¡Halloween en Escritos! "Más vale aceptar el juego del Truco o Trato…".

(¡TA-TA-TA-TAMMMM…! Música tenebrosa de fondo para los créditos iniciales antes de la representación).

Robert, “El Maléfico”: Mientras seguimos bebiendo sangría barata y engullendo canapés variados, va a tener lugar la segunda representación teatral a cargo de Croqueta Andarina y Bogus Bogus como actores principales. En ella, vamos a hacer una versión escalofriante y terrible del Truco o Trato de Halloween. Allá vamos. (Narrando): Es noche de Halloween del año 2010. Como es tradicional, los niños van disfrazados a las casas de los vecinos esperando recibir caramelos, rojas manzanas caramelizadas o pastelitos. Es el Truco o Trato. Normalmente, si cumples con el “trato”, dándoles las chucherías, se van contentos. Si eres un vecino antipático, y no se les entrega nada, emplean el “truco”, que es mancharte la puerta y las ventanas con espuma, huevos e inclusive escupitajos grumosos, ejem… En este caso no es un niño quien va puerta a puerta en busca de caramelos. Es un Espíritu Travieso, que quiere aplicar el Truco o Trato original, procedente de las antiguas leyendas irlandesas. Si el dueño de la hacienda no atiende sus peticiones, le hará la vida imposible, desde crear un “poltergeist” en la casa, hasta poner enfermo al inquilino, con terribles dolores de barriga, de cabeza, etc… Para incomodidad de nuestro “Espíritu Travieso”, resulta que visita la dirección de una persona de lo más impresentable…

Croqueta Andarina (“Espíritu Travieso”): ¡Huy! ¡Esta debe de ser la casa! ¡Ya se ve que el dueño nada en la abundancia! Voy a tocar el timbre.
(“ding”, “dong”)
(Se abre la puerta)
Bogus Bogus (“El Inquilino de la casa”): ¡Hum! Vaya. Un niño gordo y redondo, disfrazado de albóndiga. Me imagino que vienes a por dulces. Pues la llevas clara.
Croqueta Andarina (“Espíritu Travieso”): ¡Hola, buen hombre! No soy ningún niño. Soy un duendecillo irlandés residiendo ilegalmente en los Estados Unidos. Vengo a pedirle un favorcillo. No es nada del otro mundo. En cuanto satisfagas mis deseos, me iré para Irlanda de nuevo, eso sí, más contento que unas pascuas.

Bogus Bogus (“El Inquilino de la casa”): ¿Y si no me da la gana, pequeño renacuajo?
Croqueta Andarina (“Espíritu Travieso”): Yo de ti lo haría. Si no, aténte a las consecuencias, ja ja. Pero no creo que llegaremos a tal extremo. Se te ve que tienes un gran corazón.
Bogus Bogus (“El Inquilino de la casa”): No se si corazón, pero tengo un estilazo de pateador de fútbol americano bastante estimable. Para muestra un botón, ja, ja. ¡Albóndiga voladora con destino a Las Bahamas, jo, jo, jo!


(El pobre “Espíritu Travieso” tardó un rato en recuperarse del aterrizaje forzoso en pleno charco, situado a noventa yardas de la dichosa casa del inquilino antipático. Cuando lo hizo, regresó, furioso, dispuesto a hacer uso de sus artes como duende tocapelotas con el dueño de la vivienda unifamiliar, quien en ese preciso instante estaba durmiendo con la placidez de un oso polar en pleno invierno).
Croqueta Andarina (“Espíritu Travieso”): ¡Será desgraciado el tío! ¡De momento no ha aceptado el trato que le proponía! ¡Pues ahora va a tener Truco hasta aburrirse! (El “Espíritu Travieso” saca de la nada una varita mágica y empieza a recitar:) ¿No quieres que se te moleste, siquiera en Halloween, que es tradición? ¡Pues toma, tunante, unos zombis con mucha marcha que aparezcan frente a la ventana de tu habitación! No te van a cantar ninguna serenata, si no más bien lo contrario.


