Feliz Navidad, nena. (Merry Christmas, baby).

Dulce Navidad, nena.
No te agradezco la felicitación. Es una noche desagradable. Fría y húmeda. ¿Dónde está la nieve? ¡Sólo lluvia! ¡Eso condiciona el paisaje! ¡No es nada romántico, sabes! Mires donde mires por la ventana, todo está mojado.
Y brillante…
No digas eso. Suena lascivo.
– Voy a encender el árbol.
– Mejor chasquea el mechero y le das fuego. Así entraríamos en calor.
– Eres muy negativa, nena.
¡No hay calefacción! ¡Hace un frío tremendo! 
– Bueno. Dos bajo cero.
¡Lo dicho! ¡Claro, como dejaste de pagar las facturas, cortaron la corriente! ¿Nunca pensaste en que a finales de año, llegaría el jodido invierno?
Ese vocabulario… Ya sabes que detesto los vocablos malsonantes.
¡No haber dejado de trabajar! ¡Así pagarías el agua, la luz y el gas!
– Ya sabes porqué lo dejé. No podía concentrarme lejos de ti.
– No me digas. Pues ya son unos cuantos meses que estoy a tu lado. ¡Demonios!
Nena, controla tu mal genio.
– Si, claro. Porque si no lo hago, me arrancarás el otro pie, ¿verdad? ¡Diantres! ¡Nunca me aflojas las cadenas! ¡Y siempre me tienes en la silla de ruedas, o tumbada encima de la cama!
– Eres muy exigente, nena.
¡Ya, ya! ¡Y tú un retorcido demente! ¡Si lo llego a saber, nunca se me hubiera ocurrido visitarte a principios de año para venderte una puñetera batería de cocina!
– Es que estabas arrebatadora con ese traje negro con falda. Ahora si te comportas, te traeré un poco de sopa.
¡Sopa fría, no te fastidia! ¡Y de postre, pan duro con algo de mantequilla! ¡Menudas navidades! ¡Ojalá nunca te hubiera conocido! ¡Al menos estaría entera! ¡Porque sin un pie menos ya me dirás lo encantadora que estoy ahora!
– No tienes que lamentar tu estado físico, nena. Ya sabes que eres lo máximo para mí. Además, jamás nos separaremos.
¡Hasta que te aburras de mí, me hagas daño, me mates y te busques a otra, maldito cafre mentiroso!
– Nena, porque estamos en estas fechas. Si no te arrancaba ahora mismo un par de dedos como merecido castigo por tu boca sucia.
¡Que te den!
– En fin. Te prepararé un tranquilizante. Cuando estés relajada, te acercaré al árbol, y juntos cantaremos alegres y emotivos villancicos.

Una estrella ando buscando… (I´m looking for a star…)

Después de tanto “dibujico”, un relato corto de misterio…

Es una noche veraniega, con el cielo completamente despejado. Son casi las doce y miro hacia el firmamento, buscando un nido de estrellas. De entre ellas debería de destacar el cuerpo celeste que llevo añorando desde hace tanto tiempo indeterminado…
Recorro calles apartadas de todo tránsito denso. Intento hallar la inspiración. El acto que concentre mi atención, haciendo germinar el hallazgo final de la estrella que reconduzca mi situación a mi origen inicial como ser viviente. Pues no soy de esta tierra que detesto. Me encuentro muy distante de mis semejantes…
Se suceden los minutos. Ya casi debe de ser la una de la madrugada. Pasando al lado de una ventana abierta de par en par por el bochorno que aflige el descanso nocturno de los habitantes del piso de planta baja del edificio en cuestión, me infiltro de manera silenciosa, sorteando con habilidad una escueta verja de hierro forjado que rodea el costado.  Desde el interior recorro con la mirada en perpendicular hacia el cielo, pero el destello que señale el fin de mi recorrido en esta parte del mundo no me corresponde, así que recorro las dependencias una a una…
Cuando más tarde salgo al exterior, aún estoy con las manos manchadas de sangre. Me acerco a un callejón donde entre los cubos de basura me hago con hojas de periódicos desfasados y me limpio las manos.
Mi corazón palpita desbocado. No son los nervios producto de los hechos realizados en un hogar ajeno, donde gente desconocida ha sido sumida en un sueño ya imperecedero…
Este estado de ansiedad es debido al deseo de que el ritual haya obrado efecto de manera efectiva. Con pasos precipitados, abandono la callejuela húmeda y sucia y enfoco una calle más abierta, buscando con la mirada hacia arriba, más allá de los contornos de las azoteas de los edificios, donde el cielo oscuro pero libre de nubes expresaba la inmensidad del universo con las Pléyades de adorno discreto. Pero faltaba la estrella que yo imploraba avistar para el retorno a las raíces de dónde realmente procedo.
Desesperado, marco el paso dirigiéndome hacia la boca del metro más cercano. Antes de afrontar las escaleras descendentes, escruto los designios de la bóveda celeste. Sin el brillo titilante necesario que implicase mi liberación del cuerpo físico, fui perdiéndome en las entrañas de la tierra, buscando refugio para descansar el resto de la noche en una de las estaciones de parada del transporte metropolitano de las líneas férreas de la ciudad.
Reposar, para regenerar el alma y las fuerzas, porque a la noche siguiente, seguiría recorriendo las zonas más recónditas del lugar con la esperanza de acertar con los seres adecuados para el sacrificio de la llamada definitiva. La que habría de conducirme a la estrella que andaba buscando.


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