Es un placer acompañarte.

El relato que viene a continuación está dedicado a Costampla, del blog “Achiques y Espacios”
Al mismo tiempo, hacer la incidencia de cara a mis lectores y seguidores habituales, que la historia en cuestión es de género fantástico. No hay sangre. No hay vísceras. Nadie guisa la cabeza de un panoli por mero placer caníbal. Estamos en unas fechas muy especiales. No se trata de un cuento de navidad, pero si es una pieza llevadera, imbuida de cierto espíritu de “Bienvenido Mister Marshall” si la hubiera dirigido un servidor en vez del genial Luis García Berlanga, ja ja.
Si alguien se desilusiona por el tono del relato, mil disculpas. Os aseguro que en Escritos de Pesadilla los hechos terroríficos retornarán en cuanto Santa Claus sea tiroteado desde un rascacielos de quinientos pisos. Vamos, que casi mañana mismo…

          Siempre Lo Mismo es una metrópoli industrial. Ni es desmesurada en dimensiones de tamaño y población como Nueva York, ni escasamente valorada en la magnitud regionalista de una localidad de poco relieve a nivel nacional. La ciudad de la que os hablo, es parecida a cualquiera de tamaño medio que conozcáis. Puede que parecida en simetría a la vuestra, por ejemplo. Y eso es mala señal. Porque si os cuento que en Siempre Lo Mismo se rebelaron las Sombras Humanas, os entrará el tembleque.

                En Siempre Lo Mismo las personas mayores estaban  frecuentemente atareadas. Tenían que madrugar muy temprano para ir al trabajo. Los niños, por otra parte, tenían que levantarse no mucho después de las siete; así se aseaban, desayunaban, se vestían, colocaban los libros escolares y los cuadernos de apuntes en la mochila, salían oportunamente a la calle y esperaban en plena intemperie al autobús escolar que iba a transportarles en un periquete al colegio de sus amores.
                Todo el mundo estaba ciertamente muy ocupado en Siempre Lo Mismo.
                Los Futbolistas del equipo local tenían que acudir a las instalaciones deportivas para ponerse a las órdenes del entrenador y su correspondiente preparador físico. Sudaban la gota gorda. Debido a lo empapadas que se les quedaban las sudaderas tras los tres cuartos de hora de entrenamiento, exigían que se les revisara de inmediato el contrato firmado un mes atrás. Ahora estaban a cinco jornadas de concluir la temporada. Por mor de los representantes de los jugadores, a fin de así obtener la comisión oportuna, era norma generalizada que se les subiera los emolumentos de la ficha cada mes y medio. A las figuras, eso sí, se les incrementaba el salario semana a semana por el tema de su revalorización, aumentándoseles en la misma proporción las cláusulas de recisión, y así todo quisque contento.
                Los pintores de brocha gorda tenían que ir derechitos donde se les indicaba desde los servicios de obra pública del Ayuntamiento con el fin estético de pintar los bancos, balaustradas, farolas y papeleras de los parques públicos. No paraban de renovar el maquillaje externo del mobiliario urbano hasta haber acabado con toda la pintura barata de los botes.
                Las estanqueras permanecían acomodadas detrás del mostrador de su tienda, imprimiendo el sello a las quinielas de las personas que mantenían infinitas ilusiones en acertar los quince resultados futbolísticos del domingo en curso. Confiaban tanto en sus posibilidades de lograr el pleno, que sin recato dudaban lo más mínimo en poner a perder al celebérrimo equipo local que estaba a un pasito de codorniz de abandonar la actual categoría, ostentando el farolillo rojo camino de la Segunda División B.
                Los muchachos de la empresa “Hache Dos  O” conducían su camión cisterna por todo Siempre Lo Mismo, dispuestos a inundar las piscinas privadas. Había mucha gente pudiente que residía en casonas unifamiliares, dotadas con jardín artificial con la hierba prefabricada en Tailandia y con piscina de dimensiones cuasi olímpicas. Cuando llegaban los primeros calores del verano, querían disfrutar plenamente en esos meses, cumpliendo con el prosaico hábito de darse algún que otro chapuzón llamativo y nada espontáneo, salpicando  a los más perezosos tumbados a la bartola y degustando sus jarras llenas de espumosa cerveza de importación irlandesa.
