Apuestas ilícitas serbias. (Serbian illegal betting).

– ¡Estáis locos! ¡No lo hagáis! ¡Por favor! ¡Pensad en el futuro de mis hijos! ¡Soy viudo! – suplicó Miroslav Banic, endeudado hasta las cejas bien pobladas de su rostro anguloso y cetrino.
– ¡A callar, inútil! – fue la contestación tajante de uno de los esbirros.
Este se llamaba Stanislav. A una orden recibida por el walkie talkie, procedió a amordazarlo sin miramientos. Mientras lo hacía, Lugos continuó embardunando el cuerpo maniatado y desnudo de Miroslav por delante con manteca de cerdo derretida.
Los tres estaban situados en el borde de la azotea de una vieja nave industrial abandonada, a las afueras de la ciudad de Kikinda.
La tarde estaba nublada con formaciones grises irregulares en constante rápido desplazamiento por el cielo motivado por un fuerte viento  procedente del norte. Igualmente hacía frío, transformando los últimos minutos de Miroslav en un melodrama de lo más desagradable.
Diez metros más abajo, en el asfalto cuarteado ubicado frente a la entrada principal de la deteriorada fábrica, había una gran aspa marcada primero con tiza y luego resaltada con pintura de coche en espray de color blanco esmaltado. Muy cerca de ese punto se hallaban estacionados nueve coches de lujo importados del mercado negro. Formando un medio círculo a una distancia prudencial de la marca estaban congregadas quince personas, trece hombres  y dos mujeres, afrontando de pie el tiempo desapacible ataviados con indumentarias extremadamente elegantes para una reunión tan atípica. Compartían unas pizarras, donde iban anotando cifras de dinero relativamente altas.
De entre el conjunto de asistentes parecía destacar un hombre en especial. A una indicación suya, terminaron todos de hablar entre sí de manera frenética, esperando con ansia el resultado de la prueba a la que iba a ser sometido Miroslav.
El individuo  utilizó el walkie talkie personal para ordenar a sus dos subordinados que había llegado la hora de que Miroslav pagara su enorme deuda con él contraída por su afición a las partidas clandestinas de póker.
Stanislav y Lugos sujetaron con cuidado el cuerpo grasiento de Miroslav y aplicándole un empujón lo más coordinado posible, se encargaron de arrojarlo al vacío.
Los ojos espantados de Miroslav contemplaron la inmensa rapidez con que la ley de la gravedad atraía su cuerpo inmovilizado contra la dureza del firme, muriendo al instante nada más recibir el brutal impacto.
Evidentemente, su muerte fue insignificante para las personas presentes. Lo realmente importante era observar la postura adquirida al precipitarse sobre el asfalto. Contrariamente a una de las perversidades en el orden del universo que sostiene que la tostada tiene muchas posibilidades de caer del lado de la mantequilla, el cuerpo del difunto estaba posicionado sobre el costado derecho donde no había sido impregnado superficialmente de la misma forma que lo estaba su rostro, pecho, abdomen y parte correspondiente de los brazos y piernas.
Pero claro, Miroslav no era ninguna tostada, por mucho que estuviese untado de manteca.
Conforme Stanislav y Lugos bajaban del tejado de la estructura en estado de peligro de derrumbe dado su enorme deterioro, para luego hacerse cargo de la desaparición física del cadáver, los apostadores que habían acertado con la posición final del cuerpo estaban recogiendo con cierto regocijo las ganancias lucrativas derivadas de semejante apuesta ilícita serbia…


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