Si te da por conducir una apisonadora… sólo hazlo habiendo bebido agua del grifo.

Primero la nota clavada con chinchetas en el tablón de corcho dedicado a informar de  las tareas diarias de mis empleados.

 Trabajo encargado a mi fiel empleado Pechuga de Pollo Mutante. Para ello debía de emplear la apisonadora de rodillo delantero de tres toneladas.
Lo malo, es que antes de montar en la máquina, se le ocurrió acudir a la taberna gallega del Percebe Errabundo…

 Sin darse cuenta, aplanó el camino, a la vez que despachurró a varios de mis visitantes. Entre ellos a:


 ¡Y sí! ¡Maldita sea! ¡A mí también me atropelló mientras iba camino del supermercado para comprarme una barra de pan para el bocadillo de chorizo de la merienda!


Schindniska. (Microrrelato de terror).

Moralidad discutida. El camino me marcaba hacia un desvío equivocado.
Schindniska.
Población de quinientas almas.
Noche avanzada. Mi corazón congelado precisaba palpitar nuevamente.
Amplias zancadas. El aliento marcado en el gélido ambiente propio del invierno.
La nieve endurecida del suelo cruje bajo las pisadas de mis botas impecablemente bruñidas.
Mi visión vislumbra ventanas cerradas a cal y canto. Puertas solidificadas para evitar toda intrusión nocturna por medio de sólidas cerraduras, cadenas, candados y trancas.
Chimeneas encendidas, para dificultar la incursión por su acceso exterior por los tejados.
Schindniska.
Se me teme.
Se me odia.
Se me evita.
En cambio…
Yo necesito acercarme a cualquiera de ellos.
Profanar sus hogares, para imponerme sobre sus cuerpos mortales.
Mis cuencas vacías y sangrantes se vuelven hacia el cielo ennegrecido.
Alzo mis brazos y los extiendo en toda su amplitud.
Inspiro profundamente antes de exhalar mi aliento.
Seguido de un chillido interminablemente agudo.
Schindniska.
Se me impide la entrada.
Yo os impido la salida.
Conforme me marcho, me alejo de la población, diezmada por la muerte instantánea.
Quinientas almas  que han dejado de respirar por imposibilitar la simple presencia de mi ser en uno de sus míseros hogares en busca de la sangre que me sirva de alimento esencial.

"Caramelitos Envenenados" de Halloween: "El Híbrido Nocturno". (Relato corto de terror).

Iniciamos la semana de Halloween con un relato corto de terror del año 2010 de Escritos de Pesadilla. Como en veces precedentes, el original ha sido revisado, acompañado de una ilustración, al cual en esta ocasión se le ha aplicado un suave efecto estilo lienzo de pintor.


Era una noche húmeda y gélida. La respiración quedaba plasmada en el aire en variopintas formas grumosas volátiles, dispersadas al olvido en segundos, siendo sustituida la desaparecida por la nueva surgida de la siguiente exhalación. El suelo pedregoso estaba resbaladizo. Era sumamente sonoro si se andaba presuroso sobre su superficie.
Y yo caminaba de esa manera.
Apremiado por el ansia.
Las ganas.
El hambre.
Las calles de la barriada estaban vacías de vida, exceptuando algún vagabundo, borracho o mujer de vida disipada que anduviera a lo suyo en los rincones más recogidos y abyectos. Por tanto me introduje por las callejuelas más estrechas. Finalmente di con un hombre mayor. Un menesteroso que estaba preparando su catre con cartones sacados de un contenedor. Mi urgencia me delató. Aquel infeliz giró su rostro, constatando que alguien más merodeaba por su pequeño y miserable refugio.

