FREAK (un fenómeno de circo).

FREAK
(un fenómeno de circo)

Escena primera
La feria es de cuarta categoría. Bueno. Eso es lo que pensaba yo. Me encontraba en un estado lamentable, la ciudad estaba en fiestas y andaba vagando de aquí por allá como un transportista extranjero sin GPS. Este año los señores del ayuntamiento habían recortado gastos en el presupuesto de actividades, y se habían conformado con concederle la licencia a un empresario de un país del este de Europa. Se encargaba de aportar su circo propio, amén de unas cuantas atracciones de feria. Yo siempre había detestado el circo. Más que nada por el olor que desprendían las bestias. Nunca he sido un fervor seguidor de las piruetas simpaticonas de los animales adiestrados a golpe de látigo y zanahoria. Soy así de raro. En cambio las casetas de los fenómenos y las atracciones de espejos y de terror sí que concitaban mi atención. Me divertía atrapado entre laberintos de espejos donde se reflejaba mi perversa personalidad en varios clones sonrientes. Y atravesar montado en una vagoneta por los vericuetos aterradores del castillo fantasma del doctor Dolor era ya el no va más para mi sentido gusto del morbo.
Así que medio alcoholizado, me fui recorriendo las barracas y para mi disgusto, no hallé más que atracciones propias para niños menores de diez años. No había ninguna creada para el deleite de los adultos. Un timo. Una estafa. Mi humor se puso denso y destemplado. Me apetecía agarrar al dueño de toda esa colección de baratijas y emprenderla a patadas contra el paquete de su ingle hasta dejarle caer desvanecido en un ovillo. Si hubiera dispuesto de una tea, toda esa patética feria hubiera ardido por los cuatro costados, clientela incluida. La bebida… Estaba dejándome influenciar por sus efectos nocivos. Sería mejor abandonar el recinto. La gente chillaba y se reía, y mi dolor de cabeza iba en aumento. Estaba a punto de irme, cuando alguien me asió por el codo de mi brazo derecho.
– No se marchará así, señor. No al menos sin ver una atracción – me dijo un ridículo gordinflas vestido de maestro de ceremonias. Hasta llevaba el sombrero de copa sobre la azotea del cráneo.
– Menuda diversión tiene aquí, amigo. Un circo aberrante y cuatro tonterías para los mocosos más tontos del barrio – le dije con acritud. Hipé en frente de su orondo y grasiento rostro. El tío estaba sudando dentro de su aparatoso traje como un cerdo bien cebado.
Se me quedó mirando con cara de no comprender nada.
– Usted trae toda esta porquería desde Mesopotamia – le critiqué con desdén.
– Albania, señor.
– Eso queda en Europa.
– Así es, señor. Y me es justo decirle que nuestra caravana tiene una reputación de alto nivel en buena parte del continente.
– Pero aquí estamos en América, amigo. Y qué quiere que le diga. Su circo y el resto de su feria me parece pura bazofia.
– Ajá. Discrepo de su opinión, pero en América hay democracia.
– Eso mismo.
– Y como hay democracia, tiene cabida tanto su opinión como mi maravilloso espectáculo.
Me estaba hartando de tanta cháchara con ese payaso. Me libré de su apretón y continué dando tumbos con la bebida dominando mis impulsos. Joder, ese albanés no me conocía bien. Si supiera lo cabrón que llego a ser, ni se hubiera dignado en dirigirme la palabra. Con lo fácil que resultaba atarle en la silla del sótano de mi casa y sacarle los dientes uno a uno con unas tenazas. Le salvaba que me encontraba borracho perdido. Si no otra patética víctima anónima que iba a sumarse a mi depravado juego solitario del torturador y su presa. Ya no sé ni cuántos cuerpos llevo sepultados bajo el piso del sótano. Deben de ser ya una docena. No está mal para llevar simplemente un año y medio con mi diversión infernal.
Continué andando en eses, cuando percibí que alguien correteaba detrás de mi estela. Me volví y el inmenso dueño de la barraca me alcanzó casi con la lengua fuera. Estaba opulento. Mucha carne para ser diseccionada con el filo de un buen bisturí de cirujano. Tardó unos segundos en recuperarse del esfuerzo de la carrera.
– Es una pena que decida marcharse, señor.
– Déjeme ir a mi bola, amigo. Si no lo hace, lo más probable es que lo lamente luego – le corté poniendo mi característica mirada que helaba la sangre en todo aquel que se pusiera pesado conmigo.
El hombre se quedó quieto por un momento. Luego fue sonriendo.
– Usted es perfecto- dijo encantado con mi pose.
– ¿A qué se refiere?
– Digo que usted es perfecto para mi espectáculo.
Dicho y hecho extrajo un arma de esas que al disparar descargan una serie de corrientes eléctricas para inmovilizar a los presos en ciertas cárceles del estado. El caso es que me apuntó de maravilla y consiguió que perdiera el conocimiento entre fuertes espasmos de dolor.



