Balada del Paladín Sanguinario (Ballad of the Bloody Paladin)

Espada empañada de sangre.
Muéstrame el camino hacia la destrucción.
Vivir es sinónimo del sufrimiento,
más mi instinto primigenio me pide sobrevivir
al amparo del dolor de los demás.
Pertrechado en mi armadura desgastada
marcho a pie con pisadas pesadas y pausadas,
pues hace tiempo que mi cabalgadura ha muerto,
inclinada ante el peso de mí destino.
Recorro senderos de locura,
entrelazados hasta formar nudos donde
la cordura queda atascada.
Mi aliento gélido surge de mis labios agrietados,
atraviesan las hendiduras de mi yelmo
y se desvanecen en la quietud de la noche.
El frío del invierno demuestra lo liviana que es la protección que uso,
al igual que el calor del verano persiste en la inconveniencia de su uso.
Es mi marcha.
La marcha del dolor que inflijo a la normalidad que rodea a las personas.
Pues una vez que desenvaino la espada,
sesgando vidas sin reparar en la importancia de las mismas,
el sosiego es sustituido por el espanto,
gritos,
aullidos,
lloros,
súplicas,
gemidos.
Todo ello antesala del silencio.
Cuando todo queda transformado en la nada,
guardo mi arma
y con cada lámina que conforma mi armadura recubierta de fresca sangre,
abandono las tierras de los caídos ante mi ira irreprimible,
marchando al encuentro de nuevas almas
que contente a mi señora,
la  Dama de la Muerte.


http://www.google.com/buzz/api/button.js

Compañeros de trabajo (Working mate)

