La Fisura (Capítulo Cuarto).

IV


             1.


             Arthur Code estaba pletórico de ánimo y autoconfianza en su ego constantemente al alza con el paso de los años. Se puso uno de sus trajes informales adquiridos en 
“Woddy´s”, un concepto chillón y doliente del buen gusto en el vestir que divertía a lo grande a las nenas de Tracy Tutti Torso, y estuvo esperando en el salón, viendo “La Invasión de Viena” expuesta en la televisión de pantalla extraplana de ochenta y dos pulgadas con efectos tridimensionales Hakka Pakka, fabricada en Finlandia y con un costo de compra en el momento de su adquisición de cinco mil dólares contantes y sonantes. Se sirvió un vaso generoso y espléndido de un ron “Muerte Sudorosa” dominicano con dos cubitos de hielo ahuecados. Pasado un cuarto de hora extra largo, entre oleadas de artillería nazi y demoliciones estructurales de las edificaciones de la capital austriaca por parte de la ofensiva aliada en su camino imparable hacia Berlín, Code estaba seriamente achispado, sonriendo bobaliconamente ante el revoloteo de una pesadísima polilla que deambulaba en círculos alrededor de la pantalla. En ese estado de desidia etílica pudo percibir instintivamente el ronroneo estridente del vehículo que usualmente solía traer a las chicas de vida alegre nocturna (un Mazda GT 2200 trucado). Se levantó del sofá de piel de llama del altiplano peruano y con el vaso de licor en una mano, recorrió la distancia hasta el vestíbulo decorado con paredes revestidas con juncos de bambú barnizados. Abrió la puerta de madera de cedro tallado artesanalmente en “Tannati´s De Luxe” por mil setecientos dólares y saludó con un rictus de zalamería malsana a la chica situada bajo el pequeño pórtico infectado de hiedra retorcida.
            Era Wendy Currizos, la de Alabama. Una pelirroja teñida de un metro setenta, cincuenta y cinco kilos bien llevados y unos treinta años. Delantera respetable y trasero firme y en su sitio. Esa noche, de la forma en que iba vestida, con un conjunto oscuro de fiesta de generoso escote y con un hombro al descubierto, además del acierto en el maquillaje que llevaba encima del precioso cutis, aparentaba diez años menos.
            – Hola, Wendy – la saludó con cierta pérdida de entusiasmo nada más verla. La invitó a pasar por debajo del umbral con la mano desocupada.
            La mujer sonrió con picardía de lo más insulsa, y le acompañó hasta el salón con paso desgarbado. Code supo que la muy infeliz estaba caminando incómoda con esos zapatos de tacón de aguja de alta alcurnia.
            – Puedes descalzarte los pinreles, querida. El suelo está desinfectado. Lo hago fregar todos los días con un friegasuelos bio alcohólico, de aroma de pino con efecto triple lejía.
            – Oh, que gentil por tu parte. Se ve que en tu anterior vida, fuiste inspector de sanidad…- le agradeció la chica con ironía.
            Se quitó los zapatos, dejándolos caer sobre la genuina alfombra de piel de oso polar sacrificado unos meses antes de haber alcanzado la edad adulta en una partida de caza celebrada por Code y unos guías nativos cercana a la población de Chukiski, en la zona norte de Alaska. Se sentó en el sofá de seis plazas y media, y se puso a masajearse los dedos de los pies a través del nylon de los pantis negros.
            – Estoy hartita de tener que calzarme estos puñeteros zapatos – masculló, algo alterada.
            – La Madame Tracy os cuida bien, según tengo entendido.
            – Por lo que hacemos, ya puede, el muy desgraciado. A costa de nuestro sudor, va a financiarse la operación de cambio de sexo, no te fastidia. Y no te creas que pienso seguir mucho más tiempo ejerciendo de prostituta de lujo, nene.
