Audio relato de terror: "Lucas, el tonto."

Todos los relatos escritos y los audios, estos últimos narraciones de los primeros que voy grabando poco a poco, son obra mía, Robert A. Larrainzar. En este en concreto, Lucas el Tonto, varias veces lo han copiado sin citar al autor, y encima hace pocos días en youtube añadiendo que es un creepypasta… Sin comentarios. Es un relato corto de terror, de los primeros que escribí.

http://www.ivoox.com/player_ej_11109410_4_1.html?c1=0a0807

Diario de un imposible (versión definitiva).

22 de septiembre de 2007
Memoria mía. Qué frágil te conviertes con el paso del tiempo, sumando multitud de recuerdos en el olvido.
Cuerpo mío. Qué inútil me resultas en la vejez, necesitando el apoyo del bastón o de la silla de ruedas para continuar recorriendo los lugares más comunes de la vida.
Salud mía. Qué quebradiza se torna con los órganos envejecidos y asumiendo la precariedad de las enfermedades.
¿Pretendemos tener una vida larga con un sufrimiento final necesario antes de abordar el recodo final del sendero que ha de conducirnos al cementerio?
Yo no lo deseo así.
Me presento. Soy David Hammer. Tengo cuarenta años. Dispongo de un trabajo estable. Estoy soltero y sin compromiso. Mi estado es bueno en general. No tengo sobrepeso, el nivel del colesterol nunca ha sido alarmantemente alto, hago ejercicio con cierta frecuencia, bebo lo justo y fumo dos o tres cigarrillos diarios.
Nunca he tenido alguna dolencia más allá de una simple gripe y tampoco he sufrido ninguna lesión física.
Un tipo sano, de edad mediana, que vive a su aire. Eso soy yo. Algo solitario y sin muchas pretensiones. Tampoco es que sea muy dado a integrarme en grupos sociales, y el apetito sexual lo controlo, sin que se convierta en una obsesión que me haga buscar ligues pasajeros en los bares de solteros o en las discotecas.
Lo que me intranquiliza es el paso de los años. Ahora cuarenta. Dentro de poco, sin darte cuenta de ello, llegarán los cincuenta. Y luego los sesenta, la jubilación y la fosa de la tumba del cementerio de la ciudad…
Deprimente.
Calidad de vida. No deseo morir tempranamente producto de ningún infortunio, pero tampoco llegar a viejo con un centenar de achaques.
Daría cualquier cosa por vivir cien años en buenas condiciones. Firmaría un pacto con el mismo diablo por llegar hasta esa edad con mi salud y mi estado físico actual.
Morir a los cien años con el organismo de un hombre de edad mediana. Suena bien.
Aún estoy esperando a un vendedor a domicilio que me ofrezca esa panacea.
15 de junio de 2008
Pasan los meses desde la última anotación reflejada en mi diario.
Sigo igual de optimista en lo que afecta a mi vejez. Las edades tardías del anciano. Je.
Demonios. Ha quedado claro en un chat que he tenido en un cibercafé con un interlocutor con el nick de SinReservas que todos mis pensamientos trascienden la lógica elemental del nacimiento, el crecimiento, la fase adulta, la madurez y la muerte del ser humano.
Estuve divagando con él sobre este asunto por espacio de la media hora que había pagado por anticipado por el alquiler del ordenador público.
Al final llegamos a la conclusión que antes de llegar al dolor ineludible, existen medidas paliativas. Si hay una reserva mínimas de fuerzas, el suicidio es la mejor de las maneras de atajar las inclemencias de la ancianidad.
Aunque no me veo arrojándome desde el pretil del puente de un río. En eso soy un cobarde.
Por tanto, no me quedaba más que asimilar el dolor, los síntomas amargos de las enfermedades cuando llegase a viejo. La terrible fase terminal.
“No seas tan poco positivo, tío. Puedes morir de viejo en la cama sin enterarte.”
Esta fue la aportación final de SinReservas a mi billetera necesitada de dólares.
Menudo alivio. En fin, mejor que termine con esta parrafada de una vez por todas.
23 de diciembre de 2008
¡Ten miserias, y el infortunio te las magnifica por mil!
Me ha costado un mes decidirme a escribir algo en mi bitácora.