(El “Espíritu Travieso” no estaba satisfecho con la invasión zombi. Aquél sujeto se merecía mayores tormentos…).
Croqueta Andarina (“Espíritu Travieso”): ¡Bien, la musica de fondo de los muertos vivientes, mola! ¡Pero más lo hará si de repente en tu cuarto surge un elefante del Circo Popof, y no cesa de barritar con la trompa, “hola”!
Bogus Bogus (“El Inquilino de la casa”): ¡Mi madre! ¡Así no hay quién duerma!


(Aún así, el “Espíritu Travieso” consideraba de escasa envergadura el malestar nocturno que le estaba causando, así que prosiguió agitando su varita mágica).
Croqueta Andarina (“Espíritu Travieso”): ¡Nada, si con todo esto, aún consigues conciliar una pequeña pesadilla, tengo lo definitivo para que no pegues ojo en meses, tío chulo! ¡Aquí lo tienes, y es lo que te mereces por la patada que me has dado en el culo!


Croqueta Andarina (“Espíritu Travieso”): Pues nada, majo. Que eres uno de mis autores favoritos de Novela Rosa, y me consideraría muy afortunado si me dedicaras con un autógrafo el último libro que acabas de publicar el mes pasado…


Robert, “El Maléfico” (narrador): De este modo, el inquilino de la casa selló el trato con el Espíritu Travieso y pudo dormir de un tirón cuarenta y ocho horas seguidas.

FIN

Pechuga de Pollo Mutante (Abraham Lincoln): ¡NOOO! ¡Basta! ¡Que se termine la fiesta de una vez! ¡Se está mancillando el espíritu de Halloween con estas historietas tan aberrantes!



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¡Halloween en Escritos! "La leyenda falsa del Irlandés Golfo".

(Tarari- tarará, música de fondo para los créditos iniciales antes de la representación).

Robert, “El Maléfico”: Estimados lectores. Iniciamos la velada con una versión muy libre y poco fiel del supuesto origen de la famosa calabaza de Halloween, conocida como “Jack O´Lantern”. En este caso la procedencia de nuestro personaje también es irlandesa. Se llama Mick Sanders. Tiene una edad avanzada…
Dominique: ¡Protesto! ¡No soy tan viejo!
Robert, “El Maléfico” (narrador): Está bien. Omitamos su edad. El citado Mick es un holgazán de mucho cuidado. No trabaja. Vive a expensas de su hermana, pues sus padres hace unos cuantos años que estiraron la pata. En pleno período de crisis, la familia Sanders ha de tirar con unos cincuenta euros mensuales, procedente de la mendicidad de Sandy, la hermana del bribón de Mick, quien espera en la entrada de los supermercados a que los clientes le suelten alguna que otra moneda. El problema viene cuando Mick, que bebe más de la cuenta, vacía la hucha para gastarse los escasos euros en cerveza irlandesa más falsa que Judas, de procedencia chipriota. Poco le importa lo escuálida que está Sandy, ni lo debilucha por la dieta diaria de sopa de nabo con tropezones de pan birlado en el parque a las palomas. ¡Menuda vergüenza!
Dominique (“El Irlandés Golfo “): Bueno, hermana. ¡Hics…! Lo he pasado superdivertido en la taberna. Hasta he invitado a una ronda a los muchachos, ¡hics…! Eso representará que tendremos que estar un par de días sin poder probar ni medio bocado. Mira la parte positiva, ¡hics…! Al menos conservaremos la figura, je, je. Ahora me voy a echar una merecida siesta, para que se me pasen en parte los efectos del alcohol…¡hics…!
Robert, “El Maléfico” (narrador): El comportamiento bochornoso de Mick no tardó en llegar a oídos de un terrible diablillo. Este ser horrible quería ascender en el escalafón infernal, y para ello debía de recolectar unas cuantas almas perdidas. Así que no dudó ni un instante en recordarle a Mick que su destino era pasarlas canutas en un sitio donde nunca se apagaba la calefacción.

