Relato corto de terror vampírico: "Guerra de Sangre".


Peter Wicks estaba dando su paseo nocturno de las diez de la noche antes de regresar a casa para dormir. Ya había cenado en un local de comida rápida justo después de haber finalizado su turno de tarde de doce horas como guarda en un edificio en ruinas. Le encantaba estirar las piernas después de haber comido. Lo hacía de forma parsimoniosa, pues al ser un solterón de cuarenta y cinco años nadie aguardaba su regreso a casa para reprocharle su tardanza. Hacía un poco de frío y soplaba un viento del norte molesto. Oteó el cielo, vislumbrando unas cuantas nubes apelmazadas entre si que pronosticaban la cercanía de la lluvia. Así que en un determinado momento aceleró el ritmo impuesto a sus piernas. No llevaba puesto ningún impermeable ni tampoco disponía de un paraguas y no era cosa de arriesgar a mojarse más de lo necesario.
Siendo vigilante, el grueso del salario venía derivado de las horas extras acumuladas, y un catarro imprevisto podía fastidiarle la paga del mes siguiente. Peter encaminó su rumbo hacia su casa. Las calles estaban casi desiertas de transeúntes, y el tráfico era escaso. Dobló una esquina para encarar las tres manzanas que distaban del edificio en dónde él residía cuando vio una figura femenina que se dirigía hacia donde estaba él. Corría desesperada sin dejar de mirar hacia atrás. A unos cuantos metros de ella le estaba siguiendo un hombre vestido con un traje negro. Peter reparó sucintamente en la belleza de la joven. Tendría unos veinte años. Alta, estilizada, de larga melena rubia asentada por un pañuelo rosa sobre la frente. Vestía una cazadora entallada verde chillón con una minifalda negra, panties y zapatos de suela plana a juego. La muchacha llegó ante él y casi se le echó encima. Peter abrió los brazos por instinto y acogió el cuerpo de la desconocida. La nuca de ella pegada a sus labios. Su perfume era muy penetrante. El perseguidor se plantó a los pocos segundos delante de los dos. Peter no sabía qué hacer. El visitante le miró con odio y desprecio. Se le resaltaban los músculos del cuello.
La chica giró su rostro hermosísimo hacia Peter.
– ¡Ayúdeme, por favor, señor! Este hombre me ha estado siguiendo toda la noche y ha intentado asaltarme en una callejuela. Me he podido zafar de sus intenciones en un descuido, justo cuando ha intentado maniatarme con unas cuerdas- se explicó la joven con el rostro suplicante.
El extraño soltó una carcajada despectiva.
– ¡Mentirosa! Lo que menos pretendo es mantener relaciones sexuales contigo – habló con una voz recia y seca. Miró a Peter y se solazó con su indecisión. – Aunque tal vez al caballero sí que le interese meterte un poco de mano. ¿A que sí buen hombre? Paula es una jovenzuela de muy buen ver, lujuriosa y lasciva. Y le encanta el bondage. Y las azotainas en el trasero. Es una chica muy traviesa.
– ¡Cerdo! ¡Insolente! – Paula se volvió de nuevo a Peter y se agarró con fuerza a sus hombros. – No crea nada que le diga, señor. Este salvaje es un completo desconocido para mí. Un violador que buscaba saciar su apetito esta noche conmigo. Yo simplemente volvía de una fiesta en casa de unas amigas.
– ¡Sus amigas son las más zorras de la ciudad, señor! – bramó el hombre del traje oscuro. – Ya estoy harto de esta charlotada, Paula. Yo sé bien lo que tú eres. A la vez que tú conoces mi verdadera identidad.
