Vampiros en los sanfermines (Vampires in Sanfermines). Versión 2011.

Bueno, las fiestas de los Sanfermines están ya a treinta y seis horas de dar comienzo con el chupinazo del mediodía del día 6 de Julio. Como administrador de Escritos, el año pasado se publicaron ilustraciones y un par de relatos centrados en Pamplona. En este caso, vuelvo a incluir el relato corto “Vampiros en los sanfermines”, ligeramente corregido, pues tenía alguna frase mal construida. También he creado una ilustración personal de las mías con que adornarlo, sin tener que recurrir a una imagen sacada de una película, como sucedió en la primera edición del relato. Por cierto, si acaso no publico nada en los próximos días, ¡Feliz San Fermín a todos! ¡Je, je!

– ¿Llevas el equipo?
– Si.
– Entonces vamos allá.


Sensaciones de impureza espiritual, contrastadas con las fiestas alegremente disparatadas de San Fermín. Conocidas en el mundo entero. Para nosotros, simplemente significa un punto de encuentro de miles de personas llegadas del extranjero a quienes poder seleccionar de manera arbitraria al ritual de la extracción de la sangre que nos alimenta.
Somos innumerables inmersos en la sinrazón elemental de nuestra maldita existencia terrenal. Sometidos al anonimato de las multitudes. Durante el resto del año viajamos de región en región donde haya aglomeraciones de masas y quede impune nuestra ansiedad de sed por la sangre ajena. Es nuestro don, a fin de cuentas. La obtención de una vida casi eterna. Y debemos de sacarle partido sin remordimientos que aflijan nuestra conciencia.
Mi compañero se llama Greg Larsson. Es sueco. De Högsböle. Aparenta el físico y edad de un chico granjero de veinticinco años. Su edad real supera los cien años. Yo me llamo Matías Soller. Soy alemán. De Bremen. Estoy en los cincuenta, pero tengo realmente ciento treinta años. Ambos somos políglotas. Nos defendemos con cierta decencia en español. Hemos tenido muchísimo tiempo para cultivar nuestras inteligencias humildes, centrándonos en los idiomas que nos sean más útiles para conseguir lo que perseguimos, la alimentación necesaria que prolongue nuestra agonía sin fin.
Pamplona. Una ciudad de doscientos mil habitantes que durante las famosas fiestas de San Fermín incrementa notablemente su población, sobre todo cuando coinciden sus fechas en fin de semana. La camaradería de los locales con los visitantes facilita nuestra labor. A pesar de los intentos de perfeccionar el castellano, se nos nota el acento, así que preferimos centrar nuestros esfuerzos con los extranjeros. La mayoría gente joven que se suma a la fiesta del alcohol. Si están bebidos, la ración de sangre es obtenida con toda facilidad, sin levantar el más mínimo de las sospechas.
Somos vampiros modernos.
No mordemos.
Empleamos jeringuillas para extraer la suficiente sangre de las venas ajenas y así ir acumulando la dosis necesaria que controle nuestra hambre durante un tiempo limitado.


– ¡Venga, chicos! Vayamos al parque a tumbarnos a ver los fuegos artificiales. Luego podemos echar una cabezada – nos dice un joven que procede de Leeds, Inglaterra.
Greg da el visto bueno. Contemplamos el espectáculo nocturno tumbados sobre el vientre sobre la hierba del parque de la Vuelta del Castillo, sin dejar de pasarle la botella de litro y medio de sangría al inglés. Está lo suficientemente bebido, así que cuando lo vemos dar cabezadas, procedemos con la debida cautela. Nadie se fija en el detalle de la goma que colocamos en su antebrazo derecho. Mientras mi compañero mantiene su brazo firme y quieto, voy extrayendo la sangre con la jeringuilla. En el instante que la lleno, vacío su contenido en un vaso de plástico de doscientos mililitros y comparto la sangre con Greg. Nuestra satisfacción es plena.
– Saquémosle más – me insinúa mi amigo.
– No es necesario. Recuerda que debemos de pasar desapercibidos. La noche es interminable en Pamplona. No nos van a faltar nuevas vacas que ordeñar.
– Como siempre, tienes razón, Matías. Son mis nervios. Parece como si nunca voy a dejar de ser un principiante.
– No te obceques con la sangre, amigo mío. En nuestro nutriente principal, pero acuérdate que somos vampiros modernos. No la caricatura que se muestra de nosotros en el cine y la literatura.
– En eso tienes razón también.
“Dejemos a este chico durmiendo la mona y pasemos la madrugada divirtiéndonos por las discotecas. Seguro que hoy ligamos alguna chica de buen ver. Esta sangre ha revitalizado mi espíritu de Casanova.
– Muy bien, Greg. Ningún problema. La diversión dura más de una semana. Mañana por la noche seguiremos con la rutina de la cosecha de la sangre.
De este modo, dejamos al inglés durmiendo plácidamente sobre la hierba.
Mientras, como vampiros contemporáneos, nos sumamos a la fiesta nocturna, regenerados por la sangre fresca recién ingerida.

