Un vampiro para mi sobrino (A vampire for my nephew).

Bueno, tras una semana concentrado en un relato algo largo, nos damos un respiro y retomamos las historias cortas y plenas de emociones fuertes. ¿Qué os parece una de vampiros? Aunque en esta ocasión, se trate de un  ser nocturno sediento de sangre fresca un poquillo decepcionante,  ja ja. Buen provecho, y que lo disfruten.

                 – Erny. Eres de lo que no hay hoy en día. Un amigo de verdad. De los de uña y carne.
                – Para eso están las verdaderas amistades, Luke.
                – Me alegra un montón saberlo. No veas del apuro que me sacas. Sólo van a ser veinticuatro horas.
                – Si hubieran sido cincuenta, tampoco me hubiera importado. Ya sabes que vivo solo y estoy aburrido como una ostra todos los días. Desde que el estado me expropió las tierras, sólo me queda la vivienda y la puñetera pensión de las narices, que sólo da para comer sardinas en lata.
                – Bueno. Pero olvídate de consumir comida enlatada durante la visita de mi sobrino.
                – Ja, ja. Si, va a ser un buen cambio. Pero no te preocupes, que cuando era joven, la carne siempre la pedía poco hecha.
                – Ay, colega. Ya verás la alegría que se llevará Johnny al conocerte asumiendo el papel de vampiro.
                – Si, aunque ya sabes cómo son los chicos actuales. Resulta raro que le hayas convencido de estar viviendo al lado de un vecino que es un vampiro.
                – Hombre, tiene siete años. Y le he comido el coco siempre que hemos hablado por el teléfono. Finalmente, mi hermano, que es su padre, se ha aburrido del tema, y piensa que enviándomelo, se llevará una gran desilusión al ver que eso es falso. Que yo quedaré encima mal y así no se me ocurrirá inventarme más historias que distraigan la lógica mental del niño. Vamos, esa frase final me lo dijo su padre. Que yo las palabras, ya conoces que las manejo lo justo.
                – Pues nada, Luke. Todo saldrá de perlas. Ya verás lo tronchante que será cuando tu sobrino vuelva a casa y le diga a tu hermano que el vecino era un aterrador chupasangres, ja-ja.
                “Bueno, cuando llegue, me das un toque y me pongo el disfraz y empiezo la actuación. Hasta luego, muchacho.
                – Hasta pronto, Erny. Y nuevamente te lo agradezco. Eres la leche.
                – Mira, Johnny. Ya está anocheciendo. Pronto verás al vecino por los prismáticos. Es su hora.
                – Si, tío Luke. Los vampiros están despiertos de noche y duermen de día.
                “¡Jolines! Ya lo veo. Está caminando delante de las ventanas.
                – Espero que no nos esté observando. Podría querer hacernos una visita.
                – ¡No, eso, no! ¡Que se quede en su casa!
                – Dime cómo va vestido el caballero. Que yo no lo puedo apreciar desde la lejanía, y tú eres quien tiene los prismáticos.
                – Lleva un traje oscuro, casi negro. Con montones de collares colgando del cuello.
                “¡Caray! Ahora está mirando de frente.
                – Como descubra que estás fisgoneando, te morderá en el cuello antes de que puedas volver a casita con tus padres.
                – No. No creo. No me está mirando a mí. Está mirando por la ventana hacia fuera. Parece fijarse en el cielo. Tiene la cara muy pálida. ¡Y las manos también! Ahora se marcha. Sale de la habitación en que estaba.
                – Esto se está poniendo muy emocionante, Johnny.
                – Yo le sigo con los prismáticos.
                – Eso, que no se te escape.
                “Veo una especie de silueta a través de la ventana de la cocina de la casa.
                – ¡Gracias, tío Luke! Está en la cocina. Veo cómo se acerca al frigorífico. Está abriendo la puerta y…
                – Es terrible todo cuanto dices. Casi estoy temblando de terror.
                – Saca… ¡Ha sacado un filete del frigo y se lo está comiendo crudo!
                – Narices tiene la cosa. Claro, si la carne está cruda, siempre le quedará algo de sangre. Siendo el vecino un vampiro, y si no hay nadie cerca a quien morder para chuparle la sangre, tendrá que conformarse con el chuletón, je-je.
                – Sí, tío. Pero no lo está chupando. Ya te digo que se lo está comiendo. Y con muchas ganas.
                – El pobre, que además tendrá hambre…  Cuando el estómago mete ruido, hay que llenarlo para que se calle.
                – Ahora deja medio filete sobre la mesa y se dirige otra vez al frigo.
                – ¡Jesús! ¿Qué buscará ahora este vecino tan peculiar?
                – Ha cogido una jarra del frigo. Y ahora un vaso de cristal, de esos grandes. Se ha sentado frente a la mesa y… ¡Qué pasada, está sirviéndose algo muy rojo!
                – Ya te puedes imaginar, que si es rojo, lo que se estará bebiendo el muy tunante.
                – ¡Sangre! ¡Tío Luke, el vampiro está bebiéndose un vaso de sangre fresca!
                – Ja, ja. Querrás referirte a que estará muy fría, porque si la tiene guardada en el frigorífico en una jarra de servir, vete a saber desde cuándo la obtuvo.
                – ¡Puajjj…! Se la ha bebido de un tirón y no se limpia los labios con la servilleta. Tiene la boca sucia llena de sangre.
                – Lo suyo no son los modales a la hora de estar a la mesa, ya se ve.
                – Ahora se levanta y abandona la cocina… Ya lo he perdido.
                – Bueno, Johnny, ya has visto las costumbres del vecino. Me imagino que estarás convencido de lo que es en realidad.
                – ¡Un vampiro!
                – Así es. Ahora dejémosle tranquilo, que está en su hora más propicia de poder hacer el mal a alguien, y mañana en cuanto despunte el sol le haremos una visita, que estará durmiendo como un bendito y a nuestra merced.
                – ¡Eso! ¡Eso! ¡Qué chulo poder verle mañana de cerca, aunque esté dormido!
               
