El supervillano Mega Muerte. (Supervillain Mega Death).

– Tienes que decírmelo, Barny.
“Es verdad…  Espera a que primero pulse el interruptor del micrófono. De otra forma me es imposible oírte.
– ¡Escoria! ¡Eso es lo que eres! ¡No te voy a decir ni una leche!
– Eso siempre sucede al principio. Vamos a ver. Te enfrentas con el supervillano Mega Muerte.
Te tengo encerrado en una cápsula sellada a cal y canto. Tienes un suministro de oxígeno para media hora escasa. Yo tengo el control absoluto de la situación. Si confiesas lo que espero oír de ti, te dejaré oxígeno para las suficientes horas que necesite el superhéroe Tony Roca Pétrea en rescatarte. Si te niegas, no solo dejarás de tener ración extra de oxígeno, si no que yo mismo te la recortaré, asfixiándote en menos de dos minutos si me da la gana.
– ¿Superhéroe? ¿Al rescate? ¡Estás loco! ¡Deja de apretar, joder!
– No cejaré en mi empeño hasta que me digas el lugar y la hora exacta de la entrega de las armas de largo alcance. El mafiosillo de tu jefe tiene una reunión de negocios con un general de un ejército de una república bananera. Pasta a cambio de armas. Mucho dinero. Muchas armas.
– ¿Mi… jefe? No… Aire… Suéltame… Me estás ahogando. Cabronazo…
– Se que más temprano que tarde me lo vas a facilitar todo. Ahora mismo te quedan tres minutos de oxígeno puro. No es que proceda de las montañas suizas, pero sirve para mantenerte vivo.
– ¡Chalado! ¡Te lo diré…! ¡Te lo diré…!
– El lugar y la hora.
– Todo… ¡Y luego que te den, por mamonazo!
Era un polígono industrial abandonado a las afueras de Chicago. Antonino “Il Bello” estaba aguardando la llegada del comprador. La nave donde iba a llevarse el acuerdo pertenecía a uno de sus hombres de confianza. El mafioso estaba numerosamente acompañado por sus esbirros, aunque notaba la ausencia de Barny O´Gere.
Faltaba un cuarto de hora para la cita. Antonino tenía la costumbre de llegar siempre con mucha antelación a las citas. En ese instante desde una esquina cercana vieron acercarse a un desconocido. Estaba protegido por las penumbras, pues las farolas de esa zona estaban destrozadas a pedradas.
– Qué coño.
Ordenó a dos de sus hombres que fueran a ver de qué se trataba. Justo en ese instante el visitante salió a una parte más iluminada.
Los dos secuaces de Antonino se detuvieron al instante al verle. Se miraron el uno al otro, atónitos. No tardaron en troncharse de risa.
El recién llegado vestía un ridículo disfraz de superhéroe. Llevaba mallas anaranjadas, un jersey de lycra verde y botas militares. El rostro estaba recubierto de maquillaje amarillento y sobre la cabeza llevaba un casco de protección para las obras.
Antonino lo señaló con el índice, remarcando la presencia de aquella desternillante y dantesca figura a diez metros escasos de donde se encontraba. Todos sus pistoleros a sueldo se echaron a reír con ganas.
– Pero, bueno. ¿Quién eres tú?  – le preguntó con guasa.
– Señores. Soy Mega Muerte. Y vengo a quedarme con todo. Las armas y el dinero de la transacción – contestó con fuerza y vigor el hombre disfrazado.
– Pero vamos a ver. Apréndete bien tu papel, chaval. Si eres un superhéroe, vendrás a detenernos, para entregarnos a la pasma. Si te quedas con el dinero y las armas, estarás saltándote las normas de tus colegas  Superman, Batman, El hombre araña, etc.… Vamos, que tienes un código ético que cumplir, ja, ja.
– No soy ningún héroe. Soy lo contrario. Un supervillano. Por eso os voy a mandar a todos al mismísimo infierno, para así quedarme con el dinero y las armas.
“Así que rezad lo que sepáis, que dentro de unos segundos cada uno de vuestros cuerpos quedarán diseminados por el suelo por el efecto devastador de estas granadas múltiples que llevo en las manos.
Antonino cesó de reír nada más apreciar que Mega Muerte les lanzaba las granadas…
Dos de ellas dieron de lleno en los dos hombres cercanos al supervillano. Otras tres más fueron lanzadas en dirección al lugar donde se encontraba Antonino  “Il Bello” con el resto de la banda de maleantes.
– ¡La puta!
Su reacción de autoprotección fue instintiva.
Entonces…
– ¡Será tonto de culo! Son globos hinchados de agua – despotricó uno de los dos hombres próximos a Mega Muerte.
Él y su compañero habían sido blancos fáciles, y estaban mojados de la cabeza a los pies.
Los otros tres globos habían errado en la diana, estallando a los pies de Antonino y de algunos de sus secuaces.
– ¡Gilipollas de tío! ¡Llenad de plomo a ese payaso! – bramó Antonino.
Mega Muerte estaba sorprendido por el fracaso de su ataque con las mortíferas granadas, y cuando quiso echar mano de la pistola desintegradora, los dos pistoleros situados justo enfrente de él descargaron sendos cargadores en su cuerpo, acribillándole a tiros, cayendo a plomo sobre el frío asfalto de la nave industrial, formándose un amplio charco de sangre en su derredor.
Antonino “Il Bello” estaba histérico perdido. El militar de la república corazonista de no sé dónde estaba a punto de llegar.
– ¡Quitad ese espantajo de mi vista! ¡Y daos prisa, por Dios! ¡Cómo se joda todo por su culpa, soy capaz de cortarme las venas!
El cadáver de Mega Muerte fue retirado hacia una zanja que bordeaba uno de los laterales de la nave.
Antonino buscó la cigarrera para fumarse un puro.
– Signore, disculpe…
Era uno de sus vasallos. Se volvió, tratando de contenerse.
– Dígame, Julio.
– Tengo la explicación de por qué no está con nosotros Barny.
“Su cuerpo ha sido localizado ahogado en la bañera del cuarto de baño de su propia casa.  La casera tuvo tiempo de poder ver como salía corriendo del piso un tío igual de disfrazado que este que acabamos de mandar al otro barrio.
“Lo gracioso es que este elemento debe de ser el hermano de Barny.
“Ya sabe. El que suele estar entrando y saliendo del psiquiátrico Darkmind…


