La sacudida del alma. Capítulo Quince.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010.
Presupuesto dedicado a la escena: Lo que supuestamente nos sobró en la anterior, 72 dólares, de no haber sido por el miserable que nos robó la pasta.
Detalle destacable: Mientras nos preparábamos para el colofón final de “La sacudida del alma”, un repartidor de pizza, que ya sabemos que ganan una miseria, en un descuido, se concedió a sí mismo una generosa propineja de 72 dólares. ¡Todo lo que teníamos para culminar la producción! Lo perseguimos a pie, pero claro, él iba montado en la motocicleta, así que adiós al dinerete. Aún así, con un par de lo que hay que tener siempre, sacamos la secuencia adelante. Más queso mozarella derretida para la piel desprendida, ketchup a gogó para aparentar sangre, plastilina para crear deformaciones tumurales externos sobre la piel, pedazos de maniquís, como brazos y piernas para simular miembros que se desprenden de los infectados, y la comprensión del dueño del restaurante, que no de su mujer, al cual se le prometió que el abrigo de piel de zorro iba a ser devuelto en perfectas condiciones una vez consumada la última toma de la filmación, nos permitió el apoteósis final. 
¡Una megacutre película de terror de serie B que verá por fin la luz! ¡Viva! Hecho el montaje, lo estrenaremos a lo grande en los cines de todo el país. Y de aquí a que se nos fije Spielberg, media un pasito de bebé gorjeante, ja ja.
Como acostumbramos, toma realizada de un solo tirón. 
Mi agradecimiento a todos por haber aguantado este psicodrama fílmico. Les juro que lo verán recompensando cuando alcancen el Cielo.


Capítulo 15.

LAS MANOS CREATIVAS DE UN FALSO DIOS

                31 de diciembre de 1975
                Lugar: Marrow
                Las calles de Marrow permanecen vacías. Un perro sarnoso deja sus excrementos cerca de una farola. La gente que malvive al azote de la Nueva Lepra Norteamericana permanece recluida en sus respectivas viviendas.
                Las unidades de la Guardia Nacional observaban a todas horas, tanto de día como de noche de todo cuanto acontecía en el pueblo maldito. Se había instalado una valla electrificada circunvalando por completo el perímetro, imposibilitando la fuga de cualquier infectado.
                Eran las once de la noche. Faltaba una hora para un año nuevo y un futuro más definido.
                A la luz de un anuncio de neón del bar de Limb, si alguien hubiese pasado por allí en ese momento, habría observado con horror el desplazamiento de una sombra gigantesca y desproporcionada pasando raudo y veloz con dirección hacia la iglesia del Santo Sepulcro.
                
                En el ambiente se podía presagiar la venida de algo maligno. Ya faltaba poco para la ejecución del episodio final de la obra teatral pergeñada por la mente más malvada que pudiera conocerse en persona. Por órdenes de esta entidad, las campanas del templo sagrado empezaron a tañer.
                Una.
                Dos.
                Tres veces seguidas.
                Diez segundos de respetuoso silencio para retomar el orden de llamada desde lo más alto del campanario.
                Cuando ya se llevaba tocando varios minutos, las puertas de algunas casas se abrieron. Los enfermos que podían, salían al exterior con la piel cayéndoseles a tiras como si fuese la primera piel de una serpiente cediendo a la segunda más nueva en su muda. Poco a poco, los escasos supervivientes infectados tomaron dirección hacia la iglesia empleando en sus andares un paso bamboleante e inseguro.
                Al cabo de un cuarto de hora, un grupo de treinta seres, meras sombras de lo que antaño fueron seres humanos sanos, se había congregado en torno a las enormes y robustas puertas de la iglesia del Santo Sepulcro. Estas fueron abiertas de par en par en plena quietud. Los reunidos se miraban los unos a los otros.
                Una voz recia y potente les llegó desde el interior del templo.
                – Pasad, pasad, infelices.
                La gente actuó como si estuviera hipnotizada, entrando con paso lento, con alguno de los más dolientes arrastrando los pies.
                La escasa treintena tomó asiento en los bancos dispersos por la nave central del templo. Desde el presbiterio, superando dos escalones, les estaba aguardando una persona alta, de edad mediana ataviada con una bata blanca de científico. En apariencia, estaba completamente sana, sin padecer los efectos de la lepra. Recorrió las cercanías del altar, apoyándose finalmente el peso del cuerpo con las manos sobre la superficie del mismo, confrontando con la mirada a los asistentes atraídos al lugar por el toque repetitivo de campana.
                – Permitan que me presente – inició su peculiar sermón con voz glacial y monótona.- Soy el promotor del mal que les afecta a todos ustedes.
                – ¿Cómo? – musitó una mujer encorvada sobre su regazo, cerca del desplome al no poder mantener erguida la espalda por las escasas fuerzas que le quedaban.
                – Voy a resumir lo sucedido en pocas palabras. Deseo fervientemente que dejen de sufrir y alcancen el descanso eterno que se merecen.
                “Han sido ustedes, su localidad en concreto, utilizada como un experimento biológico de cara al futuro uso de un tipo de arma de destrucción masiva lo más barata y sencilla de crear, sin que tuviera que implicar el costo de vidas más allá que las referentes al enemigo.
                “Hace varios meses, en mi laboratorio privado de microbiología y genética, se pudo crear una variante de la bacteria Mycobacterium leprae, causante del mal conocido vulgarmente por lepra. Se potenció su factor agresivo y su necesaria transmisibilidad entre sujetos vivos. Fue un completo éxito entre animales y algún voluntario que se prestó al experimento sin conocer que se le administraba la Nueva Lepra Norteamericana, tal como la bautizó vuestro querido doctor, el señor Moonsefe.  Pero por desgracia, quedaba verificar su completa utilidad en el campo de batalla. Se seleccionó un área alejada de cualquier región extensamente poblada, saliendo elegida su localidad. Tenía el número necesario de especímenes. 500 personas nada dispuestas a sufrir las consecuencias de este tipo de lepra, y por ello, sin conocimiento de lo que se les avecinaba, pues sabiéndolo, jamás iban a dar el consentimiento para ejercer de conejillo de indias del experimento “Muerte Verdadera”.
                “El inicio del contagio tuvo lugar con un verdadero voluntario. A cambio de algo de dinero y un par de botellas de vino barato, uno de mis ayudantes le hizo contraer la enfermedad sin que él lo supiera, y lo acercó a vuestro pueblo. Era un vagabundo senil. Su pérdida, su muerte, no iba a ser sentida por nadie.
                “De hecho, antes de que sintiera los primeros síntomas de la dolencia, fue asesinado por unos jóvenes de Marrow. No supuso ningún contratiempo, debido a que los responsables de su muerte fueron contagiados de inmediato al estar mucho tiempo en contacto con su cuerpo. Incluso facilitaron ese contagio con los propios fluidos sanguíneos de la víctima. Por ello se recompensó al cabecilla del grupo con un pequeño presente. Era una forma de representar mi agradecimiento desde el anonimato.
                – Yo no lo sabía… Si lo hubiera sabido, no hubiera colaborado en el asesinato – Townsed se alzó como pudo vestido con harapos y vendas. La cavidad del ojo derecho supuraba un pus negruzco, con la mejilla del mismo lado mostrando un enorme bulto que le deformaba el rostro.
                – Siéntate, muchacho, y descansa.
                “El resto ya es sabido. Una vez iniciada la primera transmisión de la Nueva Lepra Norteamericana, Marrow estaba destinada a desaparecer del mapa. Porque los medicamentos utilizados en las lepras convencionales son ineficaces para controlar esta versión.
                “Ahora queda ofertar al mejor postor los resultados de mis investigaciones. Que no por defecto tiene que ser el ejército estadounidense el que se beneficie…
                Quien se incorporó de pie en esta ocasión fue el comisario Riners. Le faltaba el brazo izquierdo, el cual fue necesaria su amputación hacía día y medio.
                – ¡Maldito hijo de perra! ¡Es usted el mismísimo demonio! ¡Y encima se presenta aquí para contarlo! ¡Y para contagiarse también!
                Riners se echó a reír, enloquecido por la fiebre.
                Aquel hombre con bata de científico sonrió mostrando su despreocupación.
                – Soy inmune a la enfermedad, querido comisario. De no serlo, no estaría aquí con su rebaño de muertos vivientes.
                “Por cierto, tengo que presentarles a mis ayudantes. También son inmunes a la Nueva Lepra Norteamericana. Y mucho antes, participaron de manera voluntaria en otro tipo de experimentos genéticos bajo mis órdenes.
                “Dos son muy sutiles en sus labores, mientras el tercero es algo más brusco. Además es dado a cierto uso de la violencia, cosa que a veces le desapruebo en privado.
                A un requerimiento de un gesto de la mano, de entre las sombras del altar aparecieron dos hombres vestidos de negro. Por las facciones de sus rostros barbilampiños, pudieran pasar por hermanos gemelos.
                A ambos les siguió una criatura de dos metros de alto y recubierta de un espeso pelaje desde la cabeza a los pies.
                Los tres personajes abominables se unieron al científico detrás del altar, y desde esa posición contemplaron con satisfacción a los últimos habitantes del pueblo de Marrow en los estertores de la muerte.
               
