Nunca pases por debajo de una escalera

Code Dumars era un hombre de cuarenta años sumamente delgado y enclenque. Era conocido en el East Side de Manchuria City como don Espagueti. O Mister Fideo. En ocasiones como Esqueleto Andante. Vamos, que el señor era tan famosillo casi al mismo nivel del alcalde. Y Code comía de manera sana sus verduritas, su pescado y su carne, amén de pasta italiana, pero no había modo de que midiendo metro setenta pudiera pesar más de cuarenta y dos kilos.
Hasta que un día se le antojó cruzar por debajo de una escalera.
Mira que se decía que realizar semejante maniobra era buscarse mala suerte a tutiplén. Pero Code estaba pensando en desvaríos tales como si seguía en los puros huesos por más tiempo, iba a morirse soltero y sin nadie que le añorara.
Así que dio los pasos necesarios para cometer imprudencia tan innecesaria.
– No debiste hacerlo – le llegó una voz aflautada detrás de su espalda huesuda.
– ¿Que no debí qué? – replicó con una interrogante.
Se dio la vuelta y se encontró con un personajillo de medio metro de estatura, tez rojiza, cola prensil y cornamenta presidiéndole el cráneo. No llevaba tridente alguno. Simplemente portaba una berenjena en la mano derecha.
– Cuando se hace lo que acabas de ejecutar al atravesar una escalera por su parte inferior, corresponde padecer una racha de pésima suerte durante doscientos cincuenta años.
– No me digas.
– Normalmente sucede eso. Lamentablemente el instrumento catalizador de los estropicios ajenos está fuera de servicio por una larga temporada, así que se recurre a los métodos de la época de Maricastaña.
– Jolines.
– Modere su vocabulario, caballero. En este caso, servidor, Gordofeo Gordinflas, demonio menor del averno de la sala 14 está capacitado para darle a usted su merecido al haber tentado los efectos supersticiosos de la escalera en cuestión.
Code miraba al diminuto diablillo con una sonrisa en los labios.
– Me está insinuando que usted se va a encargar de traerme la mala suerte a casa – dijo, fingiendo algo de pesar.
El demonio sonrió con peor talante.
– Nada de eso. Prefiero romper moldes. Voy a echarle otro tipo de maldición.
“Usted está flaco.
“Pues a partir de ahora lo quiero ver gordo.
“Sus carnes redundarán en abundancia – sentenció Gordofeo Gordinflas.
Code se llevó las manos a la barriga más que plana.
En ese mismo momento le asaltó un hambre atroz.
– Jesús. Me suenan las tripas mala cosa – se sinceró.
El diablillo señaló con la berenjena hacia una dirección.
– Tiene usted un local de comida rápida a la vuelta de esa esquina – le alertó.
– Perdone que le deje. Es que tengo mucho apetito – recalcó Code, alejándose a la carrera.
Gordofeo rió a mandíbula batiente.
No había nada como una sentencia maléfica a la antigua usanza.

Medio año más tarde del encuentro de Code Dumars con el discípulo menor de Lucifer, el caballero continuaba midiendo el metro setenta, pero había pasado de pesar cuarenta y dos kilos a ciento treinta.
Su nuevo mote…
Boeing 747,
por lo voluminoso que era.

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