¡Nuestro Superhéroe Más Peculiar! ¡SUPER ZOMBI!

Se llamaba Eulogio Espárrago Triguero. Era un pamplonica de pro, al que las injusticias sociales le repateaban el hígado cada vez que acompañaba un pincho de pimiento con una copa de pacharán casero.
Una noche, mientras navegaba por internet, descubrió que existían superhéroes de carne y hueso. En principio eran yanquis chalados que emulaban con pocos medios y nulos superpoderes a los héroes más famosos del cómic. Más tarde, la tendencia también se extendió por Europa y el resto del mundo. Eulogio averiguó que en la Vieja Iruña no había nadie que intentara luchar contra el crimen organizado al margen de la ley, así que decidió convertirse en un superhéroe. Adquirió un disfraz con mallas y capa en un todo a un euro. Su nombre artístico iba a ser el de Mega Eulogio, “El del Espárrago Sano y Tierno”.
Pero algo iba a salirle mal. 
En una de sus primeras rondas nocturnas por el Casco Viejo, se topó en un callejón con un llamativo barril que contenía leche caducada desde hacía dos meses. Se ve que un deshonesto propietario de alguno de los locales de hostelería había dejado abandonado el contenido del barril en esa zona donde nunca llegaba la brigada de limpieza.
Mega Eulogio husmeó dentro del barril…
A los pocos segundos se sintió indispuesto, para cinco minutos más tarde transformarse en un zombi.
A partir de ese instante, acababa de nacer un superhéroe de verdad:
¡SÚPER ZOMBI!

Super Zombi vela por los ciudadanos de Pamplona desde lo más alto de los rascacielos del centro de la ciudad. Desde ahí otea el horizonte, en busca de malvados que importunan a las personas honestas sin venir a cuento.

Si acaso alzáis la cabeza, y atisbáis una silueta recortada contra el cielo en lo alto de un edificio del Segundo Ensanche, ¡no hay que temer lo peor! No es ningún suicida que decide acortar su vida por la eliminación del equipo de su amores, Osasuna, a pies de un equipo de segunda B en la primera ronda de la Copa del Rey.
¡Es el más ejemplar de los superhéroes! ¡Es Super Zombi! Su presencia en la azotea del rascacielos más interminable en altura de Pamplona se debe a que acaba de reparar en la terrible amenaza de un malvado villano quinientos pisos más abajo.
¡Mirad! Nuestro benefactor vuela en caída libre, decidido a solventar tan delicadísima situación.

Setecientos metros más abajo, un malvado ser está haciendo la vida imposible a los clientes y resto de transeúntes que pasan por delante de la entrada del Supermercado “El Hipopótamo Bailón”. Se trata de un falso pedigüeño, de nombre Porfirio Egunetxea. De siempre ha sido un sujeto apegado a la vagancia más descarada. Está soltero. Tiene treinta años, y como mucho, desea abandonar la casa que comparte con sus padres cuando tenga cincuenta años. Porfirio tiene una vida laboral total de dos horas y media por cuenta de una empresa de trabajo temporal, ejercidas en el año 2002. Desde entonces vive del cuento, además de intentar recaudar dinero estafando a los clientes del supermercado con su falsa identidad de mendigo.
Porfirio no contaba con la espectacular intervención de Super Zombi. En escasos diez segundos, nuestro ejemplar salvador mordisqueó cincuenta veces en diversas zonas blandas al descarado Porfirio, consiguiendo que desistiera de pedir más limosnas para el resto de su sosa existencia.
Porfirio terminó por rendirse ante Super Zombi. Desde ese día, se convirtió en una especie de animador cultural…


¡Recordad esto, ciudadanos y ciudadanas de la Vieja Pamplona! ¡Nuestra calidad de vida se la debemos a Super Zombi!


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El luto de toda una ciudad

Aquí está la sala repleta de lectores expectantes ante el próximo relato. Mientras Harry y Dominique van repartiendo las fotocopias del mismo para cada asistente, salgo al jardín trasero para acariciar los hocicos de mis adorables mascotas…
Enseguida vuelvo. No se extrañen que me haya puesto la armadura de un noble caballero medieval. Es que los animalitos son un poco impulsivos en la demostración de su cariño hacia un servidor…


