El compañero de piso que daba mala suerte al resto.

Bartolo Cuajones era gafe. Sus cualidades negativas eran indudables. Nunca supe cómo nos engatusó en la entrevista previa que Antonio y yo le hicimos como futuro compañero de piso. El caso es que superó la prueba. Era un tío joven y en principio serio. Sin vicios más allá de las juergas, pero sanas, sin probar cosas peligrosillas como las drogas y cualquier otro tipo de estimulante cerebral.

Nosotros dos somos solteros. Emancipados de casa y viviendo como adultos hechos y derechos, con trabajito  de setecientos euros. Antonio trabaja en un local de comida rápida y yo de conserje en un centro comercial. Vaya guasa que tiene el asunto. El alquiler de la habitación y los gastos en luz, agua y gas compartido nos dejaba a dos velas, razón por la cual tuvimos que buscar una tercera persona para recortar los gastos y así poder llegar a fin de mes con cincuenta euros mal ahorrados.
En fin. Finalmente decir que Antonio está estudiando para vigilante de seguridad, mientras yo soy un perezoso de la leche. Me veo de conserje toda la vida, con los setecientos euros adornando el interior de mi cartera de piel de becerro.
A lo que iba. El nuevo compañero, Bartolo Cuajones, tenía casi los treinta y nos dijo que curraba de noche en los fines de semana en los bares más movidos del centro de la ciudad. Vamos. Que el resto de la semana no hacía nada. Aunque no hacía el zángano por el piso. Solía estar ausente de día. Vete a saber lo que hacía.
Empecemos con los motivos del sambenito finalmente adjudicado al chaval.
A los pocos días de residir en el apartamento, está Antonio sacando del horno un pedazo empanada gallega prefabricada en todo su punto de cocción. Sale de la cocina para exhibirla, se tropieza con un pie del Bartolo y se nos va la empanada por la ventana abierta, aterrizando sobre la capota de un coche del vecino del tercero dejándolo bastante perdidito.
Menudas risas. Encima va el Bartolo y argumenta que la masa estaba dura, así que agarró la jarra de cristal y vació un litro de agua sobre los restos, dejando el vehículo más guarro que la nariz de un chucho vagabundo.
– Mira que tienes mala pata, tropezarte con la pezuña del Bartolo – le dije luego a mi colega.
– No sé. Tiene un no sé qué que me escama. Espero que no sea gafe – soltó Antonio con una medio sonrisilla de cabroncete.
Transcurrieron los días. Antonio repartía bofia en el restaurante de medio pelo donde curraba y  yo me limitaba a sonreír y a atender a la clientela simpaticona del centro comercial, con mi traje y mi corbata, otorgándome la imagen de un ejecutivo estresado al borde del suicidio.
El muchachete Bartolo iba a su aire. Llegábamos a casa, y no nos lo encontrábamos hasta las siete o las ocho de la tarde. Vamos, que el resto del día estaba más ausente que un mocosete haciendo novillos en el día de su examen de física cuántica.
Recuerdo que por esa fecha tuvimos una conversación acerca del mobiliario del piso. Antonio estaba encantado para el precio que pagábamos. Sobre todo presumía de su cama. Dormía a pata suelta buena cosa sin tener que recurrir a pastillas ni nada por el estilo. Ahí estábamos los tres en su dormitorio, contemplando su área de descanso, cuando Bartolo incidió en la firmeza del colchón y la buena madera con que estaba tallada la dichosa cama.
De ahí fuimos a ver el fútbol antes de recargar energías para el día siguiente.
Pues bien, a eso de las tres de la madrugada se escuchó un ruido tremendo procedente de la habitación de Antonio. Seguido de varios respingos.
Acudí junto con Bartolo a ver qué demontre pasaba, y vimos a nuestro compañero sentado en el suelo, con la cama tronchada por la mitad, el somier partido, la cabecera apoyada contra el escritorio y el colchón reventado con los muelles al aire, como si un tiranosaurio salvaje hubiera pasado por ahí confundiendo la cama con un becerro bien cebado.
– ¡Antonio! ¡Qué ha pasado! ¡Qué desastre! ¿Ya estás bien, niño? – le dije, muy preocupado.
Bartolo observaba el estropicio guardando un silencio muy respetable.
Antonio se llevó las manos a los pelos. Me miró con la estupefacción de ver que nuestro Osasuna ganaba en el Bernabéu por siete a cero.
– Yo… Esto… Soñaba con Sonia… Lo rica que está cuando se agacha para barrer el suelo del comedor, con la minifalda naranja… De repente escucho un “croc”, seguido de tres “poing, poing”, más un “catacroc”, y aquí me ves, que me despierto en medio de la batalla de las Termopilas. Mi pobre cama. Con lo robusta que parecía. ¡Y el colchón estaba en buen estado, jolines! ¡No entiendo lo que ha podido pasar!
– Seguro que te acaloraste en el sueño, y diste algún que otro empujón, chaval.- musitó Bartolo.
Esto me hizo de reír, pero Antonio estaba bastante mosqueado.
Al día siguiente mi amigo tuvo que pedir un anticipo a su empresa para adquirir un colchón nuevo, mientras sus padres le mandaban una cama desmontada, que es la que tenía en el cuarto de su propia casa cuando vivía a papo de rey.
Cuando terminamos entre los dos de montarle la cama, nos tomamos unas cervezas frente a la tele.