El hombre buscó algo bajo la chaqueta. Peter estaba temblando de la cabeza a los pies. Aquella situación le desbordaba por completo. Empezó a dudar que en realidad todo fuera la fuga de una chica de las garras de su acosador. Quiso que la chica se soltase de su cuello, pero fue tarea casi imposible.
Entonces vio lo que aquel individuo extraía de debajo de su chaqueta.
Una pistola con un silenciador.
Apuntó directo al costado de la joven llamada Paula.
flop
– Nooo
Un segundo tiro alcanzó el parietal derecho de la muchacha, haciéndolo estallar en fragmentos de hueso, salpicando el rostro de Peter. La joven perdió fuerza en su agarre, y con los ojos perdidos, fue separándose en su abrazo hasta desplomarse sobre el suelo.
Peter quedó conmocionado.
Temió que aquel loco decidiera seguir practicando su eficaz puntería contra su persona. Para su propia sorpresa, el agresor puso a resguardo el arma bajo su ropa de nuevo y se acercó al cuerpo caído de Paula para asegurarse de que estaba muerta. Se agachó y comprobó los dos orificios de entrada. La sangre estaba formando un charco alrededor de la silueta medio encogida de la chica.
– Perfecto. Hay que ver cuánta sangre atesorabas ya, pequeña – comentó el hombre. Desde su postura buscó la personalidad paralizada de Peter Wicks. – No se habrá creído usted toda la patochada que le había contado Paula, ¿verdad?
Peter tardó en responder. Sus manos temblaban como la gelatina.
– No se si será usted un violador, pero un cruel asesino a sangre fría sí que lo es – respondió al fin.
El hombre negó con la cabeza. Se volvió hacia Paula y la sujetó por la cabeza, haciendo de girar su cuello.
– Mire esto – dijo, orgulloso.
Separó ambos maxilares de la joven.
Un par de colmillos afilados en cada hilera de dientes quedaron al descubierto.
Cerró la boca de la preciosa Paula, ahora ya muerta, y se incorporó de pie para situarse de frente con Peter.
– ¿Qué opina ahora? – le inquirió.
Peter mantenía la mirada puesta en la nuca de Paula.
– ¿Era una vampira?
– No del todo. Es más bien una sirviente de una de ellas. Y las amiguitas que he mencionado antes son las restantes siervas a las que estoy buscando.
– Al no ser una vampira, al tratarse, como usted dice, de una sirviente, ¿era necesario haberla matado?
– Necesario, no. Era una obligación. Si no llego a perseguirla, igualmente se habría topado con usted. Con sus encantos naturales, le habría sacado hasta la última gota de su sangre. Las siervas de Adelaida, que es así como se llama su Ama y Señora de la Oscuridad Infinita, tienen la misión de acumular más sangre de la que puedan necesitar en sus cuerpos. Luego se reúnen con ella en algún lugar secreto para proporcionársela. Es una forma de conseguir su alimento sin arriesgarse a ser cogida por sus enemigos. Y si pierde alguna sierva por el camino, la reemplazará con otra infeliz víctima. Con no abastecerse con toda la sangre de su cuerpo, esta quedará convertida en esclava de Adelaida.
Peter estaba petrificado por el horror.
– ¿Y usted quién es? – se animó a preguntar a aquel hombre extraordinario.
– Yo soy…
Separó ambos labios.
Unos enormes colmillos quedaron al descubierto.
– Soy Isaías. Un vampiro contrincante de Adelaida. Aunque usted no lo crea, entre nosotros también tenemos nuestras rencillas particulares.
“Por cierto, estando usted tan cerca… Me viene de perlas reclutarle como un nuevo siervo mío.