                – ¿Qué tal ha sido mi actuación como vampiro aficionado?
                – ¡Genial! ¡Johnny se lo ha tragado! Piensa que eres un sucesor del conde Drácula en potencia.
                – ¡Fantástico!
                – Toma esta coca cola fresquita, que te la has ganado.
                – Sí, y en cuanto me la beba, me quito el maquillaje y estas ropas tan pesadas. Que estoy sudando a mares.
                – Si te lo bebes de un tirón, se te quitará la sensación del calor en un instante.
                – Mmmm… Está muy buena, aunque le noto un sabor algo rarillo. ¿No le habrás metido algo de whiskey, eh, bandido?
                – Bueno, para serte sincero, Erny, lo que te acabas de beber llevaba una cajetilla entera de Valium.
                – Abramos con cuidado el ataúd, que la tapa pesa bastante, Johnny.
                – ¡Pero tío Luke, si el vampiro está tumbado en la bañera y cubierto por una manta!
                – Bueno, será que es un vampiro pobre y no le llega para un ataúd como Dios manda.
                “Vamos a descubrirlo.
                – ¡Jolines, de cerca es más feo y da mucho más miedo!
                – Mírale la dentadura. Algo muy puntiagudo le asoma por los labios.
                – ¡Dientes de Vampiro!
                – Los colmillos. Con eso muerde como un perro rabioso y chupa la sangre de sus víctimas.
                – ¡Muy malvado! ¡Pero es un vampiro, tío! ¡Tiene que ser así de malo!
                – Dices muy bien, Johnny. Pero ya sabes que hay una manera de impedir que siga causando daño a las personas buenas y honradas.
                – Sí. ¡Clavándole una estaca en el corazón!
                – Así es. Nosotros no tenemos una, pero sí unos cuantos punzones, el martillo y el serrucho para cortarle la cabeza y así luego no regrese del más allá para vengarse.
                “Ahora apártate un poquillo, que no quiero mancharte con las salpicaduras de sangre.
                – ¡Tío! ¡Que el vampiro se despierta! ¡Acaba de abrir los ojos!
                – ¡Dios Santo! Entonces habrá que cambiar las reglas.
                “Primero empezaré cortándole la cabeza con el serrucho…
                ¿¡QUÉ HACES, LUKE!? ¿Qué hago en la bañera con las manos y los pies atados? ¿Y esa sierra? ¿Y el puto crío qué pinta aquí?
                – Tío Luke. Me da mucho miedo cómo grita el vampiro.
                – Tienes razón, Johnny.
                “Unos segundos más y dejarás de oírle gritar… Te lo prometo yo, que soy tu tío.
               
