Prediciendo asesinatos. (Predicting murders).

Derrick recogió el auricular del teléfono fijo nada más empezar este a sonar.
– Diga.
– Es una colegiala del Renmore High School, de Redemption. El asesino la raptará conforme se desplace andando sola hasta el colegio. La hora del secuestro: siete y media de la mañana. Tras dos días de torturas y vejaciones, acabará con ella, enterrándola en la ribera del río Tweat, cercano a la fábrica de caucho.
– El nombre de la víctima.
– Aurora Morris. Edad, 16 años. Es de su tipo. Delgada y rubia.

– Perfecto.
– Puedes ir perfilando el artículo con la debida antelación. Así lo pulirás y saldrá en primera plana del periódico.
– Si. En cuanto lo lea el redactor jefe Collins, se relamerá de gusto por haber conseguido la delantera en la exclusiva del crimen.
– Bueno. Te dejo. Tengo otros asuntos que concitan mi inmediata atención.
– Como no. Ah, y gracias por confiar en mí.
– No es confianza. Simplemente tengo que descargar las emociones que afligen mis sentidos. Si no las doy a conocer, el dolor de las personas maltratadas y dañadas hasta la muerte final consigue conmoverme e involucrarme, deseando que se anticipe mi propio fin.
– Eso tiene una fácil solución. Con los datos que acabas de darme, podemos alertar a la policía y así evitar el asesinato de la chica.
– No lo comprendes, Derrick. Evitaríamos su sufrimiento, pero entonces otra muchacha sería seleccionada. El proceso continuaría adelante. A las pocas horas, te llamaría, informándote de los datos de la chica que iba a sustituir en la cadena de la muerte a Aurora Morris.
“Y recuerda el éxito de tu futuro reportaje. Para que sea valorado, el asesino tiene que cebarse con la inocencia de la estudiante seleccionada. Sin primera plana, seguirás siendo un reportero local con un sueldo de 900 dólares al mes.
– Tienes toda la razón amigo. Suena duro, pero la chica debe de morir para que el “Drewster News” sobresalga a nivel nacional durante unos días.
Nada más decir esto, Derrick recibió el tono de la interrupción de la llamada. Su interlocutor había colgado.


Estaba tumbado encima del largo sofá del salón de su casa. El desorden reinaba en cada metro cuadrado de la vivienda. Polvo, basura, inmundicia, con cucarachas y ratas campando a sus anchas por los suelos y las mesas y mostradores de cada estancia.
Mantenía la nuca reposando sobre un cojín descolorido de algodón. Los párpados le pesaban. Los brazos estaban colocados sobre su regazo, y las piernas ligeramente alzadas, con los pies descansando sobre una almohada. Toda la estancia permanecía a oscuras. Las ventanas llevaban días cerrados, así que el ambiente permanecía enrarecido y cargado por la escasa ventilación del aire.
Respiraba pausadamente. Sus ojos, protegidos bajo la piel de los párpados, vislumbraban una negrura surcada de puntitos blancos que rotaban de posición constantemente.
Podía permanecer concentrado en esa misma postura horas y horas, sin ni siquiera tener la necesidad de ir al baño.
Sus ojos, como si estuvieran en plena fase REM, no paraban de removerse bajo los párpados.
Pero no estaba en fase de sueño.
Qué más hubiera deseado.
Estaba tratando de establecer contacto con una conciencia ajena a la suya.
Una entidad nociva. Perversa. Enfurecida. Que deseaba destruir la felicidad de la primera persona que pudiera ser elegida al azar por su enfermiza mente.
No tardó en ver a un joven ejecutivo. Se llamaba Thomas Brest. Tendría treinta años. Estaba casado y con dos hijos.
Por desgracia, Thomas había sido seleccionado por una persona demente y perturbada. A este ser enfermo le encantaba secuestrar personas del  género masculino para abusar de ellos durante días y semanas, antes de matarlas.
Thomas tenía un futuro abominable ante sí.
Poco a poco se fue incorporando del sofá.
El hombre de negocios residía en Maine.
Se dirigió hacia el escritorio donde tenía su ordenador, y puso en el navegador la búsqueda de periódicos pertenecientes a la región donde iba a cometerse el secuestro de Thomas Brest.
De nuevo una exclusiva. Y una nueva muerte espantosa y aborrecible.
Pero él no podía impedir que sucediese tal cosa.
Tan solo predecirla.
Y el periodista de turno publicarla, pues este nunca tendría intención de alertar a la policía de las intenciones del asesino en serie, pues de hacerlo, iba a perder la exclusiva de la noticia del crimen.


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