relato misterio
Una estrella ando buscando… (I´m looking for a star…)
Después de tanto “dibujico”, un relato corto de misterio…
La narración (The storytelling)
Recuerdo…
La historia empieza cerca de la linde de un bosque de pinos espesos y apretados, donde cualquier avance te hacía tropezar con la maleza.
El cielo…
Si, estaba nublado. Nubes filamentosas y algodonadas, oscuras y tripudas, amenazando una tormenta nocturna.
Porque era de noche.
Más bien pasada la hora de las brujas. Madrugada avanzada.
El clima…
Aun no se estaba en pleno invierno, pero poco le faltaba. Hacía mucho frío. El viento también azotaba lo suyo, haciéndote tener que abrazarte a ti mismo para intentar entrar en cierto calor.
La compañía…
Si, se iba acompañado de uno de tus mejores amigos. Leal y de los que jamás te harían un gesto feo. Uno se preguntaba qué se hacía a esas horas de la madrugada, caminando a oscuras, con la única ayuda de unas linternas de pila de petaca. Puede decirse que la osadía, la curiosidad, el deseo de conocer emociones fuertes…
Los comienzos fueron normales…
No sucedió nada extraordinario. Eso sí, las ráfagas del aire, los sonidos de la naturaleza, la nocturnidad, la soledad y los caminos angostos practicados sobre la hierba y entre matorrales por excursionistas que recorrían aquel bosque en momentos menos intempestivos nos mantenía atentos a cualquier cosa. Procurábamos hablar entre nosotros para refrenar los nervios.
Pasaron tres cuartos de hora…
Hubo un instante que la luna se libró de la telaraña que la envolvía, iluminándose un claro que había hacia el noreste. Nos emocionamos al reconocer aquella oquedad practicada en el suelo. Era la tumba maldita. La del brujo. Si, hace cien años fue apresado y condenado a morir ahogado en el río cercano al pueblo. Nuestros antepasados no lo dudaron en sentenciarlo en público, sin ni siquiera haber practicado un juicio donde pudiera defenderse de las acusaciones maliciosas de los vecinos del lugar.
Removimos las piedras…
La tierra estaba húmeda. Escarbamos empleando las cuatro manos, con la creencia de que íbamos a dar con los huesos de aquel infeliz. Pero lo que no esperábamos era dar con su cuerpo incorrupto. El olor que desprendía era nauseabundo, y para cuando quisimos volver a taparlo con la tierra removida y amontonada al lado de la tumba, para luego recolocar las piedras a modo de lápida, el brujo nos apresó a cada uno por una de nuestras muñecas con los dedos de sus manos huesudas y de piel apergaminada. Su fuerza y la firmeza del apretón nos impidieron escapar…
¿Te ha gustado la historia? Un poco inquietante, eh…
Bueno, Tommy. Tengo que marcharme. Y tú tienes que dormirte.
Es inútil que te estires y tironees de las ataduras que te mantienen sujeto a la cama. Ya va siendo hora que te hagas a la situación en que te encuentras.
Jamás volverás a ver a tus padres…
Porque ahora eres mi hijo.
Un hijo al que le narro un hermoso cuento antes de que cierre los ojos.
Y ahora…
Apago la luz y cierro la puerta.
Nos vemos mañana, hijo mío…
El silencio del pintor
Las hebras del pincel trazaban sus deseos sobre el lienzo, creando una composición artística a su gusto íntimo y personal. Su sonrisa era amplia y placentera. Se sentía feliz y emocionado cada vez que bosquejaba una nueva obra, que a su término formaría parte de su colección particular. Él era el autor, y a la vez el dueño de los cuadros. Jamás serían expuestos en público, y por tanto, jamás saldrían a la venta…
Doris estaba aterida de frío. Se sorbía los mocos con fuerza, secándose la nariz con la manga del vestido. Hacia un rato que había dejado de llorar, pero estaba a punto de reanudar el llanto. Su hermano Richard estaba preocupado por ella. Doris tenía simplemente seis años. El al menos acababa de cumplir los once, y se consideraba un chico valiente. Razón suficiente para tornarse en paladín de la niña.
– No dejes de sujetar mi mano – le indicó.
– No. No lo haré. No quiero quedarme atrás y perderme para siempre – gimoteó Doris.
– Eso nunca pasará. Llegaremos al final del camino. Ahí está nuestra casa. Nuestros padres.
Richard estaba inquieto a pesar de intentar ser convincente con esa afirmación.
Llevaban horas recorriendo a pie un camino estrecho, con principio y final interminable. A ambos flancos del sendero, no había nada excepto la oscuridad más intensa. Si alzaban la vista, no se veía el firmamento, y no por hallarse precisamente inmersos en la noche.
El tiempo era en si indeterminado.
Simplemente recorrían un camino que serpenteaba sin sentido. A Doris le parecía estar formando parte de una pizarra oscura, con un trazo marcado por la tiza, simbolizando la ruta que no conducía a ningún lado.
– Richard. Estoy ya muy cansada. Me duelen los piececitos.
– Ya lo se. Intenta aguantar un poco más. Estoy seguro que esta senda tiene que terminar de una vez.
– Echo de menos a mamá y a papá. Quiero estar con ellos y que me abracen.
– Te aseguro que en cinco minutos estaremos con papá y mamá. Y nos darán de merendar unos bollos con chocolate caliente…
Una pincelada y un deseo…
“Inmersos en la larga marcha, el niño y la niñita que tan molestos me resultan cuando juegan en el piso inferior, al permanecer ya distantes, consiguen que me concentre en silencio…
Me da igual el posible sufrimiento de sus padres. Pues antepongo mi puro egoísmo.
Ya lo siento, niños… Seguid caminando, llevando vuestro ruido a otra parte para siempre.”
El pintor se alejó un par de metros para contemplar su obra más reciente.
Un fondo negro con un único camino que era recorrido por dos figuras sin entrar en mucho detalle. Simplemente una era más alta que la otra, y caminaban cogidas de la mano…