Malos vecinos

Aquella familia estaba compuesta por marido, mujer y un hijo adolescente de trece años. Nada más verlos llegar para establecerse en la localidad, residiendo como vecinos en la casa de al lado, un presentimiento turbio le hizo intuir de manera drástica y sin sutilizas que algo raro pasaba con ellos.
Él era escritor de nulo éxito, pero tenía un gran conocimiento de la personalidad de la gente.
El cabeza de tan peculiar nueva familia era Patrick Reck. Un tiarrón de casi dos metros, pero de espalda encorvada y con una ligera cojera en la pierna derecha, motivo por el cual se servía de un bastón de marfil, y eso que no tendría ni los cuarenta.
La mujer se llamaba Fravilia. Era supuestamente descendiente de italianos. Al contrario que su esposo, ella medía metro sesenta, pesaba sus buenos ciento veinte kilos y su rostro tenía un cierto parecido con el semblante sombrío y nocturno de una lechuza, donde las enormes lentes se asemejaban a los ojos del ave en cuestión.
Con respecto al hijo único de la familia Reck…
Su nombre de pila era Leopoldus. Su estatura era de lo más ordinaria entre los chavales del pueblo, con la salvedad de su anatomía esquelética y casi cadavérica. Su tez era blanquecina, los ojos hundidos en sus cuencas, las cejas pobladas y prominentes, la nariz mordida en su aleta izquierda y los labios visiblemente amoratados. El resto del tono de la piel era descolorido. Al poco de residir la familia Reck en el pueblo, los críos le pusieron el mote de “Pesadilla”. Aunque semejante burla duró poco porque el muchacho sabía emplear un tipo de arte marcial de lo más exótico, dejando a más de uno con los huesos magullados y la cara hinchada. A raíz de emplear esta autodefensa personal, los padres de los niños del pueblo les prohibieron a estos acercarse a Leopoldus nada más salir de clase, y mucho menos arrimarse a su casa.
Decididamente, los Reck eran una familia atípica, nada deseables como vecinos.
Él lo supo cuando desapareció su perro fox terrier, “Malas Pulgas”. Al volver del trabajo no lo encontró por el jardín ni por las dependencias de su hogar. Eran las dos de la tarde, y media hora después, le llegó un fuerte olor a barbacoa procedente de la parte trasera de la casa de sus horribles vecinos. Se asomó a la valla, y los encontró degustando carne cortada en dados, ensartados en banderillas de madera. Sus mandíbulas se movían en consonancia con el hambre que tenían, masticando como si llevasen todo el día en ayunas.
Fue entonces cuando reparó en la cabeza de “Malas Pulgas”. Estaba decapitada, situada en un charco de sangre, no muy lejos del festín culinario de los Reck.
Aquella pérfida familia se había apropiado de su perro y se lo estaban asando a la barbacoa.
Su corazón le dio un vuelco. Se sentía al borde de un desmayo. Como pudo, se alejó de la valla de separación de ambas viviendas y se introdujo en su casa por el saloncito, dejándose caer sobre el sofá. Hizo lo posible por controlar el ritmo de su respiración. Discurridos cinco minutos, ligeramente recuperado de la conmoción de saber que su perro fox terrier había sido vilmente asesinado por la malnacida familia Reck, estuvo por llamar a la policía local, con intención de interponer una denuncia. Pero su amor propio le hizo de dirigirse al cuarto donde guardaba sus armas. Recogió la primera que le quedaba más a mano, una escopeta de repetición de calibre 12.
Cegado por la ira, encaminó sus pasos hacia la parte trasera donde su propio jardín y el de los Reck quedaban separados por la valla de madera rústica. Al asomarse sobre ella, ganando altura sobre una silla, vislumbró a los tres miembros que en ese instante estaban tomando un granizado de limón como postre. Patrick le sonrió con desdén, antes de perder toda la dentadura y parte de la nariz de un certero disparo, falleciendo de inmediato. Fravilia se quedó estupefacta por su reacción desproporcionada. Esos segundos de indecisión le costaron dos disparos en el estómago, haciéndola sufrir muchísimo antes de morir delante de su hijo Leopoldus, quien permanecía arrodillado a su lado, llorando como una magdalena.
Aquel niño era el mal encarnado. De los tres componentes, seguramente era el más nocivo y perverso.
Recargó su arma, presto a culminar su venganza…
No le dio tiempo a apretar el gatillo.
Leopoldus se alzó sobre la valla, situándose a su lado con la agilidad de una ardilla. Estaba agachado. Encogido como un muelle tenso. Acercó su rostro a la corva derecha del vecino y le mordió con tal virulencia, que el dolor le hizo de dejar caer la escopeta sobre la hierba.
– ¡Hijo de Satanás! – aulló, desesperado.
Entonces…
Las voces de Patrick y Fravilia llegaron muy cercanas.
Miró un segundo al frente, y se los encontró al otro lado de la valla. Patrick con la boca destrozada. Fravilia con las manos cubriéndose el regazo ensangrentado. Ambos rieron de manera endemoniada.
– Primero fue tu condenado perro.
“Esta noche serás tú a quién devoremos…
Marido y mujer brincaron por encima de la valla, y sumándose al hijo, llenaron el cuerpo del escritor con docenas de brutales dentelladas, que le costaron la vida, y con ello, ocupar sitio en la parrilla de la barbacoa nocturna de la familia Reck.