                Los tres aviadores comerciales de Publicidades A Mansalva Sociedad Limitada recorrían a vuelo rasante el cielo de Siempre Lo Mismo. Atada a la cola de cada aparato volador, una pancarta muy larga y extensa que invitaba a los transeúntes sedientos a beber limonada sin gas de la marca Olvídate de la Ginebra.
                Había personas que no tenían la obligación moral de trabajar ni por cuenta propia o ajena. Eran los Ancianos, que ya habían ejercido suficiente en sus buenos tiempos. Ahora disfrutaban del tiempo libre e iban a las plazas y demás zonas verdes de esparcimiento a pasear por los senderos y caminos para evitar que las bisagras de sus codos y rodillas no fueran víctimas del óxido. Los que estaban para menos trotes, se conformaban con sentarse en los bancos recién pintados, charlando con ejemplar coherencia entre ellos.
                Existía diversidad de profesiones. En todas ellas, las personas adultas desempeñaban las idénticas funciones seis días a la semana. Eso los varones, porque las féminas además de trabajar,  cumplían con su farragosa función de amas de casa. En este caso la semanita entera, buf. Por otra parte, los menos afortunados,  los parados,  devoraban con la vista listados de empleos temporales en las oficinas del INEM, sellando su tarjeta de renovación trimestral, antes de embarcarse en nuevas tentativas de búsqueda laboral en las empresas sin ánimo de lucro de trabajo temporal. Todo ello de lunes a viernes.  Mientras los menores de edad tenían que aprender sus duras lecciones escolares y estudiantiles cinco días a la semana.
                Nadie parecía querer romper moldes. Perforar las murallas de la rutina más sosa y persistente que pudiera rodear el castillo menos imaginativo de la historia. En definitiva, obrar de manera distinta en su calendario vital. Disponer de otro talante en humor y carisma, carambita. Pero no existía ninguna mente despierta y valerosa que quisiera erigirse en adalid del esparcimiento por siquiera media hora diaria. A consecuencia de la indiferencia de las personas por divertirse, las sombras iniciaron los preámbulos de su Sublevación.
                Empezaron por organizar una reunión clandestina.
                Las Sombras Adultas eligieron la Plaza Mayor para acometer tal fin. La hora escogida, las Tres horas, Cinco minutos y Dos segundos de la madrugada. Quedaron a esa hora porque casi la totalidad de habitantes en mayoría de edad estaría en semejante huso horario soñando fantasiosamente con ovejitas tristonas balando sus penalidades conforme saltaban una valla en plena campiña inglesa. Las sombras que no pudieron acudir al cónclave, bien porque sus dueños trabajaban en turno nocturno, o bien porque alguno de ellos no conciliaba el sueño, permaneciendo espabilado en la cama, leyendo con gran apatía un libro de bolsillo, no iban a influir de manera determinante con su falta de asistencia. Eran minoría. De cien mil Sombras Adultas, puede afirmarse que acudieron ochenta y cinco mil.
                Las Sombras (o como prefieren definirse ellas mismas como Siluetas Penumbrosas) no tienen volumen, ni ocupan espacio material, al poder quedar proyectadas varias de ellas (en este caso una enormidad) sobre una sola y simple sombra. Es por eso que las ochenta y cinco mil unidades pudieron caber fácilmente en la Plaza Mayor de Siempre Lo Mismo.
                Una vez concentradas todas en un mismo punto, el Portavoz  de todas ellas, que no era otra que el de la Sombra Mayor (que era el Jefazo  de las sombras porque pertenecía al respetable y esforzado levantador de piedras de más de 300 kilogramos, Mikel Kilo Haundia) tomó la palabra:
                – Estimadísimas sombras femeninas y varoniles. Tampoco quisiera olvidarme de las sombritas de los chavalines, quienes no han podido acudir hoy a la cita por motivos lógicos de reposo y nocturnidad. Una sombrita tiene que descansar hasta hacerse tan grandullona como su dueño. Que entonces le llegará el turno de tener que echar el resto, incluso si ha de permanecer insomne noches enteras cuando su propietario sea un poeta en búsqueda de las musas que le inspiren. Pero en este momento de sus bisoñas vidas les corresponde permanecer unidos a sus amos en el lecho del descanso.