El circo y el resto de su negocio es albanés. Desconozco en qué parte de Europa queda ese condenado país. Sólo se que en lo que a mí me atañe, su dueño es un sujeto muy peligroso para la sociedad en que vivimos. Más o menos cómo lo soy yo.
Desperté mucho más adelante sin derecho a replicar ninguna de sus órdenes. Para algo me había sido arrancada la lengua. Además de las orejas y el posterior ensañamiento con mi nariz. Mediante el efectivo uso de la morfina, y unos ásperos conocimientos de cirugía plástica, el dueño del espectáculo modificó mi rostro tornándolo irreconocible incluso para mí mismo. Me convirtió en un fenómeno de circo. Un ser aberrante y deforme, que sufría las pesadas bromas de tres payasos sádicos e inclementes. Vivía encerrado en un carromato insignificante, con barrotes en las ventanas y con la puerta cerrada bajo llave y un grueso candado oxidado. Este era mi nuevo destino. Las pocas veces que conciliaba el sueño, era para tener horribles pesadillas en las cuales los espíritus de mis víctimas del sótano acudían a mi encuentro para regocijarse de mi situación actual.
Mi abuelo paterno solía decirme a veces las vueltas que daba la vida.
En eso tenía toda la razón.
De carcelero he pasado a prisionero.
De torturador a la persona torturada.
De depredador a presa.
La última diferencia entre mis víctimas y yo es que ellas ya estaban muertas mientras yo me mantengo aún vivo.
Me levanto para aferrarme a los barrotes de mi prisión rodante.
¿En qué me he convertido?
Antes, por mi condición de asesino en serie sin remordimientos de ningún tipo, pudiera ser merecedor de la pena capital. ¡Pero y ahora! No me queda más consuelo que esperar mi oportunidad. No mi ocasión de escape. Si no la simple posibilidad de tener a mi alcance el cuello de triple papada del dueño de la compañía para rebanárselo de oreja a oreja con un afilado cuchillo. Hasta que ese momento llegue, he de conformarme con mis penurias de Monstruo de La Cabeza Lisa.
La entrada sólo cuesta doce dólares.
Pasen y vean, señores…
Verán que el “show” merece la pena.


FREAK
(un fenómeno de circo)