                THE END.


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La sacudida del alma. Capítulo Catorce.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010.
Presupuesto destinado a la escena: Empeñando entre todos los relojes de pulsera, se reunió la cantidad escalofriante de 77 dólares. En esta escena gastamos la módica cifra de… 5 dólares.
Detalle destacable: Como en esta secuencia tan sólo hubo un rollazo de charla insípida entre dos de los protagonistas, todo el equipo pudo respirar aliviado a dos pulmones como si estuviera en lo alto del Himalaya. Ya se estaba viendo el final del túnel. La película llevaba camino de culminarse, reservando el dinero logrado para el último capítulo que mencionaba el guión. Aquí empleamos 5 dólares en la compra de queso mozarella. Ya se sabe. Era el efecto casero de la piel cayéndose a tiras. Se derrite y se esparce sobre el rostro y las manos de los actores. Al principio se quejan porque quema, y luego deja marcas rojas de quemaduras de poca importancia. En resumidas cuentas, todo sea por amor al arte…, y el ínfimo espectáculo de la película. Por lo demás, toma única, y es una pena, porque cuando Laura emplea la claqueta, tiene un estilazo además de un buen tipito con su top ceñido y escuesto y su minifaldita (vestuario impuesto por el director del film, je je).


Capítulo 14.

EL DIÁLOGO



                29 de diciembre de 1975
                07:05 p.m.
                Lugar: Bar-restaurante Limb
                El doctor Moonsefe apareció por el bar con las dos manos rigurosamente vendadas. Escrutó con su mirada cansina el interior del local, hasta localizar al comisario Riners. Este estaba sentado en uno de los taburetes, hablando consigo mismo, viéndose reflejado en el espejo decorativo situado detrás de la barra del bar.
                – ¿De qué te ha servido ser un tío legal? Otros han sido unos cochinos miserables toda su vida, pero no han acabado de esta forma, joder…
                El comisario tenía una mano vendada. En realidad no había nadie en todo el pueblo que estuviese inmune a los efectos devastadores de la Nueva Lepra Norteamericana.
                Riners intuyó la presencia del médico por el propio espejo. Se dio la vuelta en el asiento para encararlo de frente.
                – Hola, doctor – dijo con desgana. – Tome asiento conmigo y compartamos un combinado, ja.
                El doctor Moonsefe se dirigió hacia el policía y se dejó caer de golpe sobre el taburete.  Ambos eran los únicos clientes presentes en el bar.
                – Lamento reconocerlo, pero esto es el fin de todos nosotros – acertó a decir Moonsefe.
                – No diga eso – Riners le dio una palmada en la espalda. – Debemos de sentirnos afortunados por el cordón de seguridad que rodea al pueblo. Los de la guardia nacional deben de estar disfrutando con el espectáculo que les estamos ofreciendo visto a través de sus prismáticos de visión nocturna, ja.
                – Su humor es admirable para alguien que está a punto de morir en menos de cuarenta y ocho o setenta y dos horas a lo sumo – continuó el doctor con su pesimismo.
                – Je, y eso que los profesionales de la medicina sois los últimos en perder la esperanza.
                Moonsefe apoyó los codos sobre el mostrador, dejando hundir la cabeza entre las manos.
                – Todos los infectados están encerrados en sus respectivas casas. No hay nadie en todo este maldito lugar que resulte indemne a los efectos mortales de la enfermedad.
                – ¡Venga! No se ponga tremendista – Riners suspiró. Una mancha blancuzca se extendía por su entrecejo.
                – Esto es un castigo divino. Algo hemos hecho mal para merecerlo – Moonsefe alzó su rostro y miró fijamente al comisario. – La lepra no se propaga con tanta rapidez.
                – Está hablando de la lepra ordinaria.
                – ¡Aunque la Nueva Lepra Norteamericana sea extraordinaria, no se comprende que tenga tanta virulencia, por Dios! En apenas doce días ha acabado con el setenta por ciento de la población de Marrow. La cuarentena no ha podido aplicarse porque incluso gente que no ha estado en contacto con Carnago Limb, ha contagiado a terceras personas, y todo ha sucedido con una rapidez de transmisión inesperada. Y la gente que estuvo con Carnago, falleció en menos de treinta y seis horas.
                – Menos usted y yo. Los dos hemos estado bien cerquita del bastardo de Limb.
                – Si. Efectivamente. Es raro. Los dos somos los que menos afectados estamos. Sólo puede explicarse que nuestro sistema inmunológico es más resistente que la media de la mayoría. Algo ciertamente desconcertante.
                – Ya  sabe, doctor, mala hierba nunca muere ni aunque será merecedor de ello.
                – Estúpido dicho  – tras decir esto, el silencio se instauró por varios segundos hasta que retomó la conversación. – ¿Qué hay del supuesto asesino múltiple del hospital?
                Riners esbozó una sonrisa bobalicona, hastiado ya de todo lo que atañese al pueblo.
                – No me creerá, pero no se trata de ningún criminal.
