Volver a ser primera portada de un periódico

Era época de crisis. La situación laboral afectaba a buena parte de la población. Los salarios se congelaron. Los expedientes de regulación de empleo estaban a la orden del día. Ya no se contrataba de manera indefinida a nadie. Como mucho por meses. La incertidumbre rondaba los pensamientos de muchos, tornándose en preocupaciones que luego quedaban reflejados en el rendimiento posterior dentro del trabajo. Las propias empresas exigían cada vez más dedicación y esfuerzo personal, con el aliciente que si no se era lo suficientemente rentable, la puerta estaba abierta y al otro lado aguardaban en fila un número indeterminado de futuros candidatos a la usurpación del puesto laboral.
Así se encontraba Matías Ayúcar. Era un reportero de calle de un periódico al punto del cierre por descenso de ventas en los últimos meses. El redactor jefe le fue sincero.
– Matías. Primero van a empezar por reducir plantilla. Tú tienes cincuenta años y tienes todas las papeletas para irte a la calle. Además llevas una temporada sin producir noticias relevantes. Y el último artículo tuyo que fue primera portada data de hace más de una década.
– Ya, bueno. La sección en que estoy no es que de para paralizar al lector y dejarle sin habla durante cinco minutos seguidos – se defendió Matías.
– Chico, sabemos que esta ciudad no es Nueva York, ni Madrid o Barcelona. Pero no hay forma de que consigas una exclusiva. Y que conste que la inseguridad ciudadana ha aumentado con el paro y la presencia excesiva de inmigrantes sin papeles.
– Estamos hablando de una localidad de treinta mil habitantes.
– Más o menos.
– No esperarás que una banda de mafiosos se fije en una de las sucursales bancarias, se haga con rehenes y dispare una ensalada de tiros en la huída estilo sur de Los Ángeles.
– ¡Cielo Santo! Ni lo deseo. Pero está claro que los pocos sucesos reseñables se los lleva nuestra competencia. Siempre se te anticipan. Estás lento de reflejos.
– Bueno, no creo que esté tan lento.
“Por cierto, el café que te he traído está envenenado. Tardarás en pasar al otro barrio en menos de cinco minutos y con ello, volveré a ser noticia dentro de las páginas de nuestro diario de villa estrecha…

Petición de aumento de sueldo

Andrew Bullock era un necio y un inútil, pero que intentaran tomarle el pelo era otra cosa.
Enzo Giraldi tenía las oficinas centrales en una barriada de los suburbios metropolitanos de Chicago. Andrew estacionó su Buick destartalado justo al lado de la entrada, atropellando a dos hombres bien vestidos y con semblante impávido flanqueando las falsas columnas decorativas.
Ninguno de los dos se quejó. Murieron con las botas puestas.
Andrew se caló el sombrero de fieltro de los años cuarenta y atravesó el vestíbulo. La recepcionista lo vio llegar con el rostro incrédulo.
– Avisa al signore Giraldi que Andrew Bullock arde en deseos de verle – dijo el abrupto visitante a la nerviosa empleada.
La chica se lo comunicó por línea interna. Recibió las instrucciones oportunas y frunció el ceño, simulando un inicio de disculpa.
– El señor Giraldi está muy ocupado en este momento. Tal vez con cita concertada para la semana que viene – dijo tratando de no morderse las uñas.
– No puedo esperar tanto. Voy a subir a verle de inmediato – sentenció Andrew.
En ese instante le salió al encuentro otro de los esbirros del señor Giraldi.
Andrew forcejeó ligeramente con él, hasta lograr noquearlo de un certero puñetazo en el hígado. Se lo quitó de encima y ascendió al piso superior por las escaleras de mármol.
Cuando llego al pasillo central, le esperaban dos hombres empuñando pistolas automáticas.
Andrew se ocultó detrás de una esquina y los fue hostigando con su Sig-Sauer. La refriega duró un breve período de tiempo, el necesario para anular la agresividad de los dos pistoleros. Cuando pudo recorrer el pasillo hasta la antesala al despacho de Enzo Giraldi, sorteando los dos cadáveres, tiró la puerta derecha de una contundente patada y se enfrentó al capo italiano, quien estaba oculto debajo de la mesa de su escritorio.
Andrew estaba eufórico.
Lo tenía a su merced.
Dispuesto a tener que escuchar su reiterada petición de aumento de sueldo.
O ganaba más por sus prestaciones como asesino profesional, u hoy era el día que se quedaba sin jefe y sin empleo.

