de frente.
                – Hola, doctor – dijo con desgana. – Tome asiento conmigo y compartamos un combinado, ja.
                El doctor Moonsefe se dirigió hacia el policía y se dejó caer de golpe sobre el taburete.  Ambos eran los únicos clientes presentes en el bar.
                – Lamento reconocerlo, pero esto es el fin de todos nosotros – acertó a decir Moonsefe.
                – No diga eso – Riners le dio una palmada en la espalda. – Debemos de sentirnos afortunados por el cordón de seguridad que rodea al pueblo. Los de la guardia nacional deben de estar disfrutando con el espectáculo que les estamos ofreciendo visto a través de sus prismáticos de visión nocturna, ja.
                – Su humor es admirable para alguien que está a punto de morir en menos de cuarenta y ocho o setenta y dos horas a lo sumo – continuó el doctor con su pesimismo.
                – Je, y eso que los profesionales de la medicina sois los últimos en perder la esperanza.
                Moonsefe apoyó los codos sobre el mostrador, dejando hundir la cabeza entre las manos.
                – Todos los infectados están encerrados en sus respectivas casas. No hay nadie en todo este maldito lugar que resulte indemne a los efectos mortales de la enfermedad.
                – ¡Venga! No se ponga tremendista – Riners suspiró. Una mancha blancuzca se extendía por su entrecejo.
                – Esto es un castigo divino. Algo hemos hecho mal para merecerlo – Moonsefe alzó su rostro y miró fijamente al comisario. – La lepra no se propaga con tanta rapidez.
                – Está hablando de la lepra ordinaria.
                – ¡Aunque la Nueva Lepra Norteamericana sea extraordinaria, no se comprende que tenga tanta virulencia, por Dios! En apenas doce días ha acabado con el setenta por ciento de la población de Marrow. La cuarentena no ha podido aplicarse porque incluso gente que no ha estado en contacto con Carnago Limb, ha contagiado a terceras personas, y todo ha sucedido con una rapidez de transmisión inesperada. Y la gente que estuvo con Carnago, falleció en menos de treinta y seis horas.
                – Menos usted y yo. Los dos hemos estado bien cerquita del bastardo de Limb.
                – Si. Efectivamente. Es raro. Los dos somos los que menos afectados estamos. Sólo puede explicarse que nuestro sistema inmunológico es más resistente que la media de la mayoría. Algo ciertamente desconcertante.
                – Ya  sabe, doctor, mala hierba nunca muere ni aunque será merecedor de ello.
                – Estúpido dicho  – tras decir esto, el silencio se instauró por varios segundos hasta que retomó la conversación. – ¿Qué hay del supuesto asesino múltiple del hospital?
                Riners esbozó una sonrisa bobalicona, hastiado ya de todo lo que atañese al pueblo.
                – No me creerá, pero no se trata de ningún criminal.
                – ¿De qué se trata entonces? En este caso, quitando con Jenny, la Nueva Lepra Norteamericana no fue la causante de las muertes.
                – Yo lo atribuiría al ataque de una fiera. Alguna clase de animal salvaje.  A Willo le fue arrancada la cabeza de cuajo por mediación de unas garras bestiales. Es que lo viene en el informe del forense. Bueno, lo que este pudo analizar, antes de morir por los efectos de la lepra.
                – ¿Y con respecto a Jackels? Ese tenía claramente una serie de incisiones enormes en la garganta.
                – Se lo atribuiría a Willo. Los dos se odiaban desde hacía un tiempo.  En cambio con la enfermera, como bien dices, murió de la lepra.
                – Si. Pobre Jenny.
                “Era mi amante, ¿sabe? A pesar de su juventud y de la diferencia de edad que nos separaba. La forma en que la atacó fue impresionante. En medio día la enfermedad la condujo a la antesala de la muerte – Moonsefe cerró los ojos llorosos de golpe para volver a entreabrirlos hasta poder escrutar por las rendijas formadas entre párpado y párpado. – Esto no es normal, comisario. Esto es una puñetera pesadilla infernal.
                – Y por lo visto se trata de una pesadilla donde no hay previsto un final feliz por el guionista de los cojones – Riners puso la puntilla final a la charla, se levantó y se dirigió hacia los servicios de hombres.
                Conforme se acercaba, una entidad de dos metros de altura y recubierta de un espeso pelaje permanecía escondida cercana al quicio de la puerta.
                Su dentadura brutal esbozó una sonrisa inhumana.
               (Continuará…)


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La sacudida del alma. Capítulo Trece.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010
Presupuesto destinado a la escena: 3 dólares.
Detalle destacable: Bueno, para esta escena no tuvimos que pedir limosna. Tiramos con una cinta de un documental de la primera guerra mundial alquilada del videoclub local y directamente copiamos algunas secciones de la misma con la voz en off del narrador relatando el terrible destino final del pueblo afectado por la superinfección. Quedó bastante guay, hay que admitirlo, je – je.


