Recuerdos del pasado

– Hijo mío. Te añoro tanto.
– Ya lo se, mamá.
– Espero que te estés alimentando bien.
– Procuro hacerlo.
– Ya sabes. La juventud no os cuidáis nada. Demasiada comida basura. Aperitivos salados. Bebidas gasificadas.
– Ya suelo comer ensaladas. Y la comida preparada no está nada mal. En dos minutos ya la tienes cocinada en el microondas.
– Pero no es lo mismo, Patrick. No lo compares con una buena comida casera.
– Ya. En eso te doy la razón.
“Bueno, mamá. Tengo que dejarte. He de volver al trabajo. Me queda más de media novela por escribir.
– Siempre con prisas. Eres autónomo. Puedes escribir hoy un poquito menos.
– No creo que opinen lo mismo mis editores. Te doy un beso de los grandes. En cuanto esté menos liado, te prometo dedicarte más atención, mamá.
– En fin, hijo. Es que te quiero tanto.
– Ya lo se, mamá.
– Un beso, Patrick.
– Si.
– Te echo de menos. Y más desde que no está tu padre conmigo.
Su dedo índice le dio al botón de extracción del DVD de la grabadora de la torre del ordenador. Miró la pantalla del reproductor de video. Ahora estaba negra. Dejó el disco sobre la mesa e insertó otro. El ordenador reconoció el archivo y empezó a reproducirlo directamente en la pantalla.
La miró absorto.
– ¡Hola, papá! – le saludó su hijo.
– Hola, Bobby. ¿Cómo estás, campeón?
– Yo muy bien. Mamá está preparando una tarta de arándanos.
– Vaya. Eso es señal de que te van las cosas bien en el cole, ¿verdad?
– Bueno. He aprobado todo con suficiente, más dos notables.
– No es para tirar cohetes, pero menos es nada.
– Eres muy exigente, papá.
– Ya lo sé. Los padres siempre lo somos.
– ¿Y qué tal Alaska? Debe de ser un sitio muy chulo.
– Ya lo creo.
– Dicen que hay esquimales con trineos.
– Bueno. Si que los hay, pero normalmente se trasladan ya con motos de nieve y vehículos adaptados para circular por el hielo.
– ¿Y ya pescan en el hielo?
– Alguno si. Los de mayor edad. Conservan la tradición. Los jóvenes se dedican a otras diversiones.
– Jolines. Espero ir pronto allí, papá.
– No se si a tu madre le apetecerá mucho. Ya sabes que es muy friolera.
– Sacaré mejores notas la próxima vez. Eso le convencerá para que te visitemos.
– Te quiero, Bobby.
– Y yo a ti, papá…
Detuvo el vídeo.
Eran grabaciones de las conversaciones con su familia hace diez años. Se las sabía todas de memoria. Extrajo el disco e introdujo otro. Quería hablar ahora con su mujer.
Soledad.
Llevaba diez años sumido en ella.
Desde el Gran Día en que debió de desaparecer la totalidad de sus semejantes.
Recluido en su cabaña, alejado de todo contacto con el resto del mundo.
El destino quiso que solo él se salvase.
Dejándole como recuerdos las cintas del pasado.
Situó el puntero del ratón sobre el botón de reproducir.
El rostro de su bella mujer le saludó desde la pantalla plana del ordenador.
– ¡Patrick! No me lo puedo creer. Por fin llamas.
– Perdona la tardanza, Raquel. He estado muy ocupado con la preparación del libro…

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