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Vampiros en los sanfermines (Vampires in Sanfermines).

             
                – ¿Llevas el equipo?
                – Si.
                – Entonces vamos allá.
                Sensaciones de felicidad, contrastadas con las fiestas de San Fermín. Conocidas en el mundo entero. Para nosotros, simplemente significa un punto de encuentro de miles de personas llegadas del extranjero a quienes poder seleccionar de manera arbitraria al ritual de la extracción de la sangre que nos alimenta.
                Somos innumerables. Sometidos al anonimato de las multitudes. Durante el resto del año viajamos de región en región donde haya aglomeraciones de masas y quede impune nuestra ansiedad de sed por la sangre ajena. Es nuestro don. La vida casi eterna. Y debemos de sacarle partido sin remordimientos que afligen nuestra conciencia.
                Mi compañero se llama Greg Larsson. Es sueco. De Högsböle. Aparenta el físico y edad de un chico granjero de veinticinco años. Su edad real supera los cien años. Yo me llamo Matías Soller. Soy alemán. De Bremen. Estoy en los cincuenta, pero tengo realmente ciento quince años. Ambos somos políglotas. Y nos defendemos en español. Hemos tenido muchísimo tiempo para cultivar nuestras inteligencias humildes, centrándonos en los idiomas que nos sean más útiles para conseguir lo que perseguimos, la alimentación necesaria que prolongue nuestra agonía sin fin.
                Pamplona. Una ciudad de doscientos mil habitantes que durante las famosas fiestas de San Fermín quintuplica su población, sobre todo cuando coinciden sus fechas en fin de semana. La camaradería  de los locales con los visitantes facilita nuestra labor. A pesar de los intentos de perfeccionar el castellano, se nos nota el acento, así que preferimos centrar nuestros esfuerzos con los extranjeros. La mayoría gente joven que se suma a la fiesta del alcohol. Si están bebidos, la ración de sangre es obtenida con toda facilidad, sin levantar el más mínimo de las sospechas.
                Somos vampiros modernos.
                No mordemos.
                Empleamos jeringuillas para extraer la suficiente sangre de las venas ajenas y así ir acumulando la dosis necesaria que controle nuestra hambre durante un tiempo limitado.
                – ¡Venga, chicos! Vayamos al parque a tumbarnos a ver los fuegos artificiales. Luego podemos echar una cabezada – nos dice un joven que procede de Leeds, Inglaterra.
                Greg da el visto bueno. Contemplamos el espectáculo nocturno tumbados sobre el vientre sobre la hierba del parque de la Vuelta del Castillo, sin dejar de pasarle la botella de litro y medio de sangría al inglés. Está lo suficientemente bebido, así que cuando lo vemos dar cabezadas, procedemos con la debida cautela. Nadie se fija en el detalle de la goma que colocamos en su antebrazo derecho. Mientras mi compañero mantiene su brazo firme y quieto, voy extrayendo la sangre con la jeringuilla. En el instante que la lleno, vacío su contenido en un vaso de plástico de doscientos centilitros y comparto la sangre con Greg. Nuestra satisfacción es plena.
                – Saquémosle más – me insinúa mi amigo.
                – No es necesario. Recuerda que debemos de pasar desapercibidos. La noche es interminable en Pamplona. No nos van a faltar nuevas vacas que ordeñar.
                – Como siempre, tienes razón, Matías. Son mis nervios. Parece como si nunca voy a dejar de ser un principiante.
                – No te obceques con la sangre, amigo mío. En nuestro nutriente principal, pero acuérdate que somos vampiros modernos. No la caricatura que se muestra de nosotros en el cine y la literatura.
                – En eso tienes razón también.
                “Dejemos a este chico durmiendo la mona y pasemos la madrugada divirtiéndonos por las discotecas. Seguro que hoy ligamos alguna chica de buen ver. Esta sangre ha revitalizado mi espíritu de Casanova.
                – Muy bien, Greg. Ningún problema. La diversión dura más de una semana. Mañana por la noche seguiremos con la rutina de la cosecha de la sangre.
                Y sin más dejamos al inglés durmiendo sobre la hierba.
                Mientras, como vampiros contemporáneos, nos sumamos a la fiesta nocturna, regenerados por la sangre fresca recién ingerida.