Escena segunda


No tengo más el don de la palabra. Tan solo puedo soltar gruñidos abyectos por la falta de mi lengua. Mi rostro es una pura máscara de horror chinesca. Sin orejas. Sin nariz. Con la cabeza afeitada. Al principio me maquillaban como si fuera un payaso esquizofrénico surgido de una pesadilla de gin tonic con barbitúricos. Con el tiempo ya me fui acostumbrando a hacérmelo yo solito delante del espejo de mi camerino. Mi camerino estaba dentro mismo de mi prisión rodante. Mi espejo era un pequeño trozo roto perteneciente a uno mayor que seguro que le habría traído no siete, sino un millón de años de mala suerte al dueño del mismo. Ojala que ese dueño fuese Basilio. Así se llama el gran maestro de ceremonias de la TROPA CELESTE. Y así se hace llamar su circo majestuoso y las atracciones que lleva a cuestas por buena parte de Europa y del continente americano. Las atracciones eran insufriblemente infantiles. ¿Para qué iban a resultar interesantes para los adultos, si la verdadera atracción era el propio circo? Un circo maquiavélico, donde los protagonistas eran seres deformes y caricaturescos saltando de trapecio en trapecio, fustigando a leones famélicos y carentes de toda cola, lanzando cuchillos afilados a la bella Marta, lo único agradable de ver en toda la “trouppe”, y rematando faena, el número de los payasos poseídos por Satanás persiguiendo sin parar al Monstruo de la Cabeza Lisa con el fin de masacrarle a porrazos con auténticos bates de béisbol.
Por cierto, yo soy el Monstruo de la Cabeza Lisa.
Basilio no me conoce bien. Cuando me atacó con el táser en mi ciudad natal con el objeto de convertirme en lo que ahora soy y en servirse de mis atractivos cara a la galería, jamás pudo sospechar que nos habíamos unido dos seres de lo más despreciables. Yo era por aquel entonces un asesino en serie sádico y cruel. Me encantaba mantener a mis víctimas inmovilizadas en una silla en el sótano de mi casa por horas interminables, inflingiéndoles todo tipo de torturas con objetos afilados, hasta que llegado el momento me aburría y decidía acelerar el proceso. Luego quedaba echar mano de la pala. De hecho en apenas un año y pico disponía de un bonito cementerio bajo el suelo del sótano. Allí reposan los restos de una tal Anna. La osamenta de un tío cretino que vino a venderme un seguro del hogar a todo riesgo. La bicicleta de la repartidora de prensa matutina del barrio con su dueña, evidentemente. En fin. Eso era yo. Un despiadado, frío y calculador asesino. Hasta que a un estúpido dueño de una compañía ambulante albanesa se le ocurrió la brillante idea de secuestrarme para formar parte de su insufrible elenco de fenómenos de circo.  Sin contar con mi asentimiento. Como me había dejado mudo, indocumentado y alejado de mi entorno familiar, si es que acaso yo lo tuviera, porque mis padres me detestaban y vivían al otro extremo del país, el bueno de don Basilio se había pensado que con el paso del tiempo ya no iba a tenérsela jurada. Que iba a terminar por adaptarme a su peculiar tropa de aberraciones andantes y parlantes. Craso error.
Llevaba un año colaborando de manera desinteresada en el dichoso numerito de los payasos satánicos, y poco a poco el maestro de ceremonias fue bajando de manera peligrosa la guardia. Se ve que tenía alguna clase de remordimiento respecto a lo que me había hecho, y como veía que El Monstruo de la Cabeza Lisa estaba ejecutando su labor diaria con todas las ganas del mundo que podía hacerlo una persona raptada y mutilada a las órdenes de su brutal captor, decidió que era hora que yo dejara de vivir y de trasladarme en el interior de la prisión andante. Me encontró acomodo en la caravana de un tipejo que tenía aspecto de reptil y que ejercía el número del hombre bala. Jamás quise interesarme si el tal Basilio le había rebautizado bajo una lluvia de ácido para conferirle a la piel ese aspecto tan granulado, así que estuvimos conviviendo ambos en buena paz y armonía, porque del mismo modo a mi nuevo compañero de habitación le importaba un pepino el modo en que yo me había quedado sin habla, sin nariz y sin orejas.
Con el paso del tiempo, me fui convirtiendo en uno más de la compañía y podía ya merodear a mis anchas por toda la zona de acampada. Para mi sorpresa, una mañana don Basilio me concedió permiso para ir de excursión a la ciudad donde nos correspondía estar por esas fechas de la gira de verano.
Mi mejor amiga era la encantadora y majestuosa Marta. La muchachita que se afanaba en todas las funciones del circo a eludir los lanzamientos de cuchillos por parte de Sanabrio, el Duende de la Doble Chepa. Mediante mi escritura sobre el reverso de un programa de fiestas de la localidad pude invitarla a que fuera mi adorable acompañante. Y Marta, cuyo corazón es de oro, aceptó de muy buen grado.
Más tarde, cuando volvimos ya de la excursión, me dirigí acompañado de mi colega de cuarto, el hombre con aspecto de reptil, hacia la caravana que hacía de oficinas del dueño albanés. Don Basilio abrió la puerta con desgana. Raramente aceptaba visitas de sus empleados en su despacho.
– Vaya. Don Feo y don Escamoso. ¿Qué se os ofrece por aquí? – nos trató de inicio con desdén.
Evidentemente yo no podía articular ni media palabra. Pero eso no importaba. Reptil estaba bien aleccionado sobre lo que tenía que decirle al puerco seboso de don Basilio.
– Cierre el pico, y quédese sentado en su silla – le ordenó Reptil.
– ¿Cómo? – Basilio hizo la intención de incorporarse, pero mi compañero le convenció de lo contrario con la exhibición de un machete.
– Está bien, muchacho. No te exaltes. Tengamos la fiesta en paz. Si queréis algo de dinero suelto para tomaros una coca cola, id a la taquilla y que os de Adela unos cambios. Decidle que vais de mi parte.- continuó diciendo para tratar de convencernos de no cometer una tontería.
El maestro de ceremonias esbozó una sonrisa nerviosa. No se esperaba que me fuera a acercar yo con una preciosa cuerda de nylon. Para cuando quiso resistirse, ya estaba con el lazo colocado entre su barriga y el respaldo del sillón. Lo demás fue dar vueltas a su alrededor hasta inmovilizarle por completo.
Su rostro se tornó iracundo. Estaba claro que esa situación no le agradaba lo más mínimo.
– ¿Qué hacéis, pareja de desgraciados? ¡Soltadme os digo! ¿O es que acaso queréis que os arregle un poco más vuestra fachada de aspirante a actor secundario de una producción barata de terror?
Pataleó sentado y tironeó de la cuerda, pero los nudos que le había aplicado eran de los más eficaces contra todo tipo de escapismo. Hasta Houdini las hubiera pasado canutas con mi técnica de creación de nudos marineros.
Le puse un buen trapo en la boca, y así estuvo bien calladito. Con un gesto le indiqué a Reptil que se ocupara de vigilarlo mientras yo me dirigía al ordenador de sobremesa. Estaba encendido. Busqué la página Web del banco donde don Basilio tenía depositado todos sus bienes financieros. Esta información bendita se la debía a Marta, que por algo pasó alguna que otra velada lujuriosa con nuestro amigo el mantecas. Estaba todo introducido, menos la contraseña particular. Miré al empresario albanés. Reptil adivinó mis intenciones y se encargó de quitarle la mordaza.
– ¡Cabrones! En cuanto me suelte os voy a despellejar vivo en una tinaja de aceite hirviendo – bramó, con el rostro rojo de furia.
Reptil se encargó de tranquilizarle con el apoyo del filo del machete bajo su triple papada.
– Dinos la contraseña de acceso a tu cuenta – siseó Reptil.
– Me cago en tu madre…
– Será la última vez que te lo pida – le amenazó Reptil, apretando el filo contra los pliegues de grasa de su garganta.
El maestro de ceremonias de TROPA CELESTE nos confío la contraseña en un susurro desesperado. Me encargué de teclearlo en el campo de la pequeña ventana de acceso a su cuenta.
Una vez conseguido esto, todo lo demás fue coser y cantar.


