Fuerza letal (Dios bendiga América)

Bueno. Este es un relato antiguo, al que le antepongo una entrada explicativa. FUERZA LETAL ha sido publicado, aparte de en mi blog, en varias webs de relatos. En todas ha recibido buenas críticas, y han comprendido que es la visión que debe de tener un asesino en masa para llevar hacia adelante su macabra gesta. Es un relato crudo y bastante duro, no apto para estómagos sensibles. En una web de cuentos de terror, para mí sorpresa, muchos lectores se pensaron que eran las ideas del autor del relato. Y se me insultó gravemente sin que lograran distinguir que simplemente es un relato de ficción. Evidentemente repudio las tropelías de estos engendros que matan por matar. Repito, simplemente es un relato, donde intento ponerme en el preludio de la mente asesina instantes antes de incurrir en su acto de violencia indiscriminada.


Todo me da absolutamente igual.
No sufro pena, ni siento dolor.
Lo que le sucede al resto de la humanidad me importa un bledo.
Si hay hambre en el mundo, es porque se lo merece.
El ser humano es vil y mezquino.
Ojala desaparezca de la faz de la tierra.
Que vuelvan a dominar los enormes reptiles del pasado.
El egoísmo, la prepotencia, ver todo ello reflejado en los seres que me rodean me repugna.
Siempre pienso de la misma manera. Ese desgraciado del traje italiano y su BMW, aprovecha tu puto desenfreno a tope. Dentro de setenta años habrás criado algo más que malvas y seguro que tus aires de grandeza no te servirán de nada bajo tres metros de tierra del mismo cementerio donde a tu lado estará enterrado un gilipollas que las pasó canutas con un divorcio a cuestas y tres hijos a que pasar la pensión de su mísero salario de mil dólares mientras su ex se la estaba pegando con un repartidor de leche a domicilio.
Enciendo y apago la televisión mil veces en una hora.
Me fumo cinco cigarrillos de tabaco rubio en media hora.
Atisbo a través del cristal de una de las ventanas.
Cierro los dedos de la mano derecha con fuerza, formando un puño cerrado y me pongo a golpear la pared con un odio irreprimible hacia mi existencia.
Dios, cuánto hubiera dado por no haber nacido.
Menuda equivocación la de mis padres al haberse conocido en un baile de fin de curso de la universidad.
Me doy una ducha fría.
Estoy furioso. Me dan ganas de coger el bate de béisbol que guardo en la despensa, bajar corriendo de dos en dos los escalones de la escalera hasta salir a la calle y ponerme a reventar los parabrisas delanteros de los coches estacionados en frente del edificio donde vivo.
Me quedaría quieto, esperando a la reacción de los dueños. A ver si salía uno encabronado y me pegaba un tiro.
Dios, me restriego la panza con la esponja reseca hasta ponerla roja por el roce sin jabón ni nada.
Me seco y me visto de nuevo.
Doy vueltas arriba y abajo del pasillo.
Cuánto detesto vivir en este mundo.
Cuando estoy así, pienso en el recurso del suicidio, pero lo encuentro muy estúpido.
Tengo que abandonar este puto planeta haciendo algo grande.
Que se me recordara para siempre.
Busco debajo de mi cama y saco una caja de cierre hermético. Pulso un botón y se abre la tapa.
Dentro tengo mi beretta modificada.
Suelo alejarme en mi coche hasta las afueras de la ciudad y me pongo a disparar a los árboles, a las ramas, las hojas…
Ven Harry El Sucio. Te voy a meter veinte balas por el culo.
Me estoy excitando.
Puede que sea el día.
Si tengo agallas, hoy será el día que pueda despedirme del resto de la estúpida América de los cojones.
Fuerza letal.
Dos palabras.
Si consigo que se pronuncien por alguien que yo me sé, habré solucionado el dislate de haber formado parte de seis mil millones de patéticos ejemplares.
Me pongo una defensa abdominal de hockey hielo y por encima un grueso jersey negro de lana. Así parezco que llevo un chaleco kevlar debajo de la ropa. Pantalones negros de muchos bolsillos, mis botas de monte y un pasamontañas.
Me miro reflejado en el espejo.
De puta madre.
Es mi día.
El definitivo.
Me enfundo la pistola en el cinturón y abandono mi piso.
Un vecino se queda de piedra al ver mi aspecto.
Le pego un tiro en la frente y sin parar a cerciorarme si la ha palmado, termino de bajar por el tramo de escalones hasta llegar a la calle. Me introduzco en mi coche y me largo de allí.
Mi corazón palpita desenfrenado por la emoción del momento.
Tengo un subidón de adrenalina impresionante.
Pongo la radio a tope. Escojo una canción de rock duro.
Estoy con ganas de armarla.
Y tengo decidido dónde.
Un centro comercial.
El más cercano.
Será fácil.
Está muy poco vigilado. Como mucho un par de vigilantes desarmados.
Me haré notar.
De tal manera que esto provocará las dos palabras que tanto ansiaba fuesen pronunciadas por las fuerzas de asalto.
Fuerza letal.
Joder, cuánto me asqueaba toda la gente…
Voy a disfrutar cuando todo se vaya al carajo.
Detengo el coche de mala manera en el parking. Me bajo de él y me encamino a buen ritmo hacia la entrada. Todos se me quedan mirando por mi atuendo. Y pronto surgen gritos, chillidos. Empiezo a vaciar el cargador… Dispongo de diez más…
Esto es un placer.
Estoy en la gloria.
Todo es un caos.
Acierto y fallo.
Hay muertos, heridos y el resto sale en desbandada por las puertas automáticas.
No merezco haber nacido.
Lo tengo claro.
Hoy es mi día.
El último.
La Fuerza Letal me espera.

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