Capítulo 13.

LA EPIDEMIA

               

                A pesar de los ímprobos esfuerzos y cuidados de los servicios médicos, la Nueva Lepra Norteamericana se fue extendiendo rápidamente por todo el pueblo. Los cuerpos de Jackels, Willo y Jenny fueron incinerados al día siguiente de ser asesinados vilmente por un loco maníaco, según la hipótesis barajada por el comisario Riners.
                En unas fechas tan entrañables y familiares como el de las navidades, justo el día 25 de diciembre el Departamento de Salud Pública del condado de Lewis declaró el área de Marrow y sus alrededores como Zona Catastrófica. De parte de altas esferas de Washington, se ordenó rodear el pueblo de una protección logística militar que impidiera el avance del foco de la enfermedad más allá del perímetro del mismo, manteniéndolo completamente incomunicado hasta que la epidemia de la Nueva Lepra Norteamericana desapareciese por completo con la muerte de todos sus habitantes.
                Se mantiene un absoluto secreto cara al conocimiento público de la tragedia. Nadie de los Estados Unidos, ni por supuesto del resto del mundo, era conocedor de los demoledores efectos de la infección y lo que esta ocasionaba a los residentes de Marrow, motivando semejante despliegue de seguridad.
                Bueno, sí que había un selecto grupo de personas que conocía el motivo de la aparición súbita e imprevista de la epidemia.
                Porque al fin de cuentas, formaba parte de su experimento personal.
                (Continuará…)


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La sacudida del alma. Capítulo Doce.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010
Presupuesto destinado a la escena: 25 dólares.
Detalle destacable: Lo más tremendo. No teníamos casi ni medio dólar para esta escena. Tuvimos que recurrir a la mendicidad en las esquinas de las principales calles del pueblo (el párroco nos echó de la entrada a la iglesia por nuestras pintas). Al final del día recaudamos los susodichos 25 dólares y pudimos realizar la única toma deprisa y corriendo antes de que anocheciera. Afortunadamente todo el elenco artístico que en ella participaba iba tapado, dado el argumento que se esgrime en la escena (a la actriz le supo a cuerno quemado, porque era sabedora de su despampanante físico, sin poder lucirlo en esta ocasión bajo un falso traje protector que le quedaba tres tallas grande). En cuanto a los efectos más especiales, decir que nos apropiamos del abrigo de piel de zorro de la mujer del dueño del bar. Con una bufanda teñida del mismo color y que recubría la cara del actor, el monstruo nos quedó de fábula… Y la cabeza correspondía a la de un cerdo que gentilmente nos cedió Olaf Gustasson, quien trabaja en el matadero local. Se filmó esa parte desde un ángulo forzado y con la imagen difuminada que diera a entender que era la cabeza del protagonista, no una insinuación de lo que pensábamos acerca de él y su penosa actuación.


Capítulo 12.