Sobrinete Gurmesindo (“Diablillo): ¿Será posible lo que contemplan mis ojos, además de mi cornamenta? ¡No solo no pegas ni golpe, si no que encima malgastas los escasos ahorros conseguidos por tu querida hermana en mala cerveza de importación, para luego sin reparos, dormir la mona en esta hamaca! Querido Micky, te has hecho acreedor de dejar ya este mundo, facundo, para condenarte eternamente en el Infierno.
Dominique (“El Irlandés Golfo): (despertándose de la siesta) ¡Oh! ¡Hiccs…! ¿Qué tenemos aquí? Un mocosillo que ha tomado demasiado sol en la playa, ja ja. Estás rojo como un cangrejo, ¡Hiccss…!
Sobrinete Gurmesindo (“Diablillo”): (visiblemente enojado) ¡A ver si te enteras que soy un diablo, y que vengo a llevarte conmigo al Infierno, leñe!
Dominique (“El Irlandés Golfo”): (dándose por fin cuenta de la situación) ¡Oh, no! ¡Qué horror! ¡Hicsss…! Por lo menos me permitirás un último deseo antes de abandonar este mundo de vivos.
Sobrinete Gurmesindo (“Diablillo”): Vale. Con tal de llevarte conmigo… (Pensativo) Pero pidas lo que pidas, nada te librará de tu merecido castigo. Así que desembucha de una vez lo que quieres.
Dominique (“El Irlandés Golfo”): ¡Una verdadera cerveza de origen irlandés! ¡Es más, quiero que tú te conviertas en la botella de cerveza! Eso garantizará que es de buena calidad, ¡hiccss…!
(En este preciso momento se escucha una protesta entre los asistentes a la representación. Es Pechuga de Pollo Mutante, que se ha disfrazado para la ocasión de Abraham Lincoln:)
 

Pechuga de Pollo Mutante (Abraham Lincoln): ¡Una cosa es que hagais una versión libre del origen de la calabaza, pero de ahí a este desmadre…! Se supone que el protagonista pide una última ronda, a costa del demonio. Y al no tener dinero, le convence para que se convierta en una moneda, nunca en una cerveza, caramba. De ese modo evita ir al infierno al meter al demonio en forma de moneda en el bolsillo, donde un crucifijo le impide salir de ahí. A cambio de salir, el demonio le concede otro plazo de un año antes de llevárselo consigo. Finalmente, el tío engaña otra vez al demonio, consiguiendo esta vez diez años de vida extra, pero aún así la palma antes de consumirlos. Cuando sube al Cielo, no lo quieren ver ni en pintura, y el diablo, como hizo el acuerdo de los diez años, tampoco lo puede admitir en el infierno, así que le da lumbre para que pueda guiarse por los caminos habidos entre el bien y el mal. En principio fue un nabo hueco, hasta que se adoptó la calabaza iluminada con la vela.
Robert, “El Maléfico” (narrador): Pechuga, ¿ya te has quedado a gusto?
Pechuga de Pollo Mutante: Más o menos. Es que si no lo suelto, se me produciría un corte de digestión ante semejante obra tan cutre.
Robert, “El Maléfico” (narrador): Pues retomemos el momento en que el vivales de Mick le pide al diablillo…

Dominique (“El Irlandés Golfo”): ¡Transfórmate en una cerveza irlandesa!
Sobrinete Gurmesindo (“Diablillo”): ¡HECHO!
Dominique (“El Irlandés Golfo”): Pues nada, chaval, ¡hiccsss…! Has picado como un novato. ¡Hala, ahí te mando para que te reciclen!

Robert, “El Maléfico” (narrador): Y así fue como finalmente el pelanas de Mick se nos libró de visitar el infierno antes de tiempo.

FIN


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¡Halloween en Escritos de Pesadilla Por Fin!

Je, je. La fiestecita va a da comienzo en un santiamén. Ya todos los miembros de esta pequeña familia aterradora de Escritos estamos disfrazados. Pronto nos reuniremos en el patio central del castillo, a la simple lumbre de unas antorchas portadas por mis lacayos zombis. Ahí degustaremos el buffet preparado por Bogus Bogus, para a continuación hacer dos representaciones teatrales con clara referencia directa a Halloween.
En fin. Ahora os dejo. Seguro que me están esperando con ganas. Ya saben. Soy el jefazo, y nada comienza sin mi previa autorización personal.
Por cierto, espero que mi atuendo de E.T. cause furor en la gala. El dedo fosforescente se ilumina con una pila plana que me ha costado un dineral: cinco eurazos, ¡¡¡uff!!!!


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La leyenda urbana del teléfono sonando sin que nadie conteste al mismo. (The urban legend of the phone ringing and no one answer to it).