                


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Minerva (la decadencia que llega)

Estamos en las vacaciones de Semana Santa, y cómo no, era evidente que no podía faltar la visita de mi sobrino Gurmesindo. Un chaval súper agradable.
– Oye, introduce la contraseña en el ordenador, que quiero navegar por páginas guarras.
Ay, que niño más majo. Tóma, sobrinete. Una galleta de chocolate y un vaso con un tercio de leche descremada. Con eso vas que chutas.
– Ojalá se te incendie el castillo. Roñica.
Si, mucho quejarse, y ya se ha zampado la merienda. Hay que ver cómo come.
– ¡ÑAM! ¡GRONFA! ¡ÑAM! ¡BUUUURRPPPP…!
En fin. ¡Dominique!
– Diga, señor.
El nene ha soltado un eructo de lo más apestoso. Trae un ambientador, por lo que más quieras.
– ¿Le parece a usted bien el de aroma a queso fermentado?
Lo que sea con tal de anular los gases de Gurmesindo.
– Vale, jefe. ¡FLU! ¡FLU! Ya está. Ahora la salita huele a otra cosa.
En efecto. La mitad de la audiencia está anestesiada. A ver cómo consigo ahora que me escuchen en la lectura del relato que viene a continuación.
– Tengo la solución. Los espabilamos echándoles aceite hirviendo encima.
Dominique, hoy estás sumamente inspirado.
– Bueno, tan tonto no soy.

Minerva, espera. No es hora aún de abandonar el refugio.
No me escucha. Es una persona muy testaruda. E imprudente.
Afuera la lluvia cae con fuerza. Llevamos dos días húmedos y fríos. Mis pulmones están debilitados por este clima tan desapacible. En mi fuero interno odio profundamente esta ciudad. No debería ser así. Los muchos días nublados anuales son el mayor de nuestros aliados.
– ¡Duarte! – me llama Minerva.
Su voz llega suave y tamizada por la distancia. También percibo el taconeo de sus zapatos sobre el empedrado de la vía.
Querida mía. Vuelve al regazo de la oscuridad más absoluta. Afuera estamos desprotegidos.
Respiro con dificultad. Mi visión adaptada a las penumbras permite observar las venas resaltadas en el revés de ambas manos. La uñas largas y puntiagudas, semicurvadas hacia adentro. La piel reseca recubriendo las falanges.
– ¡Ven! Tenemos que recorrer las calles. Dar con uno de ellos.
Minerva. A pesar de tu longevidad, cuán infantil me resultas.
El mundo dejó de ser lo que era en su majestuoso pasado. Con infinidad de presas de las cuales servirnos. El suministro de nuestra vitalidad milenaria quedó colapsado por la guerra del Átomo. Toda la raza humana extinguida. Masacrada en pocas semanas por la intermediación del desvarío de algunos mandatarios iluminados por su locura egocéntrica, pretendiendo dominar el mundo entero. Finalmente, obtuvieron su merecido. Y eso a nuestro más humilde pesar como seres de la noche.
Ahora vivíamos afligidos. Debilitados. Ocultándonos de nuestros nuevos enemigos, tan No Muertos como nosotros.
Minerva. Regresa al panteón. Afuera estás expuesta.
Entonces…
Mi niña grita fuera de sí. Debe de estar rodeada por aquellas bestias que nunca duermen ni de día ni de noche. Estoy por salir en su ayuda, pero mi instinto de supervivencia me insta a continuar recogido apoyado de espaldas contra la lápida del nicho.
– ¡No! ¡Duarte! ¡Dios mío!
La muchacha se desgañitó de dolor. Era indudable que estaban arrancándole los miembros uno a uno. Al poco, su calvario cesó.
Hundo mi rostro entre las palmas de mis manos y me sumo en un llanto inconsolable, maldiciendo mi cobardía.
La madrugada fue avanzando, hasta llegar la hora de mi descanso. Sería un día nublado y lluvioso, que yo no vería. Cerré el portón del panteón con presteza y me dispuse a dormir con cierta intranquilidad, pues estaba a merced de ser visitado por aquellas criaturas muertas y resucitadas por los efectos de la radiación.
Hice lo posible por no pensar en aquella terrible probabilidad.
Cerré los ojos con la pesadez de quien no ha dormido en años, pensando en Minerva.
La ausencia de su compañía me obligaría a moverme en los días siguientes para intentar dar con su sustituta. Yo aborrezco la soledad. Me envenena más que si careciera de sangre con la cual alimentarme.
Sangre.
En la siguiente madrugada, me aventuraré por la ciudad. Tengo que escoger uno de aquellos seres más frescos, cuya descomposición no me impidiera alimentarme de su esencia vital. Cierto es que no es la sangre de un ser humano vivo, pero como en este estado ya no queda ninguno, tengo que conformarme con lo que hay.
Por este motivo, las enfermedades se asientan en mi organismo.
Minerva era mi bastón de apoyo.
Sin ella, me siento poca cosa. Un anciano decrépito y con mil achaques.
Las dudas me asaltan de nuevo.
Una cosa es proponer una solución, y otra aplicarla.
Encontrar alimento iba a requerir un esfuerzo supremo, y dar con una ayudante, un milagro que lo más seguro jamás tendría lugar.
Mis angustias son mi peor enemigo, así que las aparto de mi mente para así dormir.
Ya llegará la madrugada.
Me pesan las pestañas.
Musito el nombre de mi querida Minerva en voz baja.
Parezco consolidarme en los preámbulos del sueño.
Y conforme me adormezco, tengo la rara sensación de apreciar que el portón del panteón donde estoy escondido está siendo abierto por diversas manos putrefactas.
Al final mi cansancio me supera y me veo inmerso en una pesadilla, donde jamás despertaré, siendo mi cuerpo despedazado por los muertos vivientes.

