La excesiva atención del sr. Stern dispensada a la tv

El sonido altisonante emergente del “Black Trinitron” invadía los sesenta metros cuadrados de los que constaba el sólido y asentado apartamento arrendado por los Sterns.
Randolph Stern, un hombre de aptitudes solemnemente deportivas, aún a pesar de la acumulación perenne de carnes superfluas replegadas gustosamente en torno del dilatado vientre, hallábase hundido en el mullido butacón de piel de saco sintético con una escudilla plateada atiborrada de pepitas chocolateadas “M&M´s” sobre el regazo notorio además de dos respetables botellones de tres cuartos de litro de cerveza translúcida “Lite” jalonando las zapatillas afelpadas albergadoras de sus pies enormes y deformes por el uso inadecuado y continuado de calzado deportivo de treinta dólares.
El señor Stern estaba ataviado de forma del todo informal permaneciendo en paños menores, con una camiseta sonrosada de algodón y de poliéster en una proporción textil del 67 y del 33 por ciento respectivamente, calzoncillos estilo “bóxer” (plenamente famosos desde que Mike Tyson cometiera ese desliz con la Miss América Negra), y calcetines de lana de reciente vigencia en la liga menor de béisbol de la zona Norte de Manhattan, en su caso correspondientes al equipo local de los Drifters de Newport, equipo regido bajo su dirección técnica a mediados de los años setenta.
Ensimismado bajo la influencia hipnótica de la pantalla parpadeante de su aparato de televisión, el señor Stern no estaba para otra cosa que para asistir desde la distancia del hogar al devenir victorioso de los “Yankees”. El equipo neoyorquino estaba venciendo y convenciendo en la cuarta entrada por el global de cinco carreras a una a los “Braves” de Atlanta.
– Seguid así, hijitos…- les respaldaba con su recia voz, sorbiendo una gélida cascada de cerveza directamente del gollete.
Las voces de los comentaristas del evento deportivo elevados a la quinta potencia.

“- HOY LOS HIJOS DEPORTIVOS DE TED TURNER PARECEN ESTAR DE LUTO RIGUROSO. LES FALLAN LAS FUERZAS A LA HORA DE IMPRIMIR A LA PELOTA LA DIRECCIÓN ADECUADA.”


“- EN EFECTO, TOM. SE LES NOTA AGARROTADOS. ES LO QUE YO DENOMINO COMO “EL CANSANCIO DE LOS BÍCEPS”; ES UNA SENSACIÓN DESAGRADABLE, QUE TE HACE SENTIRTE IMPOTENTE, COMO SI TE HUBIERAS PASADO LA MAÑANA ENTERA CARGANDO Y DESCARGANDO EL MOBILIARIO DE UNA FLOTA ENTERA DE CAMIONES DE MUDANZA. NO ESTAN MENTALMENTE EN EL PARTIDO, Y AUNQUE AÚN RESTEN LAS ENTRADAS SUFICIENTES COMO PARA INTENTAR ARREGLAR ESTE TERRIBLE DESAGUISADO, NO SE ATISBA LA REACCIÓN QUE TODO EQUIPO DE TENDENCIA GANADORA HA DE TENER PARA PODER SACAR UN ENCUENTRO DE TAL ENVERGADURA HACIA DELANTE, EN BENEFICIO DE SUS INTERESES.”

Enfrascado como estaba el señor Stern, no percibía el trajinar de su esposa en la cocina.
– Randolph… Te tengo dicho que no apagues los cigarros en la taza del café. Tendrías que extremar de una vez tus dichosos modales en la mesa – le llegó la voz ajetreada de la señora Stern.
El señor Stern se arrascó las zonas nobles, retorciendo ligeramente el pescuezo en dirección a la jamba de la cocina.
– ¿Qué has dicho, Marge? No te he entendido ni papa.
– Los cigarros. Que no los apagues en la taza del café.
El partido iba in crescendo en interés. El señor Stern aumentó ligeramente más el volumen del televisor.