Queridos seguidores y seguidoras de Escritos. Con este relato un poco más largo de lo habitual, iniciamos la semana aterradora de Halloween. ¡Adelante con la marcha fúnebre! Ja, Ja, JA!

Llamaron al mismo número varias veces a lo largo del día durante cinco días seguidos.

Era una casa situada en un barrio del suburbio. Entraron de noche, tomando las precauciones de siempre para robar todo cuanto pudiera haber de valor en el interior de la vivienda.
Efectivamente, daba la sensación de llevar desocupada un tiempo. No había mucho polvo acumulado y todo estaba en orden, así que era de suponer que los dueños estaban ausentes por vacaciones.
Registraron habitación por habitación, mueble por mueble. Lo más valioso eran ciertos equipos electrónicos de vídeo, televisión y sonido, además de un ordenador de sobremesa. No hallaron dinero, ni siquiera algo de calderilla. Cargaron con los componentes hasta su furgoneta y se marcharon en silencio. Les había llevado casi una hora. Todo perfecto.
Se quitaron los guantes de látex y los pasamontañas negros.
– Llevamos una buena racha. Ya van cinco de cinco – comentó Julius.
Era el mayor en edad de los dos. Tenía 37 años, por 25 Derrick Mitchell IV. Ambos eran afroamericanos, curtidos por manejarse en el mundillo de la delincuencia. Julius había pisado la cárcel un par de veces. Siempre por pequeños robos.
Ahora la cosa era más seria si eran pillados por la policía. Asaltar casas en plena nocturnidad y armados les podría costar una severa pena en una prisión de las más conflictivas del este del país.
– Bueno, hermano. Aquí hay para unos mil dólares pagados muy a la baja – calculó Julius, poco eufórico.
– ¡Demonios! Tenemos que cambiar de tratante. Ese puñetero blanco bajito es un tacaño.
– Conozco a Richie desde la trena, chaval. Será blanco, pero es legal. Si fuera negro, tampoco íbamos a sacar más de mil dólares por esta chatarra. Lo más nuevo parece la mini cadena musical. Lo demás debe de tener más de tres o cuatro años de uso, joder. Aunque la marca sea buena.
– Vale, ese tipejo es nuestro mecenas, ja. No te jode. Nosotros arriesgamos el trasero para que luego él monte su supermercado ilegal.
– Déjate de coñas. Tengo hambre. Cenemos pollo frito, nos vamos cada uno a nuestra casa a dormir y mañana entregamos la mercancía a Richie.
– Vale, tío. Mi estómago ruge. En eso tienes razón con lo del pollo frito.

La táctica era sencilla y funcionaba. Consistía en explorar en los barrios más alejados del centro de la ciudad casas familiares que dieran la sensación de poder estar abandonadas por la época veraniega. Ahora no podían guiarse simplemente por la acumulación del correo o de la prensa en el buzón y sobre la alfombrilla de la entrada de la casa porque los dueños recurrían a los vecinos, familiares cercanos o gente conocida para que se lo llevara, evitando esa sensación de abandono. Julius y Derrick primero procuraban hacerse con el número de teléfono de la casa. Eso era ahora sencillo gracias a internet. En el buscador de las páginas amarillas introducías el apellido familiar, la calle y el número de la casa, y si el dueño no había puesto reparos marcando la casilla del contrato telefónico donde impedía el uso de sus datos para fines comerciales, ¡tachán!, el número quince de Redson Street tenía el 389-4274, por ejemplo. Conseguido el detalle del teléfono, llamaban varias veces al día, esperando que nadie contestara. Al mismo tiempo controlaban las cercanías de la vivienda desde su furgoneta esperando ver algún tipo de movimiento o de idas y venidas hacia la misma. Cuando llevaban dos o tres días sin que nadie contestase al teléfono, y con la casa dando la misma sensación de estar vacía, se preparaban para el asalto nocturno.
El plan les funcionaba bien de esa manera, aunque a Derrick le parecía que tomaban demasiadas precauciones iniciales. Él hubiera preferido robar en la primera noche.
– Más vale ser precavidos que imprudentes, chaval – le aconsejó una tarde Julius a Derrick mientras vigilaban una casa. – Te diré una cosa. Un tío que se creía muy listo, y que ahora está en el corredor de la muerte, también asaltaba casas. Igualmente llamaba por teléfono. Pero su impaciencia le hizo de ir a allanar una casa en su primera noche. Dio la casualidad que mientras se preparaba, llegó la dueña, que era periodista o algo similar. Ella aparcó su coche dentro del garaje y se metió en la casa. Cuando el otro llegó con su furgón, vio las luces de la casa apagadas. El coche de la tía estaba oculto en su garaje, recuerda. Aún así, el tío no es tonto del todo y vuelve a llamar al número del teléfono de la casa. Nadie contesta y tan tranquilo, entra por una ventana de la planta baja. Empieza a registrar el salón con la linterna, cuando se lleva el susto padre al oír el grito de la mujer y ver cómo se enciende la luz principal de la planta baja. Se vuelve, y la ve envuelta en una toalla. El truco del teléfono no había funcionado porque la pava se estaba duchando y no había escuchado la llamada. Así que el colega, fuera de sí, con el plan reventado, le pega dos tiros y se larga echando leches, hasta que la poli le trinca al día siguiente.
“¿Y sabes por qué la cagó? Por no haber hecho un seguimiento de varios días seguidos. Por eso, tengo ya todo preparado con antelación en la furgoneta para el instante del asalto. No se me ocurre tampoco marcharme del lugar ni para mear. Por eso somos dos, para turnarnos en los descansos. Porque cinco minutos de ausencia pueden bastar para que les dé a los dueños de volver cuando menos te lo pienses, aunque sea en la puñetera madrugada, jolines, chaval. Así que métete las prisas por donde tú ya sabes. Que mientras estés conmigo, se harán las cosas a mí manera.