Cuando Peter quiso darse de cuenta, ya estaba siendo poseído por las fauces del vampiro.

Sucedió en un instante

 1.        

                     Los gritos eran agónicos. Eternos. Incesantes. El dolor estaba implantado dentro de la persona que lo sufría. Ellos dos lo oían cuando descendían por los escalones que conducían al sótano. Al otro lado de la puerta, asegurada esta por seis cadenas y seis candados, se percibían los golpes de un cuerpo contra las paredes, las columnas de sustentación y la propia entrada de acero. El suelo trepidaba como si mediase un movimiento sísmico que hubiera conseguido hacer temblar con fuerza objetos y muebles si el local dispusiera verdaderamente de ellos. Ambos se miraron. Igualmente observaron a la joven que les acompañaba en contra de su voluntad. Estaba maniatada, con unos grilletes en los tobillos y amordazada. Su frente estaba perlada de gotas finas de sudor. No hacía calor, pero la tensión del momento estaba facilitando que su cuerpo transpirara. Mientras uno de ellos la sujetaba, el otro iba introduciendo las llaves en los diferentes candados. Cuando retiró el último, abrió la puerta con cierta precaución. El interior estaba a oscuras. Una ráfaga de olor de lo más hediondo le hizo de aguantar la respiración, protegiéndose con un pañuelo sobre los orificios nasales. Buscó el interruptor ubicado al otro lado del quicio de la puerta y encendió la luz.
                Con el sótano iluminado, obligaron a que la muchacha se adentrase, cerrándole la puerta a sus espaldas, colocando las cadenas y asegurando que no pudiera salir con los recios candados.
                Se fueron retirando, ascendiendo los escalones, mientras una voz potente, procedente desde el otro lado de la puerta,  mascullaba en latín:

                “Corrupta sum, ille status immortali.”
                (“Corrupto soy, y esa es mi condición eterna.”)

2.
        Sucedió en un instante. Su liberación fue la causante de tanto dolor y de infinitas muertes.

               
3.
        Claro García pertenecía a la unidad de asalto. Con él iban cinco compañeros más. Todos a las órdenes del teniente Tax Edwards. En esta ocasión, su misión consistía en acometer un registro de una casa en la pequeña localidad del estado de Nueva York, llamada Shutton Place. La hora elegida fue las once de la noche, cuando la mayoría del vecindario ya estaba casi durmiendo.
                Equipados con visión nocturna, blindaje defensivo y rifles de asalto con silenciadores, se posicionaron en la entrada lateral izquierda de la casa. El compañero Rick Delio situó una mini cámara por debajo de la puerta para comprobar que la cocina estaba desocupada.
                – Acceso libre – dijo por el transmisor ubicado cerca de sus labios, transmitiendo la situación al resto del equipo y a los dos componentes de la Unidad Móvil, estacionada a una manzana de distancia.
                – Recordad que hay que asegurar a los objetivos. Si no peligra su situación, la fuerza letal está permitida – les llegó la orden del teniente Edwards.
                Claro García asumió el reto de abrir la puerta. Estaba cerrada bajo llave. Insertó una ganzúa que les  facilitó el acceso al interior. Apenas se creó ruido que pudiera relevar su entrada en la casa. Los seis fueron avanzando por la cocina, con la visión nocturna conectada y apuntando con sus armas de tal manera que todos quedaban bien cubiertos por si hubiera una irrupción violenta por parte de cualquiera de los ocupantes de la vivienda.
                – Los individuos en cuestión son dos – se encargó de refrescarles la memoria el teniente.
                La cocina quedó despejada, así que continuaron por el pasillo de la planta baja que comunicaba con el salón y con el supuesto dormitorio de uno de los sospechosos.
                Los haces de luz acoplados a los rifles iluminaban en tonos grises los lugares y rincones a donde apuntaban. Fueron a la sala de estar. Comprobaron que allí no había nadie, excepto la suciedad manifiesta y el desorden de los muebles. En ese instante, el teniente les indicó que había que desdoblarse.
                – García y Delio, equipo Alfa, conmigo al piso superior de la casa. El resto, equipo Delta, que registre ese dormitorio y la parte trasera del jardín. Tiene que haber una entrada al subsuelo por cojones.
                El equipo Alfa encontró el tramo de escaleras que llevaba a la parte superior de la vieja casa, inmueble que se presuponía abandonada por buena parte de los habitantes del pueblo.
                – Equipo Alfa. Unidad Móvil. Aquí Equipo Delta. Procedemos a entrar en el cuarto – le llegó a Claro García por el auricular insertado en su oído izquierdo.
                Este seguía la espalda del teniente, ascendiendo por las escaleras, con su retaguardia cubierta por Rick Delio. No encontraron a nadie en el rellano. El suelo era de madera, crujiendo tenuemente aún a pesar del sigilo de sus pasos. En ese instante escucharon una ráfaga de disparos amortiguados por los silenciadores acoplados a las armas.
                – Equipo Alfa. Unidad Móvil. Aquí Equipo Delta. Enemigo abatido. Portaba un machete. Habitación despejada – les informó Ernest  Dropp, del equipo Delta.
                – Equipo Alfa para Equipo Delta y Unidad Móvil.  Procedemos a explorar las dependencias superiores. Que el  equipo Delta examine el jardín trasero. Tiene que haber un acceso a algo similar a un sótano.
                – Recibido Equipo Alfa. Nos dirigimos al exterior hacia la parte trasera de la casa.
                El teniente Edwards verificó que había dos puertas que supuestamente tenían que corresponder con dos dormitorios. Rick Delio husmeó con la mini cámara por debajo de las rendijas de ambas con el suelo.
                – Derecha, vacía.
                “Izquierda, se ve una persona tendida en la cama.
                Se posicionaron frente a la puerta, irrumpiendo al unísono, cegando con las luces de las linternas de los rifles al hombre que estaba durmiendo en la cama.
                – ¿Qué coño significa esto? – farfulló, alterado.
                A una indicación del teniente, Claro García obligó al sujeto a tumbarse sobre su vientre, maniatándolo con una lid de plástico por detrás de la espalda.
                – ¡No apriete tanto! ¡Que duele, joder! – masculló el hombre.
                – ¿Dónde las tenéis?  A las chicas. – le preguntó el teniente Edwards, dándole la vuelta.
                – No pienso decirles ni pío.
                La culata del teniente le golpeó sin miramientos la nariz, partiéndole el tabique nasal, consiguiendo que fluyera un hilo de sangre hacia su mentón.
                – ¡Cabrón! ¡Esto no quedará así! – vociferó, quejándose de dolor por el golpe.
                – Hable, basura. Su compañero está muerto. Y tú lo estarás pronto si no confiesas dónde mantenéis encerradas a las pobres víctimas de vuestros desmanes – insistió el teniente.
                – ¡Y una leche! ¡Además de nada sirve tratar de salvarlas, porque hace tiempo que sus almas están perdidas!
                Edwards dirigió el cañón del rifle hacia la pierna derecha del individuo, disparándole una ráfaga sobre la rodilla, dejándosela en carne viva, despellejada y destrozada.