EL PRECIO DE LA MUERTE





                24 de diciembre de 1975
                Habitación 5 de la casa hospital de Marrow.
                Ala de aislamiento.
                Código Rojo de Infecciones Contagiosas.
                La hermosa e insinuante enfermera Jenny abrió la puerta de la habitación acompañada de una persona. Parecía de su entera confianza porque entraron entrelazados por un abrazo y una especie de roce entre las mascarillas que recubrían sus rostros al no poder besarse directamente en esa zona del hospital. La enfermera dejó las carantoñas por un breve impasse y saludó al paciente tendido en la cama.
                – Mire, señor Jackels. Tiene la visita de un compañero.
                Jackels estaba completamente vendado y medio sedado por haber sido sometido recientemente a atención quirúrgica en las piernas a partir de las rodillas y en los brazos desde sendos codos, evitando de momento el avance de la cruel y novedosa enfermedad. Su rostro estaba en carne viva, protegido bajo una espesa capa de crema regeneradora y cicatrizante, incluida sobre los párpados, dificultándole la visión y poder comprobar así quién era el visitante.
                Reuniendo fuerzas de flaqueza, pudo articular dos simples palabras:
                – ¿Quién… es?
                La enfermera Jenny sonrió bajo la mascarilla. Toda su belleza, y los rasgos más anodinos del acompañante resguardados bajo la ropa protectora contra enfermedades infecciosas y contagiosas de primer nivel.
                – Es mi novio, tonto. Te acordarás de él. Willo. Es Willo.
                – Hola, Jackels – Willo se acercó hasta el borde de la cama para que el enfermo le viese bien. – Tantos días sin verte el pelo, amigo. ¡Jo…! Verte sin patas y pezuñas es como ver a una mosca con las alas arrancadas. Estás de lo más espantoso.
                – Lo peor de todo es que es transmisible de persona a persona. Como no nos marchemos de aquí en segundos… – mencionó Jenny altamente preocupada.
                – Ese doctor es un idiota de los pies a la cabeza. Cuando una cosa ya no sirve, se tira a la basura, ¿a que sí, amigo? Pero la comunidad tiene una suerte descarada de que yo esté aquí en estos momentos contigo.
                Jackels pudo entrever a duras penas como Willo extraía de debajo de la bata un cuchillo de enormes dimensiones, con el filo destellando a la luz de la lámpara de la cabecera de la cama.
                – ¿Te acuerdas, verdad? Pues ya sabes lo que te espera, amigo de los cojones – Willo no se lo pensó ni medio segundo, y se lo clavó siete veces en la tráquea para asegurarse bien que Jackels no saldría con vida de esa brutal agresión.
                La sangre fluía a borbotones, impregnando las sábanas de la cama de sangre. Jenny apartó la vista del horrible espectáculo.
                – Demontre. Lo hecho, hecho está.
                “Vayámonos de aquí. Tengo ganas de quitarme esta ridícula ropa y de tener un revolcón contigo en el pajar… – dijo Willo entre risitas.
                Entonces sucedió lo impredecible. Algo enorme y desconocido surgió desde debajo del lecho donde se hallaba el cuerpo mutilado y muerto de Jackels. La entidad misteriosa tenía dos metros de altura y estaba completamente recubierta de un espeso pelo largo. Su rostro carecía de ojos y orejas. Se guiaba por el olfato de su destacable nariz en forma de berenjena. Y su boca… Era de grandes proporciones, con unas mandíbulas repletas de dientes afilados color nácar.
                Willo no pudo impedir que el ser espantoso le aferrase con sus garras por el cuello. Jenny estaba quieta en el sitio, sin poder siquiera huir, paralizada por el terror, siendo simple observadora del trance en que aquella criatura arrancaba la cabeza de Willo y la lanzaba por la ventana. El cuerpo decapitado de Willo cayó inánime sobre el suelo, manando sangre por la hemorragia del cuello.
                El ser apuntó con uno de sus dedos hacia la enfermera.
                – Este no se merecía disfrutar de mi bendición, pero tú ya estás marcada para el goce del dolor y la mutilación – se comunicó la bestia con una voz inhumana y gutural. – Observa tus manos.
                Jenny obedeció instintivamente. Se las descubrió, quitándose los guantes de látex y pudo apreciar el estado en que las tenía. La piel se resquebrajaba como barro seco y se le caía a porciones si esta era rozada.
                La chica gritó presa de la histeria y del asco.
                Cuando lo hizo, el ser ya no estaba en la habitación.
               (Continuará…)


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La sacudida del alma. Capítulo Once.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010
Presupuesto destinado a la escena: 43 dólares con doce céntimos.
Detalle destacable: Estamos afrontando la parte más delicada del rodaje, y NO TENEMOS CASI PASTA. A partir de ahora hay que racionar cada dólar, cada céntimo. Estrujar el ingenio. Lo peor son los efectos especiales. Las escenas finales exigen esos efectos, y va a haber que conseguirlos de alguna forma nada costosa, empleando para ello el ingenio. En la escena 11, toma única como siempre, hemos utilizado la sala de reuniones del colegio, sin costo alguno. La gente de la localidad se ha volcado para hacer bulto y simplemente tuvimos que surtirles de limonada casera. Por lo demás, excelente la actuación del actor que ejerce de Doctor en la peli. Recordemos que lo suyo es extraer dentadura ajena con ayuda de unas tenazas…



Capítulo 11.