                “Hecho este inciso, pasemos al meollo del asunto. El motivo de la presente cita masiva de sombras no es otro que resaltar nuestro pertinaz disgusto. El comprobar que día a día nuestros dueños repiten las mismas y reiterativas actividades, no hace más que conducirnos a un estado anímico de total abatimiento. Para que no nos venza la tibieza moral del tedio supremo, nos vemos en la disyuntiva de tener que responder por fin a las preguntas que nos aturden día y noche. ¿Qué podemos hacer con nuestros propietarios? Ya que no se nos tiene en la debida consideración, ¿cómo podemos trasladarles nuestras principal preocupación, la de nuestro actual estado de ánimo? ¿Qué hemos de hacer con su parsimonia rutinaria? ¿Decirles a la cara de sopetón que nos ABURREN?
                – ¡Ohhhhh! – asintieron las sombras.
                – ¿Manifestarles claramente que deseamos que sean personas más dinámicas y espontáneas?
                – ¡Sí! ¡Eso es lo que hay que decirles! – dijo una sombra anónima.
                – ¡Si es preciso, se les zarandea! – manifestó otra, enérgica y decidida a pasar a la acción.
                – ¿Comentarles lo agradable que sería que nos entretuvieran de tarde en tarde con algún acto ocioso? ¿Sugerirles que ya es hora de pasarlo bien de una vez por todas?
                – Ya estoy harto de tenerme que despertar a la misma hora, ducharme a la misma hora, desayunar a la misma hora, acompañar a mi dueño a la estación de tren a la misma hora y tener que emularle en la inercia entre bostezos cómo agita el dichoso banderín y hace soplar el estridente silbato al paso de los ferrocarriles de vía estrecha cada mañanita y tardecita – reconoció abiertamente y sin tapujos la sombra del Jefe de Estación.
                Una vez relatada esta situación tan decadente, las demás sombras convirtieron la reunión clandestina en una especie de confesionario público al aire libre.
                Hasta que una sombra, más lista e innovadora que el resto, depositó su ocurrencia en el buzón de sugerencias.
                – ¿Por qué no nos declaramos en huelga de servicios? Abandonemos a nuestros grises dueños. Veamos cómo reaccionarán al quedarse sin sombra que les siga.
                – ¡Perfecto!
                – ¡Fabulosa y grandiosa idea la suya!
                – Recomiendo que sometamos la propuesta de la sombra de Rufino Carrascosa, empleado de correos pedestre, a votación a mano alzada – vociferó la Sombra Mayor.
                De tal modo se procedió al sufragio universal. Un sinnúmero de brazos ennegrecidos como la pez se fueron elevando en vertical por encima de las cabezuelas densas de las sombras. El resultado, una vez efectuado el recuento de votos, fue obvio e inevitable: la huelga de inobediencia penumbrosa iba a llevarse a efecto de inmediato.
                – Esperemos que una resolución tan dolorosa y agresiva en las formas, pero justa y necesaria en el fondo, prenda en las mentes poco conscientes de nuestros dueños – comentaban las sombras entre sí, conforme se disgregaban por las calles y demás vericuetos de la población, disolviéndose en un santiamén la concentración nocturna.
                La huelga podría considerarse poco legítima en las formas al no concurrir el permiso legal para su convocatoria, pero sus efectos no tardaron ni un microsegundo en apreciarse en las veinticuatro horas siguientes.