                – ¡Ahhhh! ¡Cabronessss! ¡Aaaaa!
                En ese instante se estableció comunicación del Equipo Delta con el Equipo Alfa y la Unidad Móvil.
                – Aquí Equipo Delta. Nos ha costado, pero lo hemos encontrado. La trampilla estaba camuflada con hierba artificial, para que pareciera  que formaba parte del jardín.
                – Equipo Delta. Aquí Equipo Alfa. Nos reagrupamos con vosotros en breve.
                El rifle del teniente Edwards apuntó hacia el rostro de quien permanecía maniatado encima de la cama. Ordenó a sus hombres que desconectaran brevemente la conexión con la Unidad Móvil.
                – ¡No! ¡Por Amor de Dios! ¡NO ENTREN AHÍ! ¡Puede ser su perdición! – suplicó aquel individuo con los ojos desmesuradamente abiertos.
                La ráfaga de disparos acabó con su vida en un santiamén. Edwards se fijó en un abrecartas colocado sobre la mesilla de noche. La recogió y se la colocó entre los dedos de la mano derecha del cadáver.
                – Equipo Alfa a Equipo Delta y Unidad Móvil. Enemigo caído. Portaba un arma blanca – informó, restableciendo la conexión con el resto por radio.
                El Agente Claro García y su compañero Rick Delio asumieron el comportamiento de su superior sin remordimientos.
                Salieron de la estancia, descendieron las escaleras y se aproximaron a la parte trasera de la casa, donde les esperaba el Equipo Delta. Entre la hierba, había un hueco con unos escalones de madera podrida que descendían hacia una especie de sótano.
                – ¿A qué esperan? – les indicó el teniente Edwards, ya impaciente por encontrar a los rehenes. – Atención, Unidad Móvil, procedemos a bajar por unos escalones que previsiblemente conducen al sótano de la casa.
                – Recibido, Equipo Delta. Aquí Unidad Móvil.  Tanto Equipo Delta, como Equipo Alfa están autorizados para el registro de esa zona – llegó la voz de Antoine Carr desde el furgón de la Unidad Móvil.
                Ernest Dropp hizo de avanzadilla.
                – Maldición. Equipo Alfa. Equipo Delta. La puerta de acceso está asegurada con varias cadenas y candados. Necesitaremos las tenazas para romperlas.
                – Entendido. Ahora te llega el refuerzo de Monroe con el equipo.
                Al poco llegó ante la puerta el agente Monroe cargando una pesada mochila. De ella extrajo una tenaza de roturas. Con cierta insistencia, consiguió soltar las cadenas y romper los candados en menos de un cuarto de hora.
                Después instaló una carga pequeña de C4 para terminar con la resistencia de la puerta de acero. Salió al exterior, y a una distancia prudencial, hizo detonar el explosivo.
                Descendió con el agente Rick Delio.
                – Acceso franco. Repito. Acceso franco – transmitió Delio al resto del equipo de asalto.
                – ¡Joder! ¡Qué olor más insoportable! – dijo Monroe.
                El resto fue bajando de uno en uno por los escalones. Abajo se encontraron con el sótano iluminado tenuemente por una bombilla que colgaba desnuda justo en el centro del recinto. Todos los miembros de la unidad de asalto estaban preparados mentalmente para las situaciones más adversas y terribles. En este caso, muchos no pudieron contenerse, vomitando en los rincones de la estancia. El sótano disponía de paredes desnudas, encaladas. No existía ningún mobiliario. El suelo era de hormigón. Sobre el mismo, diversos pentagramas perfilados con trazo irregular en tinta roja. Diseminados por el suelo, los cuerpos en avanzado estado de descomposición de siete, ocho, nueve o diez jóvenes. Era difícil cuantificarlos, porque algunos estaban tan deteriorados y despedazados, que se precisaría de la investigación forense.
                La mayoría de los cuerpos estaban inmovilizados por cadenas, grilletes, correas de cuero y esposas. Se hallaban desvestidos, con múltiples laceraciones sobre la piel. Los ojos estaban vueltos del revés, y las lenguas sobresalían desde las mandíbulas como si hubieran sido estiradas con violencia hacia afuera hasta casi arrancarlas del interior de la cavidad bucal.
                – Unidad Móvil. Aquí Equipo Delta y Equipo Alfa. Hemos dado con el hallazgo de numerosos cuerpos mutilados en apariencia de únicamente condición femenina – informó el teniente Edwards, haciendo a su vez un gran esfuerzo por controlar su propia repugnancia ante la carnicería cometida por los dos psicópatas  merecidamente abatidos durante su incursión por la casa.
                – Unidad Móvil a Equipo Delta y Equipo Alfa. Por favor, informen del estado de las personas retenidas en el sótano.
                – Equipo Delta y Equipo Alfa a Unidad Móvil. No se encuentra ninguna superviviente entre los cuerpos hallados. Repito. No hay ninguna persona viva.
                Justo en ese momento, uno de los cadáveres se incorporó con presteza.
                – ¡La Virgen! ¡Esa tía está viva! – chilló el agente Rodríguez.
                La joven estaba en los puros huesos. Su mandíbula chasqueó con fuerza, mientras sus ojos se removían en las acuosas cuencas, ofreciéndoles una visión horrorosa.
                Empezó a levitar un palmo sobre el suelo, girando sobre sí misma para fijarse en los seis miembros de la brigada de asalto.
                De su garganta emergió una voz cavernosa y profundamente masculina, recitando en latín:

                “Exitus cavendum”
                (Asegurad la salida)
                “Dies unus effugit terror”
                (El espanto escapará un día)
                “passus mortem sementem multis locis”
                (Sembrando muerte y dolor en muchos rincones.)

                Nada más haber pronunciado estas palabras, cayó rendida al suelo, desprovista nuevamente de toda vitalidad, pues ahora la entidad que la había impulsado con movimientos de marioneta, anidaba en el cuerpo y la mente de los seis componentes del Equipo Alfa y del Equipo Delta.

4.
                Antoine Carr estaba  sumamente alterado por la pérdida de conexión con el Equipo Alfa y el Equipo Delta.
                – ¡Esto no tiene ningún sentido! ¡Nunca ha sucedido algo parecido en los diez años que llevo en la unidad de Asalto! – se quejó, enfurecido.
                – Todo está en orden. La emisora funciona perfectamente. Es como si ellos mismos se hubieran desconectado de la frecuencia – dijo su compañero, Martínez.
                En ese instante se abrió la puerta del lateral del furgón. Se encontraron frente a frente con Claro García.
                – ¡Joder! ¡Ya era hora! ¿Por qué coño habéis cerrado la conexión con la Unidad Móvil? Ya sabéis que eso puede costarnos un expediente de cojones – le advirtió Antoine Carr, molesto por aquella irregularidad.
                Claro García tenía los ojos en blanco. Su boca salivaba en exceso, con un hilillo corriéndole desde la comisura derecha de los labios hacia la barbilla. Dirigió su rifle hacia Antoine Carr y Martínez, alcanzándoles con una ráfaga de treinta impactos de bala. Los cuerpos cayeron acribillados sobre el respaldo de las sillas, para seguidamente hacerlo sobre la moqueta del suelo del interior del furgón de la Unidad Móvil.
                Las portezuelas de la parte trasera fueron abiertas, subiéndose al furgón Rick Delio y el teniente Edwards. Ambos hicieron acopio del resto del arsenal disponible en el vehículo, pasándoselo al resto de los componentes de la unidad de asalto.
                En completo silencio, sin dirigirse siquiera la palabra, fueron asaltando casa a casa de la pequeña localidad de Shutton Place, invadiendo las propiedades privadas, acabando con los habitantes de cada una de ellas. Sus mentes estaban coordinadas por las órdenes de una voz poderosa y posesiva que controlaba sus cuerpos y su raciocinio.
                Una voz perteneciente a un espíritu demoníaco que en su debido momento, fue convocado por dos personas arrogantes e insensatas que pretendían anhelar algún tipo de poder que les hiciera sobresalir entre el resto de la humanidad, y todo cuanto consiguieron fue acaparar la cobardía más simple de unos seres aterrorizados y sumisos, que para calmar la cólera de aquella entidad encerrada en el sótano de su casa, le fueron proporcionando personas para el control interno de las mismas por parte del propio demonio en cuestión.
                Ahora esta entidad poderosa estaba libre, controlando a seis guerreros sanguinarios, sembrando la aniquilación y el caos por cada lugar que pasaban.
                Todo esto sucedió tristemente de madrugada, hasta que la noche dio paso al día. La Oscuridad Húmeda y Pútrida era relevada por el brillo profundo de la sangre de los mortales, desparramada por paredes y suelos de decenas de hogares, incitando a la Bestia, que pudo por fin rugir.                
                De su tremenda boca, surgió un regocijo impuro:

                Aurora
                Campus erat  sanguinolenta
                Sanguinem  innocentem
                Sanguine  expetendum
                Mortem representantes
                (Al amanecer
                La tierra quedó teñida de sangre
                Sangre inocente
                Sangre deseable
                Que representaba la muerte)


Schindniska. (Microrrelato de terror).

Moralidad discutida. El camino me marcaba hacia un desvío equivocado.
Schindniska.
Población de quinientas almas.
Noche avanzada. Mi corazón congelado precisaba palpitar nuevamente.
Amplias zancadas. El aliento marcado en el gélido ambiente propio del invierno.
La nieve endurecida del suelo cruje bajo las pisadas de mis botas impecablemente bruñidas.
Mi visión vislumbra ventanas cerradas a cal y canto. Puertas solidificadas para evitar toda intrusión nocturna por medio de sólidas cerraduras, cadenas, candados y trancas.
Chimeneas encendidas, para dificultar la incursión por su acceso exterior por los tejados.
Schindniska.
Se me teme.
Se me odia.
Se me evita.
En cambio…
Yo necesito acercarme a cualquiera de ellos.
Profanar sus hogares, para imponerme sobre sus cuerpos mortales.
Mis cuencas vacías y sangrantes se vuelven hacia el cielo ennegrecido.
Alzo mis brazos y los extiendo en toda su amplitud.
Inspiro profundamente antes de exhalar mi aliento.
Seguido de un chillido interminablemente agudo.
Schindniska.
Se me impide la entrada.
Yo os impido la salida.
Conforme me marcho, me alejo de la población, diezmada por la muerte instantánea.
Quinientas almas  que han dejado de respirar por imposibilitar la simple presencia de mi ser en uno de sus míseros hogares en busca de la sangre que me sirva de alimento esencial.

Comida de cerdos. Gótico Americano. (Relato gráfico de terror).

Este fin de semana corresponde un relato tremebundo. Abstenerse de leerlo si acaso tienen una ración de pizza en la mitad de la boca, ja ja.


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