La prueba del afecto. (Proof of affection).

Hace tiempo que no hago la entrada previa de uno de mis relatos. En este caso me permito unas breves líneas para explicarles a mis queridos lectores que puede que esta historia sea un poco durilla de leer. Avisados quedan. Y como siempre, en Escritos de Pesadilla nunca se prodigan los finales felices.
Que disfruten de la lectura…

Una persona enferma y cruel…
– ¡Noo! ¿Qué pretende hacerme?
La angustia de sus víctimas…
El sufrimiento.
El dolor.
La tortura.
La lucha por la supervivencia.
– Tengo que desfigurarte por completo. Hacerte irreconocible. De esta manera serás sometido a la prueba final del afecto. Si la superas, vivirás y retornarás con tus seres queridos.
“Si sale fallida, yo mismo te quitaré la vida, porque una vez seas rechazado, no aportarías nada a la humanidad nuestra tan perfeccionista.
Semanas y meses de seguimiento de cada futura víctima. Siempre la persona elegida era el novio o el marido. A ser posible sin hijos.
En el instante más propicio, llegaba el secuestro.
Su confinamiento durante semanas en su calabozo secreto.
– ¡Por amor de Dios! ¡Libéreme de esta penitencia!




Se consideraba un genio en transformar el aspecto físico externo de las personas. No era ningún cirujano plástico. Pero bien pensado, los médicos nazis no tenían bases científicas sólidas en sus crueles experimentos con seres humanos durante el holocausto de la segunda guerra mundial.
Su mentalidad era fría y certera. Empleaba con precisión el escalpelo y demás instrumentos quirúrgicos para sajar y deteriorar la piel de sus víctimas. También se servía de ácidos, de agua y aceite hirviendo.
Su presión psicológica sobre sus particulares cobayas era extrema. Les ponía a veces música altisonante las veinticuatro horas del día. La comida que les proporcionaba era escasa y magra, con el fin de ocasionar una pérdida de peso, falta de nutrientes, vitaminas, minerales y proteínas esenciales que ocasionaban la caída incipiente del cabello y las uñas.
Los ruegos de cada hombre torturado eran continuos. Sus gritos y aullidos eran tan tremendos conforme les infligía el castigo corporal que le hacían de tener que operar con tapones para los oídos.
El tiempo se eternizaba. Siempre permanecía atento a cuanto se emitiese por los noticiarios de la televisión y la radio, se informara en la prensa escrita y por las webs oficiales periodísticas de internet.
A veces se precisaba el reconocimiento público de la ausencia o desaparición de alguna de las víctimas. Otras veces se obviaba por causas desconocidas.
Lo que ignoraban los familiares de las personas desaparecidas era que, aparte de ejercer los cambios externos en la anatomía de estas, continuaba un seguimiento casi a diario de las novias y esposas.
Conseguida la información precisa, se la transmitía al marido o novio.
– Te sigue echando de menos. Está claro que será difícil que te olvide.
– Maldito… Pagarás por esto… Por todo lo que me estás haciendo…
– Te queda poco tiempo ya para afrontar la prueba. Deberías de estar ansioso por la cercanía de esa fecha, donde se demostrará que Eloísa te seguirá queriendo aún a pesar de tu aspecto.
Cerraba la puerta de acero a cal y canto.
La prueba del afecto.
La proporción entre el éxito y el fracaso de la misma se inclinaba manifiestamente por lo segundo.
Donald. Reginald. Samuel. Ethan.
Todos fueron incapaces de superarla.
¿Acaso lo lograría Eddie Williams?
Su joven esposa lo adoraba. Suspiraba por él.
Ahora estaba sumida en una profunda depresión desde que Eddie desapareciera hacía casi dos meses. La policía dio por archivado el caso, haciéndole ver que su marido se había marchado por iniciativa propia, motivado por las deudas de su empresa de hosting de páginas webs.
Conocedor de que Eloísa permanecía encerrada en su propia casa, dejándose marchitar por la inmensa pena que la afligía, no tuvo la menor duda de que ese sería el escenario ideal para llevar a cabo la prueba del afecto.
Con el táser inmovilizó a Eddie. Cuando este despertó, estaba sentado al lado de su captor, quien conducía el furgón.
– Vamos camino a casa, Eddie. Vas a ver a Eloísa. Y estoy seguro que aún a pesar de todo, ella te reconocerá  fácilmente.
– Eso espero…- dijo en un hilo de voz ronco Eddie.
Sumiso. A merced suya.
A eso conduce el deterioro de la mente tras un continuado daño físico y psicológico.