Antonio me miró un rato para al final confesar:
– Ese capullo trae mala suerte.
– Cómo dices.
– El Bartolo. Es gafe. Primero la empanada tan exquisita y ahora la cama tan resistente. Sin contar con la locura del destripamiento del colchón.
– Pudo haber intervenido un ente paranormal de esos.
– Nada, tío. Como siga esto así, habrá que buscarse nuevo compañero de piso.
– ¡Hala! Vas muy lejos, tío. ¡Ni que se nos hubiera caído la casa encima!
Dejamos la discusión por el momento.
Bartolo continuó viviendo con nosotros, pagando su parte del alquiler. No tenía ningún problema en hacerlo. Al revés que Antonio y quien les habla, que teníamos que recurrir a los dichosos anticipos.
Discurrieron unos diez días de lo de la cama, cuando nos tocó el turno de la limpieza de las escaleras y del portal. Bartolo se ofreció muy orgulloso. Antonio quiso ayudarle con los cristales, y justo en ese momento bajaba la vecina del octavo derecha. Una señora de unos cien kilos y con una mala uva muy destacable. El caso es que se deslizó por el suelo recién fregado del portal, con la mala fortuna de caer encima de Antonio, al que pilló desprevenido.
– ¡Socorro! ¡Quítenme a esta gorda de encima! – suplicaba, luchando por no morir asfixiado bajo el peso de la vecina.
Bartolo vino a alertarme de la situación, y entre los dos y el abuelete de noventa años del primero izquierda, conseguimos apartarla medio rodando por el suelo para que Antonio saliera del apuro.
Nada más fijarse sus ojos en Bartolo, se puso a gritar como un loco.
– ¡Idiota! Has puesto cera en el agua en vez de lejía.
– Huy. Vaya. Es que a veces tengo cada cosa…- le contestó Bartolo riendo a lo tonto.
Afortunadamente la vecina se recuperó del golpe y no nos denunció por negligencia en las labores de limpieza.
Cada vez Antonio estaba más convencido del mal fario de nuestro compañero de piso.
– Ya te digo que es gafe, jolines.
– Bueno. Han pasado unas cosas raras en muy poco tiempo.
– ¡Si! ¡Y siempre me ha tocado a mí sufrirlas! ¡Y desde que está él aquí con nosotros!
– Bueno, ya sabes. Esto de compartir piso es como la lotería. Que esté una temporadita más, y si ocurre algo más insólito, pues ponemos un anuncio en la prensa para encontrar otro que pueda pagar la renta.
El caso es que el tal Bartolo me caía bastante bien. Así que aprovechando una tarde que Antonio trabajaba a turno partido, mientras preparaba la cena, le puse al tanto de las creencias supersticiosas de mi amigo.
Bartolo se rió con la fuerza de un mono loco.
Hasta me pegó unas buenas palmadas en la espalda.
– ¡Se lo ha creído! ¡Qué bueno!
Yo lo miraba muy extrañado. En ese momento más pudiera pasar por un tío chiflado que por un tío que transmitiera mala suerte a quienes le rodean.
– Deja que te explique todo, soy Bartolo Cuajones en la vida normal, pero en mi faceta artística soy “El Gran Ridauro”. Soy mago ilusionista y también hago bromas a los clientes en los locales nocturnos donde realizo mis actuaciones.
“Efectivamente, me he estado divirtiendo un poco con tu amigo. Lo de la empanada fue un tropezón hecho a propósito, aunque no salió del todo bien, pues mi intención fue la de que Antonio saliera precipitado por la ventana y no la cena.
“Lo del colchón y la cama fue preparado cuando ninguno de los dos estabais en el piso. Utilicé un serrucho y el cuchillo jamonero. Aunque mis deseos es que Antonio hubiera acabado sepultado bajo los restos de la cama más dolorido que nunca en toda su joven vida.
“Lo del friegasuelos salió todo bien. Lo que me extrañó es que Antonio no se lastimara con la caída de esa mole humana sobre su espalda.
– Pero… Tus intenciones han sido de lo más malvadas.
– Bueno. Las bromas pesadas, son eso, bromas pesadas.
Aquella confesión me alteró visiblemente. Bartolo no era un gafe. Era un cabronazo, que con tal de divertirse a costa de los demás, no le importaba si pudiera ocasionar daño a las personas objeto de sus bromas.
– Se te acabó la diversión, Bartolo. Vete recogiendo tus cosas y largándote del piso. Eres todo menos un buen compañero. Si se entera de esto Antonio, es capaz de matarte.
En ese instante se abrió la puerta de la entrada. Era Antonio. Llegaba muy temprano para el turno que tenía por la tarde.
Su cara era todo un poema. Me miró con amargura. Desde la entrada, podía observar parte del perfil de Bartolo quieto de pie en el salón.
– Antonio, tengo que comentarte algo acerca de Bartolo – le empecé a decir.
Antonio no me hizo caso y se dirigió hacia la salita.
Cuando llegó allí se precipitó sobre Bartolo con violencia. Era un abrazo de lo más anormal. Me aproximé al instante, y vi la sangre manchando la ropa de ambos y goteando hacia el suelo.
Antonio dejó de abrazar a Bartolo, quien no tardó en caer desplomado, muerto por la acción del cuchillo que empuñaba mi amigo.
Este se me volvió con la desesperación en el rostro sudoroso.
– Ya te dije que este cabrón era un puto gafe. Mi jefe me ha despedido y justo cuando salía del local, mi hermana me ha llamado al móvil dándome la noticia de que han muerto mis padres en un accidente de tráfico.