El 22 de noviembre pasé la revisión médica anual con la mutua médica de la empresa en la que estoy trabajando. La doctora que me atendió reparó en un bulto surgido en mi axila derecha. Me sugirió que fuera a una revisión más exhaustiva. Como tengo algunos ahorros, fui a una clínica privada, y ahí se me detectó un cáncer.
Joder. Lo tengo extendido por el pulmón y parte del hígado. Me dan menos de seis meses de vida.
El caso es que no siento ningún tipo de malestar. Sigo haciendo ejercicio físico sin cansarme.
El dolor.
Quisieron convencerme para las sesiones de quimioterapia. Podría prolongar mis expectativas de vida en algunos meses más. Pero el sufrimiento iba a ser obvio.
¡No!
¡Dije NOOOO!
 ¡No quiero padecer ningún tipo de dolor!
Jesús. Ayer dejé el trabajo.
Me quedan unos pocos meses para disfrutar de los placeres de este mundo.
El final de mi existencia será horroroso.
¡No quiero llegar a conocerlo!
Mañana…
Si.
Mañana tengo decidido ir a una armería y comprarme una pistola.
Afortunadamente no tengo antecedentes policiales…
7 de enero de 2009.
Han pasado las navidades, y aquí sigo, vivito y coleando. Tengo la pistola guardada en uno de los cajones de la cómoda de mi dormitorio.
Joder, no tengo huevos para dispararme a la tapa de los sesos.
¡Pero no me queda otra!
Hace tres días hice ejercicio por espacio de hora y media en la bicicleta estática, y acabé reventado. Necesité dos días para recuperarme del esfuerzo. Me siento cansado. En exceso.
¡Nooo!
¡Maldita sea mi suerte! Con cuarenta  y un años.
A nadie le importa si voy a sufrir como un perro antes de morir. Tan sólo en la fase terminal se me administraría morfina.
¡No hay derecho, hombre! ¡Puta vida la mía! ¡Ojalá nunca hubiera nacido…!
Nunca, nunca, nunca…
10 de enero de 2009.
He querido realizar algo de footing, y me he tenido que detener al cuarto de hora, jadeando como un perro.
Luego me he pasado colgado en internet toda la tarde. Llevo así desde que dejé el empleo decentemente remunerado que tenía.
En una página web encontré algo sobre poderes sobrenaturales de un brujo haitiano. En uno de sus artículos asegura que está capacitado para reconvertir el dolor en placer, la enfermedad en curación. La vejez en un período de juventud longevo sin aflicciones e incomodidades propia de esa edad.
Ja, un brujo del demonio. Me reí a gusto. Aún así, le dejé un comentario con la dirección electrónica.
El resto de la noche me la pasé bajándome episodios de la serie Perdidos. Nunca la había visto, y ahora tendría la oportunidad de pegarme un atracón con ella…
11 de enero de 2009.
Se llama Jacques Dernier. Me devolvió la contestación a mi comentario a las pocas horas. En ella mostraba su pesar por mi estado de salud. A la vez se mostraba muy interesado en conocerme en persona. Afirmaba que conocía un método para atajar mis dolencias. De matar el cáncer. No mencionaba ninguna cantidad a cambio de esa primera toma de contacto.
Sin reparos le di la dirección donde yo residía. No me importaba derrochar mis ahorros en las vanas expectativas de curación que pudiera ofrecerme aquel curandero haitiano. Me quedaba menos de medio año de vida. No he hecho testamento, y si no gasto el dinero, lo que me sobre se lo quedará el estado, je.
Por lo demás estoy algo debilitado. Sin ganas de abandonar mi piso. De salir al exterior.
Como con desgana y veo películas y series bajadas por el ordenador de internet…
¡Ven brujo! ¡Sálvame! ¡Y si no consígueme un bebedizo que acorte este desdichado final que me aguarda!
13 de enero de 2009.
La cita con Jacques Dernier fue en una cafetería cercana. El hombre era sumamente joven. No tendría ni treinta años y estaba fino como un junco. Nada más verle llegar y situarse ante mi mesa, esbocé una sonrisa, pensando que el haitiano comía alpiste por su extrema delgadez.
Al sentarse frente a mí, me tomó la mano derecha entre los dedos esqueléticos y con los ojos cerrados, susurró unas pocas palabras en lo que debía ser creole. Abrió sus ojos saltones y se me quedó mirando con cierta afabilidad.
“Vayamos a su casa. Usted está enfermo por un mauvais oeil. Un mal de ojo que le ha echado alguien.”
“No lo entiendo. No tengo conocimiento de nadie que me odie” – le dije, consternado.