Eloísa estaba sumida por el efecto adormecedor del prozac entre las sábanas de su cama.
Percibió el sonido del timbre de la puerta. En un principio no le prestó gran atención. Ante la persistencia, se incorporó, recorriendo el camino hasta la entrada con paso cansino.
Quiso mirar por la mirilla, pero la persona que llamaba estaba situada fuera del alcance de la lente  de aumento.
En ese instante de inseguridad ante qué hacer, si abrir o no, una voz maltrecha y grave la llamó por su nombre de pila.
– Eloísa. Soy yo. Eddie. Por fin he regresado.
¡Eddie! Era su marido. ¡Estaba vivo!
Pero ese tono de voz no se correspondía con el de su marido.
Sin quitar la cadena, abrió la puerta hasta el límite permitido.
– Eddie. Si eres tú, muéstrate, y te abriré al instante. No sabes cuánto te he echado de menos.
Eloísa estaba anhelante. Impaciente por quitar la cadena. De abrir la puerta del todo para arrojarse en los brazos amorosos de su Eddie…
Sus expectativas de esperanza cumplida se desvanecieron al asomarse en el hueco de la puerta con el quicio un rostro esquelético y horrendo, surcado de profundas cicatrices. Llevaba puesta la capucha de una sucia sudadera deportiva para ocultar su calvicie extrema.
– Mi Eloísa. Déjame pasar. Estoy extenuado y necesito cuidados médicos urgentemente.
¡Tú no eres Eddie!
Aquella boca que le hablaba tenía los labios resecos y partidos, carecía de dentadura y supuraba por las encías sangrantes grumos de tono escarlata.
Era irreconocible. Su marido pesaba ochenta y cinco kilos. La criatura demencial presente en el quicio no llegaría ni a los cuarenta.
Eloísa estaba desquiciada por la presencia. Cerró la puerta de golpe y se apresuró a correr hacia el teléfono para alertar a la policía de la amenaza de un desconocido que la estaba acosando.
– Eloísa. Soy yo. No me hagas esto…
La voz de Eddie era llorosa.
Una mano se aferró a su hombro derecho.
Eddie se volvió para encontrarse con su captor.
– No has superado la prueba del afecto, Eddie. Ella no te ha reconocido.
Eddie no tenía fuerzas para resistirse. Lo acompañó hasta la furgoneta, desapareciendo de la vida de su mujer para siempre.



Un nuevo fracaso.
Tanto esfuerzo dedicado en la transformación de la víctima para nada.
La chispa del amor que debía de haber quedado entre marido y mujer no prendió al no reconocer Eloísa al monstruoso ser que la visitó como la identidad verdadera de Eddie Williams.
Eddie estaba colocado de rodillas sobre bolsas de plásticos esparcidos por el suelo de su celda.
De pie, detrás de él, estaba su creador.
Este mantenía la boca del cañón de la pistola apretada contra su nuca.
– Siento que no hayas superado la prueba, Eddie.
No le contestó. Ni rogó ya por su vida.
Todo era llanto entre gimoteos de pura desilusión.
Aquel disparo certero iba a rematar su terrible e infame calvario.
El dedo índice apretó el gatillo.
Un fogonazo y el estallido de la bala.
Seguido de un cerebro destrozado.
Un cuerpo que se derrumba, inerte.
Más tarde recogió el cadáver y limpió la estancia.
Llegada la noche se deshizo del quinto ejemplar que tampoco había superado la prueba del afecto.


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Dos versiones artísticas más, estilo cutre "made in Escritos".

Bueno. Hoy tengo un día de lo más prolífico. Antes de presentaros un nuevo relato de terror, realmente desasosegante y desagradable, estilo “Hostel” y compañía, os dejo dos perlas nefandas más de
los FOTOGRAMAS DEL HORROR MÁS CUTRE.





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Versiones dibujadas de Escritos de imágenes tétricas encontradas en Google.