“- LA CURVA ADQUIRIDA POR LA PELOTA LE HA INSINUADO A ROBERTO LARRAÍNZAR QUE QUEDARÍA A MEDIA ALTURA, PERO COMO SE APRECIA EN LA REPETICIÓN A CÁMARA ULTRA LENTA, LA PELOTA LE HA LLEGADO CASI MUERTA, FLOTANTE, Y PARA CUANDO SE HABÍA SITUADO DE FORMA ADECUADA PARA EFECTUAR EL GOLPE, YA HABÍA BATEADO A DESTIEMPO…”


“- ESTÁS EN LO CIERTO, TOM. BOBBY LARRAÍNZAR HA ESTADO MUY CÁNDIDO EN LOS TRES LANZAMIENTOS. AQUÍ SE HA VISTO LA EXCESIVA JUVENTUD DEL BATEADOR. HA PECADO DE PARDILLO. Y LO MALO ES QUE SI NO SE CENTRA Y CONTROLA SUS NERVIOS, LE PRECONIZO UN FUTURO NADA HALAGÜEÑO EN LAS LIGAS MAYORES. Y SERÍA UNA LÁSTIMA QUE UN JUGADOR DE TANTA PROYECCIÓN QUEDASE EN NADA.”


– ¿Me oyes, Randolph?
– Sí, Marge…
“Ya apagaré los malditos cigarros puros en otra parte…
– ¡Randolph! NI SE TE OCURRA.
– Marge, estoy viendo el partido…
– Los ceniceros fueron concebidos para una determinada misión, y por si se te ha olvidado, ésta consiste en sofocar los insidiosos cigarros que te fumas a la hora de cenar. Y todavía ni has sido capaz de estrenar ni uno de los tres que te compré en la tienda de Tania Berkinson.
– Marge. Disculpa, pero es que estoy viviendo el partido de béisbol MÁS IMPORTANTE de la temporada regular… No te puedo escuchar. El sonido ambiental del estadio es tan endemoniadamente fuerte, atronador, SALVAJE.
Hizo subir el volumen del aparato una porrada de decibelios más.

“- ¡FANTÁSTICO! EL “HIT” DE RIVAS ACABA DE MANDAR LA PELOTA AL ESPACIO EXTERIOR. A PARTIR DE ESTA FECHA SE PUEDE AFIRMAR QUE LA TIERRA DISPONE DE UN SEGUNDO SATÉLITE: EL SATÉLITE “FREDDY RIVAS”.”