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Es la hora de mi paseo (Is time to take a walk)

Es la hora de mi paseo. Me llamo Verónica. Pero también podría ser Manuel. O Alejandra. O Francisco. O Laura. O Javier…
Qué risa me dan mis cortos pasitos de viejecita. Dicen que tengo ochenta y cuatro años. Pero yo opino que no tendré más de treinta. Es mi nueva ilusión. De ser joven de nuevo.
Estoy viviendo en una residencia para ancianos en Pamplona. Se llama la Casa de Misericordia. Aquí estamos bien atendidos por las monjitas, los doctores, los celadores, el hombre de la portería…
Visitas recibo ya pocas. Se me mueren antes que yo. Es lógico. Yo vivo mucho. Demasiado para el gusto de alguno. Que se chinchen.
Bueno, con la ayuda del bastón ya voy recorriendo el parque cercano. Es la Vuelta del Castillo. Es un sitio muy bonito. Encima me dicen que estamos en los sanfermines. Por eso veo tanta gente vestida de pamplonica, claro. Y también tanto extranjero. Y son muy jóvenes, los muy bandidos. Beben mucho y caen dormidos en cualquier parte. Eso me interesa. La juventud de las personas.
Bueno, primero voy a sentarme un ratito en un banco, a la sombra de un árbol. ¿Ya les he dicho que me llamo Arantxa, verdad? Tengo setenta y siete años, y estoy ya un poco delicada de salud…
Me concentro en los paseantes. La zona cercana a los baluartes de la Ciudadela está acotada por los fuegos artificiales de la noche, para que la gente no esté tan cerca y evitar quemarse con los restos de algún cohete pirotécnico que caiga por la zona. Pero aún falta un buen rato para verlos. El espectáculo empieza siempre a las once de la noche. Tengo buena memoria. Como que me llamo Patricio. Tengo ochenta y tres años y cataratas en mi ojo derecho.
Voy a levantarme. Me cuesta un poco. Ya no estoy para muchos trotes. ¡Hay que ver qué calor hace hoy! Treinta y tres grados. Me cuesta respirar. Voy mirando tratando de recordar el camino que he recorrido para llegar hasta el banco. Pero no me interesa desandar lo andado, jolines. Aún es temprano. Sólo son las seis de la tarde. Con dificultad, me subo a la hierba y me dirijo hacia el puentecito que conduce a la ciudadela por la Puerta del Socorro. Menuda historia tiene el puente. Hubo gente fusilada en la Guerra Civil bajo sus ojos. Me llamo Guillermo, y me acuerdo de esa época. A un chico lo salvé yo. Yo por aquel entonces también era mayor, y Francisco era un chiquito de veinte años…
Bueno, bueno… Hay bastante movimiento de personas por la ciudadela. Yo ya estoy cansado y me dirijo a un banco, cuando un joven se me acerca. ¿Qué querrá?
Me ofrece ayuda. Se interesa por mi salud. Claro, me ve en muy mal estado. La edad, el calor, los achaques que tengo…
Le pido amablemente que me lleve a una parte algo alejada del bullicio, donde haya sombra y podamos charlar un poco…
Aquel cuerpo ya no me era útil.
Estaba muy enfermo. Los tumores se expandían por los órganos vitales, especialmente en los pulmones, la tráquea y el hígado, donde los nódulos cancerígenos se hacían implacables en el deterioro de los mismos. Su osamenta estaba tornándose frágil. De hecho, cada vez estaba más fatigado. Sin muchas fuerzas.
Su respiración era atroz.
Simplemente su fin estaba muy próximo.
Tuve que aprovecharme del descuido de la cuidadora para marcharme de la habitación y de la residencia de ancianos. Con las fuerzas que me quedaban, busqué un joven en la Ciudadela.
Se llamaba Asier. Tenía veintidós años.
Fue perfecto.
Cuando intercambiamos cuerpos, me alejé de él, dejándole sentado en un banco a la sombra de un árbol. Tenía lágrimas en los ojos e imploraba que no me fuera.
Lo hice.
Debía sumarme a la fiesta. Estrenar mi nueva personalidad en el regocijo de los sanfermines.
Ya no me llamaba Alejandro. Ni tenía noventa años.
En realidad no tengo un nombre  en concreto.
Y mi edad es infinita.


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¡Ya falta menos para el chupinazo de los Sanfermines en Escritos de Pesadilla!

Nos encontramos en las vísperas del chupinazo. Ya estamos todos inquietos por la ansiedad y las ganas de pasarlo a tope hasta el catorce de julio de la medianoche, en que tanta locura sana y festiva tendrá su conclusión. Mientras llegue el mediodía de mañana, aquí os dejo algunas foticos de familia de anteriores sanfermines celebrados con los miembros de la pandilla de Escritos. Sobran comentarios, je-je…


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Fondos de pantalla de San Fermín, made in Escritos de Pesadilla.

Ya falta poquito para el chupinazo del mediodía del 6 de julio. Como el resto de la ciudadanía pamplonica, quienes vivimos en el castillo de Escritos, estamos dispuestos a vivir la fiesta a tope. Puede que hasta haya absentismo laboral (y mira que les pago una pasada de sueldo como para que la tropa se me escaquee vilmente), empalmadas a deshoras, resacas eternas, dolores de tripas intensísimos e infecciones de pulgas, garrapatas, piojos y toda clase de insectos parasitarios a mansalva. Pero en fin, todo sea por unos días. Mientras llega el día D, os dejamos algunas perlas bosquejadas a brocha gorda para que el blog esté ultramono y os llegue ya el preludio de la fiesta a todos los visitantes que tienen a bien dejarse caer por este rinconcito del horror más malévolo. 


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