Mi nueva personalidad es de lo más escalofriante.

Mi trastornada mente fue asumiendo
el control de mi personalidad, hasta
entonces mundana.
Aquel contacto con el filo de la
navaja me había convertido
en un ser demoníaco.

Atavíado con ropajes de empleado
de una funeraria, más un gorro
tremendo que me hacía adoptar
la figura de un personaje de terror,
me fui adentrando en las tinieblas de 

la noche.

Recorría los callejones más lúgubres,
impartiendo una muy particular
justicia entre los seres menos
dignos, que en vez de permanecer
eternamente encerrados 

entre las paredes
de la celda de una cárcel, vagaban
libremente importunando a la
gente civilizada de la ciudad.

Mi nombre natural fue borrado
para siempre. Mis conocidos
fueron sumidos en el olvido.

Mi vida maldita fue complementada
por mi incursión en la magia negra
más arcana.
Con ello buscaba adquirir conocimientos,
poderes y fuerzas ocultas que me
posibilitaran aniquilar al ingente
número de criminales existentes en
la Vieja Iruña.
Realicé un pacto con lo más
innombrable ubicado en otra
dimensión paralela, desconocida
para el gran resto de los mortales.
El implacable dueño y señor
del dolor y el sufrimiento eterno
correspondió la entrega de mi
alma a cambio de un libro de
invocaciones y sortilegios
de lo más impuro.

Tras numerosos ensayos, donde
el fracaso se asomó con excesiva
frecuencia, pude por fin
dominar un hechizo
que me iba a suponer de una gran
utilidad.

Desde entonces, he conseguido
un sobresueldo en esta época
del año, invocando cientos de
árboles artificiales de navidad
de todo tipo de tamaño y color.
Se venden como churros, ja, ja.

En fin, una vez pasado por la triste tesitura de la agresión por el intento de atraco que padecí el otro día, se me ocurrió, viendo que tengo una cara tan chula, hacer unas cuantas fotos y realizar este montaje. Al menos no tuve que recurrir a ninguna clase de maquillaje.


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