                La ciudad fue desperezándose con la indiferencia de un zorro haragán e indolente, sin la menor ganas de salir de caza por tener la gripe. La propia urbe tardó poco o nada en reconocer que no echaba de menos el transcurrir de cada día uniforme y apagado que conformaba la unidad de hojas del calendario del mes presente. La gente inició sus costumbres matinales, abandonando sus respectivos hogares para dirigirse con la sincronización y la conciencia plana de un autómata estandarizado hacia sus respectivos centros de estudio, de trabajo y de actividades diversas a lo largo de la jornada. En un principio, nadie se percataba del cambio sustancial experimentado en la cotidianidad de sus vidas. La verdad sea dicha que las nubes enladrillaban el cielo, impidiendo que la incipiente salida del astro solar tamizara sus rayos tenues y vacilantes sobre la faz de la urbe, retardando la proyección esperada de las sombras, nexo de unión con la silueta corpórea de sus amos bípedos. El alumbrado público era muy triste y desganado, por el ahorro en tiempos de crisis. Además, a esa hora tan temprana, nadie estaba para fijarse si le seguía la sombra. Un ratito más tarde, se cumplieron los pronósticos de los meteorólogos, y el sol dejó de practicar el juego del escondite, ofreciendo su bendita redondez a las once de la mañana, sin que ninguna mísera nube solitaria sobrevolara el espacio aéreo de Siempre Lo Mismo. Con el aporte luminiscente del foco resplandeciente, los primeros damnificados por la carencia de sombra propia pudieron por fin darse notoria cuenta de su paradójica ausencia. El rumor se fue propagando por el mapa tridimensional de la metrópoli como un fino reguero de pólvora a punto de estallar. Para el mediodía, un sector importante de la población de Siempre Lo Mismo conocía el extraño fenómeno fisonómico del que eran objetos directos. Nadie que fuese humano disponía de la confianza de su sombra. Ya podían ejercer de pantalla ante cualquier foco difusor de luz artificial, que la sombra no surgía prolongada en oblicuo sobre el pavimento o aplastada contra la tapia.
                – ¡Estamos sin sombra! ¡Qué desastre! ¡Qué horror! – dijo el alcalde a su teniente de alcalde. – Hay que convocar un pleno urgentísimo, con la asistencia de todos los miembros de la corporación municipal. Y hay que ordenar con toda prontitud una investigación minuciosa de los hechos al mando principal de la policía local – añadió, dotando de una poderosa inflexión a su voz de por si siempre amansada.
                El alcalde encendió el foco de su lámpara articulada situada encima del escritorio. Abrió y cerró el puño en diversas ocasiones.
                – ¿Ese gesto suyo implica alguna connotación política? – se interesó el teniente de alcalde.
                El mandamás de Siempre Lo Mismo respiró agitadamente, ofuscado.
                – ¡Yo no me cambio tan fácilmente de chaqueta, inconsciente!
                “Si hago esto es para expandir la sombra chinesca de mi mano sobre la pared.
                – Siento decírselo, señor, pero la intentona resulta infructuosa.
                – Virgencita. Estoy desolado. Para que desde la acera contraria se diga que tengo muy mala sombra – suspiró como si apagara la mecha de una vela de cera de avispones del Kilimanjaro, tornándola en chamuscada pavesa.
                El pleno transcurrió a los pocos minutos en la interioridad del amplio despacho del Alcalde. Los concejales pedían inmediatas explicaciones a la insensatez de la pérdida del derecho a poseer de la réplica de su silueta natural de carne y hueso. Los miembros del partido electo defendían el esperado y admisible desconocimiento del dirigente máximo del Ayuntamiento, mientras los ediles situados en la oposición esgrimían la propia torpeza de la alcaldía a la hora de asumir el liderazgo sobre las sombras. En esas estaban, cuando el alguacil Doroteo Borde procedió a tirar con fuerza hacia afuera de los tiradores dorados de las puertas de acceso al despacho, anunciando la presencia del cabecilla sindical del contingente de  sombras.
                Traía consigo su única demanda:
                – Propietarios nuestros. Reivindicamos mayor variedad de movimientos. Si por vuestra extrema terquedad no accedéis a concedernos cierta diversidad de poses, posturas y filigranas, nosotros, por nuestra parte, mantendremos la Huelga de Ausencia Necesaria por un período de tiempo de carácter indefinido.
                Así estaban de claras las cosas.
                Los representantes de la localidad convocaron a su vez una nutrida rueda de prensa. Ante los escasos medios locales expusieron las exigencias del Comité de Huelga de las Sombras de Siempre Lo Mismo.
                – ¿Qué medidas piensan adoptar ante el ultimátum planteado por el sindicato de sombras? – preguntó un informador de la prestigiosa prensa escrita.
