Detroit en caída libre (o el escenario de una película postapocalíptica)

En realidad es usual en un país como Estados Unidos. Zonas habitadas en torno a una economía emergente de lo más boyante. Cuando por motivos de agotamiento (carrera del oro, carbón, etc) esas poblaciones quedan abandonadas, convirtiéndose en las habituales ciudades fantasmas del oeste. Lo más llamativo es que en esta ocasión hablamos de una ciudad ya asentada en décadas pasadas, que en su pleno apogeo con 1890000 habitantes se ha pasado a apenas contar en la actualidad con 700000. El motivo, la excesiva dependencia de su producción automotriz. Con la pérdida de ventas por la enorme competencia en el sector, los habitantes se vieron forzados a la búsqueda de empleo en los estados vecinos. La Capital del Motor estadounidense quedó tocada de muerte. Ahora la que fuera ciudad bulliciosa es una metrópoli con amplias zonas abandonadas, en franca decadencia, en ruinas, como si de verdad hubiera sido afectada por un cataclismo militar de una guerra brutal. Se incrementa su inseguridad ciudadana con infinidad de incendios y con la tasa de delincuencia y asesinatos más alto del país entre 1960 y 1990. En el año 2013 el gobernador declaró la ciudad en bancarrota, con una cifra de desempleo que superara el cincuenta por ciento… Ahora Detroit es un escenario natural para las grandes producciones de zombies. 


Asesinos ficticios: Humphrey Stuggs, el orquestador de la matanza de Norwich. (Fictional murderers: Humphrey Stuggs, the orchestrator of the massacre of Norwich.)