Abandonamos la caravana un cuarto de hora después. Estuve divirtiéndome todo ese rato con la proliferación de grasa del empresario. Con un simple punzón de zapatero se consiguen un montón de perforaciones en un cuerpo humano antes de condenarlo a la muerte más sádica posible. Seguía llevándolo en mis genes. Demonios, me había mantenido casi dos años sin haber asesinado a nadie. Fue una especie de liberación mental. Un viejo anhelo recuperado de nuevo.
Los dos dejamos el complejo circense para dirigirnos a la ciudad. Quedamos citados con Marta en un local de comida rápida. Mi amigo Reptil estaba muy desconfiado. Pensaba que la chica nos la iba a jugar en el último momento. Le aseguré por gestos que ella era la persona en la que más creía de toda mi vida. Llegó con media hora de retraso. Acarreaba consigo un maletín de piel. Estaba muy sonriente. Dios. La chica te podía derretir con su simple sonrisa. Nada más sentarse, nos enseñó el contenido del maletín. Dentro del mismo había un montón de fajos de billetes de cincuenta euros. Una cantidad total de seiscientos mil euros. La recaudación de la mitad de la gira recorrida por media Europa. Lloré emocionado.
Esa mañana que fui acompañado de Marta a la ciudad, fuimos a un banco y abrimos una cuenta a nombre de ella. A esa cuenta fue donde yo transferí buena parte de los ahorros del dueño del circo y del resto de atracciones de la feria.
Los tres juntos nos fundimos en un único y noble abrazo.
El camarero nos miraba de refilón.
Su expresión lo decía todo.
Cómo diablos podía tamaña belleza estar relacionada con dos fenómenos de circo como el Reptil y yo.
Ay amigo, eso mejor te lo explicaría yo con pelos y señales en un oscuro sótano acompañado de cuerdas y cuchillas de afeitar…