En esta ocasión dos fotogramas terriblemente perfilados por la punta gorda del rotulador de tinta negra que empleo con harta frecuencia para las creaciones gráficas publicadas en Escritos.
Son dos versiones de sendas imágenes escalofriantes encontradas en Google, bajo el término “terror”.
Las hice en escasos minutos, con nula calidad artística, evidentemente, simplemente queriendo reflejar el espanto y el desasosiego de los protagonistas de los dibujos.
Sin más,
los FOTOGRAMAS DEL HORROR MÁS CUTRE.







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Licantropía contenida.

El influjo que ejerce sobre mi es tan intenso,
nocivo y doloroso para quienes me rodean,
que me veo obligado a ser encadenado por mi mismo
en mi lecho de descanso nocturno.
Mi conciencia en infinidad de ocasiones se dirime entre incumplir la lógica
que contenga la ilógica de mi existencia
y el ansia de afrontar con total libertad la soledad y permisividad de la noche.
He de establecer una férrea disciplina en tales circunstancias,
pues si permito la libre evolución de mis sentimientos,
disfrutando de mi instinto primigenio salvaje,
volvería a causar desmanes irreparables como los que ya causara en el pasado.
Las fechorías cometidas en épocas tan lejanas quedaban camufladas por la más burda superstición
y la creencia en leyendas fantasiosas de los incultos lugareños.
Mientras las autoridades locales trataban de justificar mis arbitrarias matanzas,
nunca realizadas por un ser diabólico,
sino más bien por una bestia montaraz, salvaje y hambrienta,
a la cual habíase de abatir por los cazadores más avezados de aquellos tiempos pasados.
Jamás fui cazado.
Ni siquiera herido.
Conseguía eludir el cerco de mi propia destrucción.
Reconozco que entonces no contenía mi ímpetu sanguinario.
Más si hoy en día lo hago es por los avances tecnológicos implantados en la seguridad de las ciudades.
Las armas son otras, mucho más poderosas.
Quienes las portan están preparados para enfrentarse a mi poderío físico.
Y en cada rincón de cada calle, por mísera y abandonada que esté,
no es raro ver alguna cámara que pueda tomar detalle de mis ramalazos de locura lobuna.
Por ello me encadeno en las noches claras de luna llena.
Bramando la condena de mi maldición,
con las mandíbulas deformes apretadas contra la almohada, amortiguando los aullidos disconformes.
Me va en ello la existencia.
El no morir en mi desdoblada personalidad,
para vivir más tarde en la normalidad de un simple ser humano.


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Empleado Incompetente Merecidamente Despedido de Escritos de Pesadilla. (II)

¡Ja, JA, JAAA…!
Como jefazo de Escritos de Pesadilla, le estoy cogiendo el gustillo a esto de despedir a los sirvientes más inútiles. Me ahorro dinero y disgustos a partes iguales.
Ahora le toca el turno a uno de mis camareros más abominables: Teodorico Furgindo, más conocido por el sobrenombre de “Cara de Plastilina”. Cuando lo contraté hace siglo y medio, prometía mucho. Tenía a todos los críos y ancianos de la región asustados hasta el tuétano, pero con el paso de las décadas, se ha vuelto demasiado flemático y cortés. ¡Ya no aterroriza a nadie! ¡Ni siquiera a una paloma blanca de la paz! Está todo el día muy triste y melancólico, acordándose de la muchísimas ex novias espantadas por su aspecto una vez se mostraba cual era al salir desde detrás del biombo desde el cual se les presentaba en su primera cita a ciegas y de las muchas veces que le he rebajado el sueldo. Más bien se limita a atender la barra, aconsejando a los clientes que beban coca cola sin cafeína en vez de licores y cubatas, mientras a los fumadores les obsequiaba con parches de tabaco. Por este motivo, viendo su constante desmotivación a causar el mal ajeno, se le destituye del cargo.
¡Adiós, muchacho! ¡Que te contrate el fantasma errante de Al Capone, JA JA JA!




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El supervillano Mega Muerte. (Supervillain Mega Death).