La artimaña

Estando dibujando un bosquejo de naturaleza muerta (un cesto de mimbre conteniendo fruta y verdura podrida) sobre el lienzo, percibí los pasos indecisos de Dominique a mis espaldas.
Me volví con el pincel entre los dedos de la mano derecha.
– Mi amo, siento mucho mi osadia del otro día -empezó a disculparse. – Es que soy un fanático de la ciencia ficción.
– Ya. Bueno, mientras no reincidas en el pecado, todo te irá bien. ¿Por cierto, cómo tienes la espalda?
– Ya sólo siento algunos cosquilleos.
– La próxima vez utilizaré las garras de Freddy Kruger. Recuérdamelo.
Dominique no quiso dar por concluída la breve conversación.
– ¿Hay algo más que quieras decirme, siervo de tercera categoría, con visos a descender en el ránking de lacayos tremebundos?
– Yo, para congraciarme con usted, mi amo, he tenido la voluntad de escribir un pequeño relato de terror.
– Hum. Veamos lo que me traes…
” En verdad que es muy breve. Pero tiene algo de nivel, dada tu corta inteligencia.
Veamos la opinión de los lectores. Si hay protestas generalizadas, no me quedará más remedio que seccionarte la mano derecha con un sable.
– Lo que usted diga, mi amo. Ya sabe que yo obedezco y padezco.

Era noche casi cerrada en pleno mes de noviembre. Hacía mucho frío, y casi no había transeúntes por las calles. Ella era una mujer bastante atractiva. Pero eso era lo de menos. Caminaba abrigada y presurosa por la acera. Sus ojos buscaban y miraban.
Pasados unos minutos eternos, vio un hombre joven que se acercaba. Venía andando no muy derecho. Vestía ropa de obrero de la refinería cercana. Seguro que acababa de salir de tomar unas pintas con sus compañeros, y ahora se encaminaba rumbo a su casa, dispuesto a entrar sin llamar la atención de su esposa e hijos, si es que acaso los tuviera.
El hombre no tardó mucho en fijarse en la silueta llamativa de la mujer.
Nada más hacerlo, ella se dejó caer sobre el frío suelo, desmayada.
El juerguista se acercó hacia el cuerpo tendido de la hermosa joven.
– ¿Se encuentra usted bien? – se interesó situándose de rodillas a su lado.
El rostro de la chica estaba lívido. Los ojos cerrados. Su pecho estaba inmóvil. Parecía no respirar.
En un gesto instintivo, el individuo sujetó la cabeza de la damisela por la nuca, presto a aplicarle el boca a boca.
Sus labios se arrimaron a los de ella.
En el momento de insuflarle su aliento, la mujer abrió con presteza su boca y lo examinó con los ojos abiertos.
Sus colmillos relucieron a la luz ambarina de la farola.
Antes de que su víctima pudiera decir nada, ya estaba alimentándose de su sangre…