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Introduciendo ligeras mejoras en Escritos de Pesadilla.

Bueno, por primera vez esto no va de un relato de terror y mucho menos de humor gráfico o de imágenes tremebundas que nos quitan el hipo nada más verlas.
Durante estos dos días pasados he estado jugando con las pestañas que los blogueros de blogger tenemos disponibles para las páginas adicionales. En ellas tengo reunidas todas las tiras cómicas, el humor gráfico, la presentación de mis personajes, las imágenes más escabrosas y un relato largo. El tema es que teniendo las pestañas justo debajo de la cabecera del blog, en algunos navegadores salían bien, pero en el explorer, era un desastre. Finalmente he decidido situarlo en el sidebar derecho, al principio del todo. Continúan las mismas pestañas principales. Pero con el añadido de una página nueva. 
Me ha costado, pero quitando la pereza, he decidido aglutinar todos los relatos colgados a lo largo de la historia de Escritos en una pestaña titulada “Todos los relatos de Escritos de Pesadilla”.
Lo he hecho en vista de que a pesar de ser este un blog eminentemente de relatos, los antiguos no los lee nadie ni de churro. Y el deseo de todo autor es que puedan ser leídos todos como si Escritos fuera en si un libro estilo E-Book.
Para ello he clasificado los relatos por categorías. El amante del terror sin más tiene su gran rincón ahí preparado para ser visitado. Pero también hay relatos de vampiros, de zombis, de hombres lobo, de posesiones diabólicas, de leyendas urbanas falsas, de asesinos en serie, de brujería, de asesinos ficticios, de la mafia contemporánea, de canibalismo, de ciencia ficción, y una miscelánea final donde hay relatos de diversa temática.
Para que mis estimados lectores y visitantes lo tengan todavía todo más fácil, cada título del relato tiene su enlace directo. Así, con un sólo click del puntero del ratón, podrán instalarse cómodamente en la historia elegida, retrocediendo a la misma página principal con clicar en el título “Todos los relatos de Escritos de Pesadilla” habida en el sidebar.
Me ha supuesto un potosí tener que enlazar todos los relatos, pero al final la página ha salido bastante resultona. También he probado todos los enlaces, y ya están todos bien corregidos, sin ningún fallo.
Desde Escritos os animamos a daros cuando queráis alguna vuelta por la nueva página, y sin prisa, ir leyendo algunos relatos que seguramente estaban pasando desapercibidos por lo atrás que estaban quedando en el blog.
También he dejado la posibilidad de dejar comentarios en la propia página, por si quereis dejar vuestra opinión personal de cómo ha quedado y si puede mejorarse.
Aunque ya me he quedado rendido de tanto comerme la pantalla del ordenador con los ojos, y tengo los dedos hecho puré de tanto teclear los enlaces dichosos, je je.
Un saludo, y gracias por la paciencia. 

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El error de Bertelok. (Bertelok error).