Julius estuvo esperando la vuelta de su compinche. Estaba claro que esa misma noche iban a irrumpir en esa casa de madera de aspecto colonial de doble planta y ático. Derrick regresó de la cabina telefónica más cercana.
– ¿Qué tal?
– Joder. Ya sabes. No contesta nadie. Ya son cuatro días haciendo el idiota, Julius. Encima hay una pechada de quince minutos hasta la jodida cabina, coño. No sé porqué nunca utilizamos el móvil.
– Porque quedaría registrado el número. Y no tengo ganas de estar cambiando de teléfono cada cuatro o cinco horas. Si pasa algo mal, los de la policía científica descubrirán que las llamadas fueron efectuadas desde la cabina. Y sin huellas, se podría inculpar incluso al pato Donald de haberlas hecho, ja, ja.
– ¡Listo que eres! Ahora espero que esta haya sido la última caminata.
– Nada. Dentro de una hora estará anocheciendo. Entraremos hacia las once. Tenemos la suerte que la casa está bastante apartada del resto.
– ¡Las once, dices! Joder, me acomodo en la parte trasera para dormir un rato.
– Eso, hazlo. Así no escucharé tus quejas durante un rato. Mocoso quejica de las narices.

Julius y Derrick flanquearon la casa por el lado izquierdo. Tantearon con la primera ventana, pero la hoja estaba demasiada encajada como para permitir hacer fuerza con la palanca. Fueron a la siguiente y la forzaron con facilidad. Se adentraron con la tranquilidad de saber que no había casas vecinales que pudieran albergar testigos en su interior.
– Esto es muy extraño, tío. Una casa tan aparatosa, sin vecinos que la molesten – dijo Derrick, inquieto.
– Cálmate, quieres. Es una vivienda antigua. Esto antes debía de ser un campo, con los habitantes distanciados unos de otros. Ahora con el crecimiento de la ciudad, el barrio lo ha absorbido todo.
– Menos esta puta casa, que sigue en casa Cristo, ja, ja.
– Tarde o temprano, o será integrada en el barrio, o lo más probable, derruida para la construcción de nuevas viviendas. Ahora cállate y echemos un vistazo, a ver con qué nos encontramos.
Julius y Derrick fueron iluminando la estancia en la que estaban con las luces halógenas de sus linternas. En este caso la vivienda no estaba vacía por las vacaciones de sus ocupantes, pues había mucha suciedad acumulada en forma de polvo sobre los muebles, con insectos muertos, papeles de periódico amarillentos y cuarteados cubriendo el suelo, telarañas en cada rincón…
Derrick enfocó algo que había cerca de una pata de un armario.
– ¡Joder! ¡Cómo huele! ¿Qué coño es eso?
Julius se acercó lo mínimo para comprobar horrorizado que era un feto humano en avanzado estado de descomposición.
– Es un bebé muerto.
– ¡La madre! ¡Salgamos de aquí, Julius! Este sitio me da escalofríos. Además todo está en un estado lamentable. Es imposible que encontremos algo de valor entre toda esta mierda.
– Sí que da la sensación de estar desocupado desde hace muchos años. Pero el crío nació hace poco.
– Joder. Julius. Estás chapado a la antigua, pero debes saber que lo más seguro que la tía que estaba embarazada vendría aquí, o bien para abortar o para tener el crío. Seguro que era una drogata blanca que se lió con alguien que le dejó el recado. ¡Venga, tío! ¡Marchémonos de una vez!