– Tienes que decírmelo, Barny.
“Es verdad…  Espera a que primero pulse el interruptor del micrófono. De otra forma me es imposible oírte.
– ¡Escoria! ¡Eso es lo que eres! ¡No te voy a decir ni una leche!
– Eso siempre sucede al principio. Vamos a ver. Te enfrentas con el supervillano Mega Muerte.
Te tengo encerrado en una cápsula sellada a cal y canto. Tienes un suministro de oxígeno para media hora escasa. Yo tengo el control absoluto de la situación. Si confiesas lo que espero oír de ti, te dejaré oxígeno para las suficientes horas que necesite el superhéroe Tony Roca Pétrea en rescatarte. Si te niegas, no solo dejarás de tener ración extra de oxígeno, si no que yo mismo te la recortaré, asfixiándote en menos de dos minutos si me da la gana.
– ¿Superhéroe? ¿Al rescate? ¡Estás loco! ¡Deja de apretar, joder!
– No cejaré en mi empeño hasta que me digas el lugar y la hora exacta de la entrega de las armas de largo alcance. El mafiosillo de tu jefe tiene una reunión de negocios con un general de un ejército de una república bananera. Pasta a cambio de armas. Mucho dinero. Muchas armas.
– ¿Mi… jefe? No… Aire… Suéltame… Me estás ahogando. Cabronazo…
– Se que más temprano que tarde me lo vas a facilitar todo. Ahora mismo te quedan tres minutos de oxígeno puro. No es que proceda de las montañas suizas, pero sirve para mantenerte vivo.
– ¡Chalado! ¡Te lo diré…! ¡Te lo diré…!
– El lugar y la hora.
– Todo… ¡Y luego que te den, por mamonazo!
Era un polígono industrial abandonado a las afueras de Chicago. Antonino “Il Bello” estaba aguardando la llegada del comprador. La nave donde iba a llevarse el acuerdo pertenecía a uno de sus hombres de confianza. El mafioso estaba numerosamente acompañado por sus esbirros, aunque notaba la ausencia de Barny O´Gere.
Faltaba un cuarto de hora para la cita. Antonino tenía la costumbre de llegar siempre con mucha antelación a las citas. En ese instante desde una esquina cercana vieron acercarse a un desconocido. Estaba protegido por las penumbras, pues las farolas de esa zona estaban destrozadas a pedradas.
– Qué coño.
Ordenó a dos de sus hombres que fueran a ver de qué se trataba. Justo en ese instante el visitante salió a una parte más iluminada.
Los dos secuaces de Antonino se detuvieron al instante al verle. Se miraron el uno al otro, atónitos. No tardaron en troncharse de risa.
El recién llegado vestía un ridículo disfraz de superhéroe. Llevaba mallas anaranjadas, un jersey de lycra verde y botas militares. El rostro estaba recubierto de maquillaje amarillento y sobre la cabeza llevaba un casco de protección para las obras.
Antonino lo señaló con el índice, remarcando la presencia de aquella desternillante y dantesca figura a diez metros escasos de donde se encontraba. Todos sus pistoleros a sueldo se echaron a reír con ganas.
– Pero, bueno. ¿Quién eres tú?  – le preguntó con guasa.
– Señores. Soy Mega Muerte. Y vengo a quedarme con todo. Las armas y el dinero de la transacción – contestó con fuerza y vigor el hombre disfrazado.
– Pero vamos a ver. Apréndete bien tu papel, chaval. Si eres un superhéroe, vendrás a detenernos, para entregarnos a la pasma. Si te quedas con el dinero y las armas, estarás saltándote las normas de tus colegas  Superman, Batman, El hombre araña, etc.… Vamos, que tienes un código ético que cumplir, ja, ja.
– No soy ningún héroe. Soy lo contrario. Un supervillano. Por eso os voy a mandar a todos al mismísimo infierno, para así quedarme con el dinero y las armas.
“Así que rezad lo que sepáis, que dentro de unos segundos cada uno de vuestros cuerpos quedarán diseminados por el suelo por el efecto devastador de estas granadas múltiples que llevo en las manos.
Antonino cesó de reír nada más apreciar que Mega Muerte les lanzaba las granadas…
Dos de ellas dieron de lleno en los dos hombres cercanos al supervillano. Otras tres más fueron lanzadas en dirección al lugar donde se encontraba Antonino  “Il Bello” con el resto de la banda de maleantes.
– ¡La puta!
Su reacción de autoprotección fue instintiva.
Entonces…
– ¡Será tonto de culo! Son globos hinchados de agua – despotricó uno de los dos hombres próximos a Mega Muerte.
Él y su compañero habían sido blancos fáciles, y estaban mojados de la cabeza a los pies.
Los otros tres globos habían errado en la diana, estallando a los pies de Antonino y de algunos de sus secuaces.
– ¡Gilipollas de tío! ¡Llenad de plomo a ese payaso! – bramó Antonino.
Mega Muerte estaba sorprendido por el fracaso de su ataque con las mortíferas granadas, y cuando quiso echar mano de la pistola desintegradora, los dos pistoleros situados justo enfrente de él descargaron sendos cargadores en su cuerpo, acribillándole a tiros, cayendo a plomo sobre el frío asfalto de la nave industrial, formándose un amplio charco de sangre en su derredor.
Antonino “Il Bello” estaba histérico perdido. El militar de la república corazonista de no sé dónde estaba a punto de llegar.
– ¡Quitad ese espantajo de mi vista! ¡Y daos prisa, por Dios! ¡Cómo se joda todo por su culpa, soy capaz de cortarme las venas!
El cadáver de Mega Muerte fue retirado hacia una zanja que bordeaba uno de los laterales de la nave.
Antonino buscó la cigarrera para fumarse un puro.
– Signore, disculpe…
Era uno de sus vasallos. Se volvió, tratando de contenerse.
– Dígame, Julio.
– Tengo la explicación de por qué no está con nosotros Barny.
“Su cuerpo ha sido localizado ahogado en la bañera del cuarto de baño de su propia casa.  La casera tuvo tiempo de poder ver como salía corriendo del piso un tío igual de disfrazado que este que acabamos de mandar al otro barrio.
“Lo gracioso es que este elemento debe de ser el hermano de Barny.
“Ya sabe. El que suele estar entrando y saliendo del psiquiátrico Darkmind…