FREAK (un fenómeno de circo) Escena primera

Hoy publico un relato de dos capítulos. Tengo que reconocerlo. FREAK es un escrito al que como propietario de este pequeño rincón de sobresaltos traicioneros, je, je, le tengo un cariño muy especial. Lo escribí en su momento tomándolo como si pudiera ser la base de un capítulo de una serie de terror americana. Espero que degusten su lectura, y se posicionen a favor o en contra de las desventuras del cariñoso protagonista de
FREAK.

FREAK
(un fenómeno de circo)
(I)

Escena primera

La feria es de cuarta categoría. Bueno. Eso es lo que pensaba yo. Me encontraba en un estado lamentable, la ciudad estaba en fiestas y andaba vagando de aquí por allá como un transportista extranjero sin GPS. Este año los señores del ayuntamiento habían recortado gastos en el presupuesto de actividades, y se habían conformado con concederle la licencia a un empresario de un país del este de Europa. Se encargaba de aportar su circo propio, amén de unas cuantas atracciones de feria. Yo siempre había detestado el circo. Más que nada por el olor que desprendían las bestias. Nunca he sido un fervor seguidor de las piruetas simpaticonas de los animales adiestrados a golpe de látigo y zanahoria. Soy así de raro. En cambio las casetas de los fenómenos y las atracciones de espejos y de terror sí que concitaban mi atención. Me divertía atrapado entre laberintos de espejos donde se reflejaba mi perversa personalidad en varios clones sonrientes. Y atravesar montado en una vagoneta por los vericuetos aterradores del castillo fantasma del doctor Dolor era ya el no va más para mi sentido gusto del morbo.
Así que medio borracho, me fui recorriendo las barracas y para mi disgusto, no hallé más que atracciones propias para niños menores de diez años. No había ninguna creada para el deleite de los adultos. Un timo. Una estafa. Mi humor se puso denso y destemplado. Me apetecía agarrar al dueño de toda esa colección de baratijas y emprenderla a patadas contra el paquete de su ingle hasta dejarle caer desvanecido en un ovillo. Si hubiera dispuesto de una tea, toda esa patética feria hubiera ardido por los cuatro costados, clientela incluida. La bebida… Estaba dejándome influenciar por sus efectos nocivos. Sería mejor abandonar el recinto. La gente chillaba y se reía, y mi dolor de cabeza iba en aumento. Estaba a punto de irme, cuando alguien me asió por el codo de mi brazo derecho.
– No se marchará así, señor. No al menos sin ver una atracción – me dijo un ridículo gordinflas vestido de maestro de ceremonias. Hasta llevaba el sombrero de copa sobre la azotea del cráneo.
– Menuda diversión tiene aquí, amigo. Un circo aberrante y cuatro tonterías para los mocosos más tontos del barrio – le dije con acritud. Hipé en frente de su orondo y grasiento rostro. El tío estaba sudando dentro de su aparatoso traje como un cerdo bien cebado.
Se me quedó mirando con cara de no comprender nada.
– Usted trae toda esta porquería desde Mesopotamia – le critiqué con desdén.
– Albania, señor.
– Eso queda en Europa.
– Así es, señor. Y me es justo decirle que nuestra caravana tiene una reputación de alto nivel en buena parte del continente.
– Pero aquí estamos en América, amigo. Y qué quiere que le diga. Su circo y el resto de su feria me parece pura bazofia.
– Ajá. Discrepo de su opinión, pero en América hay democracia.
– Eso mismo.
– Y como hay democracia, tiene cabida tanto su opinión como mi maravilloso espectáculo.
Me estaba hartando de tanta cháchara con ese payaso. Me libré de su apretón y continué dando tumbos con la bebida dominando mis impulsos. Joder, ese albanés no me conocía bien. Si supiera lo cabrón que llego a ser, ni se hubiera dignado en dirigirme la palabra. Con lo fácil que resultaba atarle en la silla del sótano de mi casa y sacarle los dientes uno a uno con unas tenazas. Le salvaba que me encontraba borracho perdido. Si no otra patética víctima anónima que iba a sumarse a mi depravado juego solitario del torturador y su presa. Ya no sé ni cuántos cuerpos llevo sepultados bajo el piso del sótano. Deben de ser ya una docena. No está mal para llevar simplemente un año con mi diversión infernal.
Continué andando en eses, cuando percibí que alguien correteaba detrás de mi estela. Me volví y el inmenso dueño de la barraca me alcanzó casi con la lengua fuera. Estaba opulento. Mucha carne para ser diseccionada con el filo de un buen bisturí de cirujano. Tardó unos segundos en recuperarse del esfuerzo de la carrera.
– Es una pena que decida marcharse, señor.
– Déjeme ir a mi bola, amigo. Si no lo hace, lo más probable es que lo lamente luego – le corté poniendo mi característica mirada que helaba la sangre en todo aquel que se pusiera pesado conmigo.
El hombre se quedó quieto por un momento. Luego fue sonriendo.
– Usted es perfecto- dijo encantado con mi pose.
– ¿A qué se refiere?
– Digo que usted es perfecto para mi espectáculo.
Y dicho y hecho extrajo un arma de esas que al disparar descargan una serie de corrientes eléctricas para inmovilizar a los presos en ciertas cárceles del estado. El caso es que me apuntó de maravilla y consiguió que perdiera el conocimiento entre fuertes espasmos de dolor.