Pocos datos se conservan de Humphrey Stuggs en los archivos locales del condado de Chenango, donde se encuentra la pequeña ciudad de Norwich. Estamos citando el año del luctuoso suceso ocurrido por las aviesas intenciones del susodicho Stuggs: 1896. Por aquellas fechas Norwich superaba los dos mil habitantes. La ciudad se ubica al lado del curso del río Chenango. Compuesta por un núcleo urbano en pleno crecimiento para la llegada del siglo XX, muchos de los habitantes en ella empadronados tenían sus viviendas en forma de granjas en el valle que lo circunvala, que unido a los bosques y colinas que la rodean al este y al oeste, dotan de un aire idílico a Norwich. A pesar de su insignificante tamaño como localidad media del estado de Nueva York, Norwich disponía de una importante compañía farmacéutica, una fábrica de martillos y una red de trenes de cercanías. Además era la ciudad más dotada de servicios y entretenimiento del condado de Chenango, razón por la cual era muy concurrida por los residentes de las poblaciones cercanas.
En pleno año 1895 el Ayuntamiento dotó de una explanada justo en el núcleo urbano donde se pudieran desarrollar eventos y festivales culturales. El primer festival fue el de Animales Exóticos de Norteamérica y del Resto del Mundo. Tuvo lugar un año después.
Humphrey Stuggs no era natural del lugar. Tras haber cometido la salvajada sangrienta del año y haber sido convenientemente linchado a las pocas horas por una horda incontenible que buscaba venganza, su cadáver fue troceado por el carnicero Evans y sus restos arrojados en el comedero de la pocilga de cerdos del granjero Nutton Jenkins.
Por lo poco que se sabe, Humphrey tendría unos cuarenta años y llevaba unas semanas residiendo en la pensión de Martha Cummings. No trabajaba en Norwich y se le veía con frecuencia en las tabernas y bares de la localidad, bebiendo sin parar hasta caer redondo, y cuando no perdía el sentido, lo conseguía por los puñetazos que recibía en las peleas, dado que era muy reincidente en producir altercados cuando ya no le quedaba dinero y el tabernero se negaba a seguir sirviéndole whiskey de alambique. El sheriff Brenton lo detuvo tres o cuatro veces para que durmiera la mona en una de las tres celdas de la comisaría de Norwich. El agente de la ley jamás supuso que detrás de los barrotes, sumido en sus locos sueños tendido sobre el catre de la celda que en aquel momento le correspondía se hallaba el futuro orquestador de la mayor matanza de civiles en su querida ciudad.
Era el mes de junio de 1896. El día 7 se inauguró la primera gran exhibición de Animales Exóticos de Norteamérica y del Resto del Mundo. Enormes fieras, bestias y reptiles de gran tamaño, en principio amaestrados por los domadores de circo más renombrados del país. De hecho, la mayoría estaban expuestas fuera de sus jaulas, amarradas mediante simples gruesas sogas a las patas de cada ejemplar que las unían a estacas de acero hincadas en el suelo a golpe de mazo.
Los primeros dos días fue un éxito total. Más de cinco mil personas llegadas de todo el condado y del resto del estado de Nueva York se sintieron atraídas por la exhibición monumental de bestias cuadrúpedas. Los domadores dejaban que los visitantes acariciaran a los animales. Incluso que a los más mansos se les alimentara con pienso, cacahuetes, alfalfa o pollos crudos a la boca.
El desastre que marcaría para siempre con letras de sangre a Norwich sucedió al día siguiente. Al mediodía, la figura de Humphrey Stuggs emergió de entre la multitud. Portaba cohetes pirotécnicos, unas ratas muertas y una escopeta. Sin que nadie supiera lo que aquél loco pretendía, arrojó los cohetes recién encendidas las mechas entre las patas de las fieras, las ratas entre las de los paquidermos y efectuó diversos disparos al aire para asustar al resto de los animales insuficientemente atados para tal circunstancia.
A resultas de esta actuación disparatada, los dos Elefantes Furibundos Africanos arrollaron a unos cuantos espectadores, hasta alcanzar la tienda de Dorothy Maccur, destrozándole el local y dejando a la mencionada señora hecha una pena hasta agonizar entre gemidos de impotencia.
El Hipopótamo Salvaje del Orinoco aireó con donaire su pequeña cola, recubriendo a los presentes más próximos con una lluvia de excrementos letales dada su toxicidad, para salir huyendo, llevándose por delante dos casetas de la feria, con los respectivos feriantes que estaban en su interior atendiendo a la clientela.
Los  Aligátores de los Humedales de Florida consiguieron destrozar los bozales de cuero que contenían la fuerza de sus mandíbulas y fueron buscando con saña los traseros de los espectadores más rollizos. Billy Jacok, el joven de diecisiete años que había ganado recientemente el concurso de quien conseguía comer más tartas de arándanos en dos horas pasó a mejor vida debido a la gravedad de los mordiscos recibidos.
El Oso Hambriento del Alto Ampurdán, procedente de Cataluña ex profeso para la ocasión, se zampó al domador y al dentista de Norwich, quien estaba al lado del primero.
Por último, los Búfalos Astifinos de Oklahoma dieron cornadas a diestro y siniestro, ocasionando la muerte del enterrador Trevor Dennis y del alcalde Taylor.
Tras la orgía de sangre y muerte, los animales salvajes por instinto natural se refugiaron en los bosques cercanos.
Al poco de retener al autor de tamaño desaguisado, Humphrey Stuggs,  y practicarle la pena de muerte de manera instantánea, además de atender a los heridos y mutilados y de retirar a los fallecidos, el sheriff Brenton dividió a los voluntarios llegados de todos los condados del estado en pelotones de rastreo para encontrar y sacrificar a las bestias fugadas de la exhibición de Animales Exóticos de Norteamérica y del Resto del Mundo.
Esto les costó tres semanas, con el costo de tres bajas mortales.

Finalmente, la masacre ocasionada por Humphrey Stuggs se cuantificó en la siguiente lista de fallecidos:

Dorothy Maccur, 57 años,  murió aplastada bajo las patas de los elefantes furibundos.
Bred Hutton, 31 años y Albert Salgado, 25, feriantes muertos por la embestida del hipopótamo salvaje.
Tina Collins, 15 años, Tammy Bordon, 38, Drew Horn, 57 y Penn Got, 61, intoxicados por los excrementos del referido hipopótamo, quedando todos ellos con secuelas respiratorias y dermatológicas de por vida, e igualmente traumatizados, recluidos en el manicomio de Coldbear hasta la ancianidad y olvidados por el resto de los familiares.
Billy Jacok, de 17 años, fallecido como consecuencia de los mordiscos incontables que le infirieron los aligátores de los humedales de Florida.
Antonino Fernandino, domador de osos, de 51 años, y Luthor Fox, de 71, dentista, devorados hasta no dejarles ni siquiera el tuétano en los huesos de los esqueletos de ambos por el Oso hambriento del Alto Ampurdán.
Trevor Dennis, de 27 años, de profesión enterrador y Harry Taylor, de 69, alcalde de Norwich, corneados hasta la muerte por los búfalos astifinos de Oklahoma.
Nicolás Torrente, de 23 años, Gregory Tenant de 28 y Jeremiah Hurrahbelly, de 21, muertos mientras efectuaban las batidas de reconocimiento en búsqueda de las fieras descontroladas escondidas en los bosques alrededor de Norwich.