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Prediciendo asesinatos. (Predicting murders).

Derrick recogió el auricular del teléfono fijo nada más empezar este a sonar.
– Diga.
– Es una colegiala del Renmore High School, de Redemption. El asesino la raptará conforme se desplace andando sola hasta el colegio. La hora del secuestro: siete y media de la mañana. Tras dos días de torturas y vejaciones, acabará con ella, enterrándola en la ribera del río Tweat, cercano a la fábrica de caucho.
– El nombre de la víctima.
– Aurora Morris. Edad, 16 años. Es de su tipo. Delgada y rubia.

– Perfecto.
– Puedes ir perfilando el artículo con la debida antelación. Así lo pulirás y saldrá en primera plana del periódico.
– Si. En cuanto lo lea el redactor jefe Collins, se relamerá de gusto por haber conseguido la delantera en la exclusiva del crimen.
– Bueno. Te dejo. Tengo otros asuntos que concitan mi inmediata atención.
– Como no. Ah, y gracias por confiar en mí.
– No es confianza. Simplemente tengo que descargar las emociones que afligen mis sentidos. Si no las doy a conocer, el dolor de las personas maltratadas y dañadas hasta la muerte final consigue conmoverme e involucrarme, deseando que se anticipe mi propio fin.
– Eso tiene una fácil solución. Con los datos que acabas de darme, podemos alertar a la policía y así evitar el asesinato de la chica.
– No lo comprendes, Derrick. Evitaríamos su sufrimiento, pero entonces otra muchacha sería seleccionada. El proceso continuaría adelante. A las pocas horas, te llamaría, informándote de los datos de la chica que iba a sustituir en la cadena de la muerte a Aurora Morris.
“Y recuerda el éxito de tu futuro reportaje. Para que sea valorado, el asesino tiene que cebarse con la inocencia de la estudiante seleccionada. Sin primera plana, seguirás siendo un reportero local con un sueldo de 900 dólares al mes.
– Tienes toda la razón amigo. Suena duro, pero la chica debe de morir para que el “Drewster News” sobresalga a nivel nacional durante unos días.
Nada más decir esto, Derrick recibió el tono de la interrupción de la llamada. Su interlocutor había colgado.