NAVIDADES MALDITAS



                Carnago Limb falleció el 23 de diciembre. El cuerpo médico de Marrow intentó ocultar las causas de su muerte, pero el modo tan fulminante en que obró la enfermedad acabando con su irrisoria existencia, hacía un imposible mantener el origen en una incógnita aún por resolver.
                A las pocas horas de la incineración del cadáver, el doctor Moonsefe decidió aclarar la clase de enfermedad desarrollada en el cuerpo de Limb en la sala de reuniones del colegio Saint Vicent “El Oteador” para calmar el nerviosismo ya imperante en el resto de la población.
                Ante una sala completamente abarrotada, y que se hizo pequeña, ocasionando cierta tensión y malos modos entre los ahí reunidos para encontrar siquiera un metro libre donde poder estar situado de pie, el médico cogió el micrófono con las dos manos.
                – A ver. Probando. Uno, dos, tres, probando – fue lo primero que dijo.
                – Pues no pruebe usted tanto, que ganará peso y se nos pondrá gordo – dijo una voz chillona, entre las carcajadas del resto.
                Moonsefe alzó una ceja y fue a lo suyo.
                – Bien. Buenas tardes a todos los habitantes de Marrow aquí concitados. El motivo por el cual nos hallamos aquí, en esta sala, no es otro que para esclarecer la súbita y terrible muerte del señor Carnago Limb Colombo.
                – Coño. No sabía que fuera pariente del detective de la tele – le dijo por lo bajo el comisario Riners.
                El doctor consiguió acallarle con una mirada severa.
                – Continúo. Voy a serles a todos ustedes  franco, explícito pero conciso a la vez. El señor Carnago Limb presentaba el siguiente cuadro de síntomas – Moonsefe extrajo una libreta del bolsillo de su americana. – Aparición de innumerables manchas de tono blanquecino con pérdida de sensibilidad en las zonas afectadas, dañando a los tejidos de piel y a los nervios, originando trastornos de movilidad en las extremidades tanto superiores como inferiores, con laceraciones en el rostro y pérdida capilar en los lugares correspondientes al cabello y al vello corporal. En la fase más severa de la enfermedad, llegaron las deformaciones y las posteriores mutilaciones, hasta que su sistema inmunológico colapsó al disponer simplemente del tronco y la cabeza tras las amputaciones necesarias practicadas en principio para impedirle la formación de la gangrena.
                La sala quedó en completo silencio por espacio de unos segundos, tratando de digerir el final horripilante que tuvo el infausto Carnago. Un hombre de unos cincuenta años, empapado de sudor por la falta de ventilación en la sala y el exceso de asistentes, alzó una mano.
                – Diga, Jacobo Orson –le dio permiso el comisario Riners.
                – En nombre de los tontos de culo del pueblo, le pido al muy respetable doctor que se nos deje de rodeos y nos diga de una puñetera vez de lo que murió el cabronazo de Carnago.
                Moonsefe se aflojó el nudo de la corbata antes de afrontar el acto más delicado de la reunión vecinal.
                – Bien. Señoras, señores. La enfermedad que ha sufrido el señor Carnago Limb Colombo es una variante independiente de la afección más conocida común y corrientemente  como la lepra. Este tipo de lepra se diferencia de la lepra ordinaria en su rapidez al extenderse por el cuerpo humano, anulando sus defensas y causando la muerte en escasos días.
                La comunidad de Marrow se inclinó por murmullar, atónitos y aterrorizados ante la noticia que les acababa de facilitar el doctor Moonsefe. El comisario Riners se aproximó al micrófono para intentar establecer orden en la sala.
                – Por favor. Un poco de mesura.
                – ¡Y una leche! ¡Si se me infecta un brazo y luego se me cae, voy a brincar de alegría, no te jode!
                – Pero es imposible – exclamó el ex bibliotecario, señor Twiiks. – Esa enfermedad está erradicada en los países más desarrollados.
                El doctor negó con la cabeza.
                – Verá, señor Turner. Ciertamente la lepra sigue existiendo en el hemisferio Sur, pero aún hay ciertos focos en las zonas más deprimidas de países avanzados, como Portugal y España, donde aún existen leproserías.
                – Pero estamos hablando de los Estados Unidos, tío – le dijo Townsed.
                – También tenemos algunos rincones donde hay enfermedades ya controladas, pero que brotan esporádicamente. Es por ello que esta lepra en cuestión al ser tan diferente al resto, es conocida como la nueva lepra norteamericana.
                – ¿Y desde cuándo se tiene conocimiento de esta variedad tan letal? ¿Acaso también es contagiosa? Porque tengo entendido que en la lepra más normal no lo es dada la inmunidad del 95 por ciento de la población mundial, salvo en casos excepcionales – continuó el señor Twiiks.
                – La nueva lepra norteamericana es única, señores y señoras. Ha surgido en nuestra localidad, y es más contagiosa que una simple gripe invernal. Así que recomiendo que las personas que hayan mantenido un contacto estrecho con el fallecido sean confinadas en el hospital y sometidas a un período de cuarentena – urgió el doctor Moonsefe.
                En ese instante se escuchó un grito enloquecedor. Se trataba de Jackels quien pataleaba entre convulsiones en el suelo. Levantó la cabeza y todos los asistentes pudieron observar que la piel de las mejillas se le caía a jirones conforme se rascaba el rostro con las uñas de las manos.
(Continuará…)


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