Kid Number One era el súper héroe de Ciudad Brillante. El lustre del nombre de la localidad no quitaba para que aun así existiera una tasa de delincuencia lo suficientemente llamativa como para sobrepasar en ocasiones la pericia de la policía local. Era en estas situaciones cuando surgía la figura anónima de Kid Number One. Vistiendo un llamativo disfraz consistente en chaleco antibalas negro de kevlar, mallas a juego con protección en las rodillas y las espinilleras, amén de una máscara de nylon azul marino con los contornos del rostro de un niño, aunque los ojos, la nariz y los dientes que surgían tras los orificios faciales intuían la presencia de una persona completamente adulta resguardada detrás del anonimato de la figura reseñada. Kid Number One no se vanagloriaba de poseer súper poderes que inmovilizaban al más ruin de los infractores de la ley con un simple chasquido de dedos. Disponía de una estupenda preparación física, con conocimiento de ciertas artes marciales y de defensa personal, y se servía de un simple taser de impulsos eléctricos, un bote de gas pimienta y unas simples esposas para la detención del criminal de turno. Por tanto, aun conociendo la ciudadanía y las fuerzas públicas del origen sencillo y natural de su súper héroe, Ciudad Brillante estaba completamente orgullosa de estar bajo el amparo de su peculiar protección.
Diez años llevaban recibiendo su ayuda desinteresada, incrementándose la seguridad en la ciudad, hasta poco a poco, convertir todos sus problemas en un sencillo crucigrama de fácil resolución final.
Fue entonces cuando llegó la extraña figura del Adiestrador de Jaurías.
Su presencia se hizo de notar en las madrugadas, como debía ser en todo villano, aunque por desgracia, este no iba a ser de opereta. Los primeros en padecer sus tropelías fueron los propios miembros de la policía. Una patrulla nocturna se fijó en la silueta de un hombre de dos metros de estatura, de cierta corpulencia, ataviado con un impermeable verde oscuro, pantalones de camuflaje a juego y sus botas de monte. Iba apoyado en un enorme y basto bastón de madera tallado por sus propias manos. Pero lo que más intrigó a los agentes es que los perros callejeros iban tras sus pasos. Sin bajarse del vehículo, llamaron su atención por el micrófono del altavoz.
El extraño los miró fijamente…
Desde el interior del parabrisas, los dos policías comprobaron consternados que aquel hombre no disponía de ningún rasgo que sobresaliera sobre la faz de su rostro. Disponía de los orificios nasales, pero no de nariz, de los oídos, pero carecía de orejas, su dentadura se mostraba amarillenta en toda su plenitud, sin necesidad de esbozar sonrisa alguna por la falta de la carnosidad de los labios… Y sus ojos, unos enormes ojos saltones se removían locamente en las cuencas.

Con un ademán ordenó a quince perros rabiosos y enloquecidos a abalanzarse sobre las puertas del coche patrulla. Los agentes quisieron abandonar la escena, pero el Adiestrador ya estaba situado enfrente del morro del vehículo, y con la base del palo se fue ensañando con el vidrio del parabrisas, hasta cuartearlo y hacerlo trizas, facilitando el acceso de los animales al interior. Los ladridos y gruñidos de los perros silenciaron la muerte dolorosa y cruel de ambos policías…
Aquella noche, el Adiestrador de Jaurías asesinó a otros dos agentes de policías más.
No se tardó nada en ordenar un dispositivo de seguridad en las siguientes horas. El comisario Leonard Fax esperó anhelante a que Kid Number One se enterara de ambos sucesos luctuosos en la prensa matinal, y a través de las emisoras de radio y televisión locales.

“Precisamos de toda colaboración posible para esclarecer esta atroz matanza de agentes defensores de la ley de nuestra noble ciudad.” – urgió el comisario en la culminación de la rueda de prensa.

Tuvieron conocimiento del autor de las muertes de los cuatro agentes por las mini cámaras de vídeo instaladas en ambos vehículos policiales. Y lo que vieron, les heló la sangre en las mismas venas. Aquel individuo había actuado como un ser desprovisto de todo aprecio hacia la vida humana. Cuando se le veía destrozando los cristales delanteros de los coches, su terrible rostro deforme irradiaba un odio infinito hacia las personas que estaba dispuesto a asesinar.

Pero lo que más les aterró fue la obediencia fiel de los espeluznantes perros callejeros de Ciudad Brillante. Aquella persona ejercía tal influencia demoníaca sobre los canes, que la única manera de intentar contrarrestarla era con la colaboración de las brigadas de asalto convenientemente equipadas…, aparte de Kid Number One. Su héroe. Un ciudadano bienintencionado, valiente y sumamente idolatrado por los más de trescientos mil habitantes de Ciudad Brillante. Estaban seguros que con su altruista colaboración, la irrupción criminal del Adiestrador de Jaurías tendría un punto y final en las siguientes veinticuatro horas.
Kid Number One se enfundó su indumentaria de atrevido súper héroe. Estaba indignado por el atroz acto cometido por aquel villano surgido de la nada. Mientras las brigadas especiales peinaban la ciudad palmo a palmo, Kid Number One fue a su aire como todo héroe de cómic que se preciara, aunque en este caso él fuera de carne y hueso. Estuvo investigando en la red subterránea del alcantarillado, en el basurero municipal, los polígonos industriales donde hubiera naves abandonadas, el cementerio y en los suburbios de Ciudad Brillante, pero sin ningún resultado positivo. Así fue pasando el día, hasta que llegó la siguiente noche…