Resta informar que aquella fue la primera y última exhibición de Animales Exóticos de Norteamérica y del Resto del Mundo celebrada en Norwich.

Asesinos ficticios: Amadeus Stormhill, el Asesino de Carteros Rurales. (Fictional murderers: Amadeus Stormhill, Murderer of Rural Letter Carriers).

En Escritos de Pesadilla retomamos nuestras biografías de Asesinos Ficticios dentro de la amplia leyenda rural norteamericana.
En esta ocasión toca exponer un breve pero aterrador glosario de las acciones funestas de Amadeus Stormhill, “El Asesino de Carteros Rurales”, en el estado de Idaho.
Amadeus Stormhill nació en Chewaka City, en realidad un pueblecito de apenas quinientas almas caritativas y de devoción católica sumamente conservadora, donde el único habitante pecaminoso era el propio sheriff, Obdulio Reeves, propenso al sexo desenfrenado con las feligresas adolescentes, hasta que un padre enfurecido tuvo a bien practicarle la vasectomía más primitiva con la intervención de un machete.
En medio de un paraje tan idílico nació nuestro protagonista, Amadeus, en la fecha concreta del 27 de agosto de 1880 cerca de la medianoche, emergiendo del vientre de Úrsula Stormhill entre espasmos dolorosos de esta última, quien perjuró que jamás volvería a alumbrar ningún hijo más, cumpliendo a medias con la promesa para desespero de su marido, Mathias Stormhill, pues tuvieron una descendencia adicional de cinco chiquillas, siendo el único varón el mencionado Amadeus.
Desde muy jovencito, Amadeus demostró su complejo de inferioridad al estar dominado por la destacable y numerosa presencia femenina bajo el hogar de los Stormhill. Bajo sus propias palabras, “estaba sometido a la tiranía de mis hermanas, quienes se empeñaban en disfrazarme con vestidos ridículos, maquillándome el rostro y adornándome la cabeza con alguna de las innumerables y terribles pelucas de mi madre”.
A pesar de ser la burla constante de su madre y sus hermanas, Amadeus jamás desarrolló una misoginia exagerada contra el sexo opuesto. Es más, se creía un hombre ciertamente atractivo para las adolescentes más coquetas de Chewaka City, obteniendo alguna que otra cita romántica exitosa a escondidas de los padres de las chicas y de los suyos propios por seguridad personal, conocedor del incidente sufrido años atrás por el sheriff Reeves, quien a duras penas cumplía su obligación apoyado sobre dos muletas.
Con la cabeza pensando en naderías, no fue de extrañar su temprano abandono de los estudios a la edad de los quince años. Fue cuando su padre, Mathias, le obligó a buscarse un trabajo que contribuyera al sostén de la economía familiar.
Tras unos cuantos fracasos en ocupaciones como el de frutero, jardinero y limpiacristales, encontró su profesión ideal, el de cartero rural para el condado de Kootenai, donde estaba emplazado Chewaka City. Tendría que recorrer los pueblos y ciudades, montado en un caballo alazán, llamado “Teethless” por su carencia de dentado fruto de una broma pesada de unos críos que le metieron un petardo entre la alfalfa de una de sus comidas hacía cosa de unos años, cuando en principio iba para caballo de carreras.
Amadeus se convirtió en pocas semanas en un cartero de lo más eficiente, y en meses demostró el lema bajo el cual ni el clima más extremo ni las condiciones meteorológicas más adversas le impedirían hacer la entrega del correo.
Su empeño era de lo más notable, si se obviaba las muchas veces que se equivocaba con las direcciones del remite exacto. Con el tiempo, las quejas de los vecinos se fueron acumulando en la mesa de su jefe, Sampson Breeds. En más de una ocasión este había pensado que lo más correcto era aconsejarle un cambio de perspectiva en su carrera profesional, pero el señor Sampson era de los que creía que un árbol torcido podía enderezarse con la fuerza de un tornado. Con lo que no contaba, era con el posterior carácter bromista del muchacho.
Sin ningún motivo aparente, Amadeus Stormhill empezó a gestar gracias con la entrega del correo en los buzones de la comunidad. Le dio por introducir ratones muertos con la correspondencia, amontonar barro fresco dentro de los buzones, amén de depositar cardos borriqueros y boñigas de vaca resecados previamente al sol del mediodía.
Con las lógicas reclamaciones, el futuro de Amadeus como repartidor del correo llevaba el camino del despido fulminante, y así se lo notificó el señor Sampson un doce de junio del año 1901.