Me abalancé sobre él, alargando los brazos y sin dejarle tiempo a reaccionar, le seccioné la cabeza con el hacha que portaba. Un chorro de intensa sangre en tonos bermellones emergió de su tronco conforme las facciones horrorizadas quedaron paralizadas para siempre en su rostro, antes de permanecer arrinconadas entre los cubos de la basura. Su cuerpo anduvo unos cuantos pasos por mis cercanías, tropezándose con la pared más cercana, hasta trastabillarse y caer pesadamente sobre el costado derecho. Sus miembros ejecutaron algunos movimientos espasmódicos antes de quedar inertes.
Entonces…
Me dejé aproximar a su cadáver, acomodándome de rodillas. Extraje del bolsillo interno de mi chaleco un bisturí, y comencé a cortarle la ropa, explorando en busca de su carne.
Era un deleite para la vista de un caníbal.
Con rapidez fui consumiendo partes de su rostro y de su brazo izquierdo, masticando con premura, con los sonidos de mi propio estómago protestando por la tardanza del banquete.
Pero aquella noche iba a ser diferente a todas las anteriores.
Mis tropelías siempre habían sido en solitario. Nunca había sido perseguido. Ni mucho menos descubierto.
Me reconocía como un ser distinto. Obsesionado por el sabor de lo prohibido.
Jamás dudé de lo aberrante de mi naturaleza entre humanos, aún considerándome a mí mismo como un mísero mortal.
Conforme me alimentaba de los restos del mendigo decapitado, algo o alguien se dignó en hacerme compañía desde las sombras. Mi anhelo por masticar, deglutir, tragar sin parar me tenía concentrado en lo mío, así que cuando percibí las pisadas acercándose a mis espaldas, ya fue demasiado tarde. Quise incorporarme de pie, pero unas garras puntiagudas y afiladas se aferraron con fuerza a mis hombros, obligándome a mantenerme en mi postura agachada.
– Qué
Si. Un único vocablo fue lo que surgió de mis labios enrojecidos y brillantes por la sangre de mi víctima.
Noté su aliento sobre mi cuello.
Emergiendo de lo más profundo de su garganta, pude escuchar su voz por primera y última vez:
– Eres imperfecto. Yo te traigo la perfección. Serás inmortal y diferente a todo cuanto el hombre teme y odie.
Aquel ser, que luego supe era un vampiro, me hincó sus colmillos en mi cuello, iniciando mi conversión.
Una metamorfosis que nunca anuló mis apetencias por la carne humana en los dos sentidos, transformándome en un ser nocturno híbrido.
Desde aquel lejano entonces, como y bebo de los débiles seres humanos.
Mi nombre es Lemont Foirest.
Tengo más de trescientos años.
Y tanto mi hambre como mi sed insaciable nunca decrecen…


"Especial Halloween 2011": Entrenamientos intensivos en Escritos de Pesadilla de cara a Halloween.

¡Bogus Bogus, meta la panza, que le sobresalen unas adiposidades por la coraza de la armadura!
¡Sobrinito Gurmesindo, no te bañes en varios días, que tienes que oler mal dentro de tu disfraz de mofeta mutante!
¡Dominique, colóquese bien los falsos colmillos, que en vez de un vampiro del Peloponeso, pareces una hermanita de la Caridad recaudando fondos para los políticos en el paro!
En fin, estamos aún algo desentrenados.
Pero a pesar de todo ello, por lo menos hay una pareja que lo está haciéndo bastante bien…


Si bebes, no conduzcas una apisonadora…

Primero la nota clavada con chinchetas en el tablón de corcho dedicado a informar de  las tareas diarias de mis empleados.

Trabajo encargado a mi fiel empleado Pechuga de Pollo Mutante. Para ello debía de emplear la apisonadora de rodillo delantero de tres toneladas.
Lo malo, es que antes de montar en la máquina, se le ocurrió acudir a la taberna gallega del Percebe Errabundo…
Sin darse cuenta, aplanó el camino, a la vez que despachurró a varios de mis visitantes…


¡Y sí! ¡Maldita sea! ¡A mí también me atropelló mientras iba camino del supermercado para comprarme una barra de pan para el bocadillo de chorizo de la merienda!

http://www.google.com/buzz/api/button.js

¡Si corres el encierro de Pamplona, procura no alterar su recorrido!

Bueno, como administrador de Escritos de Pesadilla, un lector me ha envíado el siguiente SMS:
“¡Repámpanos! ¡Vuestra fiesta es de lo más sangrienta! ¡Eso si, podría ser más emocionante si el recorrido del encierro nunca fuera en la misma dirección!”. Envíado por “TosFerina”.
Diantre, no creo que el alcalde vaya a hacerte mucho caso, pero en esta web todo es posible mediante el recurso socorrido del humor gráfico.
Así que confórmate con esta viñeta, nene. ¡Y que te atropelle un hipopótamo furibundo con picores veraniegos en salva sea la parte por ser un seguidor tan exigente, caracoles!



http://www.google.com/buzz/api/button.js

El usurpador de mentes.

Una pequeña joyita de Escritos de Pesadilla en sus comienzos anónimos, allá por el 2009. Revisado y mejorado en sus imperfecciones primigenias, ja ja.