En ningún momento pudo consentirlo. Aquella persona era maravillosa, y no se merecía que por culpa de un vil malnacido cobarde su vida privada pudiera quedar destrozada en los sueños de una América corrupta y pútrida.
Lo esperó a la salida. Era un joven de veintiocho años. Estatura inferior a la media. Cabellos cortos rubios pajizos. Aparentaba cierta inocencia, como si fuera incapaz de romper un vaso de cristal. Bastardo. Si supiera ya lo que estaba sucediéndole a la distancia desde hace unas cuantas horas, no sonreiría ni siquiera al abordarle.
– ¿Arthur Desmoines? – le preguntó cuando estaba acercándose a su Ford Focus gris metalizado por el lado de la puerta del conductor.
Se detuvo y lo miró con curiosidad.
– ¿Quiere algo? ¿De qué me conoce? No me suena su cara.
– Pues debería.
– Va a ser que no.
– Seguro que le suena el nombre de Albert Larramendi.
Fue citar el nombre y aquel joven perdió su jovialidad inicial en un instante.
– Bueno. Es compañero de trabajo.
– Eso ya lo sé. Ahora haga el favor de acompañarme hasta mi furgoneta. La tengo estacionada en esa esquina, donde no nos molestará nadie.
Arthur gesticuló con firmeza con la mano derecha.
– Oiga, si es familiar del chaval, sepa que se dirige a la persona equivocada. Además salgo de un turno de doce horas. Estoy muerto y con ganas de llegar a casa para cenar.
– Donde estará su mujer. Una jovencita tierna y adorable. Sobre todo cuando grita al ser amenazada por un cuchillo apretado sin ninguna ligereza contra su garganta…
Sin mediar más palabra, le mostró una mini grabadora y la puso en marcha.
Una voz angustiada femenina surgió del aparato:
– “¡Arthur! ¡Por favor! ¡Tienes que hacer todo lo que te diga este hombre…! ¡Noo! ¡Otra marca en el brazo, no! ¡Por favor, Arthur! ¡Si no lo haces, este cabrón me va a marcar todo el cuerpo…! ¡No! ¡Suéltame la pierna…!”
Apagó la grabadora. Observó la perplejidad reflejada en el rostro imberbe de aquel desgraciado.
– ¡Laura! ¡Hijo de puta! ¿Qué le estás haciendo? ¿O qué le has hecho?
– Acompáñeme hasta el vehículo. Ahí tengo un equipo montado donde podrá observar en directo el estado de su esposa. Quiero que sepa que si no me obedece, no sólo morirá ella si no que igualmente lo hará usted. Y después iré a por sus padres. Mi inclemencia con su familia será total.
Se guardó la grabadora en un bolsillo y la sustituyó por una pistola Glock con silenciador.
– ¡Loco! ¡Eres un maldito perturbado!
– Eche a caminar conmigo.
Arthur se vio forzado a dirigirse hacia un furgón de reparto de carrocería oscura, estilo azul eléctrico.
No dejó de apuntarlo con el arma. Sintió un olor acre similar a la orina. Como ya suponía, aquel muchacho era una gallina. Sólo se servía de su propio servilismo para intentar medrar en el escalafón de la empresa donde trabajaba, perjudicando a sus propios compañeros de trabajo. Le tendió las llaves y le hizo una indicación de que abriera las puertas traseras del vehículo y luego subiera a su interior.
– ¿Tienes a Laura aquí dentro, canalla?
– Digamos que tan sólo en espíritu. Su cuerpo está donde corresponde.
– ¿Cómo?
Arthur abrió las puertas y vio que la parte trasera de carga del furgón estaba ocupado por un equipo de audio y video, como si fuera una unidad móvil de televisión, con monitores y vídeos.
– Yo entraré después de usted – le dijo a Arthur, señalándole los dos taburetes ubicados frente al panel de las cámaras.
Cuando lo hizo, cerró las puertas. El joven ya se había sentado y él lo hizo a su lado, hincándole la boca del cañón en las costillas de su costado derecho.
– Voy a serle breve, Arthur. Su compañero Albert está a punto de ser despedido por una falsa acusación. Ustedes son vigilantes de seguridad, y dentro del reglamento de régimen interno, en lo que respecta a las sanciones, hay diversas faltas muy graves que pueden conllevar el despido fulminante por parte de la empresa. Una de estas infracciones es el consumo de bebidas alcohólicas durante el servicio.
Se detuvo unos segundos en la explicación. Miró al joven sin pestañear. Este accedió a contarle lo sucedido hace unos días durante su turno de trabajo compartido con Albert Larramendi.
– Vale, Albert fue pillado bastante bebido. El inspector lo hizo constar en el parte diario y luego fue sancionado. También es cierto que puede incluso ser despedido, pero ese no es mi problema.
– Se equivoca, Arthur. Es su problema, y el de su mujer.
Pulsó un mando y las tres pantallas de los monitores se llenaron con la presencia de Laura. Estaba vestida simplemente con su ropa interior, introducida en una bañera con agua, inmovilizada a los asideros con cadenas. Miraba al objetivo de la cámara con el terror impregnando las pupilas de sus ojos.
Arthur se quiso incorporar, pero la punta de la pistola estaba apretada de firme contra su costado.