                – ¿De qué se trata entonces? En este caso, quitando con Jenny, la Nueva Lepra Norteamericana no fue la causante de las muertes.
                – Yo lo atribuiría al ataque de una fiera. Alguna clase de animal salvaje.  A Willo le fue arrancada la cabeza de cuajo por mediación de unas garras bestiales. Es que lo viene en el informe del forense. Bueno, lo que este pudo analizar, antes de morir por los efectos de la lepra.
                – ¿Y con respecto a Jackels? Ese tenía claramente una serie de incisiones enormes en la garganta.
                – Se lo atribuiría a Willo. Los dos se odiaban desde hacía un tiempo.  En cambio con la enfermera, como bien dices, murió de la lepra.
                – Si. Pobre Jenny.
                “Era mi amante, ¿sabe? A pesar de su juventud y de la diferencia de edad que nos separaba. La forma en que la atacó fue impresionante. En medio día la enfermedad la condujo a la antesala de la muerte – Moonsefe cerró los ojos llorosos de golpe para volver a entreabrirlos hasta poder escrutar por las rendijas formadas entre párpado y párpado. – Esto no es normal, comisario. Esto es una puñetera pesadilla infernal.
                – Y por lo visto se trata de una pesadilla donde no hay previsto un final feliz por el guionista de los cojones – Riners puso la puntilla final a la charla, se levantó y se dirigió hacia los servicios de hombres.
                Conforme se acercaba, una entidad de dos metros de altura y recubierta de un espeso pelaje permanecía escondida cercana al quicio de la puerta.
                Su dentadura brutal esbozó una sonrisa inhumana.
               (Continuará…)


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La sacudida del alma. Capítulo Trece.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010
Presupuesto destinado a la escena: 3 dólares.
Detalle destacable: Bueno, para esta escena no tuvimos que pedir limosna. Tiramos con una cinta de un documental de la primera guerra mundial alquilada del videoclub local y directamente copiamos algunas secciones de la misma con la voz en off del narrador relatando el terrible destino final del pueblo afectado por la superinfección. Quedó bastante guay, hay que admitirlo, je – je.


Capítulo 13.

LA EPIDEMIA

               

                A pesar de los ímprobos esfuerzos y cuidados de los servicios médicos, la Nueva Lepra Norteamericana se fue extendiendo rápidamente por todo el pueblo. Los cuerpos de Jackels, Willo y Jenny fueron incinerados al día siguiente de ser asesinados vilmente por un loco maníaco, según la hipótesis barajada por el comisario Riners.
                En unas fechas tan entrañables y familiares como el de las navidades, justo el día 25 de diciembre el Departamento de Salud Pública del condado de Lewis declaró el área de Marrow y sus alrededores como Zona Catastrófica. De parte de altas esferas de Washington, se ordenó rodear el pueblo de una protección logística militar que impidiera el avance del foco de la enfermedad más allá del perímetro del mismo, manteniéndolo completamente incomunicado hasta que la epidemia de la Nueva Lepra Norteamericana desapareciese por completo con la muerte de todos sus habitantes.
                Se mantiene un absoluto secreto cara al conocimiento público de la tragedia. Nadie de los Estados Unidos, ni por supuesto del resto del mundo, era conocedor de los demoledores efectos de la infección y lo que esta ocasionaba a los residentes de Marrow, motivando semejante despliegue de seguridad.
                Bueno, sí que había un selecto grupo de personas que conocía el motivo de la aparición súbita e imprevista de la epidemia.
                Porque al fin de cuentas, formaba parte de su experimento personal.
                (Continuará…)


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La sacudida del alma. Capítulo Doce.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010
Presupuesto destinado a la escena: 25 dólares.
Detalle destacable: Lo más tremendo. No teníamos casi ni medio dólar para esta escena. Tuvimos que recurrir a la mendicidad en las esquinas de las principales calles del pueblo (el párroco nos echó de la entrada a la iglesia por nuestras pintas). Al final del día recaudamos los susodichos 25 dólares y pudimos realizar la única toma deprisa y corriendo antes de que anocheciera. Afortunadamente todo el elenco artístico que en ella participaba iba tapado, dado el argumento que se esgrime en la escena (a la actriz le supo a cuerno quemado, porque era sabedora de su despampanante físico, sin poder lucirlo en esta ocasión bajo un falso traje protector que le quedaba tres tallas grande). En cuanto a los efectos más especiales, decir que nos apropiamos del abrigo de piel de zorro de la mujer del dueño del bar. Con una bufanda teñida del mismo color y que recubría la cara del actor, el monstruo nos quedó de fábula… Y la cabeza correspondía a la de un cerdo que gentilmente nos cedió Olaf Gustasson, quien trabaja en el matadero local. Se filmó esa parte desde un ángulo forzado y con la imagen difuminada que diera a entender que era la cabeza del protagonista, no una insinuación de lo que pensábamos acerca de él y su penosa actuación.