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Una estrella ando buscando… (I´m looking for a star…)

Después de tanto “dibujico”, un relato corto de misterio…

Es una noche veraniega, con el cielo completamente despejado. Son casi las doce y miro hacia el firmamento, buscando un nido de estrellas. De entre ellas debería de destacar el cuerpo celeste que llevo añorando desde hace tanto tiempo indeterminado…
Recorro calles apartadas de todo tránsito denso. Intento hallar la inspiración. El acto que concentre mi atención, haciendo germinar el hallazgo final de la estrella que reconduzca mi situación a mi origen inicial como ser viviente. Pues no soy de esta tierra que detesto. Me encuentro muy distante de mis semejantes…
Se suceden los minutos. Ya casi debe de ser la una de la madrugada. Pasando al lado de una ventana abierta de par en par por el bochorno que aflige el descanso nocturno de los habitantes del piso de planta baja del edificio en cuestión, me infiltro de manera silenciosa, sorteando con habilidad una escueta verja de hierro forjado que rodea el costado.  Desde el interior recorro con la mirada en perpendicular hacia el cielo, pero el destello que señale el fin de mi recorrido en esta parte del mundo no me corresponde, así que recorro las dependencias una a una…
Cuando más tarde salgo al exterior, aún estoy con las manos manchadas de sangre. Me acerco a un callejón donde entre los cubos de basura me hago con hojas de periódicos desfasados y me limpio las manos.
Mi corazón palpita desbocado. No son los nervios producto de los hechos realizados en un hogar ajeno, donde gente desconocida ha sido sumida en un sueño ya imperecedero…
Este estado de ansiedad es debido al deseo de que el ritual haya obrado efecto de manera efectiva. Con pasos precipitados, abandono la callejuela húmeda y sucia y enfoco una calle más abierta, buscando con la mirada hacia arriba, más allá de los contornos de las azoteas de los edificios, donde el cielo oscuro pero libre de nubes expresaba la inmensidad del universo con las Pléyades de adorno discreto. Pero faltaba la estrella que yo imploraba avistar para el retorno a las raíces de dónde realmente procedo.
Desesperado, marco el paso dirigiéndome hacia la boca del metro más cercano. Antes de afrontar las escaleras descendentes, escruto los designios de la bóveda celeste. Sin el brillo titilante necesario que implicase mi liberación del cuerpo físico, fui perdiéndome en las entrañas de la tierra, buscando refugio para descansar el resto de la noche en una de las estaciones de parada del transporte metropolitano de las líneas férreas de la ciudad.
Reposar, para regenerar el alma y las fuerzas, porque a la noche siguiente, seguiría recorriendo las zonas más recónditas del lugar con la esperanza de acertar con los seres adecuados para el sacrificio de la llamada definitiva. La que habría de conducirme a la estrella que andaba buscando.


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La narración (The storytelling)