Estaba tumbado encima del largo sofá del salón de su casa. El desorden reinaba en cada metro cuadrado de la vivienda. Polvo, basura, inmundicia, con cucarachas y ratas campando a sus anchas por los suelos y las mesas y mostradores de cada estancia.
Mantenía la nuca reposando sobre un cojín descolorido de algodón. Los párpados le pesaban. Los brazos estaban colocados sobre su regazo, y las piernas ligeramente alzadas, con los pies descansando sobre una almohada. Toda la estancia permanecía a oscuras. Las ventanas llevaban días cerrados, así que el ambiente permanecía enrarecido y cargado por la escasa ventilación del aire.
Respiraba pausadamente. Sus ojos, protegidos bajo la piel de los párpados, vislumbraban una negrura surcada de puntitos blancos que rotaban de posición constantemente.
Podía permanecer concentrado en esa misma postura horas y horas, sin ni siquiera tener la necesidad de ir al baño.
Sus ojos, como si estuvieran en plena fase REM, no paraban de removerse bajo los párpados.
Pero no estaba en fase de sueño.
Qué más hubiera deseado.
Estaba tratando de establecer contacto con una conciencia ajena a la suya.
Una entidad nociva. Perversa. Enfurecida. Que deseaba destruir la felicidad de la primera persona que pudiera ser elegida al azar por su enfermiza mente.
No tardó en ver a un joven ejecutivo. Se llamaba Thomas Brest. Tendría treinta años. Estaba casado y con dos hijos.
Por desgracia, Thomas había sido seleccionado por una persona demente y perturbada. A este ser enfermo le encantaba secuestrar personas del  género masculino para abusar de ellos durante días y semanas, antes de matarlas.
Thomas tenía un futuro abominable ante sí.
Poco a poco se fue incorporando del sofá.
El hombre de negocios residía en Maine.
Se dirigió hacia el escritorio donde tenía su ordenador, y puso en el navegador la búsqueda de periódicos pertenecientes a la región donde iba a cometerse el secuestro de Thomas Brest.
De nuevo una exclusiva. Y una nueva muerte espantosa y aborrecible.
Pero él no podía impedir que sucediese tal cosa.
Tan solo predecirla.
Y el periodista de turno publicarla, pues este nunca tendría intención de alertar a la policía de las intenciones del asesino en serie, pues de hacerlo, iba a perder la exclusiva de la noticia del crimen.


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Pesadilla en la Fraternidad OMEGA, de la Universidad de Twisted Brains (USA).

A primera vista, esta foto inicial nos muestra a tres estudiantes universitarios de lo más normales que pueda haber en cualquier campus norteamericano. El de la izquierda es un chico algo cohibido y tímido, con la mente siempre puesta en las musarañas. Por eso sus notas son un pelín deficientes. Los otros dos son estudiantes ejemplares, que además pertenecen a la fraternidad OMEGA.

¡Pero craso error! El primero es en realidad un terrible vampiro que viene dispuesto a chuparles la sangre a los dos bondadosos e inocentes chavalotes.
– ¡Soy Honorato Sangría, y tengo ganas de dejaros sin una sola gota de sangre! – farfulla el vampiro en pleno ataque desenfrenado.

Pero este ser tan malévolo se ha tropezado con una pesadilla aún mayor. Los dos chicos a quienes pretendía hincarles el colmillo, en realidad son
¡¡¡DOS HAMBRIENTOS CANÍBALES LLEGADOS DEL ESPACIO EXTERIOR VÍA PLUTÓN!!!



– ¡Pues sintiéndolo mucho, llevamos dos meses sin catar carne humana! ¡Y chico, tú encima estás de lo más apetecible, porque no hay más que ver esa pinta tan rolliza que tienes! 
– ¡Ahhh! ¡Noo…! Cuando precisamente iba a iniciar mañana un régimen para adelgazar veinte kilos en tres semanas…


Dos horas y media más tarde:



– Buen ejemplar de estudiante regordito, ja, ja.
– Si. La cabeza la hemos tenido que dejar casi entera, porque ya nos hemos llenado bastante con los michelines del nene.
– Lo bueno es que decía ser vampiro.
– Bueno. ¡Ahora es un montón de huesos mondos y lirondos, jua, jua…!


Así fue como gracias a la valentía de estos dos mozalbetes, se eliminó la amenaza del espeluznante vampiro en las cercanías de la universidad de Twisted Brains.



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La feliz vuelta de Harry, el adiestrador de mis monstruosos animalitos, de sus ociosas vacaciones anuales.