El Adiestrador de Jaurías observaba el despliegue de los pelotones de asalto desde las alturas de los edificios. Hilillos de baba fluían desde los intersticios de los dientes, hasta caerle por la barbilla. Desde la seguridad de su atalaya, y con el mando del bastón, fue ordenando a una infinidad en número de feroces perros a que atacaran a las fuerzas de élite con saña y violencia inusitada. Los agentes se vieron desbordados. Había más de cuarenta, cincuenta, sesenta perros salvajes, asilvestrados, dispuestos a morder sin mediar provocación alguna. Un batiburrillo de gritos angustiosos, ráfagas de disparos y ladridos infernales alcanzaba a ser escuchado por los oídos del Adiestrador. No hacía falta que nadie le dijera que aparte de un significativo número de sus animales siendo abatidos a tiros, también se producían bajas mortales entre los miembros de las fuerzas de asalto. Y esa mezcla de sangre le producía una alegría insana. Instintivamente, alzó sendos brazos y se puso a recorrer las azoteas, saltando, brincando y corriendo como un poseso.
Sus planes estaban saliendo a las mil maravillas. Era motivo para estar más que eufórico…

Kid Number One captó finalmente la figura del Adiestrador de Jaurías a través de sus binoculares de visión nocturna. Empleando el correspondiente sigilo, lo fue siguiendo en su dantesco recorrido por las azoteas de las edificaciones. La persecución duró un cuarto de hora, hasta que el Adiestrador se detuvo en un barrio de la zona norte de Ciudad Brillante.
Estaba dispuesto a reanudar una nueva matanza, enarbolando el bastón, presto a dirigir la siguiente oleada de perros asilvestrados contra otro pelotón de incautos agentes, cuando reparó en la presencia de Kid Number One. Se volvió mínimamente, el escaso movimiento que le permitió el súper héroe al propinarle una patada en la corva de la pierna izquierda. Al Adiestrador se le escapó el bastón al suelo, y a duras penas mantuvo la verticalidad. Se quedó mirando a su oponente.
– Kid Number One – graznó con voz cavernosa, encarándole abiertamente.
– Ese soy yo. Vengo a poner fin a tus salvajadas, hijo de perra.
El Adiestrador soltó una carcajada amplia y desagradable.
– ¡Los perros! ¡Son mis lacayos! ¡Mis soldados! ¡Por algo me llamo el Adiestrador! Pero no soy perverso. Mi visita a tu ciudad tiene un único propósito.
– No me digas, retorcida alimaña.
– Tu fama te precede fuera de los límites de Ciudad Brillante. Te consideras una especie de héroe. Yo vengo a demostrarte cuán equivocados están tus seguidores y tú mismo. Eres de carne y hueso. Por tanto, alguien a quien poder abatir. Al revés que yo. Estás ante un maldito villano que nunca morirá a manos de un puñetero mortal.
– Eso veremos.
Kid Number One le propinó una segunda patada, en este caso en la rodilla derecha. El Adiestrador retuvo la respiración. Retrocedió un paso y recogió el bastón. Acto seguido extendió el brazo que lo portaba, golpeando a Kid Number One en la boca del estómago. El chaleco antibalas minimizó el impacto. Kid realizó una voltereta, cayendo de pie al lado derecho del Adiestrador. Le aplicó el taser empleando el máximo voltaje. El Adiestrador apretó los dientes, retorciéndose de dolor, pero sin perder el conocimiento. Kid le aplicó una segunda descarga.
– Ja, ja, cabrón. Héroe de risa. Si eso es todo lo que sabes hacer… – musitó el Adiestrador, echando espumarajos por la boca.
Se revolvió, plantándose cara a Kid Number One. Sus ojos saltones inyectados en sangre miraron fijamente a los de Kid. Separó los dientes y le lanzó un escupitajo, cegándolo. Kid quiso aclararse la vista, pero ya para entonces estaba siendo su cuerpo empujado y desplazado de espaldas, precipitándose desde las alturas de un edificio de veinte plantas… Se sentía liviano, desesperado en su impotencia por no poder aferrarse a ningún saliente. Las ventanas de cada planta desfilaban con demasiada velocidad ante su visión semiborrosa. Kid recordó en ese instante, que a pesar de ser considerado un súper héroe entre los suyos, en realidad era un simple humano que podía encontrar la muerte en el momento menos esperado. Y ese momento ya había llegado para él…

El Adiestrador de Jaurías estaba dichoso. Podía contemplar el cadáver de Kid Number One estrellado contra el suelo del interior de un callejón sin salida. Al poco su cuerpo inánime fue rodeado por perros callejeros de diversas razas y tamaños exageradamente enormes. A una orden del Adiestrador, abrieron sus mandíbulas y se dispusieron a devorar los restos mortales del infortunado súper héroe.
En el corto reinado de terror del Adiestrador de Jaurías, murieron cuatro policías locales, quince agentes de fuerzas especiales y el querido Kid Number One.
El infame personaje abandonó Ciudad Brillante acompañado por sus secuaces de cuatro patas, dispuestos a visitar la próxima localidad que albergase a alguien que se autoproclamase súper héroe. Pues su fin era ponerlos a prueba.
Y si eran humanos…, aniquilarlos para siempre.