¿El suicidio de un limpia cristales americano?

No debió ocurrir de la manera en que todo sucedió. Patrick Wicks era limpia cristales de un rascacielos enorme de cincuenta plantas. Con su andamio móvil se manejaba con la gracilidad de un rinoceronte en una tienda de televisores de pantalla de plasma. Era muy torpe, desmañado, bruto y enérgico sobremanera. Por eso trabajaba siempre solo. No había ni un sólo compañero que quisiera compartir andamio con él al lado. Resumiendo, era un peligro público.
Tarde o temprano tendría que caer de cabeza sobre algún transeúnte despistado que estaba hojeando el New York Times. Aún así, el bueno de Patrick tenía la suerte de cara. Esa misma mañana, sobre las siete, su pie derecho se enredó en la cuerda, tropezó y cayó por la borda. Aulló como un descosido, viendo llegar la acera como punto de impacto, pero de buenas a primeras quedó estabilizado cabeza abajo en el piso treinta. La cuerda era la encargada de mantenerlo en vilo. Estaba gracias al cielo salvado. Le palpitaba el corazón a mil por hora, la adrenalina recorría su sistema nervioso como si fuera una corriente salvaje de electricidad y su insignificancia como un simple peso pesado aplicando sobre sí mismo los efectos de la ley de la gravedad pasaron a un segundo plano. Ahora solo quedaba que alguien se fijara en su situación para auxiliarle. Pensaba pedir socorro a gritos, pero era inútil. Estaba demasiado alto, alejado del suelo. Los transeúntes, de reparar en él, sería por verle y no oírle. Recordaba que tenía el teléfono móvil bien metido en el bolsillo del pantalón. Quiso alargar el brazo para recogerlo, pero la postura en que estaba colocado su cuerpo se lo imposibilitaba.
Así quedó colgando un buen rato.
Estaba tan excitado, que ni se dio cuenta que estaba colocado cabeza abajo frente a los ventanales del abogado Ben Sturro. El tipejo era conocido por haber defendido al mafioso ucraniano Igor Brekounivili en un proceso famoso llevado por el fiscal del distrito de Nueva York. El abogado lo hizo de forma tan poco convincente que el criminal fue condenado a triple cadena perpetua.
Patrick Wicks se entretuvo viendo como Ben Sturro recibía a dos hombres jóvenes en su despacho. Nada más invitarlos a que se sentasen, estos exhibieron sendas pistolas disponible de silenciador en cada cañón. El semblante del abogado fue de horror antes de morir baleado de mala manera. El de Patrick fue de estupefacción.
Los dos asesinos no huyeron del lugar del crimen. Estuvieron un rato revisándolo todo para no dejar el menor de las pistas.
Entonces uno de ellos se fijó en la figura extravagante del limpia cristales colgando invertido en el exterior de la fachada del edificio.
Patrick se volvió histérico perdido. Hizo lo que pudo por intentar aferrarse a la cuerda con las manos y subir a pulso la misma hasta alcanzar el andamio. Era una tarea de titanes.
Los dos asesinos a sueldo de Igor Brekounivili se dejaron de sutilezas y apuntando a través de los ventanales, dispararon con la intención de eliminar al testigo.
Patrick percibía los silbidos de las balas rozándole. Finalmente una de ellas atinó con la cuerda y quiso su destino que se precipitara en diez segundos de caída vertiginosa contra el suelo.
Mientras lo hacía, la boca de Patrick estaba abierta en su máxima expresión, con los ojos saliéndosele de las órbitas.

Instantes después los dos esbirros del mafioso encarcelado de por vida por la torpeza del abogado Ben Sturro abandonaban el edificio por la puerta de mantenimiento. De lejos vieron a la gente congregándose alrededor del cuerpo precipitado del limpia cristales.
Se detuvieron unos segundos.
– Buena distracción – le dijo el uno al otro. – Así tardará algo la policía en descubrir el otro cadáver.
– Tienes razón, Anatoly. La mala suerte de ese tonto nos ha venido bien.
Reanudaron su marcha a buen paso.
Ya solo quedaba informar a Igor del éxito de la misión.