Especial día de San Valentín: Un olvido imperdonable

Hola, estimadísimas parejitas que cumplen con su deseo de celebrar el día de San Valentín en mi humilde hogar de pesadillas. Besaos con ardor. Que los sentimientos más románticos afloren en la intimidad de vuestros aposentos. Someteros al amor más puro y casto…
– ¡Señor! Espere. Sería preferible no darles aún la bienvenida.
Me vuelvo. Es el pelmas de mi mayordomo Dominique. Está que vive en una nube por el exitazo de su primer relato vampírico. Será petimetre.
– ¿A qué se debe esta nueva interrupción? ¿Acaso tu novia vampira también viene a la cita de San Valentín?
– No mi amo. Ella me está esperando luego en su Torre de la Locura. Me refiero a que ha habido una confusión. A la hora de enviarles las invitaciones, me he equivocado, y les he dado a todos la dirección de la Pensión de la Muerte Salvaje.
– ¿Cómo dices? ¿A la competencia? ¿Me estás diciendo que en el día de San Valentín voy a tener mi castillo desocupado de huéspedes?
– Yo… Esto. Más o menos, mi señor.
– Dominique…
– Sí, amo.
– Olvídate del día libre. Tu vampira tendrá que ligarse a un nuevo pretendiente si acaso espera recibir algún beso libidinoso en el día de San Valentín.

Era un día muy especial del calendario.
Soltando un brusco hipido, se volvió hacia su amigo de juergas.
– Jolines. Casi se me pasa la fecha, Stan.
– No me digas.
– Caray. Esto no puede ser.
– Tú aquí perdiendo la tarde y parte de la noche.
– Eso es.
– Inadmisible, amigo mío.
– Estás en lo cierto. Pago esta ronda y corro a intentar solucionar el olvido antes de que pasen las últimas horas. Si lo hago dentro del plazo, nunca se me podrá decir nada.
– Me imagino. Aunque a estas horas, todos los comercios ya están cerrados.
– Da lo mismo. Ya se me ocurrirá algo.
Dicho y hecho, puso un billete de cinco dólares sobre el mostrador y se marchó con viento fresco del bar, dejando a su amigo compartir las risotadas propias de toda borrachera con el resto de los parroquianos del lugar.

Victoria estaba indignada por la ausencia de su marido, y del miserable olvido en fecha tan señalada. Cuando dieron las once de la noche en el reloj de sobremesa del comedor, se levantó, recogió los restos de la cena, fregó los platos y se puso el camisón entallado de satén de color negro para irse a la cama. Justo en ese momento escuchó un golpeteo sobre la madera externa de la puerta trasera de la casa. Fue con paso precavido para averiguar quién podía ser a esa hora de la noche. No era probable que fuera Harry quien intentara entrar, pues era hora demasiada temprana para su vuelta cuando a este le daba por irse de parranda, como por desgracia sucedía en esta ocasión. Al acercarse, comprobó que la cadenilla del cerrojo estaba en su sitio. Alzó disimuladamente una esquina de la cortinilla del cristal superior de la puerta para intentar entrever algo, cuando percibió la presencia de alguien detrás justo de su espalda.
– ¿Harry…?
Justo en ese instante le pasaron un saco por la cabeza hasta los costados del cuerpo.
– ¿Qué? ¿Cómo? – dijo, azorada por la oscuridad repentina.
No pudo decir mucho más, pues su asaltante le propinó un golpe certero en la cabeza con una cachiporra para dejarla inconsciente…

La cabeza le daba vueltas.
Victoria se fue despertando, con la vista nublada, y sintiéndose momentáneamente desorientada.
Cuando fue centrando la vista, se dio de cuenta que el frío que sentía era el aire filtrándose a través de la tela de su camisón. Estaba en la parte del jardín trasero de su casa. Horrorizada, comprobó que estaba sentada sobre la mecedora, inmovilizada con cuerdas alrededor de sus muñecas, sus tobillos y su cintura. También estaba amordazada con el juguete sexual de sadomasoquismo adquirido el mes pasado en el sex shop. Tironeó con fuerza de las ataduras, con resultados negativos. Miró hacia sus pies, y apreció que tenía cuatro o cinco maderos de leña para la chimenea ahí reunidos.
Mordió la bola de caucho de la mordaza, tratando de hacerse escuchar, de alertar al vecindario.
En esas estaba, cuando vio acercarse a cuatro hombres enmascarados portando algunas teas encendidas. Uno de ellos además traía un bidón de gasolina…

Todo iba en principio de maravilla. Al poco de salir del bar, vio a tres Ángeles del Infierno apoyados en sus motos, bebiendo como vikingos. Les contó que estaba dispuesto a pagarles cincuenta dólares si le echaban una mano en la representación que debía hacer esa misma noche en su propia casa. Los tres asintieron de buena gana. Le hicieron montar como paquete en una de las Harley Davidson.
Al aproximarse a las inmediaciones de su casa, los condujo al jardín trasero. Desde esa zona había un acceso al sótano por una trampilla, y con la ayuda de linternas que traían consigo los macarras, se hizo con capuchas de sado ahí guardadas, además de sogas, un saco de cuero negro y una cachiporra.
Se colocaron las capuchas. Uno de ellos tocó a la puerta trasera, atrayendo la atención de su mujer. En el mayor de los silencios, los otros dos y él mismo se acercaron a traición hacia donde estaba Victoria, colándose por la puerta principal. La inmovilizaron con el saco y uno de los barbudos melenudos la hizo de perder el sentido con un eficaz golpe con la cachiporra.
Atarla a la mecedora fue lo más sencillo del plan.
Harry estaba eufórico. Golpeaba a sus improvisados ayudantes, dándole palmadas en la espalda.
– ¡Esto está saliendo de cine! – dijo, riéndose como un tonto.
Se acercó a su mujer. En cuanto esta escuchó su voz, lo identificó de inmediato como su estúpido marido borracho de toda la vida.
– Usted es Victoria Henderson…- le dijo Harry.
Hipó para continuar con su corto discurso.
– Usted es una conocida bruja. Sus sortilegios han afectado a varios conciudadanos de esta noble localidad. Como miembro de la Santa Inquisición, y como manda nuestro Creador, su pacto con el diablo la condena al infierno.
“Como suele suceder en estos casos, sólo su alma podrá ser purificada en cierta manera por el fuego devastador de la hoguera. Así es como debe ser.
“¡BRUJA MALVADA! ¡PECADORA! ¡NOVICIA DE SATANÁS!
Harry escupió sobre los pies descalzos de su mujer.
Contempló con agrado cómo esta tenía los ojos casi fuera de sus órbitas.
Estaba claro que, aunque tarde, estaba cumpliendo con parte de la tradición de ese día festivo.
Con torpeza derramó el contenido de la lata de gasolina sobre el cuerpo de Victoria, empapándole los cabellos y el camisón, para luego hacer lo propio sobre la leña.
Se distanció un par de metros y extrajo un mechero.
Lo encendió ante la figura convulsionada de su mujer, quien hacía de balancearse frenéticamente la mecedora hacia delante y atrás.
– Buen final de noche de Halloween, querida. Ya veo que he conseguido asustarte a lo grande – le dijo, revelándole el motivo de esa pesadilla del demonio.
Uno de los Ángeles del Infierno le golpeó con el codo en la espalda.
– Oye, viejo, me parece que te has equivocado de fecha.
“Hoy es San Valentín, el día de los enamorados…