“No siempre puede ser echado por alguien que odie a otra persona. También puede formar parte del ritual de una curación. Una persona enferma que le haya pasado a usted su enfermedad. Pero no continuemos hablando aquí en público. Su cáncer se expande por los órganos vitales día a día, y tengo que atajarlo ahora, antes de que sea demasiado tarde e irreversible.”
Así ha sido cómo Jacques Dernier accedió al interior de mi vivienda.
Portaba con él una mochila usada y repleta de objetos singulares, figuritas religiosas y frascos de contenido indefinido.
“Échese sobre el sofá. Las manos sobre el estómago, el cuerpo relajado, los párpados cerrados”, me dijo con voz suave pero que reflejaba una gran seguridad ante lo que fuera a practicar en ese momento para evitar los efectos del dichoso mal de ojo.
“Estamos hablando de una especie de conjuro”, le interrumpí, abriendo el ojo derecho.
“Cierre el ojo de nuevo y no vuelva a hablar hasta que yo se lo diga.”
Cerré los ojos.
Jacques Dernier empezó a recitar un sinfín de palabras en su jerga haitiana, hasta sumirme en un sueño ligero.
Fui despertado por él. Abrí los ojos y comprobé horrorizado que el brujo estaba cubierto de sangre desde la cabeza a los pies. Estaba temblando.
“¡La ducha! ¡Deprisa! ¡Dígame dónde queda la ducha!”, me urgió con los ojos abiertos y casi en blanco.
Me incorporé de un salto, y con el corazón en un puño, lo conduje al cuarto de baño. Nada más entrar, Jacques Dernier descorrió la mampara de la ducha y se situó bajo la pera.
“¡Haga correr el agua! ¡Yo no puedo!”, gritó desesperado aquel hombre.
Hice girar ambas manijas. El agua surgió con fuerza y Jacques Dernier se sacudió bajo la cortina líquida, limpiándose toda su figura de la sangre que le recubría. Estuvo cinco minutos duchándose con la ropa puesta. Cuando terminó le tendí dos toallas. Abandonó la estancia tiritando.
“Le haré un café caliente”, le ofrecí.
“Si, por favor.”
El hombre aferró la taza y se bebió su contenido humeante sin el añadido del azúcar nada más traérselo desde la cocina. Sobre la mesita del salón ya no estaba el sobre que contenía diez mil dólares, el precio convenido por la sesión de hechicería.
Su tez oscura ahora estaba muy pálida. Su rostro estaba exhausto por el esfuerzo.
Miré la hora actual en el reloj de pared de la sala y me quedé sorprendido al comprobar que habían pasado cinco horas desde que me quedé adormilado en el sofá bajo la letanía susurrante del hechicero haitiano.
Jacques percibió el asombro reflejado en mi rostro.
“Señor Hammer. Tenía usted tres presencias malignas arraigadas en su cuerpo.”
“No le comprendo.”
“Tres personas enfermas le han utilizado como cuerpo receptor de sus males para así curarse ellas mismas. Nunca me había pasado con ninguna persona maldita. El ritual ha tenido que repetirse con cada mauvais oeil echada contra usted. Casi he sucumbido por el agotamiento de tal esfuerzo, pero he conseguido sacarle todas las impurezas. Ahora debo marcharme. Por favor, no vuelva a contactar conmigo. No quiero saber más de usted.”
Jacques Dernier se levantó con las ropas empapadas.
“¡Pero no puede salir así a la calle! Se va a congelar.”
El brujo asió su mochila y antes de abrir la puerta principal del vestíbulo, giró su rostro. Había envejecido prematuramente diez o quince años…
“Tengo que salir, señor Hammer. No tengo mucho tiempo para encontrar tres personas a las que echarles sus tres males de ojo…”
Con paso presuroso se dirigió hacia las escaleras.
Jamás volví a saber de Jacques Dernier desde esa fecha. Y su página web dejó de actualizarse desde el mismo día de la visita.
21 de enero de 2009.
Por fin me han entregado los resultados de la revisión médica. El doctor que sigue las evoluciones de mi enfermedad se ha quedado impresionado por mi recuperación. Los tumores y los nódulos han desaparecido. Estoy sano. Ya no tengo cáncer metastásico. Soy un tío saludable de cuarenta y un años. Voy a recuperar mi trabajo. Puedo correr y andar en bicicleta de nuevo.
Por fin puedo escribir en este diario lo feliz que me encuentro.
Mientras, dejaré de pensar en lo que pueda aguardarme en la vejez.

