La sacudida del alma. Capítulo Doce.

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010
Presupuesto destinado a la escena: 25 dólares.
Detalle destacable: Lo más tremendo. No teníamos casi ni medio dólar para esta escena. Tuvimos que recurrir a la mendicidad en las esquinas de las principales calles del pueblo (el párroco nos echó de la entrada a la iglesia por nuestras pintas). Al final del día recaudamos los susodichos 25 dólares y pudimos realizar la única toma deprisa y corriendo antes de que anocheciera. Afortunadamente todo el elenco artístico que en ella participaba iba tapado, dado el argumento que se esgrime en la escena (a la actriz le supo a cuerno quemado, porque era sabedora de su despampanante físico, sin poder lucirlo en esta ocasión bajo un falso traje protector que le quedaba tres tallas grande). En cuanto a los efectos más especiales, decir que nos apropiamos del abrigo de piel de zorro de la mujer del dueño del bar. Con una bufanda teñida del mismo color y que recubría la cara del actor, el monstruo nos quedó de fábula… Y la cabeza correspondía a la de un cerdo que gentilmente nos cedió Olaf Gustasson, quien trabaja en el matadero local. Se filmó esa parte desde un ángulo forzado y con la imagen difuminada que diera a entender que era la cabeza del protagonista, no una insinuación de lo que pensábamos acerca de él y su penosa actuación.


Capítulo 12.

EL PRECIO DE LA MUERTE





                24 de diciembre de 1975
                Habitación 5 de la casa hospital de Marrow.
                Ala de aislamiento.
                Código Rojo de Infecciones Contagiosas.
                La hermosa e insinuante enfermera Jenny abrió la puerta de la habitación acompañada de una persona. Parecía de su entera confianza porque entraron entrelazados por un abrazo y una especie de roce entre las mascarillas que recubrían sus rostros al no poder besarse directamente en esa zona del hospital. La enfermera dejó las carantoñas por un breve impasse y saludó al paciente tendido en la cama.
                – Mire, señor Jackels. Tiene la visita de un compañero.
                Jackels estaba completamente vendado y medio sedado por haber sido sometido recientemente a atención quirúrgica en las piernas a partir de las rodillas y en los brazos desde sendos codos, evitando de momento el avance de la cruel y novedosa enfermedad. Su rostro estaba en carne viva, protegido bajo una espesa capa de crema regeneradora y cicatrizante, incluida sobre los párpados, dificultándole la visión y poder comprobar así quién era el visitante.
                Reuniendo fuerzas de flaqueza, pudo articular dos simples palabras:
                – ¿Quién… es?
                La enfermera Jenny sonrió bajo la mascarilla. Toda su belleza, y los rasgos más anodinos del acompañante resguardados bajo la ropa protectora contra enfermedades infecciosas y contagiosas de primer nivel.
                – Es mi novio, tonto. Te acordarás de él. Willo. Es Willo.
                – Hola, Jackels – Willo se acercó hasta el borde de la cama para que el enfermo le viese bien. – Tantos días sin verte el pelo, amigo. ¡Jo…! Verte sin patas y pezuñas es como ver a una mosca con las alas arrancadas. Estás de lo más espantoso.
                – Lo peor de todo es que es transmisible de persona a persona. Como no nos marchemos de aquí en segundos… – mencionó Jenny altamente preocupada.
                – Ese doctor es un idiota de los pies a la cabeza. Cuando una cosa ya no sirve, se tira a la basura, ¿a que sí, amigo? Pero la comunidad tiene una suerte descarada de que yo esté aquí en estos momentos contigo.
                Jackels pudo entrever a duras penas como Willo extraía de debajo de la bata un cuchillo de enormes dimensiones, con el filo destellando a la luz de la lámpara de la cabecera de la cama.
                – ¿Te acuerdas, verdad? Pues ya sabes lo que te espera, amigo de los cojones – Willo no se lo pensó ni medio segundo, y se lo clavó siete veces en la tráquea para asegurarse bien que Jackels no saldría con vida de esa brutal agresión.
                La sangre fluía a borbotones, impregnando las sábanas de la cama de sangre. Jenny apartó la vista del horrible espectáculo.
                – Demontre. Lo hecho, hecho está.
                “Vayámonos de aquí. Tengo ganas de quitarme esta ridícula ropa y de tener un revolcón contigo en el pajar… – dijo Willo entre risitas.
                Entonces sucedió lo impredecible. Algo enorme y desconocido surgió desde debajo del lecho donde se hallaba el cuerpo mutilado y muerto de Jackels. La entidad misteriosa tenía dos metros de altura y estaba completamente recubierta de un espeso pelo largo. Su rostro carecía de ojos y orejas. Se guiaba por el olfato de su destacable nariz en forma de berenjena. Y su boca… Era de grandes proporciones, con unas mandíbulas repletas de dientes afilados color nácar.
                Willo no pudo impedir que el ser espantoso le aferrase con sus garras por el cuello. Jenny estaba quieta en el sitio, sin poder siquiera huir, paralizada por el terror, siendo simple observadora del trance en que aquella criatura arrancaba la cabeza de Willo y la lanzaba por la ventana. El cuerpo decapitado de Willo cayó inánime sobre el suelo, manando sangre por la hemorragia del cuello.
                El ser apuntó con uno de sus dedos hacia la enfermera.
                – Este no se merecía disfrutar de mi bendición, pero tú ya estás marcada para el goce del dolor y la mutilación – se comunicó la bestia con una voz inhumana y gutural. – Observa tus manos.
                Jenny obedeció instintivamente. Se las descubrió, quitándose los guantes de látex y pudo apreciar el estado en que las tenía. La piel se resquebrajaba como barro seco y se le caía a porciones si esta era rozada.
                La chica gritó presa de la histeria y del asco.
                Cuando lo hizo, el ser ya no estaba en la habitación.
               (Continuará…)


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