Bertelok era un demonio menor de la discordia. Su objetivo principal consistía en sembrar el caos y la incertidumbre en el discurrir de las andanzas de los seres mortales. Amén de recolectar almas para el fuego eterno. Su diferencia con el resto de los miembros del inframundo pecaminoso era una habilidad singular que le permitía adoptar una figura normal con apariencia humana, sin necesidad de tener que poseer un cuerpo verdadero.

Bertelok vestía llamativos ropajes , similares a los de un trovador, e incluso con la ayuda de ciertos silbidos conseguía atraer la atención de quienes le contemplaban. Pero aún a pesar de ser un demonio, se encontraba fuera de su hábitat natural, y debía de comportarse con cierta cautela para no ser descubierto. Pues si alguien adivinaba su lugar de procedencia, perdería su disfraz, debiendo de regresar con presteza a la seguridad de las mazmorras inferiores, donde el contenido de las calderas con ácidos bullentes era removido constantemente para ser aplicado sobre los cuerpos de los condenados. Una vez allí, sería castigado con tareas humillantes por el pleno fracaso de la misión, habida cuenta que se le permitía la salida al plano terrenal condicionada con la recolección de un número indeterminado de almas que contribuyeran al incremento de la población habida en el averno.
Bertelok, llevado esta vez por su extrema cautela, recurrió a la forma más sencilla de cosechar almas cándidas. Decidió visitar una aldea pequeña e inhóspita, de unos cien habitantes, ubicada en las cercanías de un terreno de difícil acceso por hallarse enclavado en la ladera empinada y escarpada de una colina rodeada por vegetación agreste muy tupida. Le costó sortear las plantas silvestres y los matorrales por su condición humana. Cuando alcanzó la entrada al insignificante poblado encontró cuanto ansiaba. Los hombres estaban ausentes por sus tareas y únicamente estaban las mujeres con los niños pequeños y los ancianos que apenas podían caminar erguidos por el supremo peso de los años.
Bertelok se acercó a una señora y le hizo una ridícula reverencia. Acto seguido la miró a los ojos, y sin musitar ni media sílaba, la convino a que le siguiese. Ella obedeció con docilidad, eso sí, andando muy despacio y arrastrando los pies. Así fue visitando cada choza y cada rincón de sitio tan miserable. Su capacidad de hechizar a la población femenina de la localidad hizo que congregase a treinta y siete mujeres en edad de aún poder mantener descendencia en lo que pudiera considerarse la plaza principal del pueblo. No tenía intención de reclutar a los habitantes enfermos, ni mayores ni de corta edad.
Bertelok las miraba medio satisfecho. Su lengua se deslizó por los labios con cierta lujuria, aunque no le estaba permitido mantener relaciones con la especie humana. Para ello, antes tendría que ascender en el rango del inframundo. Aunque cuando esto sucediese, sin duda escogería algo más decente.
Las mujeres permanecían quietas de pie, con la vista perdida como si estuvieran con los pensamientos congelados. Los brazos colgando a los costados. Las piernas estaban algo descoordinadas. Sus mejillas pálidas, como si evitasen el contacto del sol diurno. Algunas mantenían las mandíbulas desencajadas, mostrando una dentadura imperfecta.
Era su instante de gloria personal. Bertelok pronunció una única frase en un idioma desconocido para las aldeanas. Una recia neblina fue rodeándolas y cuando a los pocos segundos quedó dispersada, todas habían desaparecido camino al infierno.

Transcurrieron algunas horas. Los hombres del lugar fueron llegando poco a poco, con la ropa destrozada y colgándoles en harapos y la piel hinchada y recubierta de arañazos profundos. Se incorporaron a la vida propia de la aldea sin en ningún momento extrañarse de no hallar a ninguna de las mujeres. Tan sólo estaban las personas más ancianas y los niños en la localidad. Caminaban sin rumbo fijo, tropezándose los unos con los otros. A veces perdían algún miembro. Otras veces gruñían y se enzarzaban en alguna pelea que conseguiría empeorar su pésimo estado externo. Pasaban horas y horas. No descansaban en todo el día y continuaban durante la noche desangelada. Vagando de un lado para otro. Abandonando el pueblo, recorriendo las cercanías, sin poder ir más allá de las lindes por la espesura de la vegetación que les rodeaba, manteniéndoles apartados de la civilización.
En el pasado cercano fueron gente normal y sana, hasta que por causa de una extraña enfermedad o contagio, habían dejado de ser seres vivos, para limitarse a los movimientos inconexos de los muertos vivientes.
Pues ese había sido el grave error de Bertelok, y que sin duda le supondría una reprimenda de lo más severa, ya que aquellas mujeres que se había llevado consigo estaban desprovistas de toda vida, y sus almas hacía muchos días que emigraron a un lugar mucho más acogedor que el averno.