Un vampiro contemporáneo

Acabamos de estrenar el año nuevo. Demosle la bienvenida al 2010. Dadas las fechas, he decidido publicar este relato de vampiros que discurre en pleno mes de enero. Lo escribí justo el 5 de enero del año 2009. Con el riego sanguíneo de mi cerebro adulterado por los efectos nocivos del cava, se me ocurrió la gracia de pergeñar un relato vampírico, donde se manifestase mi álter ego. Como verán, un setenta por ciento está basado en el lamentable estado mental en que me encontraba frente al ordenador. El resto es pura ficción. Por dios. Que soy muy tímido y jamás tramaría ninguna acción innoble contra la vecinita guapa del piso superior. Vecinita, que por supuesto, tan solo existe en mi imaginación, porque el que vive encima es más feo que un primate en vías de extinción.

Es de noche. Me encuentro con la mente embotada. Estamos a cinco de enero. Mientras la mayoría de la ciudadanía está en el centro de la ciudad asistiendo con los hijos al desfile de la cabalgata de reyes, yo estoy aquí sentado frente a la pantalla plana de mi ordenador, con una botella de cava al lado de mi silla giratoria. Ya me he bebido tres cuartas partes de su contenido. Estoy razonablemente ebrio. Y me enorgullezco de ello. Estoy solo. Nadie me acompaña en mi encierro virtual. El piso está frío y abandonado. No tengo la calefacción encendida. ¿Para qué la necesito, si mi organismo está igual de frío que la cámara del congelador del frigorífico? Continuó mirando a la pantalla del monitor. Estoy navegando por Internet. Buscando alguna amistad cercana en un portal de contactos en la cual estoy debidamente registrado como lord Fortuna. Da igual que sea de Pamplona. Mi alias tiene que ser anglosajón en homenaje a Bram Stoker, el autor de Drácula. Aunque bien visto, de haberme conocido hubiera tenido que cambiar el nombre del título de la novela.
Arrimé la copa de cristal de bohemia a mis finos labios incoloros y sorbí un poco más de cava. Era delicioso. Me sentía ingrávido, liviano. Se me antojó levitar un rato por mi habitación en posición horizontal. Fue maravilloso. Hasta que un aviso del antivirus instalado en mi equipo me informó de un intruso que deseaba aprovecharse de la señal inalámbrica de mi línea adsl. Mediante el wifi de su más que probable ordenador portátil estaba intentando servirse de mi línea para navegar de manera gratuita, ralentizando a la vez las megas de mi propio ordenador en su conexión a la red de redes. Agucé mis sentidos de percepción extrasensorial. No tardé en averiguar vida en el piso superior al mío. Era gracioso. A su manera, el inquilino de ese piso estaba ejerciendo de vampiro, nutriéndose de mi línea de adsl para así poder cotillear por páginas infames de Internet. Decidí salirme del ordenador y apagué el router antes de abandonar mis gélidas dependencias, encaminándome por el tramo de escaleras a la planta superior. Me situé frente a la puerta del piso donde residía el tunante que se aprovechaba de mi conexión valorada en setenta euros mensuales. Pulsé el timbre, impaciente. Quien me abrió fue una hermosa estudiante universitaria de unos veintiún años. Melena rubia castaña recogida en una cola de caballo. Alta. Esbelta. Atlética. Una delicia para la vista. Pero mi visión estaba muy borrosa por los efluvios del alcohol ingerido durante toda la tarde. La miré con descaro. Lucía unos pantalones vaqueros negros ceñidos y un top que le dejaba los hombros al descubierto.
– Hola. ¿Qué se le ofrece? – se interesó la bella joven.
“Tu precioso cuello”, pensé por unas décimas de segundos.
– Me imagino que ahora tendrás problemas para navegar por Internet- dije con cierto sarcasmo en mi voz.
– No sé a qué se refiere- dijo la chica a la defensiva.
– No soy estúpido. Sé que tienes un portátil que estaba interfiriendo en mi línea adsl inalámbrica. Soy vecino tuyo y acabo de descubrir que te servías de ella para navegar por la red sin pagar un duro. Mi equipo se resentía por tu intromisión. Ahora he apagado el router. Echemos un vistazo a tu ordenador. A ver si ahora consigue conectarse.
Mis palabras fueron alzándose sobre la muchacha como una ola sobre la cabeza suicida de un surfista australiano. Estaba pletórico. Las burbujas del espléndido cava recién ingerido me cosquilleaban el estómago aparte de la entrepierna. Ya lo tenía todo claro. La excusa de la intrusión en mi línea adsl me iba a servir para alimentarme de manera sencilla con la deliciosa sangre de esa joven humana. Es más, antes de nutrirme de ella, tenía pensado formar un sólo cuerpo con el de la joven, en una unión carnal de lo más pecaminosa. El cava me había puesto sumamente cachondo.
Entré en el piso, cerrando la puerta con suavidad. Controlé mentalmente a la estudiante universitaria como el domador que controla los movimientos del león amaestrado bajo la tiranía de su látigo. Fuimos hacia su dormitorio. Y una vez allí, la hice mía con un ardor desmedido, haciéndola de alternar los gemidos con los aullidos de dolor. Tras media hora de intensa pasión, bebí de su sangre hasta dejarla reseca y quebradiza como una momia de mil años de antigüedad.
Medio aletargado por los efectos de la bebida y de la fresca sangre recorriendo la ramificación de mis venas hasta incrementar los latidos de mi poderoso corazón inmortal, me incorporé y recogí la forma decaída de la joven, llevándomela conmigo hasta el sótano del antiguo inmueble. La caldera estaba encendida, y todo lo que tuve que hacer era depositar los restos de mi víctima en el interior del núcleo candente. Una vez concluida la operación, regresé a mi domicilio, donde aún me aguardaba una cuarta parte de cava por consumir y por restablecer la conexión del router con el ordenador. Daba por seguro que nunca más iba a volver a tener problemas con interferencias ajenas.
Solté una risa demencial.
Era un regalo del cielo ser un No Muerto.
Un Vampiro.
Y brindé por ello con la última copa de cava.