Capítulo 12.

EL PRECIO DE LA MUERTE





                24 de diciembre de 1975
                Habitación 5 de la casa hospital de Marrow.
                Ala de aislamiento.
                Código Rojo de Infecciones Contagiosas.
                La hermosa e insinuante enfermera Jenny abrió la puerta de la habitación acompañada de una persona. Parecía de su entera confianza porque entraron entrelazados por un abrazo y una especie de roce entre las mascarillas que recubrían sus rostros al no poder besarse directamente en esa zona del hospital. La enfermera dejó las carantoñas por un breve impasse y saludó al paciente tendido en la cama.
                – Mire, señor Jackels. Tiene la visita de un compañero.
                Jackels estaba completamente vendado y medio sedado por haber sido sometido recientemente a atención quirúrgica en las piernas a partir de las rodillas y en los brazos desde sendos codos, evitando de momento el avance de la cruel y novedosa enfermedad. Su rostro estaba en carne viva, protegido bajo una espesa capa de crema regeneradora y cicatrizante, incluida sobre los párpados, dificultándole la visión y poder comprobar así quién era el visitante.
                Reuniendo fuerzas de flaqueza, pudo articular dos simples palabras:
                – ¿Quién… es?
                La enfermera Jenny sonrió bajo la mascarilla. Toda su belleza, y los rasgos más anodinos del acompañante resguardados bajo la ropa protectora contra enfermedades infecciosas y contagiosas de primer nivel.
                – Es mi novio, tonto. Te acordarás de él. Willo. Es Willo.
                – Hola, Jackels – Willo se acercó hasta el borde de la cama para que el enfermo le viese bien. – Tantos días sin verte el pelo, amigo. ¡Jo…! Verte sin patas y pezuñas es como ver a una mosca con las alas arrancadas. Estás de lo más espantoso.
                – Lo peor de todo es que es transmisible de persona a persona. Como no nos marchemos de aquí en segundos… – mencionó Jenny altamente preocupada.
                – Ese doctor es un idiota de los pies a la cabeza. Cuando una cosa ya no sirve, se tira a la basura, ¿a que sí, amigo? Pero la comunidad tiene una suerte descarada de que yo esté aquí en estos momentos contigo.
                Jackels pudo entrever a duras penas como Willo extraía de debajo de la bata un cuchillo de enormes dimensiones, con el filo destellando a la luz de la lámpara de la cabecera de la cama.
                – ¿Te acuerdas, verdad? Pues ya sabes lo que te espera, amigo de los cojones – Willo no se lo pensó ni medio segundo, y se lo clavó siete veces en la tráquea para asegurarse bien que Jackels no saldría con vida de esa brutal agresión.
                La sangre fluía a borbotones, impregnando las sábanas de la cama de sangre. Jenny apartó la vista del horrible espectáculo.
                – Demontre. Lo hecho, hecho está.
                “Vayámonos de aquí. Tengo ganas de quitarme esta ridícula ropa y de tener un revolcón contigo en el pajar… – dijo Willo entre risitas.
                Entonces sucedió lo impredecible. Algo enorme y desconocido surgió desde debajo del lecho donde se hallaba el cuerpo mutilado y muerto de Jackels. La entidad misteriosa tenía dos metros de altura y estaba completamente recubierta de un espeso pelo largo. Su rostro carecía de ojos y orejas. Se guiaba por el olfato de su destacable nariz en forma de berenjena. Y su boca… Era de grandes proporciones, con unas mandíbulas repletas de dientes afilados color nácar.
                Willo no pudo impedir que el ser espantoso le aferrase con sus garras por el cuello. Jenny estaba quieta en el sitio, sin poder siquiera huir, paralizada por el terror, siendo simple observadora del trance en que aquella criatura arrancaba la cabeza de Willo y la lanzaba por la ventana. El cuerpo decapitado de Willo cayó inánime sobre el suelo, manando sangre por la hemorragia del cuello.
                El ser apuntó con uno de sus dedos hacia la enfermera.
                – Este no se merecía disfrutar de mi bendición, pero tú ya estás marcada para el goce del dolor y la mutilación – se comunicó la bestia con una voz inhumana y gutural. – Observa tus manos.
                Jenny obedeció instintivamente. Se las descubrió, quitándose los guantes de látex y pudo apreciar el estado en que las tenía. La piel se resquebrajaba como barro seco y se le caía a porciones si esta era rozada.
                La chica gritó presa de la histeria y del asco.
                Cuando lo hizo, el ser ya no estaba en la habitación.
               (Continuará…)


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La sacudida del alma. Capítulo Once.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010
Presupuesto destinado a la escena: 43 dólares con doce céntimos.
Detalle destacable: Estamos afrontando la parte más delicada del rodaje, y NO TENEMOS CASI PASTA. A partir de ahora hay que racionar cada dólar, cada céntimo. Estrujar el ingenio. Lo peor son los efectos especiales. Las escenas finales exigen esos efectos, y va a haber que conseguirlos de alguna forma nada costosa, empleando para ello el ingenio. En la escena 11, toma única como siempre, hemos utilizado la sala de reuniones del colegio, sin costo alguno. La gente de la localidad se ha volcado para hacer bulto y simplemente tuvimos que surtirles de limonada casera. Por lo demás, excelente la actuación del actor que ejerce de Doctor en la peli. Recordemos que lo suyo es extraer dentadura ajena con ayuda de unas tenazas…



Capítulo 11.