                – No nos queda otra alternativa que pasar diligentemente por el aro, como si fuésemos un león sometido bajo el impulso estimulante del látigo del domador  – reconoció el Alcalde, resignado a su suerte.
                – Tampoco se nos exige la reconquista de Cuba, caracoles. Sólo que nos comportemos a la inversa de lo que somos en actitud y carácter en el día a día – señaló un edil con sonrisa risueña.
                – Tiene razón mi compañero. Sólo se nos insta a que nos desenvolvemos de manera diferente, diametralmente contrario al comportamiento social que asumimos los restantes días de la semana, del mes y del año – añadió el Concejal de Cultura y Deporte.
                El Pleno acordó por unanimidad anunciar a la ciudadanía la consiguiente resolución:
“En las siguientes veinticuatro horas, cada persona empadronada debidamente en Siempre Lo Mismo transformará sus hábitos cotidianos y procurará comportarse en consonancia con lo que le dicte la conciencia, divirtiéndose en base a ello de forma bárbara, sana y amena. Este mandato incluye a los niños de pecho.
Firmado, El Alcalde de Siempre Lo Mismo.”
                El consistorio predicó con el ejemplo, y nada más dar por concluida la tumultuosa rueda de prensa, concedió descanso vespertino a los Funcionarios. Concejales y Burócratas se desplazaron al epicentro de la plaza del Ayuntamiento, donde se pusieron a jugar a la rayuela. Al poco de empezar, recuperaron sus queridas sombras, que les acompañaron saltando de raya a raya, sacando el tejo de sitio.
                Los reporteros gráficos tomaron instantáneas, grabaron imágenes y transmitieron declaraciones ufanas, que mostraban a la población civil el beneficioso efecto del abandono de la rutina diaria.
                La gente adquirió confianza en sí misma, y sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, hizo esa fecha lo que más se les antojaba.
                Los miembros altamente profesionales del equipo de baloncesto semi profesional de Siempre Lo Mismo se dirigieron en autocar, acompañados del entrenador, el cuerpo técnico y la junta directiva en pleno, a las inmediaciones de la Plaza de Toros, donde el principal criador de ganado bravo de la región se encargó de soltarles en el ruedo unos ejemplares de seiscientos kilos y seis años de edad, con unos cuernos astifinos, para que pudieran practicar en sus propios huesos y carnes atléticas una proporción insignificante del arte de la tauromaquia. El ganadero, a su vez, hacía botar el balón de baloncesto firmado por todos los deportistas implicados, entreteniéndose por los tendidos de sol, subiendo y bajando escalones, exhibiendo su oronda anatomía de canto al sedentarismo ilustrado, con camiseta y pantalón corto. Las Sombras de cada uno de los participantes no tardaron en sumarse al lúdico festejo cómico taurino.
                Los escolares de Siempre Lo Mismo hicieron de todo, menos hincar los codos en los libros de estudio, recuperando la imitación en negro de su perfil infantil.
                Los barrenderos utilizaban sus escobas de brezo como imaginarias espadas de acero toledano, practicando la esgrima por cada rincón de la ciudad.
                Las hasta entonces resignadas amas de casa, salieron en tropel de sus cocinas y salitas de estar, congregándose en el anfiteatro situado al aire libre de Siempre Lo Mismo, donde asistieron complacidas a la puesta en escena de una obra teatral menor de don Miguel Mihura que les brindaba el cuerpo policial de la localidad. La representación se desarrollaba con desatino y continuos fallos de memorización, pero ahí estaba el apuntador, oculto en las profundidades claustrofóbicas  de la concha, impartiéndoles instrucciones de interpretación y repartiendo frases hechas a porrillo. Quien ahí abajo se escondía en el diminuto habitáculo del escenario no era otro que el Director del Banco Runa Que Te Ruina, un hombre desabrido y adusto en el trato personalizado con sus simples subordinados. Su lema preferido era  “Retrásese en el pago toda una tarde, que así facilitará que su casa se embargue”. Las hipotecas Crédito Vivienda constituían su bombona de oxígeno capitalista, hasta que su sombra lo abandonó esa misma mañana. El Director intuyó que era una especie de bronca Divina, así que decidió renunciar a las funciones que asumía en el banco, pasándose a promotor de Espectáculos Diversos. Una ópera aquí, un concierto de los Quince Tenores por allí…
                Las secretarias de los ejecutivos más consolidados de Siempre Lo Mismo avanzaban en piragua por el curso del sinuoso río que atravesaba el centro de la ciudad, bogando que te boga, remando a contracorriente en un estado hilarante al corrérseles el maquillaje y apelmazarles los cabellos de las costosas permanentes.