– Siéntese, por favor. No tengo ganas de apretar el gatillo, al menos por el momento.
– ¡Cabrón! ¿Qué pinta mi Laura en esa puta bañera? Dios, encima los brazos… ¡Te has ensañado con ellos! La has dejado marcada de por vida con cicatrices, hijo de puta.
– Más o menos en la misma medida en que de momento su compañero Albert Larramendi está sufriendo los rigores de una sanción injusta e inmerecida.
Arthur se acomodó sobre el taburete, afrontando la mirada fría y sin escrúpulos de aquel hombre.
– Continuemos con la historia. Arthur, tanto por parte de Albert, como de muchos más de sus compañeros de trabajo, reconocen que eres un trepador que vendería a su propia madre con tal de conseguirse los favores de sus superiores. Además anhelas un día ser inspector. Y qué mejor manera de hacerlo, que cumplir con los deseos de uno de tus superiores, quien mantiene discrepancias con Albert por la negativa de este a trabajar en sus días libres cuando hay bajas en el equipo por enfermedad. Le dijiste que podrías echarle una mano quitando de encima a Albert, así que en un turno que ambos coincidisteis, te inventaste que estuvo trabajando en precarias condiciones bajo los efectos del alcohol. Era tu palabra contra la de él, pero lo suficiente para que el inspector lo sancionara mientras salga adelante el recurso planteado por Albert. Con la gravedad que esto puede tardar un tiempo. El suficiente para mermar la moral de tu compañero, pues hasta que no llegue la fecha del juicio laboral, no puede trabajar en ninguna otra empresa de seguridad por la grave condicionante del despido. Seguro que las referencias que pidan a sus superiores serán negativas. Y hoy en día, sin ingresos, uno lo pasa rematadamente mal.
– ¡Yo no falseé el informe!
– Entonces si no lo falseaste, tu mujer morirá.
“ Arthur. En el instante que yo lo ordene, la persona que tengo a cargo de tu esposa saldrá en escena portando un pequeño electrodoméstico. Puede ser una tostadora, una radio, etc… El caso es que estará enchufado, y en cuanto entre en contacto con el agua, Laura perecerá electrocutada delante de tus propios ojos. Luego yo te pegaré un par de tiros, y Albert será vengado de una forma ligeramente agresiva.
Arthur se quiso incorporar en actitud implorante.
– ¡No! ¡Suelta a mi Laura! ¿Qué quieres de mí?
– Que seas sincero. Ahora mismo redactarás un nuevo informe donde reconoces la falsedad de los hechos – le tendió una hoja. – Dentro de unas escasas horas,  en cuanto abran las oficinas de la empresa de seguridad donde trabajáis ambos, acudirás raudo y solícito y ante un mando neutral, le reconocerás que mentiste acusando falsamente a Albert. En cuanto Albert se reincorpore al trabajo, volverás a ver a tu mujer. Te doy un plazo de dos días. Si Albert Larramendi no está trabajando para entonces, y a la vez no eres despedido como te mereces, no sabrás nunca más del paradero de Laura. Y puede que incluso decida también acabar con tus padres…
Conforme decía esto último, pulsó el mando y en una cámara se pudo observar a dos personas atadas de manos y pies y con los rostros ocultados bajo sendas capuchas negras. Estaban sentadas en dos sillas de madera.
Arrimó los labios a un micrófono.
– Muévete para que te vea Arthur – dijo con voz impersonal.
Una sombra se fue acercando a las dos personas inmovilizadas portando un hacha…
Pasaron las horas, y con ellas, el plazo. Conforme se esperaba, Arthur Desmoines reconoció su falsa acusación contra Albert Larramendi. El primero fue despedido mientras el segundo recuperaba su trabajo y su estabilidad emocional.
Albert Larramendi terminó su primer turno tras varios días de paro forzoso. En cuanto regresó a casa, se tumbó en el sofá del salón y se puso a ver las grabaciones prestadas por su amigo de mentirijillas.
Sonriendo, hizo subir el volumen del televisor con el mando a distancia, recreándose en los gritos de Laura Desmoines conforme era torturada por el filo de una navaja…
– Estuviste genial – se dijo, satisfecho.
– Efectivamente. Encima el muy gilipollas se creyó que todo sucedía en riguroso directo – se contestó a sí mismo.
– Así es. Siempre dije que Arthur, aparte de ser un puñetero lameculos, de inteligencia anda muy justito. Mira que no fijarse que en la grabación de sus supuestos padres estos no eran más que dos simples maniquíes…
Albert se restregó los párpados.
Aquel idiota ignoraba que tenía dos personalidades… Además de ciertos conocimientos de maquillaje, que le hicieron pasar por un perfecto psicópata.
Esto último ya estaba a punto de implantarse en su mente. De hecho, si Arthur no hubiera accedido a sus deseos, no hubiera dudado en ningún instante en haber acabado tanto con él, como con su bella mujer…


