Juguemos a las canicas

Lucas no quería saber nada de jugar con aquel niño de aspecto tan raro.
– Nada. Que no juego con él – se negó con firmeza.
Antonio trataba de convencerle.
– Venga. Es un pringado. Le ganaremos todas las canicas.
– Yo solo te acompaño. Tú si quieres retarle, hazlo.
Antonio palpó la bolsita donde guardaba sus bolitas de vidrio. Fue decidido a hablar con el nuevo compañero de clase.
– Hola. Soy Antonio. Y este es Lucas, “el cagado”.
– Muy gracioso, San Antonio – le dijo Lucas.
El niño tenía una abundante mata de pelo color albino. Era bastante esquelético y tenía los ojos hundidos en las cuencas. Los miró con desgana.
– Yo me llamo Pascual, pero todos me conocen por “Zombie”.
– No me extraña – se rió Lucas.
– Cállate, bobo – Antonio aferró la funda de las canicas y se lo mostró al chico nuevo. – Mira, Pascual. Aquí tenemos costumbre de jugar con las canicas. El que gana, se queda con las del otro. Aunque más que nada se elige las canicas más bonitas del que pierde. ¿Te apetece jugar una partida? Te he visto antes lanzándolas a solas.
– Bueno. Pero con una condición. Se juega según mis normas y en la zona del patio donde yo diga.
– Vale.
“Zombie” les llevó a la parte más alejada, donde había una pequeña arboleda.
– Aquí – señaló.
– Muy bien. Veamos tus canicas.
Pascual rebuscó en los bolsillos de sus pantalones cortos y dejó en el suelo diez canicas opacas de color hueso.
– Qué feas – opinó Lucas.
– Son un poco especiales – explicó “Zombie”. – Bueno, Antonio, la regla es la siguiente, por cada canica que te como, te robo diez años.
Antonio se quedó perplejo.
– Tú estás loco. Cómo me vas a quitar diez años de golpe.
– ¿Hace o no hace? – le urgió “Zombie”.
– De acuerdo. En este caso te voy a ganar todas las que tienes.
– Ostras, tío. Esto me da mala espina – le advirtió Lucas. – No me gusta cómo te mira este tío.
– Anda, déjame jugar en paz. Le voy a dar una paliza…
“Zombie” se sentó con las piernas cruzadas, situando sus canicas.
– Te dejo que empieces – le dijo a Antonio.
Antonio tragó saliva para concentrarse e inició la primera tirada.

La maestra Teresa Gómez acudió al patio avisada por el bedel. Uno de los niños de sexto curso estaba teniendo un ataque de nervios. Cuando llegó a mitad de patio, Lucas estaba llorando y gritando como un desesperado. Lo asió por los hombros para tranquilizarlo un poco.
– ¿Qué ocurre, Lucas? Dios mío, estás aterrorizado.
– Es Antonio. “Zombie” ha hecho trampas y le ha ganado todas las canicas.
– ¿”Zombie”? ¿De quién hablas, Lucas?
– Del niño nuevo que ha empezado hoy las clases con nosotros.
Teresa estaba extrañada con la contestación de Lucas.
– ¿Dónde está Antonio, Lucas?
– Allí. Donde los árboles.
El niño temblaba mala cosa, y la maestra le pidió al bedel que se hiciera cargo momentáneo del chiquillo. La mujer encaminó sus pasos hacia la arboleda.
Cuando llegó, no vio a ningún niño.
Ni al tal “Zombie”, ni a Antonio.
Lo que vio fue el cadáver de un anciano, con la camiseta y los pantalones cortos de Antonio puestos encima. Tenía una edad tan avanzada, que debía de superar el centenar de años…

2 comentarios en “Juguemos a las canicas

  1. La realidad es que cada escritor tiene algunas obras por las que siente un especial cariño. Este es el caso de juguemos a las canicas. También tengo otros que son mis hijos preferidos, entre comillas, eh, que no se me malentienda. je je. Muchas gracias Daniel HB por el comentario. Y de ampuloso nada.Un fuerte saludo. 🙂

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