La sacudida del alma. Capítulo Uno.

Bueno, estimados/as lectores. Escritos de pesadilla afronta hoy un nuevo reto, que veremos si llega a buen puerto. La cosa en apariencia es bien sencilla de llevar a la práctica. Otra cosa es el resultado final, ja ja.
Se trata de crear un relato “en riguroso directo”. Vamos, agregar un capítulo diario hasta conformar una loca historia estilo película de terror grotesco de Serie “B”. Ya tuvimos una pequeña incursión con dos relatos cortos en ese estilo.
Ahora se trata de estructurar una historia algo más larga, con el estilazo de un director de cine terrible, de esos que su nombre de firma artística no aparecerá ni en la lápida de su tumba. Iniciando el experimento. Toma primera…

LA SACUDIDA DEL ALMA. A Cuchillada Limpia Productions S.L. 2010

Presupuesto destinado a la escena: 65 dólares.
Detalle destacable: La mayoría de los fieles desafinaban mala cosa y se tuvo que recurrir como gasto no previsto en el presupuesto inicial 5 dólares en tapones para los oídos del equipo técnico de filmación.

Capítulo 1.

LA DIVINA LOCURA


12 de noviembre de 1975.

La iglesia del Santo Sepulcro albergaba, como todos los domingos, a los fanáticos fieles en busca del descanso espiritual necesario en el séptimo día en que el Señor Todopoderoso guardó una más que merecida fiesta. En Marrow se oficiaba una única misa dominical dado el nivel de población del asentamiento, al cual se la llamaba con una inmerecida pomposidad de Misa Mayor de la Salvación Semanal. Los componentes del coro de la iglesia, compuesto en su integridad por los niños más revoltosos de la escuela mixta de Saint Vincent “El Oteador”, quien había sido un santo de buena estatura, y en su juventud de marinero un fracasado emulador de Rodrigo de Triana (no descubrió ninguna isla desconocida, si no los mareos que le proporcionaban los bandazos del navío en alta mar, y eso en calma chicha), elevaban sus cánticos acompañados por los sones discordantes y terribles que emergían del órgano electrónico gentilmente cedido por el insigne señor Roberts, dueño de la tienda “Stradivarius”, a la devota congregación.
El padre Bamond era quien celebraba ese día la sagrada liturgia. Con el padre Torrado, eran los dos oficiantes que tenían que atender a las parroquias de la zona, cinco pueblos de menos de quinientos habitantes cada uno de ellos. Tenía sus buenos setenta años, medía un metro cincuenta y pesaba más de cien kilos, signo inequívoco de su vida mesurada y sin derroches. Qué más daba si le encantaba la bollería industrial y los chuletones de la tasca de Limb. Como era habitual en él, su elocuencia le perdía en el apartado del sermón, de una duración jamás inferior a la media hora, un hábito demasiado engorroso para los fieles más jovenzuelos, cuyo principal afán era de que se terminara la misa para acudir a la cancha de baloncesto del colegio donde Saint Vincent cosecharía su derrota dominical ante el rival de turno. Dada la longitud de la verborrea del párroco, los chicos se veían abocados a tener que conformarse con la segunda parte del partido.
En un momento del glorioso sermón, el sacerdote carraspeó y alzó su mirada por encima de las lentes de las gafas: la iglesia no estaba llena del todo pues aún se hallaban algunos bancos vacíos. Sin venir a cuento, lanzó unos cuantos parabienes a la fertilidad múltiple y a la inutilidad del uso del preservativo y la ingesta de píldoras del día después.
Fue en ese instante cuando pudo percibirse la apertura de la puerta de acceso al templo. Una cantidad numerosa de cabezas medio adormiladas por el discurso del padre Bamond fueron giradas para observar quién había cometido la osadía de la tardanza. Se trataba de un anciano de una edad próxima a la del propio párroco, con la cabeza pelada por la alopecia congénita o por el paso del tiempo, váyase a saber, de estatura ordinaria y espalda encorvada. El recién llegado les miraba a todos ellos muy fijamente.
El padre Bamond tosió a posta para que todos prestaran atención a su tierna homilía, cuando el visitante empezó a prorrumpir en una sarta de gritos:
– ¡MANSOS! ¡OVEJAS SIN CENCERRO! Eso es lo que sois todos.
“¡Dejad de escuchar a ese embaucador de una vez!
El padre Bamond aproximó su gentil vocecilla al micrófono para recriminar la atención del anciano:
– El ciudadano americano tiene derecho a la libertad de expresión, pero en este caso, señor, si lo hace usted en lo alto de un monte, se lo agradeceríamos toda la comunidad cristiana de Marrow, créame.
El hombre de edad avanzada hizo caso omiso a su sugerencia. Lo señaló con un dedo índice retorcido, y escupiendo saliva, enfatizó con voz cavernosa:
– ¡CERDO! Eso es lo que eres. Un cerdo y con mucho tocino. Te aseguro que tu destino final es el matadero. Y entonces, todos comeremos de tu carne… La carne del infiel.
Nada más escucharse estos denuestos, los presentes empezaron a abuchearle con fiereza, obligando al padre Bamond a pedir muestra de respeto hacia la vivienda del Señor:
– ¡Saquen a ese vejestorio chiflado de este sagrado lugar!
– ¡No sigas envenenado las mentes de esta estúpida gente! – continuó con descaro el visitante inoportuno. – Y para que lo sepas, si alguien tiene poderes, ese soy yo.
“Puedes considerarme el sucesor de Dios.
– ¡Blasfemo! ¡A patadas! ¡Que no permanezca ni un segundo más aquí dentro!
Nada más oír la orden del cura, cinco hombres fornidos sujetaron al anciano y lo obligaron a salir de la iglesia aún a pesar de que ofreciera una tenaz y digna resistencia para la debilidad física que en principio aparentaba.
(continuará…)


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2 comentarios en “La sacudida del alma. Capítulo Uno.

  1. Hola, Leny. Desde luego, veremos que sale de esto. Ya sabes, serie B, bajo presupuesto, improvisación sobre la marcha en el guión, cambio de actores por falta de cobro de las nóminas. En fin. Eso si, te aseguro que más de una semana no durará la producción. O así lo espero. Depende del juego que den los personajes, ja ja.Un fuerte abrazo, y en cuanto pueda, ahora que pillo semana y media de vacaciones, me leo el tuyo de cabo a rabo. Y te lo comento. Un besote.

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