Julius se alejó del cuerpo del niño muerto.
En ese instante escucharon un teléfono que sonaba desde una habitación cercana.
El sobresalto que se llevaron por el sonido repentino fue inenarrable.
– ¡La puta! ¡El teléfono! ¡Está sonando el teléfono! Y no somos ni tú ni yo, colega – dijo alterado, Derrick.
– Tienes razón. Salgamos por donde hemos entrado. ¿Me vas a hacer caso? ¿Por qué pones esa cara de los cojones? – Julius veía el terror en estado puro reflejado en el rostro de Derrick. Cuando quiso averiguar qué era lo que le que estaba sacando de quicio, fue demasiado tarde. Notó unas fuertes manos asentarse con firmeza a ambos lados de su cabeza, su giro brusco del cuello hacia la derecha y la pérdida de la vida en apenas un segundo.
Derrick estaba paralizado por la presencia de aquella criatura enorme que acababa de romperle el cuello a su amigo.
La figura sin vitalidad de Julius se desmoronó sobre el polvoriento suelo como si fuera un simple saco pesado.
La sonrisa del ser alcanzaba una longitud de oreja a oreja. Era diabólica, con una dentadura puntiaguda y negruzca asomándose con malicia.
Entonces sonó el teléfono de la habitación cercana.
Derrick salió momentáneamente de su parálisis. Miró el cadáver de Julius derrumbado sobre los periódicos, el manto de polvo y los insectos resecos. Sus ojos se encontraron con las cavidades oblicuas de la criatura, en cuyo interior sobresalía el tono anaranjado brillante del iris.
Derrick se acercó a la ventana por la cual se habían colado en aquella estancia infernal. Conforme retrocedía, sin dejar de alumbrar la figura que sonreía perversamente, el teléfono volvió a sonar con persistencia.
La mano izquierda de Derrick se posó entre temblores sobre  el marco inferior de la ventana abierta.
El teléfono cesó en sus llamadas.
La criatura se llevó un dedo retorcido al filo irregular de uno de los dientes superiores.
Contemplaba con evidente regocijo a Derrick.
La hoja de la ventana se deslizó de golpe hacia abajo, mutilando la mano de Derrick, para de paso cerrarle la única vía de escape que disponía.
– ¡Nooo! ¡Ahhh!
Derrick perdió la linterna, llevándose el muñón al regazo, tratando de impedir que sangrara. El dolor aún era ínfimo con lo que podría llegar a sentir más tarde.
La criatura se desplazó en dos zancadas hacia Derrick, asiéndole por el cuello con una mano mientras que con la otra le hizo de introducir el muñón sangrante en la enorme boca sonriente.
Derrick pataleaba en vilo, sin poder tocar el suelo con las zapatillas. Poco a poco se fue sintiendo más débil conforme aquel ser se alimentaba de su sangre.
Antes de morir, la criatura lo arrojó contra el cuerpo de su compañero muerto. Saboreó la sangre del joven con deleite, pasando la alargada lengua por los labios enrojecidos.
Conforme Derrick iba apagándose como una vela, con los párpados cediendo al deseo de un sueño eterno, el teléfono de aquella otra  maldita habitación reincidió en su llamada.
La criatura soltó una carcajada malsana, mientras contemplaba los últimos estertores de vida del intruso.
– Aquí nunca contestamos al teléfono – graznó,  con el teléfono manifestándose como insistente sonido de fondo


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