NAVIDADES MALDITAS



                Carnago Limb falleció el 23 de diciembre. El cuerpo médico de Marrow intentó ocultar las causas de su muerte, pero el modo tan fulminante en que obró la enfermedad acabando con su irrisoria existencia, hacía un imposible mantener el origen en una incógnita aún por resolver.
                A las pocas horas de la incineración del cadáver, el doctor Moonsefe decidió aclarar la clase de enfermedad desarrollada en el cuerpo de Limb en la sala de reuniones del colegio Saint Vicent “El Oteador” para calmar el nerviosismo ya imperante en el resto de la población.
                Ante una sala completamente abarrotada, y que se hizo pequeña, ocasionando cierta tensión y malos modos entre los ahí reunidos para encontrar siquiera un metro libre donde poder estar situado de pie, el médico cogió el micrófono con las dos manos.
                – A ver. Probando. Uno, dos, tres, probando – fue lo primero que dijo.
                – Pues no pruebe usted tanto, que ganará peso y se nos pondrá gordo – dijo una voz chillona, entre las carcajadas del resto.
                Moonsefe alzó una ceja y fue a lo suyo.
                – Bien. Buenas tardes a todos los habitantes de Marrow aquí concitados. El motivo por el cual nos hallamos aquí, en esta sala, no es otro que para esclarecer la súbita y terrible muerte del señor Carnago Limb Colombo.
                – Coño. No sabía que fuera pariente del detective de la tele – le dijo por lo bajo el comisario Riners.
                El doctor consiguió acallarle con una mirada severa.
                – Continúo. Voy a serles a todos ustedes  franco, explícito pero conciso a la vez. El señor Carnago Limb presentaba el siguiente cuadro de síntomas – Moonsefe extrajo una libreta del bolsillo de su americana. – Aparición de innumerables manchas de tono blanquecino con pérdida de sensibilidad en las zonas afectadas, dañando a los tejidos de piel y a los nervios, originando trastornos de movilidad en las extremidades tanto superiores como inferiores, con laceraciones en el rostro y pérdida capilar en los lugares correspondientes al cabello y al vello corporal. En la fase más severa de la enfermedad, llegaron las deformaciones y las posteriores mutilaciones, hasta que su sistema inmunológico colapsó al disponer simplemente del tronco y la cabeza tras las amputaciones necesarias practicadas en principio para impedirle la formación de la gangrena.
                La sala quedó en completo silencio por espacio de unos segundos, tratando de digerir el final horripilante que tuvo el infausto Carnago. Un hombre de unos cincuenta años, empapado de sudor por la falta de ventilación en la sala y el exceso de asistentes, alzó una mano.
                – Diga, Jacobo Orson –le dio permiso el comisario Riners.
                – En nombre de los tontos de culo del pueblo, le pido al muy respetable doctor que se nos deje de rodeos y nos diga de una puñetera vez de lo que murió el cabronazo de Carnago.
                Moonsefe se aflojó el nudo de la corbata antes de afrontar el acto más delicado de la reunión vecinal.
                – Bien. Señoras, señores. La enfermedad que ha sufrido el señor Carnago Limb Colombo es una variante independiente de la afección más conocida común y corrientemente  como la lepra. Este tipo de lepra se diferencia de la lepra ordinaria en su rapidez al extenderse por el cuerpo humano, anulando sus defensas y causando la muerte en escasos días.
                La comunidad de Marrow se inclinó por murmullar, atónitos y aterrorizados ante la noticia que les acababa de facilitar el doctor Moonsefe. El comisario Riners se aproximó al micrófono para intentar establecer orden en la sala.
                – Por favor. Un poco de mesura.
                – ¡Y una leche! ¡Si se me infecta un brazo y luego se me cae, voy a brincar de alegría, no te jode!
                – Pero es imposible – exclamó el ex bibliotecario, señor Twiiks. – Esa enfermedad está erradicada en los países más desarrollados.
                El doctor negó con la cabeza.
                – Verá, señor Turner. Ciertamente la lepra sigue existiendo en el hemisferio Sur, pero aún hay ciertos focos en las zonas más deprimidas de países avanzados, como Portugal y España, donde aún existen leproserías.
                – Pero estamos hablando de los Estados Unidos, tío – le dijo Townsed.
                – También tenemos algunos rincones donde hay enfermedades ya controladas, pero que brotan esporádicamente. Es por ello que esta lepra en cuestión al ser tan diferente al resto, es conocida como la nueva lepra norteamericana.
                – ¿Y desde cuándo se tiene conocimiento de esta variedad tan letal? ¿Acaso también es contagiosa? Porque tengo entendido que en la lepra más normal no lo es dada la inmunidad del 95 por ciento de la población mundial, salvo en casos excepcionales – continuó el señor Twiiks.
                – La nueva lepra norteamericana es única, señores y señoras. Ha surgido en nuestra localidad, y es más contagiosa que una simple gripe invernal. Así que recomiendo que las personas que hayan mantenido un contacto estrecho con el fallecido sean confinadas en el hospital y sometidas a un período de cuarentena – urgió el doctor Moonsefe.
                En ese instante se escuchó un grito enloquecedor. Se trataba de Jackels quien pataleaba entre convulsiones en el suelo. Levantó la cabeza y todos los asistentes pudieron observar que la piel de las mejillas se le caía a jirones conforme se rascaba el rostro con las uñas de las manos.
(Continuará…)


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La sacudida del alma. Capítulo Diez.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010
Presupuesto destinado a la escena: 80 dólares.
Detalle destacable: A falta de médico que quisiera actuar sin ver ni medio centavo ingresado en la cuenta bancaria, y de hospital que nos cediera sus instalaciones para las escenas necesarias, recurrimos a un sacamuelas, un tal Elías Sinheart y a un escenario alternativo. La actuación de Elías fue de lo más memorable. Podría pasar por un cirujano afamado tan sólo con el don de su elocuencia. En cuanto al lugar elegido como hospital… Los pasillos y cuartos de estar de la funeraria “Muertecito No Se Está Tan Mal”. Con estas dos gestiones, conseguimos salvar el presupuesto nuevamente. Como siempre, la escena se rodó en una única toma.




Capítulo 10.


