Despedida de soltero a lo bestia

El suceso devastador y grotesco duró menos de tres minutos.
Elevemos las oraciones al Cielo por la corta duración del mismo.
El caso era que Antoine Collete iba a casarse dentro de quince días con su querida y coquetona Susanne Omelette, y como era preceptivo en estos casos, los amigos del muchacho decidieron organizarle una despedida de soltero a lo grande. La fiesta fue un exitazo. Comieron como fieras y bebieron como orangutanes sedientos. La hecatombe llegó cuando, ebrios a más no poder, condujeron a Antoine al zoológico municipal.
Uno de sus amigos trabajaba allí de cuidador y disponía de la llave maestra. Recorrieron a tumbos entre sombras juguetonas buena parte del recinto, aturdiendo a las bestias con las luces de las linternas y sus berridos altisonantes. Hasta que llegaron ante Orejitas. Era un elefante macho de quince años. Convencieron al futuro marido de Susanne a subirse encima del lomo del animal, aprovechando que este estaba echado sobre las rodillas medio adormilado. Orejitas se dio cuenta de la situación demasiado tarde, con el joven sentado de mala forma a horcajadas sobre su grupa.
– Soy el Rey de los Paquidermos – alborotó Antoine.
– Así es. Ellos te respetan y te aman – contestaron a coro las amistades del joven.
Una de ellas arrimó una aguja a la trompa del elefante y se la pinchó con alevosía.
Orejitas barritó espantado y se incorporó sobre sus cuatro patas, echando a correr, abandonando la jaula por la puerta abierta y dejada así descuidadamente por la tropa de impresentables.
Antoine se asía al animal hincando las uñas en la dura piel, echado sobre su lomo, tratando de no salir despedido por los aires.
– ¡Auxilio! – gritó aterrorizado. – Que nunca he sido buen jinete.
La realidad es que esa era la primera vez que cabalgaba sobre un cuadrúpedo.
Orejitas abandonó el Zoo, con los amigos de Antoine siguiéndole los pasos entre eses de beodos. La trompa endolorida barritaba su desesperanza y su furia. Agitaba la cabeza intentando desprenderse de aquella cosa horrenda acomodada sobre su espalda.
Orejitas enfiló la calle principal, embistiendo la hilera de vehículos aparcados. Las compañías de seguros jamás olvidarían esa madrugada de furia incontenible del elefante.
– NO. Dios mío. Qué destrozo – farfullaba Antoine.
Orejitas lo zarandeó como si estuviera montado en un toro mecánico.
Finalmente salió despedido contra el escaparate de un Sex Shop.
El cristal se hizo añicos.
Los quejidos de Antoine conmovieron a sus amigos, que no al paquidermo. Este se arrimó a la tienda y alargó la trompa, sujetándole por la pierna derecha, sacándole de allí hecho una pena y llevándolo a rastras, lo acercó a una alcantarilla al que le faltaba la tapa y lo arrojó de cabeza en su interior. A resultas de eso, Antoine quedó comatoso y enfermó de fiebres palúdicas, pasando al otro mundo en menos de cuarenta y ocho horas.
Orejitas fue capturado a las pocas horas y devuelto a su Zoo querido.
Los amigos del desafortunado Antoine desaparecieron del mapa.
Se trataba de evitar dar explicaciones a la compungida novia.

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