– ¡AH-JA-AH! – bramó el buen hombre, desbordante de adrenalina vikinga.
– No hay quien te haga cambiar ninguno de tus malos hábitos, Randolph Stern – farfulló la señora Stern, desabrida.
El partido continuó, y Marge terminó de fregar la vajilla apilada dentro de un barreño metálico.
Entonces se reprodujo el sonido frenético del timbre de la puerta.
El señor Stern fue incapaz de oírlo, pero sí en cambio la señora Stern.
– Ya abro yo. Ya abro yo… COMO SIEMPRE – masculló con voz agria la mujer, dirigiéndose por el recibidor hacia la puerta principal.
El señor Stern vibró con un “home-run” de los “Yankees”, haciendo estremecerse el piso de tarima flotante del suelo al rebullirse descontroladamente entre los brazos desgastados del butacón.
Las ondas expansivas del seísmo artificial hicieron de vibrar al resto del mobiliario de la sala.
– Vales tu peso en oro de ley, Ricky Álvarez… Vaya si lo vales.
La señora Stern gruñó al oír el estrépito procedente de la sala (muy pronto la propia naturaleza delegará las funciones de la Falla de San Andrés en mi propio marido), y sin mayor dilación, abrió la puerta, olvidándose de haber mirado previamente por la mirilla de seguridad.
Por el hueco dejado por la puerta media abierta – apenas una ranura de treinta centímetros – se deslizó hacia el interior del apartamento una ráfaga de aire cortante y acto seguido una cabeza encapuchada se interpuso entre el quicio y la hoja de la puerta,
Los ojos ovalados con un iris azul púrpura se situaron a la altura de los ojos de la señora Stern, y el aliento fétido del fumador compulsivo del hombre la envolvió como si fuese una nube de humo.
La boca recortada en la lana del pasamontañas negro mostró la fila superior de la dentadura, y sorbiendo las encías, la punta de la lengua color salmón.
Nada más apreciar esa cabeza camuflada de negro, quiso gritar.
– Silencio, vieja puta…- graznó el asaltante.
La figura enorme y robusta se coló impunemente por la ranura reseñada.
La señora Stern estaba muda por la impresión.
Tensando una cuerda adherente de nylon, se echó encima de la frágil señora; se la hizo ceñir alrededor del cuello, aplastándola con su cuerpo contra la pared, cerrando la puerta de una patada.
– Muere, puerca… MUERE.
Anudó la cuerda por detrás de la nuca de la mujer mayor y apretó de lo lindo.
Concentrado en su quehacer.
Decidido en sustraer la débil vitalidad de ese rostro comprimido por la desazón y el ahogo.
La vista de la señora Stern se perdía en el techo.
Sus brazos cayeron a ambos lados de sus costados.
El encapuchado apretó de firme, rayando en el sadismo.
El hálito de la mujer se resecó en el aire.
Escuchó un crujido óseo, y dejó de estrangularla con la cuerda.
La señora Stern se desplomó quedamente sobre el suelo como un enorme fardo de avena depositado sobre un lecho de paja, con el rostro amoratado y sin vida.
El encapuchado la miró, impasible, ligeramente más apaciguado una vez eliminado uno de los estorbos de la vivienda.
Entonces le llegó la voz ronca de un hombre.
Un compendio de vocablos medio difuminados al vadear el riachuelo de los sonidos altisonantes que balbuceaba un televisor de importación tailandesa:
– Marge, tráeme otra bolsita de “M&M´s”.
“Que se me han acabado los “suministros”.

El señor Stern advirtió la llegada silenciosa de Marge con la bolsita de chocolatinas. Extendió de manera amorosa la mano derecha, sin apartar la vista de la pantalla.
La bolsita de “M&M´s” le fue entregada y la estrujó entre los dedos. La rasgó a continuación, y sin más preámbulos, vertió su contenido en la escudilla.
– Gracias, Marge. Ya puedes retirarte y seguir con lo tuyo.
– ¿Qué tal van tus existencias de cervezas? – se interesó Marge con voz relamida.
El sonido ambiental del estadio era estruendoso a más no poder.
– ¿Las cervezas? Muy bien. Aún me queda una botella.
– ¿Qué tal van los “Yankees”?
– Pero si nunca te ha gustado el béisbol…
Para cuando el señor Stern había reparado en la siseante voz masculina, la cuerda ya estaba enrollada de la forma más conveniente alrededor de su enorme papada.
El enmascarado apretó con ganas de devorar vidas ajenas.
agggg
El señor Stern se quiso incorporar, y de hecho pataleó al principio. La escudilla con las chocolatinas derrapó desde su regazo al suelo, y las dos botellas de cerveza se desparramaron sobre la alfombra oriental, con la botella llena vertiendo todo su contenido.
– Estese tranquilito, amigo…- le susurró el enmascarado al oído.
La resistencia pertinaz del señor Stern fue decreciendo muy a su pesar, así como su rostro opulento fue adquiriendo unos tonos oscuros similares al azul de la visera de los “Yankees”.
– Quedan dos entradas, y los “Yankees” ya vencen por doce carreras a tres – le informó el intruso al señor Stern.
“Es virtualmente imposible que pierdan el partido.
“Imposible, le digo…
“Es tan improbable que pierdan, como que usted siga con expectativas de vida de aquí en adelante. Y si en lo deportivo soy un mero aficionado, en lo segundo puedo afirmarle (sin miedo a equivocarme), que soy un experto en la materia.


“¿Me oye, señor?
“me oye…
“señor…

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