http://www.google.com/buzz/api/button.js

Vampiros en los sanfermines (Vampires in Sanfermines).

             
                – ¿Llevas el equipo?
                – Si.
                – Entonces vamos allá.
                Sensaciones de felicidad, contrastadas con las fiestas de San Fermín. Conocidas en el mundo entero. Para nosotros, simplemente significa un punto de encuentro de miles de personas llegadas del extranjero a quienes poder seleccionar de manera arbitraria al ritual de la extracción de la sangre que nos alimenta.
                Somos innumerables. Sometidos al anonimato de las multitudes. Durante el resto del año viajamos de región en región donde haya aglomeraciones de masas y quede impune nuestra ansiedad de sed por la sangre ajena. Es nuestro don. La vida casi eterna. Y debemos de sacarle partido sin remordimientos que afligen nuestra conciencia.
                Mi compañero se llama Greg Larsson. Es sueco. De Högsböle. Aparenta el físico y edad de un chico granjero de veinticinco años. Su edad real supera los cien años. Yo me llamo Matías Soller. Soy alemán. De Bremen. Estoy en los cincuenta, pero tengo realmente ciento quince años. Ambos somos políglotas. Y nos defendemos en español. Hemos tenido muchísimo tiempo para cultivar nuestras inteligencias humildes, centrándonos en los idiomas que nos sean más útiles para conseguir lo que perseguimos, la alimentación necesaria que prolongue nuestra agonía sin fin.
                Pamplona. Una ciudad de doscientos mil habitantes que durante las famosas fiestas de San Fermín quintuplica su población, sobre todo cuando coinciden sus fechas en fin de semana. La camaradería  de los locales con los visitantes facilita nuestra labor. A pesar de los intentos de perfeccionar el castellano, se nos nota el acento, así que preferimos centrar nuestros esfuerzos con los extranjeros. La mayoría gente joven que se suma a la fiesta del alcohol. Si están bebidos, la ración de sangre es obtenida con toda facilidad, sin levantar el más mínimo de las sospechas.
                Somos vampiros modernos.
                No mordemos.
                Empleamos jeringuillas para extraer la suficiente sangre de las venas ajenas y así ir acumulando la dosis necesaria que controle nuestra hambre durante un tiempo limitado.
                – ¡Venga, chicos! Vayamos al parque a tumbarnos a ver los fuegos artificiales. Luego podemos echar una cabezada – nos dice un joven que procede de Leeds, Inglaterra.
                Greg da el visto bueno. Contemplamos el espectáculo nocturno tumbados sobre el vientre sobre la hierba del parque de la Vuelta del Castillo, sin dejar de pasarle la botella de litro y medio de sangría al inglés. Está lo suficientemente bebido, así que cuando lo vemos dar cabezadas, procedemos con la debida cautela. Nadie se fija en el detalle de la goma que colocamos en su antebrazo derecho. Mientras mi compañero mantiene su brazo firme y quieto, voy extrayendo la sangre con la jeringuilla. En el instante que la lleno, vacío su contenido en un vaso de plástico de doscientos centilitros y comparto la sangre con Greg. Nuestra satisfacción es plena.
                – Saquémosle más – me insinúa mi amigo.
                – No es necesario. Recuerda que debemos de pasar desapercibidos. La noche es interminable en Pamplona. No nos van a faltar nuevas vacas que ordeñar.
                – Como siempre, tienes razón, Matías. Son mis nervios. Parece como si nunca voy a dejar de ser un principiante.
                – No te obceques con la sangre, amigo mío. En nuestro nutriente principal, pero acuérdate que somos vampiros modernos. No la caricatura que se muestra de nosotros en el cine y la literatura.
                – En eso tienes razón también.
                “Dejemos a este chico durmiendo la mona y pasemos la madrugada divirtiéndonos por las discotecas. Seguro que hoy ligamos alguna chica de buen ver. Esta sangre ha revitalizado mi espíritu de Casanova.
                – Muy bien, Greg. Ningún problema. La diversión dura más de una semana. Mañana por la noche seguiremos con la rutina de la cosecha de la sangre.
                Y sin más dejamos al inglés durmiendo sobre la hierba.
                Mientras, como vampiros contemporáneos, nos sumamos a la fiesta nocturna, regenerados por la sangre fresca recién ingerida.


http://www.google.com/buzz/api/button.js

España 1 – Holanda 0. ¡Campeones del Mundo!

¡Menudo día de locura indescriptible en plenos Sanfermines! Un jugadón de la selección, genialmente rematado por Andrés Iniesta a cinco minutos escasos de la finalización de la prórroga ha otorgado el primer campeonato mundial de fútbol para España. No veáis cómo se ha vivido la gesta en la Plaza del Castillo. Algo irrepetible. Y en la redacción de Escritos de Pesadilla, otro tanto de lo mismo, je je.

                                          Momento en que la trayectoria del balón supera al
                                                       guardameta holandés. Gol histórico de Iniesta.
                                                       Foto de Marca.com

Recreación de Pechuga de Pollo Mutante del 
importantísimo gol conseguido por Iniesta. Tuvimos
que adquirir la equipación deportiva deprisa y corriendo en una
tienda de todo a un euro.


Momento que quedará marcado para la historia
del deporte español: Campeones del Mundo 2010.
Foto de Marca.com



En plena euforia incontenible, hicimos una celebración
casera de la Copa del Mundo. Improvisando un trofeo
con un florero dorado y un huevo de avestruz
fosilizado del año 1873 y pintado todo con tonos
dorados por obra y gracia de la pericia de mi
sobrino Gurmesindo. Así pude entretener a mis
empleados portándolo en alto como si ellos mismos
hubieran ganado el mundial. Una forma como otra
de conseguir hacerles olvidar cualquier tipo de
reivindicación salarial.