SECRETO PROFESIONAL

                Fecha: 18 de diciembre de 1975
                Hora: 07:15 a.m.
                El comisario Riners aguardaba con cierta impaciencia la salida del doctor Moonsefe de la habitación número dos ubicada en el ala de aislamiento de la casa hospital de Marrow.  Después de pasar toda la madrugada en vela, Riners estaba deseando intercambiar opiniones con el médico para así irse por fin a la cama. Sobre las siete y pico de la mañana, la puerta que comunicaba con la sala de aislamiento fue abierta, saliendo a través de ella el doctor acompañado de una  esbelta enfermera quien lo abandonó a requerimiento de Moonsefe. El policía prácticamente se abalanzó como si fuera un defensa de fútbol americano para un perfecto placaje sobre el cuerpo debilucho de Moonsefe.
                – Bien, doctor. Estoy cansado. No me tengo ya en pie. Así que seré directo. ¿Qué es lo que tiene Carnago Limb? – el comisario sacó tabaco para mascar.
                – Verá,  agente, es demasiado pronto para aventurar cualquier hipótesis de la clase de enfermedad que aflige al señor Limb. Quedan por realizarle diversos análisis.
                – No será algo contagioso, ¿eh?
                – ¿Por qué piensa eso?
                – Hombre. Seamos francos. A una persona que se le caiga la piel a cachos así como así, no sé. A mí me da que lo que tenga tiene que ser una infección de lo más peligrosa.
                – No tiene de qué preocuparse, comisario. Ahora váyase a casa a recuperarse de la noche en vela, que todo está bajo control – el doctor llamó a una segunda enfermera jovenzuela rubia de uniforme ceñidísimo y cuerpo escultural de quitarse el hipo. – Jenny, acompaña al comisario Riners hasta la salida.
                “Nos tenemos que despedir por ahora, comisario. Estoy terriblemente ocupado.
                – Le comprendo, doctor – Riners desvió la mirada lujuriosa hacia las espectaculares piernas torneadas de la enfermera. Se tuvo que sacudir la cabeza con la mano para abandonar su ilusión irrealizable y la sonrió de oreja a oreja, mostrando los tres dientes que le quedaban en el maxilar superior: – Bien Jenny, obedece al médico y acompáñame hasta la salida, pero a ritmo muy lento, que cuanto más tardemos en llegar hasta ella, mejor.
                Jenny se rió de la ocurrencia, agarrando del brazo al comisario.
                El doctor Moonsefe los vio perderse por el pasillo. Retornó la vista hacia su cuaderno de notas. En la hoja superior en el campo del nombre del paciente venía reflejado el de Carnago Limb. En el apartado destinado al estado y la evolución de su dolencia, una vez hecha la descripción de sus síntomas, se llegaba a una clara conclusión. El diagnóstico era la Nueva Lepra Norteamericana.
(Continuará…)


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La sacudida del alma. Capítulo Nueve.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010
Presupuesto destinado a la escena: 7 dólares. Los huevos, la leche y el chuletón nos lo proporcionó el propio dueño del restaurante a cambio que saliera su nombre en los títulos de créditos finales de la película.
Detalle destacable: Decir que los dos huevos estaban podridos. La leche agriada. Y el chuletón… Efectivamente, llevaba sus años olvidado en el congelador. Nada más echarlo a la sartén, el olor cantaba cantidad y tuvimos que administrarle sales a la chica de la claqueta para así poder sacar adelante la escena, como siempre con una única toma para no desequilibrar el presupuesto global de la producción.

Capítulo 9.

MANCHAS

                – Vaya, Limb. ¿Sabes que tienes mala cara? – el comisario Riners apagó la colilla de su cigarrillo en el cenicero más cercano situado sobre la barra del bar.
                – De mi careto me ocupo yo. Sé que no soy muy guapo, pero tampoco tan feo, joder.
                “Pero vayamos al grano. Lo de siempre, ¿no, comisario?
                – Eso es, muchacho. Pero a ver si esta mañana los huevos están mejor pasados por agua, ¿eh?
                Carnago Limb se alejó del comisario y entró en la cocina. Sacó dos huevos del frigorífico, llenó un cazo con agua del grifo y lo puso a hervir sobre el hornillo central. Introdujo los dos huevos, acompañado de una flema que se le escapó al separar los labios.
                – Carajo, estoy un poco flojo hoy, si – se reconoció a sí mismo.
                – ¡A ver si te das prisa, Carnago! ¡Llevo media hora esperando a mi tortilla francesa! – le urgió una voz disgustada procedente de la barra.
                – ¡Vete a procrear con una marmota, cagaprisas! – respondió Carnago Limb, fuera de sí.
                – ¡Ya no me volverás a ver por este tugurio, Carnago! – replicó el cliente, abandonando el local.
                Carnago terminó de dar vuelta y vuelta a un filete de buey, dejándolo poco hecho antes de situarlo en el plato de servir. Agregó salsa de tabasco y mostaza y llamó a Jackels.
                – Toma, lleva esto al comisario.
                Jackels se quedó un instante sorprendido, decidiendo guardar silencio al ver que la sartén con aceite hirviendo estaba al alcance de la mano de Carnago.
                Entre tanto, Carnago sacó una botella de leche del frigorífico y le quitó el tapón. Acercó un vaso de plástico desechable y se sirvió. Llevaba una temporada que no bebía leche sola y lo primero que sintió fue un cierto desagrado en el sabor que fue transformándose en repugnancia. Arrojó el vaso contra el suelo mientras vomitaba apoyado sobre el fregadero.
                Cuando se le pasaron los espasmos de las arcadas, agarró la botella y la estampó contra la pared.
                En ese instante hizo aparición el comisario Riners. Al entrar, su rostro indignado fue transformándose en uno dotado de perplejidad al observar el desaguisado que Carnago acababa de organizar en la cocina.
                – ¡Por Dios! – Riners se acercó al fregadero. Nada más ver el contenido repulsivo del vómito, se apartó de allí, concentrándose en Carnago. – Oye, Limb, tú estás enfermo. Se te nota a diez millas de distancia.
                Carnago se incorporó desde la silla. Estaba a punto de blasfemar, pero se contuvo. Era conocedor que Riners multaba a la gente por maldecir en contra de la religión oficial de Marrow.
                – Primero le dices una sandez a Jones, con lo orgulloso que está de ser el hombre con mayor descendencia del pueblo, y después me sirves un condenado filete de buey de diez años con salsa de tabasco y mostaza, cuando simplemente te pedí dos huevos pasados por agua.
                – La carne está sabrosa, aún a pesar de la edad. El congelador que tengo es de cuatro estrellas… – se limitó a decir Carnago Limb.
                – Pero el caso es que yo no lo quiero. Recuerda que estoy a régimen, muchacho.
                Carnago esbozó una mal disimulada sonrisa al oír esto último. El comisario medía 1,75 y pesaba 115 kilos.
                Riners cabeceó la cabeza al percibir la sorna reflejada en el rostro enfermizo del dueño del bar-restaurante. Al verle hacer un gesto repentino con la mano, se la señaló con énfasis.
                – ¿Qué es eso que tienes en tu mano derecha? – preguntó sin tapujos.
                – Se refiere al anillo, ¿no? Es de oro macizo y lo heredé de un pariente lejano, je, je.
                – No, Limb. Me refiero a esa mancha que tienes en la piel.
                Carnago Limb se examinó la mano dichosa. Efectivamente, tenía una mancha blanquecina que abarcaba la zona situada entre el dedo índice y el corazón. Y disponía de una más grande en la misma palma de la mano.
                – ¡Cristo! Ahora me fijo en ello – se tocó las manchas.
                La que estaba emplazada en la palma se desprendió como si fuera una tira de esparadrapo, acompañada de una porción de su propio tejido de la piel…
(Continuará…)