                Los mecánicos del automóvil jugaban a la pelota vasca en los frontones descubiertos a cielo abierto de cada barriada, lastimándose las manos engrasadas y negras como el betún.
                Los limpiacristales de las Alturas Mareantes viajaban en monopatín, descendiendo por las cuestas más pronunciadas y empinadas del núcleo urbano, pegándose mil y un batacazos contra las farolas públicas, los buzones de correos y los tenderetes de los vendedores ambulantes.
                Los miembros de la secta religiosa Testigos de Casimiro dejaban de recorrer las calles en busca de nuevos fieles, quedándose por una vez anclados en casita, contemplando la televisión, donde se emitía un documental muy interesante sobre la productiva crianza comercial del caracol. Todo ello en formato pagar por ver.
                Los jardineros se apuntaron a unas clases aceleradas de inglés callejero para cuando estuvieran en época de estío y se vieran forzados por las circunstancias a relacionarse con las primeras turistas dominadoras del vernáculo shakesperiano.
                Las dentistas tuvieron a bien volverse estilistas, blandiendo sus instrumentos de peluquería vanguardista sobre la pelambrera rebelde de sus dolientes pacientes, renovando su imagen a tijeretazos desmandados, a la vez que los cirujanos dieron rienda suelta a su creatividad artística, perfilando sus primeros bocetos que más tarde iban a catalogarse en cuadros tasados en seiscientos euros por reconocidos galeristas.
                Todas estas profesiones y muchas más se intercambiaron unas con otras. Conforme el gentío se lo iba pasando en grande, las sombras fueron retornando al redil. Avanzada la tarde, podía afirmarse que cada habitante de Siempre Lo Mismo presumía en consecuencia de la recuperada asociación con la sombra de turno.
                – Procuraré no volver a incurrir en el mismo error – decían los dueños cuando se les apegaba la sombra. – Que nuestra vida sea menos metódica y algo más desenvuelta. Vamos, que se salga de los cánones establecidos por la sociedad (siempre y cuando esta anarquía no me suponga el ingreso en un manicomio o como mal menor el desempleo, que mira que la cosa esta chunga, jolines).
                Las sombras eran muy agradecidas. Ejecutaban cabriolas y piruetas inverosímiles en las zonas donde incidía la proyección de la luz eléctrica.
                Con la recuperación de las sombras, se hizo de noche.
                La población de Siempre Lo Mismo estaba fatigada por los excesos de la jornada de paro laboral de las sombras, y puede señalarse que no hubo nadie que tardase más de cinco minutos en conciliar un reparador y justiciero sueño.
                Las sombras se sumieron en la oscuridad. Estaban tan excitadas por el éxito conseguido, que ninguna pudo descansar.
                Al día siguiente, nada más levantarse los propietarios, estos hallaron a las sombras durmiendo profundamente en sus lechos compartidos. Y no hubo modo humano de poder despertarlas. Revitalizarlas cara a sus funciones diarias. Las pobres proyecciones del cuerpo humano estaban rendidas por el cansancio. Ellas también adolecían de la práctica cotidiana del rito del ocio, un festejo intelectual y físico que nunca antes de la celebración del cónclave habían intentado acometer de manera tan osada y exitosa.
                Los dueños las dejaron reposar todo el santo día. Y por segunda ocasión en menos de treinta horas, hubieron de acudir a sus quehaceres sin sombra que les cubriera la espalda.
                Por Dios, que no se me malinterprete.
                Ahora no se trataba de una segunda reivindicación sindical.
                Las Sombras no estaban para protestar.
                Simplemente estaban para Roncar…


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