Minerva (la decadencia que llega)

Estamos en las vacaciones de Semana Santa, y cómo no, era evidente que no podía faltar la visita de mi sobrino Gurmesindo. Un chaval súper agradable.
– Oye, introduce la contraseña en el ordenador, que quiero navegar por páginas guarras.
Ay, que niño más majo. Tóma, sobrinete. Una galleta de chocolate y un vaso con un tercio de leche descremada. Con eso vas que chutas.
– Ojalá se te incendie el castillo. Roñica.
Si, mucho quejarse, y ya se ha zampado la merienda. Hay que ver cómo come.
– ¡ÑAM! ¡GRONFA! ¡ÑAM! ¡BUUUURRPPPP…!
En fin. ¡Dominique!
– Diga, señor.
El nene ha soltado un eructo de lo más apestoso. Trae un ambientador, por lo que más quieras.
– ¿Le parece a usted bien el de aroma a queso fermentado?
Lo que sea con tal de anular los gases de Gurmesindo.
– Vale, jefe. ¡FLU! ¡FLU! Ya está. Ahora la salita huele a otra cosa.
En efecto. La mitad de la audiencia está anestesiada. A ver cómo consigo ahora que me escuchen en la lectura del relato que viene a continuación.
– Tengo la solución. Los espabilamos echándoles aceite hirviendo encima.
Dominique, hoy estás sumamente inspirado.
– Bueno, tan tonto no soy.

Minerva, espera. No es hora aún de abandonar el refugio.
No me escucha. Es una persona muy testaruda. E imprudente.
Afuera la lluvia cae con fuerza. Llevamos dos días húmedos y fríos. Mis pulmones están debilitados por este clima tan desapacible. En mi fuero interno odio profundamente esta ciudad. No debería ser así. Los muchos días nublados anuales son el mayor de nuestros aliados.
– ¡Duarte! – me llama Minerva.
Su voz llega suave y tamizada por la distancia. También percibo el taconeo de sus zapatos sobre el empedrado de la vía.
Querida mía. Vuelve al regazo de la oscuridad más absoluta. Afuera estamos desprotegidos.
Respiro con dificultad. Mi visión adaptada a las penumbras permite observar las venas resaltadas en el revés de ambas manos. La uñas largas y puntiagudas, semicurvadas hacia adentro. La piel reseca recubriendo las falanges.
– ¡Ven! Tenemos que recorrer las calles. Dar con uno de ellos.
Minerva. A pesar de tu longevidad, cuán infantil me resultas.
El mundo dejó de ser lo que era en su majestuoso pasado. Con infinidad de presas de las cuales servirnos. El suministro de nuestra vitalidad milenaria quedó colapsado por la guerra del Átomo. Toda la raza humana extinguida. Masacrada en pocas semanas por la intermediación del desvarío de algunos mandatarios iluminados por su locura egocéntrica, pretendiendo dominar el mundo entero. Finalmente, obtuvieron su merecido. Y eso a nuestro más humilde pesar como seres de la noche.
Ahora vivíamos afligidos. Debilitados. Ocultándonos de nuestros nuevos enemigos, tan No Muertos como nosotros.
Minerva. Regresa al panteón. Afuera estás expuesta.
Entonces…
Mi niña grita fuera de sí. Debe de estar rodeada por aquellas bestias que nunca duermen ni de día ni de noche. Estoy por salir en su ayuda, pero mi instinto de supervivencia me insta a continuar recogido apoyado de espaldas contra la lápida del nicho.
– ¡No! ¡Duarte! ¡Dios mío!
La muchacha se desgañitó de dolor. Era indudable que estaban arrancándole los miembros uno a uno. Al poco, su calvario cesó.
Hundo mi rostro entre las palmas de mis manos y me sumo en un llanto inconsolable, maldiciendo mi cobardía.
La madrugada fue avanzando, hasta llegar la hora de mi descanso. Sería un día nublado y lluvioso, que yo no vería. Cerré el portón del panteón con presteza y me dispuse a dormir con cierta intranquilidad, pues estaba a merced de ser visitado por aquellas criaturas muertas y resucitadas por los efectos de la radiación.
Hice lo posible por no pensar en aquella terrible probabilidad.
Cerré los ojos con la pesadez de quien no ha dormido en años, pensando en Minerva.
La ausencia de su compañía me obligaría a moverme en los días siguientes para intentar dar con su sustituta. Yo aborrezco la soledad. Me envenena más que si careciera de sangre con la cual alimentarme.
Sangre.
En la siguiente madrugada, me aventuraré por la ciudad. Tengo que escoger uno de aquellos seres más frescos, cuya descomposición no me impidiera alimentarme de su esencia vital. Cierto es que no es la sangre de un ser humano vivo, pero como en este estado ya no queda ninguno, tengo que conformarme con lo que hay.
Por este motivo, las enfermedades se asientan en mi organismo.
Minerva era mi bastón de apoyo.
Sin ella, me siento poca cosa. Un anciano decrépito y con mil achaques.
Las dudas me asaltan de nuevo.
Una cosa es proponer una solución, y otra aplicarla.
Encontrar alimento iba a requerir un esfuerzo supremo, y dar con una ayudante, un milagro que lo más seguro jamás tendría lugar.
Mis angustias son mi peor enemigo, así que las aparto de mi mente para así dormir.
Ya llegará la madrugada.
Me pesan las pestañas.
Musito el nombre de mi querida Minerva en voz baja.
Parezco consolidarme en los preámbulos del sueño.
Y conforme me adormezco, tengo la rara sensación de apreciar que el portón del panteón donde estoy escondido está siendo abierto por diversas manos putrefactas.
Al final mi cansancio me supera y me veo inmerso en una pesadilla, donde jamás despertaré, siendo mi cuerpo despedazado por los muertos vivientes.

6 comentarios en “Minerva (la decadencia que llega)

  1. …y he vuelto a tu castillo,sin imaginar que este relato, me dejaría en medio de cavilaciones sobre la soledad; pintar un fondo de guerra del átomo y escapar en todo momento, a toda hora de seres “muerto y resucitados por la radiación”; extrañar a una compañera…; pues, tiene mucho romanticismo este escrito tuyo…, y lo mejor, el desenlace, muerto de sueño y muerto en manos de zombies…Un fuerte abrazo a Gurmesindo, qué nombrecito eh?.Bro, sigue adelante…=)…

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  2. Muchas gracias, Anrafera. La realidad es que os estais portando demasiado bien con este escritor de relatos horrendos, je je. En este caso, le cedo a Harry el que te de un abrazo- ¡Ni hablar! ¡Yo sólo meto mano a las chicas!y recoja el premio.A cambio, tienes la estancia gratuita todas las veces que quieras visitar mi castillo. Un saludote.

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  3. Hola, Daniel. Si, bueno, es un relato un poco curioso. En fin, trato a veces de saltarme las normas. Como todo está a veces tan trillado, y en el pasado, hubo mezclas de hombres lobos contra extraterrestres, y cosas así (bueno, eran malísimas pelis de cine z), pues nada. Sé que pueden generar ciertas controversías entre los puristas, pero en fin, como diría el difunto Camilo José Cela, escribo lo que me sale de las narices, ja ja. Un fuerte abrazo. Y a cuidarse cara a futuras visitas.

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