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La sacudida del alma. Capítulo Ocho.


LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010
Presupuesto destinado a la escena: 65 dólares más las dos latas de gasolina sufragadas por el tío Sturrok.
Detalle destacable: En este punto del rodaje, como director de la peli, he de reconocer que se nos empezaba a ir de las manos. ¿Cómo diantres se nos antojó un incendio de una biblioteca municipal en el guión? CON LO QUE ESO CUESTA, y encima si se contaba con la complacencia del ayuntamiento del pueblo, que no iba a ser el caso. Afortunadamente vino en nuestra ayuda el tío Sturrok. Un granjero viudo que nos ofreció su vivienda en sacrificio. Lo decoramos como una biblioteca y la prendimos fuego a lo grande. Luego nos enteramos que el hombre estaba tan interesado para así cobrar el seguro y pasar el resto de su jubilación en Florida…



Capítulo 8.

EL INCENDIO

                La biblioteca municipal de Marrow (pronunciado como Morrow por los lugareños), era cualquier cosa, menos un sitio decente. Inaugurada en el año 1955 como edificio de una única planta destinado como albergue para los más desamparados y pobres de toda la vecindad, quince meses después, a raíz del embargo practicado por parte del ayuntamiento, quedó destinado como lugar de lectura, donde los más analfabetos que huían de toda asistencia física a las clases de la escuela, se pasaban las mañanas jugando al escondite en los archivos del sótano aprovechando la cortedad de vista y la sordera extrema del bibliotecario. En el día de su reconversión de albergue a biblioteca, la vecindad de Marrow y sus alrededores trajeron toda clase de libros, revistas y periódicos apolillados por el paso del tiempo con que dotar las estanterías de cierto empaque cultural. En septiembre de 1956 se abrió oficialmente cara al público y desde entonces continúan los mismos libros, idénticas revistas y similares periódicos, al igual que el mismo número de personas que la visitan diariamente (descontando a los mocosos que practicaban el escondite, podría cifrarse en dos o tres afanosos lectores como mucho).
                Por ello el incendio que acaeció el 16 de diciembre en la biblioteca municipal, más que entristecer a los residentes, les hizo de alegrarse por poder deshacerse de edificio tan inútil y molesto, pues estéticamente tampoco es que fuera gran cosa.
                El señor Andrew Gordon fue quien dio aviso a los bomberos del condado a los 45 minutos de darse cuenta de las imponentes llamaradas que surgían por los ventanales de la estructura de hormigón armado. Ese día en cuestión, el señor Gordon iba de regreso a casa sobre las ocho de la noche tras haber adquirido con la suficiente antelación debida el regalo de navidad para su odiosa suegra en la tienda de empeños, cuando al pasar por delante de la fachada de la biblioteca pudo percibir el humo, las llamas y las altas temperaturas en torno al perímetro del edificio, llegando a la feliz conclusión que lo que allí estaba ocurriendo era un incendio de proporciones épicas.
                Conforme más tarde los bomberos se afanaban en tratar de sofocar el fuego, el comisario Riners preguntó al señor Gordon si algo le había llamado la atención, o si había visto a alguien abandonando las cercanías de la biblioteca en el momento que estaba sucediendo la tragedia.
                – Solo puedo asegurarle que vi en las inmediaciones, ocultándose detrás del anuncio con forma de rosquilla de anís gigante,  a una cosa tremenda de dos metros de altura y peludo de arriba abajo como si llevara un abrigo de pieles o un disfraz de yeti – fue la contestación del señor Gordon.
(Continuará…)


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La sacudida del alma. Capítulo Siete.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010
Presupuesto dedicado a la escena:10 dólares.
Detalle destacable: Tuvimos cinco minutos para realizar la escena en una única toma porque enseguida llegaron las dos mujeres de la limpieza para dejar impecable el bar de cara al día siguiente. Quisimos convencerlas para poder repetir, porque uno de los actores se comió un moco y eso quedaba un poco mal, pero nos dijeron que ellas tenían un horario y que no les pagaban por estar un cuarto de hora más limpiando. La realidad es que estaban algo molestas, y nos lo dijeron todo enarbolando los palos de sus escobas de manera bastante amenazante…

Capítulo 7

EL ANILLO
                – ¡Por las lágrimas del pecador! Si parece oro puro – Carnago Limb sujetaba entre dos dedos un anillo. El estuche estaba sobre la mesa, con la tapa abierta.
                – Tiene una especie de inscripción tallada por la parte interior – Jackels le señalaba tres signos numéricos que había en esa parte del anillo. – Son números de la suerte, eh, Carnago.
                Carnago Limb miró bien el anillo por esa parte y corroboró lo que le decía Jackels. La joya tenía inscritos tres seises en cursiva, uno seguido del otro.
                – Menudos admiradores secretos que tienes, carajo. Y tú sin decir ni media palabra.
                – Te juro por la salud de mi madre que no tengo ni repajolera idea de quién me lo ha podido regalar.
                Jackels oprimió con fuerza su hombro derecho.
                – Por cierto, no tendrás el valor de ponértelo en el dedo correspondiente, ¿verdad?
                – ¿A qué viene esa pregunta?
                – Hombre, Carnago. Un hombre con un anillo resultón en el dedo y que no esté casado… Todos los tíos del pueblo si te ven lucirlo comprenderán tu escaso éxito con las tías, joder.
                – Tú y tus mamarrachadas. Si los de la ciudad llevan hasta algo parecido a un taparrabos, así que no me vengas con opiniones más propias de un mocoso de tres años – dicho esto, intentó ajustarse el anillo en el dedo corazón de la mano derecha, pero le fue imposible hacerlo debido al diámetro estrecho de la joya.
                – Ja-ja. Si resulta que no te entra de lo gordo que tienes el dedo – se mofó Jackels con verdaderas ganas.
                – Un segundo. Ya verás – el anillo lo acomodó en el meñique. – Mira que bien me queda.  Parezco un ricachón de esos que aparecen en las películas de la tele.
                – Yo diría que con él vas a demostrar que careces de cierta hombría, ja-ja – aseveró Jackels, agachándose a tiempo para esquivar el cenicero que le lanzaba Carnago a la cabeza.
(Continuará…)