Fuiste tú. Eres el asesino. El responsable de su muerte – me susurró una voz en el interior de mi cabeza.
Estaba paralizado. Quieto. De pie en la antesala de la entrada a aquel callejón angosto y estrecho sin salida final. Delante de mí estaba aquella persona. Vestía un amplio gabán marrón oscuro de aspecto pulcro y limpio. Parecía casi de estreno. La prenda le cubría hasta las pantorrillas de los pantalones. Sobre su cabeza, una especie de sombrero de ala ancha. Estaba lloviendo. Jarreando con fuerza. No me fijaba en los rasgos de su rostro. No podía fijarme en nada. Estaba inmóvil en cuerpo y espíritu. En palabra y pensamiento.
Aquella entidad me habló de nuevo.
Sujeta esto. Lo necesitas para justificar tu participación en los hechos. Has matado a una muchacha. Le has abierto la garganta para verter su sangre. Una sangre que yo necesito. Y que me llevo. Ya no me verás más. Eso espero por tu bien. Ellos te juzgarán. Te culparán de mi hazaña. No te entenderán. Aborrecerán tu actitud. Te pudrirás en la cárcel por mí. Eso en el mejor de los casos. Eres mi escudo. Otro tanto de cientos que tengo por el mundo. Gracias a la cantidad, mi existencia sigue vigente.
La figura se apartó de mi campo de visión.
Desapareció de mi vista.
La lluvia me cegaba.
Al poco pude recuperar los sentidos de nuevo y aprecié lo que me había dejado entre los dedos de la mano. Un feroz estilete de acero. De aspecto ancestral. Perteneciente a una cultura de siglos atrás.
El filo estaba sucio de sangre fresca. Al igual que parte del mango. Las gotas de la lluvia diluían su contenido sobre la manga de mi chaqueta. Desesperado, lo dejé caer sobre el suelo encharcado. Alcé el rostro protegiéndolo con la palma de la otra mano para así entrever el final del callejón. Unas piernas desnudas surgían desde detrás de un contenedor de basura. Los pies relucían del brillo de la sangre recogida en un amplio charco. Se suponía que aquella persona estaba muerta.
Asesinada vilmente.
Su futuro quedó truncado por mi instinto homicida.
Yo era un criminal sin remordimientos.
Una brutal bestia que ansiaba la muerte ajena.
Todo esto lo comprendí en escasos segundos.
Mi mente me había jugado una mala pasada.
Dándome cuenta que corría un grave riesgo permaneciendo cerca de mi víctima, eché a correr.
Me di a la fuga sin un rumbo fijo. Simplemente corría todo cuanto mis piernas me permitían.
¡Dios Santo! El asesino del estilete ha matado a una chica – escuché detrás de mi conforme me alejaba de aquel callejón.
Quise ganar metros, pero fue inútil.
La gente se arremolinó en mis cercanías. Se me relacionó con los hechos por la manga de mi chaqueta impregnada en sangre. Se inició una persecución por las calles adyacentes. La calzada estaba compuesta de adoquines. El suelo estaba deslizante por la humedad. Me resbalé y caí de bruces. Cuando quise incorporarme, ya era demasiado tarde. Fui agarrado y zarandeado.
¡Criminal! ¡Pagarás todos tus abusos con tu propia vida!
Recibí golpes y escupitajos. Alguien facilitó una soga y fui atado con los brazos sobre los costados. Luego otra soga con su final en forma de lazo con un nudo corredizo fue lanzada por su extremo alrededor del soporte de la luz de una farola de hierro. Quise evitar que me pasaran el lazo por el cuello, pero fue imposible.
Yo era responsable de mis delitos.
Por ello se pusieron a tirar de la cuerda.
Mis pies perdieron contacto con el suelo.
El nudo se apretó contra mi nuez.
Me resistí como pude, pataleando en el vacío.
La turba reía y me vilipendiaba.
Estaba claro que deseaban mi muerte.
Tanto como yo deseaba la de los demás.


Los segundos finales pasaron con una lentitud exasperante.
En el fondo de mi ser estaba plenamente convencido de ser una alimaña sin escrúpulos.
Un asesino de mujeres jóvenes.
Hasta que, estando ya a punto de morir ahorcado, contemplé entre el grupo de justicieros a la figura conocida del gabán. Mi mente dejó de estar nublada.
“¡Soy del todo inocente!”, quise proclamar sin demora, pero la cuerda estaba ya demasiada ceñida y de mis labios amoratados no surgió ni siquiera la primera sílaba de la frase.
Lo tenía claro en ese instante.
Yo era en verdad un ciudadano normal y honesto.
Sin embargo iba a morir ahorcado como un vulgar perro callejero, observando como últimos detalles de mi ingrata realidad al verdadero rostro de mis pesares.
– ¡Así se trata a los cerdos! – gritó una voz estridente sobre las del resto del grupo.
Era la entonación del auténtico asesino.
Este me sonrió con ironía.
Sería lo último que me quedaba por ver en vida.
El sucio regodeo del causante de dos muertes esa misma tarde.
La de la muchacha y la mía propia.


http://www.google.com/buzz/api/button.js