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En Escritos de Pesadilla estrenamos nuestras Misiones Sangrientas. Primera Misión: La Asociación de Obesos Insaciables.

Tengo el grato honor de anunciarles por fin el estreno de la tan esperada serie de gore y casquería puro y duro. Se llama Misiones Sangrientas. En ella, asaltaremos lugares emblemáticos y no dejaremos títere con cabeza, ja ja.
Hoy empezamos con los miembros de la elitista Asociación de Obesos Insaciables, ubicado en Peña Redonda De Los Jamonos (Navarra). El que menos, ingresa diez mil euros al mes, así que se lo tienen merecido en época de crisis galopante. 


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Noticia de Última Hora de lo más desagradable: Croqueta Andarina ha sido agredida mientras se entrenaba.

Ha sido cosa de hace escasos minutos. Nuestra entrañable atleta, Croqueta Andarina, en plena fase de preparación para las series clasificatorias de cara a la Olimpiada, ha sido atacada por un tío bestia.
A continuación ofrecemos las imágenes grabadas por un videoaficionado, de nombre Leopoldo Jamonero.


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Testimonios estremecedores del pasado: La carta del burgomaestre Johannes Junius a su hija Verónica.

Extracto de la carta original.

En esta ocasión, este post quiere reflejar la locura desatada en toda Europa durante la llamada Caza de Brujas.
Miles y miles de vidas ejecutadas de manera irreflexiva y sin ningún fundamento, generando un dolor inmenso a los familiares, quienes a su vez debían de huir para no ser relacionados con las personas ajusticiadas en los procesos abiertos en contra de la brujería y la hechicería.
Un país que destacó en las persecuciones y en las atrocidades de los métodos de tortura empleados para conseguir las consabidas confesiones de las personas acusadas de haberse posicionado a favor del diablo, no fue otro que Alemania. 
La sinrazón llegó a tales límites, que tanto la gente más humilde como la perteneciente a los estratos sociales más altos podían sufrir en sus carnes los tormentos más salvajes y sádicos. De estos testimonios surgían más nombres de gente acusada, quienes a su vez confesaban ampliando la lista de los nombres de los supuestos practicantes de brujería.
Evidentemente, en Escritos no vamos a especializarnos en artículos de esta naturaleza. Para ello hay compañeros y compañeras con blogs y webs que tratan el tema de la brujería de manera excelente y detallada.
Si expongo este caso, es por la emotividad que transmite la lectura de la carta de Johannes Junius a su querida hija.
Johannes Junius era el  burgomaestre de Bamberg, cuyo proceso celebrado en 1628, es descrito en las actas judiciales de la época.

La carta escrita y dirigida a su hija Verónica que consiguió sacar de la prisión, está conservada de manera milagrosa. Un documento que revela la sinrazón, los horrores, durante la brujo manía. Demencia, crueldad sin límites, en contraste con el espíritu noble y puro de un hombre que ve como su estado normal como persona es transformado hasta la destrucción física más terrible e insoportable.
La localidad de Bamberg fue centro de duras persecuciones contra quienes supuestamente profesaban culto al diablo. En esa época gobernaba el príncipe obispo Johann Georg II (1623-1633), responsable de que seiscientas personas fueran quemadas vivas, entre ellas personalidades destacadas: un canciller y cinco burgomaestres. Johannes Junius ejerció como tal desde 1608 hasta la fecha de su detención. Tenía cincuenta y cinco años. Antes de ser detenido decidieron ejecutar a su esposa por brujería. Ese es el motivo por el cual la carta está dirigida directamente a su hija, sin mencionar a su esposa.

Ahora les dejo con la lectura de la conmovedora carta:

Carta del burgomaestre Johannes Junius a su hija Verónica.
(24 de julio de 1628)
Buenas noches cientos de miles de veces, queridísima hija Verónica. Entré en prisión inocente, inocente he permanecido mientras me torturaban e inocente moriré. Pues quien entra en la prisión de los brujos, o se hace brujo o lo atormentan hasta que inventa algo y – Dios tenga misericordia – se le ocurre cualquier cosa.
Voy a contarte lo que me ocurrió a mí.
Cuando me torturaron por primera vez estaban presentes mi cuñado, el doctor Braun, el doctor Kötzendörffer y otros dos doctores desconocidos. El doctor Braun me preguntó: “Pariente, ¿cómo has llegado hasta aquí?”. Yo le contesté: “Por falsedades y desgracias.” “Pero tú eres brujo – replicó -, ¿confesarás voluntariamente? Si no, traeremos testigos y al verdugo.” Yo dije: “No soy brujo. Tengo la conciencia tranquila. Aunque hubiera mil testigos, no me preocuparía. Estoy dispuesto a oírlos.”
Entonces trajeron ante mí al hijo del canciller, quien aseguró haberme visto. Yo pedí que le hicieran prestar juramento y que lo interrogaran legalmente, pero el doctor Braun se negó. Después trajeron al canciller, el doctor Haan, y dijo lo mismo que su hijo. A continuación vino Höppfen Ellse. Dijo que me había visto bailar en Hauptsmorwald, pero no quisieron que prestara juramento. Yo dije: “Jamás he renegado de Dios y nunca lo haré. Que Dios me libre de tal cosa. Prefiero sufrir cualquier castigo.”
Y entonces – ¡que el Dios de los Cielos tenga misericordia!- apareció el verdugo y me puso las empulgueras, con las manos atadas, de modo que me salió la sangre a chorros de las uñas y de todas partes, y durante cuatro semanas no he podido utilizar las manos, como podrás observar por mi caligrafía.
A continuación me desnudaron, me ataron las manos a la espalda y me colocaron en la estrapada. Creí que había llegado mi último momento. Me izaron ocho veces y me dejaron caer otras tantas y padecí dolores terribles. Le dije al doctor Braun: “Que Dios te perdone por maltratar así a un hombre honorable e inocente.” Él replicó: “Eres un bellaco.”
Y esto sucedió el viernes, 30 de junio, y aguanté el suplicio con la ayuda de Dios. Cuando el verdugo me llevaba a la celda, me dijo: “Señor, os ruego, por el amor de Dios, que confeséis algo, aunque no sea verdad. Inventad algo, porque no podréis resistir el tormento a que os van a someter, e incluso si lo soportáis, no quedaríais libre, ni aun siendo conde. Os torturarán ininterrumpidamente hasta que admitáis que sois brujo, como ocurre en todos los procesos, porque todos son iguales.”
Después llegó Georg Haan y dijo que los miembros de la comisión habían dicho que el príncipe obispo quería que yo sirviera de ejemplo para escarmiento de todos.
Como me encontraba en un estado lamentable, rogué que me concedieran un día para reflexionar y que me enviaran un sacerdote. No me dejaron ver a un sacerdote, mas me concedieron el día de reflexión. Querida hija, mi situación era terrible. Tenía que decir que soy brujo aun sin serlo; tenía que renegar de Dios, aunque jamás lo he hecho. Pasé todo el día y toda la noche profundamente afligido, pero al fin se me ocurrió una idea. Como no me habían llevado a un sacerdote, podía pensar algo y contarlo. Sin duda sería mejor que lo dijese simplemente con la boca, aunque no lo hubiera hecho de verdad; después, podría confesarlo al sacerdote y que respondieran de la mentira quienes me obligaban a ella… Y por eso hice la siguiente confesión, que es totalmente falsa.
Carta original de Johannes Junius a su hija.
A continuación te cuento lo que hube de confesar, querida hija, con el fin de librarme de la terrible angustia y los crueles suplicios que ya no podía soportar.

(Lo que viene seguidamente es la confesión de Johannes Junius a su hija casi idéntica a la que aparece en las actas.)