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La sacudida del alma. Capítulo Seis.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010
Presupuesto destinado a la escena: 115 dólares.
Detalle destacable: En principio, se quería que fueran trillizos, en vez de simples hermanos gemelos, pero desgraciadamente la fuga de un hipopótamo salvaje en pleno desfile del circo Popov por las calles principales del pueblo, terminó arrollando al tercero, mandándolo al otro barrio. Se celebró un sentido funeral y con gran profesionalidad, sus dos hermanos continuaron adelante con la escena. Lo único bueno es que cara al presupuesto, nos ahorramos un sueldo…

Capítulo 6.


GEMELOS

A fecha 15 de diciembre (que era miércoles) Carnago Limb estaba charlando sin parar como una cinta magnetofónica rallada con Jackels, quien prácticamente era ya su único amigo, puesto que ambos mantuvieron una fuerte discusión con Townsed y Willo el día posterior al asesinato acontecido en el callejón del “Enano Saltarín”, cuando dos hombres entraron empujando la puerta de acceso con tal ímpetu que estuvo a punto de desencajarse por el gozne superior de la escuadra que la mantenía en sintonía con el quicio. Las características externas de sus facciones más su posterior acento remarcarían su procedencia extranjera. Se presuponía que eran hermanos, y más concretamente, gemelos, dada su similitud a dos gotas de agua. Medirían el metro setenta y cinco, ojos verdes y ataviados con sendos trajes de chaqueta de color marrón claro y abrigados, en este caso uno con un chubasquero azul marino deportivo y el otro con una gabardina verde oscura, siendo esto lo único que diferenciaba el uno del otro. Sin ni siquiera emplear una mera indicación verbal entre ellos, decidieron tomar asiento en dos sillas en la mesa más cercana a la puerta que conducía a la cocina del bar-restaurante. El de la gabardina miró en derredor del local. Sus ojos se fijaron finalmente en Carnago Limb y Jackels.
– ¿Quién de los dos es el dueño de este pestilente antro? – preguntó con voz estridente y áspera.
Carnago Limb se estiró como la pértiga del saltador al acometer el impulso al otro lado del listón, dirigiéndose hacia detrás de la barra. Cogió un vaso sucio y lo depositó en el fondo del fregadero, que estaba atascado con agua espumosa turbia. Estaba indignado por la mezquina denominación dada por el foráneo al negocio que le servía para vivir decentemente sin tener que recurrir a la ayuda económica de sus padres.
– Hombre. Dos tíos tan inteligentes como ustedes habrán observado mi reacción ante el adjetivo dado a mi querido bar-restaurante. Así que por decirlo, yo soy el jodido dueño del mismo, ¿entendido? – impulsó un escupitajo justo en el centro de un cenicero situado sobre el mostrador. – Ya que se ponen así, también dirán lo que quieren, eh.
– No vamos a pedir ninguna consumición.
“Mejor dicho, en vez de pedir, venimos a dar. Digamos que tenemos un pequeño presente para usted, señor Limb – el forastero del chubasquero señaló con un dedo hacia una cajita de joyería de pequeño tamaño que había sido depositada encima de la mesa.
Carnago se quedó mudo por unos segundos. En un principio desconfiaba de lo que pudiera contener aquella caja.
– Ja. Así que eso es para mí. Vaya, debo de ser muy importante para alguien – dijo soltando una carcajada nerviosa. Buscó con la mirada el respaldo de Jackels. Este le devolvió una sonrisa de tonto, como diciendo, “coño, eres mala hierba pero debe de haberla aún mayor para que te den un regalito”.
– En efecto. Esto le corresponde en propiedad a partir de ahora, señor Limb – el de la gabardina verde suspiró, sin poder ocultar su desagrado al tener que relacionarse aunque fuera por unos escasos minutos con un personaje de esa calaña como lo era Carnago Limb.
Carnago se apoyó sobre el mostrador, mirando ya con deleite el premio al “Mérito Desconocido”.
– ¿Se puede saber de parte de quién viene esa cosa? – preguntó, guiñando el ojo derecho.
El gemelo del chubasquero azul marino entrecerró los ojos, deseando matarle simplemente con la mirada.
– Procede de parte de alguien que presumiblemente le conoce a usted demasiado bien – tras decir esto, le hizo una señal descarada a su hermano con la cabeza. – Le dejamos, señor Limb. Espero que disfrute del regalo.
Carnago Limb salió de detrás de la barra del bar corriendo a trancas y barrancas eludiendo mesas y sillas para acercarse hacia los dos misteriosos visitantes antes de que se fueran dejándole con la palabra en la boca. Su amigo Jackels los miraba a los tres como si formaran parte de un episodio de Barrio Sésamo.
(Veo a Epi y Blas, y ahora se suma el monstruo de las galletas, ji ji)
– ¡Oigan! – les llamó Carnago. – ¡Antes de que se vayan!
“Ustedes dos no son de la zona, ¿verdad?
– Esa es una curiosidad estúpida, señor Limb. Es preferible que no tomemos su estulticia en cuenta de cara al futuro. Es lo más recomendable, tanto para usted y sus amigos, si es que se hace merecedor de tenerlos, como para nosotros – dijo el hermano gemelo del chubasquero.
Al finalizar de decir esta brusquedad, los dos salieron por la puerta al exterior, donde unos copos de considerable grosor empezaban a caer preconizando una buena nevada nocturna.
(Continuará…)


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