Los leprosos de Chernobil

El puente era metálico y estaba en un estado muy herrumbroso. Debajo del mismo el río Pripiat desplazaba sus aguas contaminadas hacia el sur. Los soldados, revestidos de trajes protectores contra el nivel extremo de radiación estaban afanándose en la colocación de explosivos blandos a la entrada del puente.
– ¡Deprisa! ¡Deprisa! ¡Les oigo venir! – urgió el encargado al mando del grupo.
Entre espesas nieblas llegaban aullidos y sonidos guturales, sin ningún tipo de traducción posible que los hiciera pasar por algún tipo de vocabulario humano.
Los soldados que estaban cubriendo a los artificieros apuntaron hacia las tinieblas con sus Kalashnikov. Dieron rienda suelta a sus temores mediante ráfagas innecesarias de munición malgastada en blancos inciertos.
– ¡No! ¡Alto el fuego! ¡Sólo cuando estén a la vista! ¡Estamos desperdiciando balas! – ordenó el sargento Trebelsi.
En ese instante mismo las cargas terminaron de estar montadas.
– ¡Al camión! ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya! – los fue instando gesticulando con los brazos.
Se montaron todos y el vetusto vehículo militar fue atravesando el puente.
Al poco fueron surgiendo siluetas retorcidas y enfermizas entre la bruma.
Eran los supervivientes en la limpieza de la planta nuclear antes de la instalación del gigantesco sarcófago que aislaba el combustible diabólico del exterior.
El camión alcanzó la otra orilla.
Continuó huyendo del lugar hasta detenerse a una distancia prudencial.
Poco después los explosivos fueron detonados, destruyendo el puente y con ello la avanzada de la horda de seres mutantes deseosos de vengarse de quienes les obligaron a exponerse de manera tan temeraria ante la radiación de las instalaciones.
El sargento Treblesi se pasó el revés de la mano derecha para secarse el sudor de la frente.
Miró a sus hombres.
En sus rostros aún quedaba reflejado el temor.
– Vayamos a la zona segura. Allí celebraremos el éxito de la misión con vodka – les animó.
Al otro lado del río, entre la humareda emergente de los restos retorcidos del puente se vislumbraban con el uso de las miras de las armas las figuras dantescas de los repudiados. Sus bocas farfullaban palabras inconexas, llenas de odio en contra de los seres humanos que los habían dejado abandonados a su suerte.

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