El circo y el resto de su negocio es albanés. Desconozco en qué parte de Europa queda ese condenado país. Sólo se que en lo que a mí me atañe, su dueño es un sujeto muy peligroso para la sociedad en que vivimos. Más o menos cómo lo soy yo.
Desperté mucho más adelante sin derecho a replicar ninguna de sus órdenes. Para algo me había sido arrancada la lengua. Y las orejas. Y la nariz. Mediante el efectivo uso de la morfina, y unos ásperos conocimientos de cirugía plástica, el dueño del espectáculo modificó mi rostro tornándolo irreconocible incluso para mí mismo. Me convirtió en un fenómeno de circo. Un ser aberrante y deforme, que sufría las pesadas bromas de tres payasos sádicos e inclementes. Vivía encerrado en un carromato insignificante, con barrotes en las ventanas y con la puerta cerrada bajo llave. Este era mi nuevo destino. Las pocas veces que conciliaba el sueño, era para tener horribles pesadillas en las cuales los espíritus de mis víctimas del sótano acudían a mi encuentro para regocijarse de mi situación actual.
Mi abuelo paterno solía decirme a veces las vueltas que daba la vida.
En eso tenía toda la razón.
De carcelero he pasado a prisionero.
De torturador a la persona torturada.
De depredador a presa.
La última diferencia entre mis víctimas y yo es que ellas ya estaban muertas mientras yo me mantengo aún vivo.
Me levanto para aferrarme a los barrotes de mi prisión rodante.
¿En qué me he convertido?
Antes por mi condición de asesino en serie sin remordimientos de ningún tipo pudiera ser merecedor de la pena capital. ¡Pero y ahora! No me queda más consuelo que esperar mi oportunidad. No mi ocasión de escape. Si no la simple posibilidad de tener a mi alcance el cuello de triple papada del dueño de la compañía para rebanárselo de oreja a oreja con un afilado cuchillo. Hasta que ese momento llegue, he de conformarme con mis penurias de Monstruo de La Cabeza Lisa.
La entrada sólo cuesta doce dólares.
Pasen y vean, señores…
Verán que el “show” vale la pena.