¿Qué ocurriría si Gollum visitara Pamplona?

Mientras la materia gris intenta ponerse nuevamente en marcha en la creación de terribles relatos de terror y misterio, y dado que hay que seguir dándole vidilla a Escritos, mi sobrino Gurmesindo me dio una idea espeluznante. Con la ayuda de un libro de hechizos oscuros y arcanos, podíamos invocar a Gollum fuera de su propio mundo, creado por el genial escritor Tolkien. La intención era trasladarlo a la vida moderna de una ciudad  cosmopolita como lo es Pamplona. Eso hicimos. Gurmesindo lo trasladó al centro comercial donde yo trabajo. A continuación, os expongo las peripecias del eterno llorón de Gollum…


http://www.google.com/buzz/api/button.js

Cinco minutos para la apertura del centro…(Five minutes for opening…)

“Una vez al año es lícito hacer locuras”
San Agustín (354-430) Obispo, filósofo y Padre de la Iglesia Latina.

               
              Era casi la hora de apertura del hipermercado. La megafonía llevaba emitiendo el hilo musical desde hacía media hora.  Las reponedoras estaban dejando los pasillos libres de productos para que la clientela pudiera transitar sin obstáculos por las dependencias del centro. Las dependientas de las secciones de atención al público, como bazar, textil y electrodomésticos,  terminaban de poner orden en los respectivos mostradores periféricos del interior de la tienda. Los jefes de tienda revisaban las cabeceras y los lineales para convencerse que todo estaba correctamente etiquetado y colocado en su sitio correspondiente. Las cajeras se ubicaban en la caja que les correspondía en el turno de la mañana. Los miembros de seguridad realizaban la ronda de apertura.
                Freddy Morales estaba situado de pie detrás de su diminuto mostrador. Elegantemente vestido con un traje azul marino, formaba parte del equipo de auxiliares que atendían a los clientes nada más abordar la entrada a la sala de ventas. Se ocupaba de orientarles, de ser los receptores en principio de sus quejas para luego encaminarlos a Atención al Cliente, de precintar sus bolsas y de extender albaranes de control de producto cuando traían algún artículo para cambiarlo por ser defectuoso o para devolverlo para recibir el reembolso del dinero.
                Cuando el vigilante Lucas Redondo llegó a su lado una vez finalizada la ronda de apertura, le dio una palmada alegre en el hombro. Se comunicó con su otro compañero por el talkie:
                – Uve uno a Uve dos. Todo correcto.
                – Muy bien, Uve uno. Ya quedan cinco minutos para que anuncien por megafonía la apertura.
                Lucas se volvió hacia Freddy.
                – ¡Epa, chaval! Arriba esa moral. Estamos a jueves. Ya nos hemos comido la mitad de la semana.
                – Bueno… A ver si  pasa el tiempo rápido y llega primeros de mes para cobrar.
                – Dinero, dinero. Todos andamos igual. Cogidos por los huevos. Y los sueldos más bajos que la moral de un seguidor de un equipo de tercera regional.
                En ese momento se percibió estática por el altavoz del talkie.
                Lucas lo recogió del cinto y se puso en contacto con Eduardo Casanova.
                – Uve uno a Uve dos. ¿Decías algo?
                – ¡Joder, tío! No sé por dónde Cristo se ha colado, porque las persianas de las tres entradas están bajadas. Por la galería verás llegar un tío.
                Justo acabar de decir estas palabras, un joven melenudo y mal vestido portando un bolso deportivo se plantó frente al mostrador donde estaban de pie Lucas y Freddy.
                El vigilante lo miró sorprendido.
                – Caballero. El centro aún no está abierto.
                – Puedo esperar. Sólo quedan unos minutos.
                – Vale.
                “Uve uno a Uve dos. El cliente se queda aquí esperando en la entrada a sala de ventas hasta que anuncien por megafonía la apertura del centro. No merece la pena acompañarlo hasta la salida, visto el tiempo escaso que queda para las nueve y media.
                – Recibido Uve uno.
                Freddy contemplaba al visitante con cierta inquietud. Este mantenía el rostro oculto bajo el flequillo de su propio pelo largo. Vestía un jersey negro de lana y unos pantalones vaqueros desteñidos.
                – Mientras esperamos, podemos adelantar algo – musitó el joven.
                “En la bolsa llevo algo que prefiero que me lo precinte dentro de una bolsa. Es para que al pasar por caja a pagar, la cajera no me diga nada.