El vampiro de Astreza

El presente es también un relato de vampiros. Es muy breve, y el primero que escribí acerca de esta temática. Le tengo un cariño muy especial y por eso he decidido rescatarlo del fondo de mi blog, je je. Ya estaba cogiendo telarañas. Espero que a los lectores que aún no lo habían leído, les guste. Eso si, al final del relato, les pido un minuto de silencio para el infortunado Davide Casanni.

Estaba anocheciendo. Davide Casanni estaba observando el declinar del sol en la lejanía de la línea marcada por el horizonte apostado de pie al lado del hueco de la ventana de la torre de la mansión de la familia Tadesco Fratinni. Le quedaba una única solución. La de arrojarse al vacío. La puerta de la habitación estaba cerrada bajo llave y muy pronto iban a acudir en su búsqueda los integrantes del clan familiar. Estaban dispuestos a clavarle una estaca en el corazón, a meterle dientes de ajos en la boca y a cortarle la cabeza con una hoz.
Davide se alejó de la ventana. Tenía los brazos inmovilizados a la espalda por unos grilletes. Estaba desesperado. Se les había metido en la cabeza que él era el vampiro de la región de Astreza, una bestia infame que había asesinado ya a más de siete lugareños en las últimas tres semanas. Todo coincidía en el tiempo de su llegada a la zona. Luego estaban los colmillos que le asomaban en el maxilar superior de la dentadura. Ligeramente afilados por una ocurrencia de juventud cuando se quiso hacer de notar en la universidad de Verona. Algo que ahora mismo lamentaba haber hecho. Estaba estigmatizado como el vampiro, y no había forma de convencerles de lo contrario. Estaba indignado con la situación creada. El asesino, que no vampiro, estaría en ese mismo instante vagando libre por la región, siguiendo a su próxima víctima, y él, un simple tratante de ganado estaba condenado a ser eliminado de una forma tan cruel y sin sentido.
De nuevo atisbó a través de la ventana. La altura era de más de veinte metros. No había nada que pudiera amortiguar su caída brutal. Estaba espantado. Escuchó voces acercándose a la puerta. Eran varios. Los miembros varones de la familia con algunos de sus lacayos. Estaban sumamente exaltados. Le estaban vilipendiando con sus insultos antes de irrumpir en la estancia.
Una llave giró en la cerradura. La puerta inició su apertura.
Davide miró hacia la entrada.
Vio una hoz.
Vio la ristra de ajos.
Vio la estaca…