Desde Escritos, la enhorabuena a los nuevos Campeones. Y ahora a recibirles con todos los honores a su vuelta de Sudáfrica. ¡Congratulations, chicos!



http://www.google.com/buzz/api/button.js

Es la hora de mi paseo (Is time to take a walk)

Es la hora de mi paseo. Me llamo Verónica. Pero también podría ser Manuel. O Alejandra. O Francisco. O Laura. O Javier…
Qué risa me dan mis cortos pasitos de viejecita. Dicen que tengo ochenta y cuatro años. Pero yo opino que no tendré más de treinta. Es mi nueva ilusión. De ser joven de nuevo.
Estoy viviendo en una residencia para ancianos en Pamplona. Se llama la Casa de Misericordia. Aquí estamos bien atendidos por las monjitas, los doctores, los celadores, el hombre de la portería…
Visitas recibo ya pocas. Se me mueren antes que yo. Es lógico. Yo vivo mucho. Demasiado para el gusto de alguno. Que se chinchen.
Bueno, con la ayuda del bastón ya voy recorriendo el parque cercano. Es la Vuelta del Castillo. Es un sitio muy bonito. Encima me dicen que estamos en los sanfermines. Por eso veo tanta gente vestida de pamplonica, claro. Y también tanto extranjero. Y son muy jóvenes, los muy bandidos. Beben mucho y caen dormidos en cualquier parte. Eso me interesa. La juventud de las personas.
Bueno, primero voy a sentarme un ratito en un banco, a la sombra de un árbol. ¿Ya les he dicho que me llamo Arantxa, verdad? Tengo setenta y siete años, y estoy ya un poco delicada de salud…
Me concentro en los paseantes. La zona cercana a los baluartes de la Ciudadela está acotada por los fuegos artificiales de la noche, para que la gente no esté tan cerca y evitar quemarse con los restos de algún cohete pirotécnico que caiga por la zona. Pero aún falta un buen rato para verlos. El espectáculo empieza siempre a las once de la noche. Tengo buena memoria. Como que me llamo Patricio. Tengo ochenta y tres años y cataratas en mi ojo derecho.
Voy a levantarme. Me cuesta un poco. Ya no estoy para muchos trotes. ¡Hay que ver qué calor hace hoy! Treinta y tres grados. Me cuesta respirar. Voy mirando tratando de recordar el camino que he recorrido para llegar hasta el banco. Pero no me interesa desandar lo andado, jolines. Aún es temprano. Sólo son las seis de la tarde. Con dificultad, me subo a la hierba y me dirijo hacia el puentecito que conduce a la ciudadela por la Puerta del Socorro. Menuda historia tiene el puente. Hubo gente fusilada en la Guerra Civil bajo sus ojos. Me llamo Guillermo, y me acuerdo de esa época. A un chico lo salvé yo. Yo por aquel entonces también era mayor, y Francisco era un chiquito de veinte años…
Bueno, bueno… Hay bastante movimiento de personas por la ciudadela. Yo ya estoy cansado y me dirijo a un banco, cuando un joven se me acerca. ¿Qué querrá?
Me ofrece ayuda. Se interesa por mi salud. Claro, me ve en muy mal estado. La edad, el calor, los achaques que tengo…
Le pido amablemente que me lleve a una parte algo alejada del bullicio, donde haya sombra y podamos charlar un poco…
Aquel cuerpo ya no me era útil.
Estaba muy enfermo. Los tumores se expandían por los órganos vitales, especialmente en los pulmones, la tráquea y el hígado, donde los nódulos cancerígenos se hacían implacables en el deterioro de los mismos. Su osamenta estaba tornándose frágil. De hecho, cada vez estaba más fatigado. Sin muchas fuerzas.
Su respiración era atroz.
Simplemente su fin estaba muy próximo.
Tuve que aprovecharme del descuido de la cuidadora para marcharme de la habitación y de la residencia de ancianos. Con las fuerzas que me quedaban, busqué un joven en la Ciudadela.
Se llamaba Asier. Tenía veintidós años.
Fue perfecto.
Cuando intercambiamos cuerpos, me alejé de él, dejándole sentado en un banco a la sombra de un árbol. Tenía lágrimas en los ojos e imploraba que no me fuera.
Lo hice.
Debía sumarme a la fiesta. Estrenar mi nueva personalidad en el regocijo de los sanfermines.
Ya no me llamaba Alejandro. Ni tenía noventa años.
En realidad no tengo un nombre  en concreto.
Y mi edad es infinita.


http://www.google.com/buzz/api/button.js

Golazo de Puyol y primera final de un mundial de fútbol para España.