Misterio Gordo medio resuelto por Pechuga de Pollo Mutante.

Pechuga de Pollo Mutante: Ejem. Presten un poco de atención. A primera vista estos dos botarates pasarían por ser dos simplones enanitos de jardin. Pues lamentándolo mucho, tengo que advertir que son dos de nuestros visitantes más ilustres, Paquito Chulito Porquesoyalto, uno de los ayudantes de Santa Claus en la campaña navideña, y el otro es Eleuterio Cuerno Quemado, el tercer portero del Atlético Malote Sociedad Anónima Deportiva, un equipo de la quinta regional del fútbol navarro. Dos atrevidos seguidores y encima de los más asiduos en la lectura de los infumables pergaminos literarios del jefazo, Robert El Maléfico. En una de mis rondas nocturnas dentro de mis competencias como máximo responsable de la seguridad en Escritos, me los encuentro convertidos en dos horrendas estatuas de granito. Fíjense en la expresión insalubre de sus rostros pétreos. Deben de estar pasándolo fatal, inmovilizados cerca del pozo de aguas fecales, plantados al ladito de esta triste petunia. ¡No hay derecho! Tiene que haber una explicación a este incidente. Voy a continuar con mi ronda por las dependencias del Castillo, a ver si descubro al culpable de semejante desaguisado.

37 minutos después:

Pechuga de Pollo Mutante: ¡Vaya, vaya! En cuanto Harry me ha pasado el guión para la siguiente entrevista con un ser del mundo del terror, todo resulta de lo más evidente. La causante de la petrificación eterna de los señores Paquito Chulito y Eleuterio Cuerno Quemado es la propia invitada. En este caso se trata de Natalia Despampanante A Todas Horas. La prima novena de la temible y legendaria Medusa. Al igual que ella, si se la mira a sus bondades anatómicas, te deja hecho un pedrusco de tamaño natural. Por cierto, ahí llega la susodicha, presta para la entrevista. Voy a ponerme de espaldas a ella. Así evitaré contemplar su pedazo cuerpo más propio de una animadora de Los Ángeles Lakers.
Natalia Despampanante A Todas Horas: Hola, señor Pechuga de Pollito. Lamento la tardanza, pero es que por el camino me he tropezado con dos frescos que se empeñaron en mirarme el escote.
Pechuga de Pollo Mutante: Qué quieres que te diga, hija. Eres escultural, pero con tu cruel castigo, las arcas de Escritos dejarán de ingresar veintisiete céntimos de euros mensuales por las visitas reiterativas de los dos clientes a los que te has cargado. Por eso no mereces aparecer en la portada del blog.

Natalia Despampanante A Todas Horas: ¡Vamos! No seas así de quisquilloso. Si ahora están de lo más decorativos. 
Pechuga de Pollo Mutante: Olvídate del tema, nena. Ya te estás marchando con paso ligero. Que ya se me está durmiendo la espalda de tanto ofrecértela para así evitar ver tu majestuosa figura super insinuante.
Natalia Despampanante A Todas Horas: ¡Haberlo mencionado antes, corazón! Mira, ahora llega mi novio, Perseo Saltarín. Juega en la liga profesional de baloncesto albanés. 
Perseo Saltarín: ¡Hola, bella mía! Aunque nunca te veo por seguridad personal, me supongo que sigues igual de guapa.
Pechuga de Pollo Mutante: Esto si que tiene narices. Ninguno de los dos la estamos mirando, pero asumimos que está más buena que una empanada gallega.
Natalia Despampanante A Todas Horas: ¡Huy! Como eres tan cabezota, y sigues empeñado en anular la entrevista que ibas a hacerme, te mereces al menos ver un primer plano mío.
Pechuga de Pollo Mutante: No pienso darme la vuelta, rica.
Natalia Despampanante A Todas Horas: Si no es preciso que te la des, tonto. Mi Perseo trae consigo una tele de plasma con reproductor de dvd incorporado. Con darle al mando, te reproduzco un vídeo casero grabado el otro día y que los del youtube se negaron en colgarlo aduciendo cierta falta de calidad en la imagen. 
Pechuga de Pollo Mutante: ¡NOOOOOOO! ¡Eso es jugar sucio…!

Un ratico más tarde:

Robert El Maléfico: ¡Rayos! ¡Una estatua pétrea de Pechuga de Pollo Mutante! ¡El ego se le ha subido a la cabeza! ¡No me queda otra que rebajarle el sueldo para que sea más humilde!
” Por cierto, menuda tía más buena la que está al lado de la estatua…




http://www.google.com/buzz/api/button.js

Te odio tanto que deseo tu muerte. (I hate you so much I want your death).

Este relato va dedicado a la administradora del blog Solo de Interés. Es lo menos que Escritos puede hacer por su vídeo colgado en youtube con motivo del Día del Blog. 