Amadeus se llevó un fuerte disgusto. No quiso decírselo a ningún miembro de la familia, mucho menos a su progenitor, porque sabía que recibiría una buena paliza con el látigo de azuzar a los bueyes.
Hizo como si fuera a repartir el correo. Se despedía de sus maquiavélicas hermanas con un hasta luego. Cuando enfilaba el camino que llevaba al pueblo de Chewaka City, empezó a maquinar su terrible venganza contra la empresa de Correos del Condado de Kootenai.
Como uno de los primeros precursores de los asesinos de compañeros de trabajo bajo la motivación de la represalia por un despido supuestamente injustificado, Amadeus Stormhill ocasionó la muerte de cuatro carteros rurales en menos de una semana.
La coincidencia quiso que un circo ambulante estuviera presente en esos días en Chewaka City. Amadeus estuvo presente en una de las exhibiciones y quedó prendado por las propiedades venenosas de ciertos ejemplares que se mostraron al público. Una noche, se baraja el 15 de junio de 1901, Amadeus invadió las propiedades de los residentes del circo haciéndose  con reptiles e insectos nocivos para la salud por las características del veneno que podían inyectar en caso de ser incitados a la defensa ante un supuesto atacante.
Así fue como falleció Jesper Todd, cartero veterano de 77 años, firme defensor de morir trabajando hasta el final de los días. El 16 de junio abrió la tapa del buzón de la familia Creek, y al depositar dos sobres conteniendo facturas, una serpiente exótica se le enrolló alrededor del brazo derecho y le mordió en la punta de la nariz, falleciendo de una parada cardiorespiratoria por los efectos letales del veneno del ofidio.
Al día siguiente, se sucedieron las muertes de dos carteros más. Uno fue Byron Lemar, de 43 años. Odiaba su profesión, y más a los perros sin atar que trataban de morderle mientras se defendía con un revólver. Sobre las once de la mañana iba a entregar un pequeño paquete a la familia Macturrah. Con confianza, abrió el buzón. Pillado de improviso, tres enormes tarántulas brincaron desde el interior del buzón hasta su rostro, precipitándole hacia una muerte lenta y dolorosa.
Al mismo tiempo, Robert Terry, de 31 años, estaba acercándose a la casa de los Twister. Su propósito era depositar tres cartas para así tomarse un descanso en la cafetería de Peter Cuffin. Lo que menos esperaba era recibir el ataque funesto de una víbora emergiendo del interior del buzón. Con el veneno corroyendo su ilusión por seguir viviendo, acompañado de Edgar Twister, testigo que pudo presenciar los últimos estertores del cartero, profirió unas últimas palabras que simplificaban su devoción hacia el trabajo que ejercía: “Díganle al miserable de mi jefe que se pudra en el infierno… Morir de esta manera por unos miserables dólares que nos paga al mes es de lo más puñetero…”
El último cartero rural del condado de Kootenai fue Alfred Pimenti, de 49 años. Sucedió al día siguiente de las dos muertes anteriores. El 18 de junio, dicho probo y eficiente repartidor de correo se aproximaba a la residencia del maestro del pueblo, cuando tres dardos untados con una mezcla de venenos de los ofidios y las tarántulas le alcanzaron en la parte donde la espalda pierde su nombre. Su muerte fue instantánea. Y también fue inmediata la detención de Amadeus Stormhill, pillado in fraganti por los monaguillos de la iglesia del Cristo Redentor de todos los Mártires. En cuanto fue señalado por ellos como el autor material del asesinato de Alfred Pimenti, la muchedumbre lo acorraló cerca de un olmo. Amadeus trepó hasta la copa, y no se bajó de ahí hasta que llegó el sheriff Reeves con sus tres ayudantes, quienes hubieron de disparar varias ráfagas al aire para dispersar a la multitud, evitando su linchamiento público.
Encarcelado en la comisaría de Chewaka City, Amadeus Stormhill fue trasladado a la prisión más segura de Idaho County, donde en apenas una semana, fue juzgado siendo considerado autor material de la muerte de los cuatro carteros rurales.
Fue condenado a la muerte por fusilamiento.
El 12 de julio de 1901, a la edad de veinte años, Amadeus Stormhill culminó su existencia entre los vivos bajo los disparos de las balas de los rifles ejecutados por un pelotón de cinco voluntarios.
Cada uno de ellos recibió una recompensa de medio dólar de plata.


http://www.google.com/buzz/api/button.js