Sobran comentarios. Desde Escritos, y en plena vorágine sanferminera, los miembros de la redacción del blog, en plena degustación de pollo frito y cervecita fresquita mientras contemplábamos el partido en  la tele de 10 pulgadas, damos las gracias por la sensación de felicidad extrema a los integrantes del combinado nacional, y en especial a Puyol, por el pedazo gol de cabeza. ¡Machote, eres un crack! ¡Te lo mereces por la trayectoria que llevas en tu club, el F.C. Barcelona, como en la selección! Y ahora a soñar con el domingo día 11. Otra batalla de armas tomar, en esta ocasión, contra Holanda.


http://www.google.com/buzz/api/button.js

¡Ya falta menos para el chupinazo de los Sanfermines en Escritos de Pesadilla!

Nos encontramos en las vísperas del chupinazo. Ya estamos todos inquietos por la ansiedad y las ganas de pasarlo a tope hasta el catorce de julio de la medianoche, en que tanta locura sana y festiva tendrá su conclusión. Mientras llegue el mediodía de mañana, aquí os dejo algunas foticos de familia de anteriores sanfermines celebrados con los miembros de la pandilla de Escritos. Sobran comentarios, je-je…


http://www.google.com/buzz/api/button.js

Una estrella ando buscando… (I´m looking for a star…)

Después de tanto “dibujico”, un relato corto de misterio…

Es una noche veraniega, con el cielo completamente despejado. Son casi las doce y miro hacia el firmamento, buscando un nido de estrellas. De entre ellas debería de destacar el cuerpo celeste que llevo añorando desde hace tanto tiempo indeterminado…
Recorro calles apartadas de todo tránsito denso. Intento hallar la inspiración. El acto que concentre mi atención, haciendo germinar el hallazgo final de la estrella que reconduzca mi situación a mi origen inicial como ser viviente. Pues no soy de esta tierra que detesto. Me encuentro muy distante de mis semejantes…
Se suceden los minutos. Ya casi debe de ser la una de la madrugada. Pasando al lado de una ventana abierta de par en par por el bochorno que aflige el descanso nocturno de los habitantes del piso de planta baja del edificio en cuestión, me infiltro de manera silenciosa, sorteando con habilidad una escueta verja de hierro forjado que rodea el costado.  Desde el interior recorro con la mirada en perpendicular hacia el cielo, pero el destello que señale el fin de mi recorrido en esta parte del mundo no me corresponde, así que recorro las dependencias una a una…
Cuando más tarde salgo al exterior, aún estoy con las manos manchadas de sangre. Me acerco a un callejón donde entre los cubos de basura me hago con hojas de periódicos desfasados y me limpio las manos.
Mi corazón palpita desbocado. No son los nervios producto de los hechos realizados en un hogar ajeno, donde gente desconocida ha sido sumida en un sueño ya imperecedero…
Este estado de ansiedad es debido al deseo de que el ritual haya obrado efecto de manera efectiva. Con pasos precipitados, abandono la callejuela húmeda y sucia y enfoco una calle más abierta, buscando con la mirada hacia arriba, más allá de los contornos de las azoteas de los edificios, donde el cielo oscuro pero libre de nubes expresaba la inmensidad del universo con las Pléyades de adorno discreto. Pero faltaba la estrella que yo imploraba avistar para el retorno a las raíces de dónde realmente procedo.
Desesperado, marco el paso dirigiéndome hacia la boca del metro más cercano. Antes de afrontar las escaleras descendentes, escruto los designios de la bóveda celeste. Sin el brillo titilante necesario que implicase mi liberación del cuerpo físico, fui perdiéndome en las entrañas de la tierra, buscando refugio para descansar el resto de la noche en una de las estaciones de parada del transporte metropolitano de las líneas férreas de la ciudad.
Reposar, para regenerar el alma y las fuerzas, porque a la noche siguiente, seguiría recorriendo las zonas más recónditas del lugar con la esperanza de acertar con los seres adecuados para el sacrificio de la llamada definitiva. La que habría de conducirme a la estrella que andaba buscando.


http://www.google.com/buzz/api/button.js