                Sus dedos ennegrecidos por la escasa higiene descorrieron la cremallera de la bolsa deportiva, y sin más, depositó encima del mostrador de Freddy Morales una cabeza humana…
                Los ojos de Freddy se salieron de sus órbitas al ver la cabeza hinchada y maloliente, con la lengua negra quedando colgada entre los dientes de la boca ligeramente entreabierta.
                Lucas tuvo que sujetar el talkie con fuerza para que no se le escapara de los dedos por la impresión.
                Ambos fueron simples espectadores del hecho insólito por diez escasos segundos. Los necesarios para que aquel joven extrajera del interior del bolso dos puñales en forma de media luna y con un par de movimientos elásticos aproximarse a ellos para abrirles a los dos las gargantas, consiguiendo que se llevaran las manos a las mortales heridas en un vano intento de contener las hemorragias.
                El talkie impactó contra el suelo, seguido a los pocos segundos de los cuerpos moribundos de Freddy y Lucas.
                – ¡Dios! ¡Lucas! ¡Joder! – surgió la voz espantada de Eduardo Casanova por el talkie.
                Este había contemplado la agresión por la cámara. En cuanto vio cómo aquel visitante asesinaba a su compañero y al auxiliar, agarró el auricular del teléfono para alertar al Jefe de Seguridad del centro comercial para que no abrieran el centro hasta que el homicida no fuera detenido por la policía y para que el personal de tienda se pusiera a salvo del asaltante.
                Justo en ese instante la línea comunicaba.
                – ¡Mierda!
                A través de megafonía se dio la bienvenida a los clientes, anunciándoles que se abría ya el hipermercado.
                Tal cosa no sucedería mientras el vigilante no pulsara los botones correspondientes, pues el control de las puertas automáticas y de las persianas estaba en el cuarto de seguridad.  Eduardo no iba a hacerlo con aquel loco campando a sus anchas por el interior del recinto.
                Por los monitores estuvo vigilando su figura. Aún permanecía al lado de los dos caídos.
                Cuando se disponía a separar la cabeza del auxiliar de su cuerpo, Eduardo apretó las mandíbulas y tragó saliva, casi frenético por ser testigo privilegiado de aquel suceso tan demencial.
                (la cabeza de Freddy fue introducida en la bolsa)
                – ¡Joder! ¡Joder!
                Eduardo golpeó el auricular contra la mesa. El Jefe de Seguridad continuaba comunicando. Tendría que saltarse el protocolo y llamar él directamente a la policía.
                Fueron cinco segundos en que apartó su concentración del panel de monitores. En ese instante el maníaco estaba decapitando a su compañero Lucas. Fue teclear los dígitos correspondiente de la policía y fijarse en las pantallas para descubrir que el joven melenudo ya no estaba donde el mostrador del auxiliar de tienda.
                – ¡Mierda! ¡Cabrón!
                Saltó de cámara en cámara para intentar localizarlo. Conforme lo hacía, la operadora de la central de la policía se interesó por el motivo de la llamada.
                – Soy Seguridad del Centro Comercial Aurora. Es una emergencia. Un chiflado se ha colado antes de abrir el centro y ha matado a mi compañero y a un auxiliar de tienda.
                “Estoy intentando decírselo al Jefe de Seguridad del centro, pero no me coge. El recinto permanece cerrado cara al público.
                “Joder…  Por favor manden todas las dotaciones que puedan. El tipejo es peligrosísimo. Ahora voy a intentar… Oiga, ¿me recibe bien? Señorita… Venga…
                (un minuto perdiendo el tiempo)
                (el cable del teléfono cortado)
                Eduardo percibió la respiración acelerada y entrecortada. Estaba a su lado.
                Giró la silla y se encontró cara a cara con aquel semblante misterioso, cuyas facciones permanecían ocultas bajo una cortina de cabellos lisos, largos y sucios.
                – ¡Joder!
                Quiso levantarse y protegerse con la defensa, pero el filo del puñal oriental diseñó una hendidura sangrienta bajo la nuez de su garganta. La sangre brotó oscura sobre las palmas de sus manos, impregnándole la ropa del uniforme, formando un charco alrededor de las patas de la silla.
                El joven sonrió, enseñando la dentadura amarillenta.
                Aquella sería su cuarta cabeza.
                En cuanto la recogiese, abandonaría el lugar antes de que llegara la primera patrulla de la  policía…


http://www.google.com/buzz/api/button.js