Entonces tuve que decir a qué personas había visto (en el aquelarre). Dije que no las había reconocido. “Viejo granuja, el verdugo se encargará de ti. Di, ¿acaso no estaba allí el canciller?” Contesté que sí. “¿Y quién más?” Repliqué que no había reconocido a nadie más. El dijo: “Vayamos calle por calle. Empieza por el mercado, continúa por una calle y después por la siguiente.” Tuve que dar los nombres de varias personas. Después la calle larga (di lange Gasse). No conocía a nadie, pero tuve que decir ocho nombres. Después en el Zinkenwert, otra persona, y a continuación recorrimos el puente de arriba, hasta llegar al Georgthor. Allí tampoco conocía a nadie. Si conocía a alguien en el castillo, fuera quien fuese, tenía que hablar sin temor. Y así fueron preguntándome en todas las calles, pero yo ni podía ni quería añadir nada más. Volvieron a ponerme en manos del verdugo, le dijeron que me desnudara, que me afeitara todo el cuerpo y me torturase. “El muy bribón conoce a alguien en el mercado, una persona con la que va a diario, y no quiere decir su nombre.” Se referían al burgomaestre Dietmeyer y también tuve que denunciarlo.
A continuación tenía que explicar los delitos que yo había cometido, pero no dije nada… “¡Izad a ese bribón!” Entonces dije que pensaba matar a mis hijos, pero que en su lugar había sacrificado un caballo. No sirvió de nada. También confesé que había robado una hostia consagrada y que la había enterrado. Después me dejaron en paz.
Y éstos, hija mía queridísima, son mis actos y mi confesión, y por ellos voy a morir y es todo mentira e invención, así que Dios me ayude, pues me obligaron a hacerlo bajo la amenaza de someterme a suplicios aún peores que los que ya había padecido. Pues no cesan de torturarte hasta que confiesas algo; si alguien es tan piadoso, necesariamente ha de ser brujo. Nadie se libra, ni aunque sea conde. Si Dios no envía algún medio para que brille la luz de la verdad, quemarán a todos nuestros familiares. Dios, que está en los cielos, sabe que yo no sé nada, absolutamente nada. Moriré inocente, como un mártir.
Querida hija, mantén esta carta en secreto, con el fin de que nadie la descubra, pues en otro caso me atormentarán sin piedad y decapitarán a los carceleros, ya que está terminantemente prohibido… Querida hija, dale a este hombre un tálero… He tardado varios días en escribir esto… Tengo las manos destrozadas. Me encuentro en un estado lamentable…
Buenas noches, hija mía, pues tu padre, Johannes Junius, no volverá a verte jamás.
Finalmente Johannes añadía una posdata:
Querida hija, seis personas han declarado contra mí: el canciller, su hijo, Neudecker, Zaner, Hoffmeister Ursel y Höppfen Ellse. Todos los testimonios son falsos. Me han dicho que los han obligado a hacerlo y me han pedido que les perdone en el nombre de Dios antes de que los ejecuten… Sólo pueden decir cosas buenas de mí. Los obligaron a confesar, igual que a mí.


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Apuestas ilícitas serbias. (Serbian illegal betting).

– ¡Estáis locos! ¡No lo hagáis! ¡Por favor! ¡Pensad en el futuro de mis hijos! ¡Soy viudo! – suplicó Miroslav Banic, endeudado hasta las cejas bien pobladas de su rostro anguloso y cetrino.
– ¡A callar, inútil! – fue la contestación tajante de uno de los esbirros.
Este se llamaba Stanislav. A una orden recibida por el walkie talkie, procedió a amordazarlo sin miramientos. Mientras lo hacía, Lugos continuó embardunando el cuerpo maniatado y desnudo de Miroslav por delante con manteca de cerdo derretida.
Los tres estaban situados en el borde de la azotea de una vieja nave industrial abandonada, a las afueras de la ciudad de Kikinda.
La tarde estaba nublada con formaciones grises irregulares en constante rápido desplazamiento por el cielo motivado por un fuerte viento  procedente del norte. Igualmente hacía frío, transformando los últimos minutos de Miroslav en un melodrama de lo más desagradable.
Diez metros más abajo, en el asfalto cuarteado ubicado frente a la entrada principal de la deteriorada fábrica, había una gran aspa marcada primero con tiza y luego resaltada con pintura de coche en espray de color blanco esmaltado. Muy cerca de ese punto se hallaban estacionados nueve coches de lujo importados del mercado negro. Formando un medio círculo a una distancia prudencial de la marca estaban congregadas quince personas, trece hombres  y dos mujeres, afrontando de pie el tiempo desapacible ataviados con indumentarias extremadamente elegantes para una reunión tan atípica. Compartían unas pizarras, donde iban anotando cifras de dinero relativamente altas.
De entre el conjunto de asistentes parecía destacar un hombre en especial. A una indicación suya, terminaron todos de hablar entre sí de manera frenética, esperando con ansia el resultado de la prueba a la que iba a ser sometido Miroslav.
El individuo  utilizó el walkie talkie personal para ordenar a sus dos subordinados que había llegado la hora de que Miroslav pagara su enorme deuda con él contraída por su afición a las partidas clandestinas de póker.
Stanislav y Lugos sujetaron con cuidado el cuerpo grasiento de Miroslav y aplicándole un empujón lo más coordinado posible, se encargaron de arrojarlo al vacío.
Los ojos espantados de Miroslav contemplaron la inmensa rapidez con que la ley de la gravedad atraía su cuerpo inmovilizado contra la dureza del firme, muriendo al instante nada más recibir el brutal impacto.
Evidentemente, su muerte fue insignificante para las personas presentes. Lo realmente importante era observar la postura adquirida al precipitarse sobre el asfalto. Contrariamente a una de las perversidades en el orden del universo que sostiene que la tostada tiene muchas posibilidades de caer del lado de la mantequilla, el cuerpo del difunto estaba posicionado sobre el costado derecho donde no había sido impregnado superficialmente de la misma forma que lo estaba su rostro, pecho, abdomen y parte correspondiente de los brazos y piernas.
Pero claro, Miroslav no era ninguna tostada, por mucho que estuviese untado de manteca.
Conforme Stanislav y Lugos bajaban del tejado de la estructura en estado de peligro de derrumbe dado su enorme deterioro, para luego hacerse cargo de la desaparición física del cadáver, los apostadores que habían acertado con la posición final del cuerpo estaban recogiendo con cierto regocijo las ganancias lucrativas derivadas de semejante apuesta ilícita serbia…


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Mi sobrino Gurmesindo y su manera de quitarse de encima a su novia del colegio.