– Tu odio tiene que ser irremediable sobre la persona que deseas que practique la maldición.
– Así es.
– Está bien. Mi conciencia está tranquila. Espero que me hayas traído algo personal del sujeto al que deseas la mayor de las desgracias posibles.
– Si. Fue muy fácil conseguir un mechón de cabello.
– Es una muestra muy abundante de pelos.
– Tiene alopecia. Se le acumula en la ropa. No crea que lo até con cuerdas y le pelé la cabeza.
– De acuerdo. Empezaré con el rito condenatorio del desgraciado en cuestión.
– No emplee ese adjetivo. Este es un cabrón de los grandes.
– Tus dos mil dólares silencian mi opinión más sincera.
– Más te vale, bruja de los demonios.

Un conjuro condenatorio.
Seguido del deseo de la muerte de un compañero de trabajo.
La hechicera enterró los cabellos en la tierra maldita de los suicidas.
No habría modo de eludir la mayor de las desgracias prematuras.
Tenía simplemente treinta y dos años.
Casado.
Con dos hijas pequeñas.
Aún así deseé su muerte.
Por envidia.
A los pocos días cayó enfermo.
Un mal que los médicos  no supieron diagnosticar a tiempo.
Su enfermedad fue incurable.
Sufrió durante  meses.
Murió en la intimidad.
Mientras, yo conseguí su puesto.
Fui ascendido y agradecí a la bruja sus dotes con quinientos dólares adicionales.


http://www.google.com/buzz/api/button.js

Nunca pases por debajo de una escalera

Code Dumars era un hombre de cuarenta años sumamente delgado y enclenque. Era conocido en el East Side de Manchuria City como don Espagueti. O Mister Fideo. En ocasiones como Esqueleto Andante. Vamos, que el señor era tan famosillo casi al mismo nivel del alcalde. Y Code comía de manera sana sus verduritas, su pescado y su carne, amén de pasta italiana, pero no había modo de que midiendo metro setenta pudiera pesar más de cuarenta y dos kilos.
Hasta que un día se le antojó cruzar por debajo de una escalera.
Mira que se decía que realizar semejante maniobra era buscarse mala suerte a tutiplén. Pero Code estaba pensando en desvaríos tales como si seguía en los puros huesos por más tiempo, iba a morirse soltero y sin nadie que le añorara.
Así que dio los pasos necesarios para cometer imprudencia tan innecesaria.
– No debiste hacerlo – le llegó una voz aflautada detrás de su espalda huesuda.
– ¿Que no debí qué? – replicó con una interrogante.
Se dio la vuelta y se encontró con un personajillo de medio metro de estatura, tez rojiza, cola prensil y cornamenta presidiéndole el cráneo. No llevaba tridente alguno. Simplemente portaba una berenjena en la mano derecha.
– Cuando se hace lo que acabas de ejecutar al atravesar una escalera por su parte inferior, corresponde padecer una racha de pésima suerte durante doscientos cincuenta años.
– No me digas.
– Normalmente sucede eso. Lamentablemente el instrumento catalizador de los estropicios ajenos está fuera de servicio por una larga temporada, así que se recurre a los métodos de la época de Maricastaña.
– Jolines.
– Modere su vocabulario, caballero. En este caso, servidor, Gordofeo Gordinflas, demonio menor del averno de la sala 14 está capacitado para darle a usted su merecido al haber tentado los efectos supersticiosos de la escalera en cuestión.
Code miraba al diminuto diablillo con una sonrisa en los labios.
– Me está insinuando que usted se va a encargar de traerme la mala suerte a casa – dijo, fingiendo algo de pesar.
El demonio sonrió con peor talante.
– Nada de eso. Prefiero romper moldes. Voy a echarle otro tipo de maldición.
“Usted está flaco.
“Pues a partir de ahora lo quiero ver gordo.
“Sus carnes redundarán en abundancia – sentenció Gordofeo Gordinflas.
Code se llevó las manos a la barriga más que plana.
En ese mismo momento le asaltó un hambre atroz.
– Jesús. Me suenan las tripas mala cosa – se sinceró.
El diablillo señaló con la berenjena hacia una dirección.
– Tiene usted un local de comida rápida a la vuelta de esa esquina – le alertó.
– Perdone que le deje. Es que tengo mucho apetito – recalcó Code, alejándose a la carrera.
Gordofeo rió a mandíbula batiente.
No había nada como una sentencia maléfica a la antigua usanza.

Medio año más tarde del encuentro de Code Dumars con el discípulo menor de Lucifer, el caballero continuaba midiendo el metro setenta, pero había pasado de pesar cuarenta y dos kilos a ciento treinta.
Su nuevo mote…
Boeing 747,
por lo voluminoso que era.