Recuerdo…
La historia empieza cerca de la linde de un bosque de pinos espesos y apretados, donde cualquier avance te hacía tropezar con la maleza.
El cielo…
Si, estaba nublado. Nubes filamentosas y algodonadas, oscuras y tripudas, amenazando una tormenta nocturna.
Porque era de noche.
Más bien pasada la hora de las brujas. Madrugada avanzada.
El clima…
Aun no se estaba en pleno invierno, pero poco le faltaba. Hacía mucho frío. El viento también azotaba lo suyo, haciéndote tener que abrazarte a ti mismo para intentar entrar en cierto calor.
La compañía…
Si, se iba acompañado de uno de tus mejores amigos. Leal y de los que jamás te harían un gesto feo. Uno se preguntaba qué se hacía a esas horas de la madrugada, caminando a oscuras, con la única ayuda de unas linternas de pila de petaca. Puede decirse que la osadía, la curiosidad, el deseo de conocer emociones fuertes…
Los comienzos fueron normales…
No sucedió nada extraordinario. Eso sí, las ráfagas del aire, los sonidos de la naturaleza, la nocturnidad, la soledad y los caminos angostos practicados sobre la hierba y entre matorrales por excursionistas que recorrían aquel bosque en momentos menos intempestivos nos mantenía atentos a cualquier cosa. Procurábamos hablar entre nosotros para refrenar los nervios.
Pasaron tres cuartos de hora…
Hubo un instante que la luna se libró de la telaraña que la envolvía, iluminándose un claro que había hacia el noreste. Nos emocionamos al reconocer aquella oquedad practicada en el suelo. Era la tumba maldita. La del brujo. Si, hace cien años fue apresado y condenado a morir ahogado en el río cercano al pueblo. Nuestros antepasados no lo dudaron en sentenciarlo en público, sin ni siquiera haber practicado un juicio donde pudiera defenderse de las acusaciones maliciosas de los vecinos del lugar.
Removimos las piedras…
La tierra estaba húmeda. Escarbamos empleando las cuatro manos, con la creencia de que íbamos a dar con los huesos de aquel infeliz. Pero lo que no esperábamos era dar con su cuerpo incorrupto. El olor que desprendía era nauseabundo, y para cuando quisimos volver a taparlo con la tierra removida y amontonada al lado de la tumba, para luego recolocar las piedras a modo de lápida, el brujo nos apresó a cada uno por una de nuestras muñecas con los dedos de sus manos huesudas y de piel apergaminada. Su fuerza y la firmeza del apretón nos impidieron escapar…
¿Te ha gustado la historia? Un poco inquietante, eh…
Bueno, Tommy. Tengo que marcharme. Y tú tienes que dormirte.
Es inútil que te estires y tironees de las ataduras que te mantienen sujeto a la cama. Ya va siendo hora que te hagas a la situación en que te encuentras.
Jamás volverás a ver a tus padres…
Porque ahora eres mi hijo.
Un hijo al que le narro un hermoso cuento antes de que cierre los ojos.
Y ahora…
Apago la luz y cierro la puerta.
Nos vemos mañana, hijo mío…

El silencio del pintor

Las hebras del pincel trazaban sus deseos sobre el lienzo, creando una composición artística a su gusto íntimo y personal. Su sonrisa era amplia y placentera. Se sentía feliz y emocionado cada vez que bosquejaba una nueva obra, que a su término formaría parte de su colección particular. Él era el autor, y a la vez el dueño de los cuadros. Jamás serían expuestos en público, y por tanto, jamás saldrían a la venta…

Doris estaba aterida de frío. Se sorbía los mocos con fuerza, secándose la nariz con la manga del vestido. Hacia un rato que había dejado de llorar, pero estaba a punto de reanudar el llanto. Su hermano Richard estaba preocupado por ella. Doris tenía simplemente seis años. El al menos acababa de cumplir los once, y se consideraba un chico valiente. Razón suficiente para tornarse en paladín de la niña.
– No dejes de sujetar mi mano – le indicó.
– No. No lo haré. No quiero quedarme atrás y perderme para siempre – gimoteó Doris.


– Eso nunca pasará. Llegaremos al final del camino. Ahí está nuestra casa. Nuestros padres.
Richard estaba inquieto a pesar de intentar ser convincente con esa afirmación.
Llevaban horas recorriendo a pie un camino estrecho, con principio y final interminable. A ambos flancos del sendero, no había nada excepto la oscuridad más intensa. Si alzaban la vista, no se veía el firmamento, y no por hallarse precisamente inmersos en la noche.
El tiempo era en si indeterminado.
Simplemente recorrían un camino que serpenteaba sin sentido. A Doris le parecía estar formando parte de una pizarra oscura, con un trazo marcado por la tiza, simbolizando la ruta que no conducía a ningún lado.
– Richard. Estoy ya muy cansada. Me duelen los piececitos.
– Ya lo se. Intenta aguantar un poco más. Estoy seguro que esta senda tiene que terminar de una vez.
– Echo de menos a mamá y a papá. Quiero estar con ellos y que me abracen.
– Te aseguro que en cinco minutos estaremos con papá y mamá. Y nos darán de merendar unos bollos con chocolate caliente…

Una pincelada y un deseo…
“Inmersos en la larga marcha, el niño y la niñita que tan molestos me resultan cuando juegan en el piso inferior, al permanecer ya distantes, consiguen que me concentre en silencio…
Me da igual el posible sufrimiento de sus padres. Pues antepongo mi puro egoísmo.
Ya lo siento, niños… Seguid caminando, llevando vuestro ruido a otra parte para siempre.”

El pintor se alejó un par de metros para contemplar su obra más reciente.
Un fondo negro con un único camino que era recorrido por dos figuras sin entrar en mucho detalle. Simplemente una era más alta que la otra, y caminaban cogidas de la mano…