Su cuerpo cayó defenestrado desde lo alto de la torre, impactando contra el suelo y perdiendo todo contacto con la vida.
Desde los ventanales de la torre de piedra fueron asomando rostros en pleno alborozo. Aunque no habían sido ellos quienes habían acabado con el sanguinario vampiro, estaban felices. Ya solo quedaba bajar a por el cadáver, arrancarle la cabeza y quemar el resto de su cuerpo hasta reducirlo a cenizas.
La amenaza del vampiro había concluido.

Mientras, a varios kilómetros de distancia, en una gruta oscura y siniestra una bestia sanguinaria extraía las entrañas de su más reciente víctima. Su locura no tenía límites. Él si que era el auténtico vampiro de Astreza. Hundió el rostro en la carne humana, deleitándose con el sabor de la sangre.

Guerra de Sangre

Peter Wicks estaba dando su paseo nocturno de las diez de la noche antes de regresar a casa para dormir. Ya había cenado en un local de comida rápida justo después de haber finalizado su turno de tarde de doce horas como guarda en un edificio en ruinas. Le encantaba estirar las piernas después de haber comido. Lo hacía de forma parsimoniosa, pues al ser un solterón de cuarenta y cinco años nadie aguardaba su regreso a casa para reprocharle su tardanza. Hacía un poco de frío y soplaba un viento del norte molesto. Oteó el cielo, vislumbrando unas cuantas nubes apelmazadas entre si que pronosticaban la cercanía de la lluvia. Así que en un determinado momento aceleró el ritmo impuesto a sus piernas. No llevaba puesto ningún impermeable ni tampoco disponía de un paraguas. No era cosa de arriesgar a mojarse más de lo necesario.
Siendo vigilante, el grueso del salario venía derivado de las horas extras acumuladas, y un catarro imprevisto podía fastidiarle la paga del mes siguiente. Peter encaminó su rumbo hacia su casa. Las calles estaban casi desiertas de transeúntes, y el tráfico era escaso. Dobló una esquina para encarar las tres manzanas que distaban del edificio en dónde él residía cuando vio una figura femenina que se dirigía hacia donde estaba él. Corría desesperada sin dejar de mirar hacia atrás. A unos cuantos metros de ella le estaba siguiendo un hombre vestido con un traje negro. Peter reparó sucintamente en la belleza de la joven. Tendría unos veinte años. Alta, estilizada, de larga melena rubia asentada por un pañuelo rosa sobre la frente. Vestía una cazadora entallada verde chillón con una minifalda negra, panties y zapatos de suela plana a juego. La muchacha llegó ante él y casi se le echó encima. Peter abrió los brazos por instinto y acogió el cuerpo de la desconocida. La nuca de ella pegada a sus labios. Su perfume era muy penetrante. El perseguidor se plantó a los pocos segundos delante de los dos. Peter no sabía qué hacer. El visitante le miró con odio y desprecio. Se le resaltaban los músculos del cuello.
La chica giró su rostro hermosísimo hacia Peter.
– Ayúdeme, por favor, señor. Este hombre me ha estado siguiendo toda la noche y ha intentado asaltarme en una callejuela. Me he podido zafar de sus intenciones en un descuido, justo cuando ha intentado maniatarme con unas cuerdas- se explicó la joven con el rostro suplicante.
El extraño soltó una carcajada despectiva.
– Mentirosa. Lo que menos pretendo es mantener relaciones sexuales contigo – habló con una voz recia y seca. Miró a Peter y se solazó con su indecisión. – Aunque tal vez al caballero sí que le interese meterte un poco de mano. ¿A que sí buen hombre? Paula es una jovenzuela de muy buen ver, lujuriosa y lasciva. Y le encanta el bondage. Y las azotainas en el trasero. Es una chica muy traviesa.
– ¡Cerdo! ¡Insolente! – Paula se volvió de nuevo a Peter y se agarró con fuerza a sus hombros. – No crea nada que le diga, señor. Este salvaje es un completo desconocido para mí. Un violador que buscaba saciar su apetito esta noche conmigo. Yo simplemente volvía de una fiesta en casa de unas amigas.