            – Vaya. ¿Y cuáles son tus pretensiones de cara al futuro, Wend?
            Code se acomodó a su lado, ofreciéndole un vaso de tequila.
            Wendy lo miró con los ojos abiertos como soles.
            – Estoy estudiando para ser actriz. Pienso que tengo la clase y el glamour suficiente como para gustarle a la cámara. (La chica se fijó en la cara deshonesta que le puso su anfitrión). ¡Nada de pornografía, carajo! Las lecciones me las están impartiendo online por internet y cada viernes por la tarde recibo clases de interpretación sobre el escenario en el teatro de Barrick Town. ¡Mira que eres un cerdo malpensado!
            – ¿Pero qué clase de actriz? ¿De cine, de televisión o de teatro?
            Code estaba ciertamente decepcionado. La tal Wendy no era muy lanzada. Había esperado la visita de “Boom-Boom”, o a Martha, “La Alemana”, pero nunca a la soporífera de Wendy, “sonrisa de maíz”. Mira que se lo había mencionado explícitamente a Madame Tracy: “No más wendies, por favor. Luce muy bien, pero para cuando llega el instante álgido en que desea afanarse en sus quehaceres, ya han discurrido dos horas del más ominoso de los tedios.”.
            En este caso, la boca de la muchacha se abría y cerraba con la celeridad incansable del movimiento de los labios del muñeco de un ventrílocuo.
            – ¡Ja! Indudablemente, la respuesta tiene que ver con el mundo del cine. La televisión te quema en cuestión de meses. Y el teatro no te inmortaliza a nivel de los medios. Bla, bla, bla…
            Arthur Code se tomó dos coñacs, un tequila y dos copazos de crema irlandesa en los tres cuartos de hora que llevaba de conversación baldía con su acompañante, escuchando sus quiméricas ilusiones con la paciencia de un cliente en la cola de la caja de un supermercado en vísperas de las navidades.
            En un momento dado de hastío, se alzó medio aturdido entre marasmos producidos por la media borrachera que llevaba encima y sin tapujos, la miró directamente al canalillo del escote de su sugerente vestido.
            – Cambiando de tema, Wendy. ¿Qué te parecería si continuamos esta charla entre chapuzón y chapuzón en esa piscina de casi seis metros de profundidad a los sones de la guitarra acústica de Wendello?
            Cada tema de Wendello quedaba enmarcado dentro de lo que se consideraba la música comercial preferida del momento. Era un solista neoyorquino, melenudo y flacucho como el hueso mondo y lirondo de una pata de pollo asado, de cortas prestaciones artísticas, que hacía el payaso integral en el escenario, enardeciendo al sector femenino que le seguía con sus provocaciones.
            – Lo haremos sin la ropa puesta encima, claro – expuso Wendy.
            – Así será, cariño. La ropa mojada siempre en el tambor de la lavadora, por Dios. Estamos a veinticinco grados.
            Diez minutos después la pareja estaba inmersa en la calidez de la piscina, nadando y jugueteando. Code la retó a disputar una carrera de quince metros braza. Para su oprobio y vergüenza varonil, consiguió llegar a duras penas al otro lado de la piscina. Wendy se partió de risa viéndole llegar con tres metros de retraso, con la cara congestionada y tosiendo como si hubiera tragado veinte litros de agua. Definitivamente tenía que reconocer que ya no estaba en edad y condición física para dedicarse a esos menesteres deportivos.
            Cerca de la piscina, sobresaliendo como el pico de un pterodáctilo, estaba ubicado el altavoz “Sony Wild Wet Dreams”, difundiendo los acordes demenciales de Wendello:

“QUÍEREME U ÓDIAME,
PERO NO DEJES DE PENSAR EN MI FIGURA INSINUANTE.
ESTOY DISPONIBLE PARA LA ETERNIDAD.
NUNCA DEJES DE LUCHAR POR MÍ,
BLANDIENDO TUS ARMAS NATURALES,
PUES SI NO LO HACES
ME IRÉ CON OTRA MUCHO MEJOR,
MEJOR, MEJOR, MEJOR…”

            – Hermosa balada para una espléndida noche, ¿verdad, mocosa mía? – le susurró Code al oído de la chica mientras sostenía sus respingones senos entre las manos.
            La mujer asintió, y juntos se sumergieron hacia el fondo de la piscina, entrelazados. Se besaron y Code se puso tenso, con el corazón palpitante. Sintió una fuerte erección en la ingle. Ella le rodeó con sus piernas alrededor del final de su rabadilla.
            “Oh, Wend. ¡Por fin, Wend!”
            Estaba dispuesto a poseerla, cuando percibió como la mujer luchó por desenredarse de él.
            “eh”
            Wendy forcejeó con rudeza, con los ojos inyectados en sangre a la vez que iba exhalando burbujas frenéticas por la boca.
            ¡blup! ¡blup! ¡blup! ¡blup, blup, bluuppp!
            El hombre sintió un arañazo sobre el pecho, continuado del impacto de la rodilla derecha de Wendy en su entrepierna, haciendo que la soltara de entre sus brazos.
            La chica ascendió verticalmente hacia la superficie, con Code siguiéndola a escaso metro y medio. Cuando buscó el borde de la piscina, la prostituta arremetió de nuevo contra su figura, propinándole en esta ocasión un puñetazo explosivo en el ojo derecho, marcándole con tres surcos profundos en el pómulo del mismo lado del rostro. Las uñas de Wendy no le sacaron el globo ocular de puro milagro.
            Él se quejó lastimosamente, aspirando bocanadas de aire en pleno ataque de ansiedad.
            – ¡Hijo de perra! ¿Qué te has creído? ¡Las rarezas las practicas con tu madre, cerdo!
            Wendy se apoyó contra el borde, abandonando la piscina de un brinco.
            – ¿Pero qué te ocurre, joder? ¿Te has vuelto loca, o qué, maldita fulana? – masculló Code, igualmente histérico y fuera de sí.
            La mujer se volvió para acertarle con un escupitajo en plena cara. El salivazo le corrió desde la frente hasta el tabique nasal.
            – ¡Cabrón! Aún me lo preguntas. Maldito sádico pervertido. No pienses que esto va a quedar así. Ya verás cuando te coja por el cuello uno de los gorilas de Madame Tracy.
            “Olvídate de requerir más nuestros servicios, porque ninguna de mis compañeras van a querer compartir contigo ni una partida de dominó. Viejo enfermizo.
            Wendy se dio la vuelta, echando a correr por el caminillo de piedras. Entró en la casa por la terraza, deslizando la puerta corrediza, cerrando la hoja del ventanal de golpe desde el interior.
            Code vio el rastro de sangre color escarlata que fue dejando la chica en su huída precipitada. También presenció sobresaltado el culo rojizo, descarnado, en carne viva.
            Nunca había visto semejante cosa. Le entraron ganas de vomitar la ingesta de alcohol macerado en su estómago contraído.
            Salió de la piscina apoyándose en la base cuadrada del trampolín, con la mano sobre el ojo ya medio hinchado. El reguero continuaba allí, asentado encima del caminillo de losas. Dio unos pasos temblorosos, eludiendo las losas ensangrentadas cuando
            blup…
            una burbuja afloró a la superficie de la piscina, eclosionando al contactar con el oxígeno del aire. Desanduvo sus pasos, situándose al lado de la mesita camarera. Desde allí pudo entrever una mancha lívida sonrosada que se iba extendiendo por el centro del agua de la piscina. Ligera y espontánea, similar a una cortinilla ligera de gelatina.
            – Caray…– musitó al comprender que se trataba de la sangre de Wendy.
            Se acercó al borde con una incipiente aprensión.
            En el centro del vaso, depositado en el fondo, cerca del nivel de los adultos, divisó los contornos deformados de los cascotes.
            – No puede ser posible.
            Se puso de rodillas. Atisbó las profundidades con su único ojo sano.
            La grieta que había taponado estaba abierta, con el cemento resquebrajado apilado en el fondo azulado. Del agujero emergían unas burbujas. Estas ascendían hasta la superficie para terminar explotando como la burbuja predecesora.
            blup… blup…
            blup… blup…
            Code estaba atónito. Parecía que ni siquiera las sacudidas de un movimiento sísmico de nivel nueve le iban a condicionar a tener que moverse ni un ápice del sitio donde permanecía rígido observando cuanto sucedía en el fondo de su piscina recreativa.
            Las burbujas fueron incrementándose en cuantía. Entonces desde el interior de la enorme fisura surgieron unos tentáculos oscuros que se agitaban nerviosos como las patas sensibles de una araña al ser molestada por otra que se atreviera a transitar por su territorio de caza. Los tentáculos enarbolaban una bandera blanca, o eso es lo que Code pensó para no desmoronarse, cuando lo que realmente era agitado en el fondo de la piscina era el tejido externo de la piel arrebatado a las nalgas de Wendy.
            blup…
            Code se alejó a grandes zancadas, llorando a lágrima viva, preso de la histeria. Quiso hacer deslizar el ventanal de la terraza, pero Wendy lo había cerrado por dentro. Desesperado, cogió la silla de jardín más cercana y la arrojó contra el vidrio, destrozándolo, precipitándose en el interior de su bungalow, buscando su propia protección personal.
            En el exterior, la luz lechosa de la luna nueva iluminaba la superficie ondulante de la piscina. Sobre la misma, una sinfonía de burbujas nacía y moría en escasos segundos, componiendo notas musicales acuáticas.


http://www.google.com/buzz/api/button.js