Es un día muy grato. Uno de mis ayudantes, Harry, el inigualable cuidador de animales y demás mascotas repelentes y terribles que pululan por los fosos, las catacumbas, el alcantarillado y el pantano pestilente cercano al castillo, acaba de retornar de sus vacaciones de tres días. Según tengo entendido, las ha debido de pasar en el cuarto de baño de la pensión de la Viuda Negra, chapoteando en la bañera como un chiquillo con su patito de goma y su barco de pirata que funciona a pilas.
Harry: Tres días miserables. En cuanto me estaba habituando a la pereza diaria, se me pasaron con la rapidez de un dragón de Komodo cuando persigue a un fotógrafo de la National Geographic.
Robert “El Maléfico”: No es por nada, mi fiel empleado. Has disfrutado según el período de descanso anual que te marca el convenio colectivo de monstruos y seres pavorosos a nivel nacional.
Harry: Me parece del todo injusto. Yo no soy ningún monstruo. Soy un tío normal de carne y hueso que le cuida el zoológico este tan tremendo que tiene usted montado por aquí.
Robert: Bueno, bueno. Mejor no discutamos acerca de su categoría profesional dentro de la empresa.
Harry: ¡Le repito que no hay derecho! Dominique y Bogus Bogus forman parte del convenio de cocineros y mayordomos, y ambos disfrutan de cinco días de asueto cada 365 días. Y ellos sí que deberían de pertenecer al gremio de monstruos. Uno es un caníbal que luego realiza recetas culinarias con sus víctimas y el otro invoca a las sombras infernales para acabar con las visitas que no le son gratas con la lumbre de unos candiles, lo que le convierte en un brujo como la copa de un pino.
Robert: Le aconsejo que discuta este tema con una de las empleadas de Recursos Humanos.
Harry: ¡Pero si son todas zombis y ni se les entiende lo que dicen! Están todo el rato babeando y ocupadas en ir recogiendo sus propias extremidades del suelo cuando se les caen, como para estar atentas a lo que tenga que reclamarles.
Robert: Son unas chicas fantásticas. Ya lo digo yo. Y muy decorosas. Jamás sufrirán acoso sexual por parte de ninguno de mis trabajadores.
Harry: Huelen que apestan a borrego podrido, como para uno querer tirarles los tejos, no te fastidia.
Robert: Volviendo al tema principal, que es tu regreso al castillo. Me imagino que vuelves enchufado, fresco y con ganas de emplear el látigo, el AK-47 y el proyector de plasma para mantener a raya a los bichos. En estos tres días, 57 visitantes han sido medio devorados, arañados a conciencia, mordidos con saña, aplastados bajo un montón de pezuñas o desprovistos de alguna pierna o brazo a resultas de los ataques de los animales al escapar de sus jaulas y de los fosos.
Harry: Vengo con pocas ganas. Aunque ya veo que debió usted de elegir a un tarugo para reemplazarme durante estos días. Cualquiera diría que se le olvidaba de correr el pestillo del cerrojo para evitar que las malas bestias anduvieran luego campando a sus anchas por este lugar repugnante.
Robert: Bueno…
Croqueta Andarina: Anda. No me miren de esa manera. Nadie me dijo nada acerca de los cerrojos. Yo simplemente les abría la puerta de las jaulas para darles la comida y luego la ajustaba en su sitio, confiando en que nunca se les ocurriría empujarla con la patita para salir a darse sus paseítos inofensivos…


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Empleado Incompetente Merecidamente Despedido de Escritos de Pesadilla. (I)

¡Ya estoy harto! ¡Mis trabajadores se están acomodando! Tienen un sueldazo impresionante de un euro y medio al mes y aún así la productividad del blog está casi por los suelos. No me queda otra alternativa nefanda que tomar cartas en el asunto. Visto el chollo de la nueva Reforma Laboral, he decidido darles un escarmiento. Voy a echar a la calle a los más ineficaces, pagándoles la ridícula indemnización correspondiente por sus muchísimos años de servicios, ja ja. Soy Robert “El Maléfico”. Seguro que después de despedir a unos cuantos, el resto se esforzará más por permanecer en la empresa. Además, hay mucho monstruo y tío feo en la cola del paro, anhelando encontrar un hueco libre dentro del espectáculo del terror y del miedo más pavoroso. Un poco de maquillaje y ya tengo el sustituto del primer damnificado: El zombi del jugador de golf,  Eric La Point.
Ya lo sabes, Eric:

¡A GANARSE LOS GARBANZOS EN OTRO LADO, JA JA JA!



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