– ¡Sus amigas son las más zorras de la ciudad, señor! – bramó el hombre del traje oscuro. – Ya estoy harto de esta charlotada, Paula. Yo sé bien lo que tú eres. A la vez que tú conoces mi verdadera identidad.
El hombre buscó algo bajo la chaqueta. Peter estaba temblando de la cabeza a los pies. Aquella situación le desbordaba por completo. Empezó a dudar que en realidad todo fuera la fuga de una chica de las garras de su violador. Quiso que la chica se soltase de su cuello, pero fue tarea casi imposible.
Entonces vio lo que aquel individuo extraía de debajo de su chaqueta.
Una pistola con un silenciador.
Apuntó directo al costado de la joven llamada Paula.
flop
– Nooo
Un segundo tiro alcanzó el parietal derecho de la muchacha, haciéndolo estallar en fragmentos de hueso, salpicando el rostro de Peter. La joven perdió fuerza en su agarre, y con los ojos perdidos, fue separándose en su abrazo hasta desplomarse sobre el suelo.
Peter quedó conmocionado.
Temió que aquel loco decidiera seguir practicando su eficaz puntería contra su persona. Para su propia sorpresa, el agresor puso a resguardo el arma bajo su ropa de nuevo y se acercó al cuerpo caído de Paula para asegurarse de que estaba muerta. Se agachó y comprobó los dos orificios de entrada. La sangre estaba formando un charco alrededor de la silueta medio encogida de la chica.
– Perfecto. Hay que ver cuánta sangre atesorabas ya, pequeña – comentó el hombre. Desde su postura buscó la personalidad paralizada de Peter Wicks. – No se habrá creído usted toda la patochada que le había contado Paula, ¿verdad?
Peter tardó en responder. Sus manos temblaban como la gelatina.
– No se si será usted un violador, pero un cruel asesino a sangre fría sí que lo es – respondió al fin.
El hombre negó con la cabeza. Se volvió hacia Paula y la sujetó por la cabeza, haciendo de girar su cuello.
– Mire esto – dijo, orgulloso.
Separó ambos maxilares de la joven.
Un par de colmillos afilados en cada hilera de dientes quedaron al descubierto.
Cerró la boca de la preciosa Paula, ahora ya muerta, y se incorporó de pie para situarse de frente con Peter.
– ¿Qué opina ahora? – le inquirió.
Peter mantenía la mirada puesta en la nuca de Paula.
– ¿Era una vampira?
– No del todo. Es más bien una sirviente de una de ellas. Y las amiguitas que hablábamos antes son las restantes siervas a las que estoy buscando.
– Al no ser una vampira, al ser, como usted dice, una sirviente, ¿era necesario haberla matado?
– Necesario, no. Era una obligación. Si no llego a perseguirla, igualmente se habría topado con usted. Y con sus encantos naturales, le habría sacado hasta la última gota de su sangre. Las siervas de Adelaida, que es así como se llama su Ama y Señora de la Oscuridad Infinita, tienen la misión de acumular más sangre de la que puedan necesitar en sus cuerpos. Luego se reúnen con ella en algún lugar secreto para proporcionársela. Es una forma de conseguir su alimento sin arriesgarse a ser cogida por sus enemigos. Y si pierde alguna sierva por el camino, la reemplazará con otra infeliz víctima. Con no abastecerse con toda la sangre de su cuerpo, esta quedará convertida en esclava de Adelaida.
Peter estaba petrificado por el horror.
– ¿Y usted quién es? – se animó a preguntar a aquel hombre extraordinario.
– Yo soy…
Separó ambos labios.
Unos enormes colmillos quedaron al descubierto.
– Soy Isaías. Un vampiro contrincante de Adelaida. Aunque usted no lo crea, entre nosotros también tenemos nuestras rencillas particulares.
“Y por cierto, estando usted tan cerca… Me viene de perlas reclutarle como un nuevo siervo mío.
Cuando Peter quiso darse de cuenta, ya estaba siendo poseído por las fauces del vampiro.