Mi sobrino Gurmesindo tiene una admiradora femenina en el colegio donde cursa séptimo desde los ciento veinte últimos años. Se llama Marta. Es una chiquilla muy maja. Rubita. Algo charlatana. Pero en fin, el amor infantil que ella siente por Gurmesindo no es correspondido por este, así que para conseguir enamorarlo un poquillo, la he invitado al castillo de Escritos. Le he dicho que si acude al cocinero Bogus Bogus, este puede prepararle un pastel de Amor al Primer Mordiscazo. Lo malo es que Gurmesindo ha estado atento a la jugada, y a su vez se ha confabulado con Bogus Bogus y con uno de mis zombis de la brigada de la limpieza para conseguir deshacerse de la muchacha. En fin, esperemos que con los años, mi sobrino se deje atrapar por un ligero halo de romanticismo. Si no, será un nuevo solterón dentro del linaje de los Maléficos, ja ja.


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Rincones simbólicos y extraños: La colina de las cruces en Lituania.

Es un pequeño montículo ubicado a 13 km. de la ciudad lituana de Siauliai. Según se sabe, la tradición de colocar cruces data desde hace bastantes siglos, siempre cuando el pueblo lituano estuvo oprimido y se rebelaba en las guerras contra sus enemigos. Así hasta la época más cercana, donde el régimen de Moscú quiso en infinitas ocasiones hacer desaparecer la colina al considerarla un enclave simbólico de la resistencia lituana en contra de la imposición comunista. Pero sus intenciones finalizaban siempre en fracasos, pues si aplanaban la colina con el paso de bulldozers, a las pocas horas volvían a surgir cruces anónimas que desafiaban a la dictadura. Finalmente, tras una década de lucha por la supervivencia simbólica del lugar, La Colina de las Cruces fue dejada en paz de una vez, acumulándose ya sin cesar, desde 1985, miles y miles de cruces y demás ornamentos religiosos católicos, dotando a la zona de un cierto aire místico que atrae a miles de turistas que se acercan a la colina como parte de su recorrido por el país. 



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Torturas psicóticas en la América Profunda.

Es un hecho terrible. Perturbador. Nuestra enviada especial de Escritos de Pesadilla en la América Profunda (USA), la candorosa Croqueta Andarina, nos comunica de la existencia de un demente psicópata obsesionado por los personajes de los dibujos animados de Walt Disney. 
Este individuo peligroso secuestra a cualquier inocente niño que pilla fumando a escondidas en los callejones más abandonados, y tras unos días de transformación, los libera, no sin antes colgar en youtube las imágenes que pueden apreciarse a continuación.

Tortura psicótica número uno: “Las orejas de Mickey Mouse”.

El muy desalmado ha cortado las orejas naturales del niño para sustituirlas por unas enormes del ratón Mickey Mouse cosidas a la piel con grapas inoxidables.


Tortura psicótica número dos: “La trompa de elefante disecada”.

En este caso al pequeñuelo le ha sido arrebatada su hermosa nariz, para ser sustituida por una enorme trompa de elefante disecada adquirida en la tienda de un anticuario de la Pequeña Manchuria. Reseñar que la fijación ha sido con el uso de un pegamento industrial, condicionando la vida del niño tanto en su fase juvenil como adulta.


Como siempre, hemos de mantener en secreto la identidad de sendas víctimas por ser ambos menores de edad, aunque Croqueta Andarina es tan metomentodo, que nos comenta que el de las orejas es Mathew Cucumber, de doce años, matón del colegio Saint Drewton, y el de la pedazo protuberancia elefantina, Alex Trinidad, de catorce años y contrabandista de parches de nicotina en el barrio italiano de la localidad de Creature Lane.
Dos jovenzuelos traumatizados para el resto de su existencia. Vilipendiados y burlados por sus ridículas caras, y todo por culpa del torturador psicótico de la América Profunda.
Esperemos que las autoridades locales no tarden en dar con el paradero de semejante monstruo, para así ser obligado a pagar los correspondientes derechos de imagen y de autor de la compañía Disney.

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