Secuencias (Sequences)

Secuencias
La vida entera pasaba ante sus ojos con la similitud de secuencias cortas del tráiler de una película de cine.
Su padre vociferándole antes de darle la paliza de su vida por haber roto un cristal de un balonazo cuando tenía siete años.
Las malas notas continúas en el instituto.
Las borracheras nocturnas de su juventud.
Una gamberrada hecha a un conocido que le dejó tullido de por vida.
La tarde que conoció a Anita del Valle en el graderío del campo de fútbol.
Su boda.
El nacimiento de su único hijo.
El aborto natural del segundo.
La depresión de su mujer.
Los reproches de sus suegros.
El hastío hacia su trabajo de reportero de un diario de tirada local.
Su adicción a la bebida.
Las broncas hogareñas delante del pequeño Andrés.
Su falta de profesionalidad en su empleo.
La pérdida consiguiente de este.
Su incorporación al mundo del desempleo.
La solicitud del divorcio por parte de Anita.
El embargo del Mercedes por impagos.
El ahogo de la hipoteca del piso que amenazaba con dejarle en la calle.
Toda esta concatenación de imágenes desoladoras fue sucediendo segundos antes de que pudiese apreciar la última escena.
El impacto de su cuerpo contra el suelo tras haber ejecutado una caída libre desde la azotea del edificio de quince plantas.


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No hay solución en el horizonte (No solution in the horizon)

La situación es difícil. Nos afecta a muchos. Se puede decir que a millones de personas. Y por fin implica a los habitantes pertenecientes del Primer Mundo, ya que por desgracia, la necesidad jamás desaparece ni hay visos de que tal hecho acontezca en el Tercer Mundo.
Los economistas, los políticos, los periodistas, los sindicalistas, los trabajadores y un largo etcétera lo han bautizado como crisis mundial. Yo lo catalogo como un cuento, el de la hormiga y la cigarra. Hemos sido la cigarra. Se ha vivido en época de vacas opulentas, y ahora nos toca apechugar con las esqueléticas.
Soy supuestamente Eduardo R. Tengo 45 años. Aparentemente llevo diez años trabajando como portero de una fábrica. 700 euros de salario mensual. 14 pagas. No estoy casado, por tanto sin cargas familiares, pero ocupo una habitación en un piso de alquiler, donde vivimos tres personas y pagamos cada uno 300 euros. No puedo permitirme ningún plan de pensiones. Los gastos se me van en el pago de las letras del coche de tercera mano que tengo, en la alimentación y pequeños imprevistos que siempre suceden.
Eso hasta hace poco. La fábrica ha decidido prescindir del servicio de portería, por tanto me voy a la calle, con un paro de poco más de 400 euros, una edad inadecuada para encontrar trabajo en un país de casi seis millones de desempleados, donde en su momento un sobrevalorado presidente de gobierno nos tiene a los ciudadanos con la soga al cuello, mientras él y su círculo cerrado se lo montan bien entre sonrisas y carcajadas. Y con la oposición ofreciendo una alternativa igual de demoledora en el horizonte del negro futuro que se nos avecina.
Yo no lo tengo. No tengo perspectiva.
Me miro en un espejo y veo un reflejo devastador.
Lo que hay en su superficie me escudriña sin reparos.
Aquella cosa soy yo.
– No te queda nada – me dice.
– Es cierto.
– La única alternativa que te queda es alcanzar el final del túnel, amigo – continúa.
No puedo ni mirarle a los ojos.
¿Qué he conseguido en toda esta vida? ¿Qué pretendo conquistar ahora?
La respuesta a la primera pregunta es nada.
Poca cosa surge como contestación a la segunda.
Abandono el piso compartido sin despedirme de los compañeros. Recorro los escalones de la escalera en sentido descendente sintiendo un ardor interno que me induce a salir a la calle.
En la misma respiro profundamente y exhalo.
Entonces miro al cielo…
… y me desvanezco.

Nada más volver con los míos, me preguntaron infinidad de cuestiones acerca de los años transcurridos entre los mortales.
Yo me sentía carente de emociones.
Simplemente les hice saber cosas acerca de la desazón de un ser ínfimo, pisoteado contundentemente por las penurias ocasionadas por la misma sociedad a la que él pertenecía.
– Entonces todo sigue igual. Pasan los siglos, y nunca aprenden.
Es la voz de uno de mis hermanos.
– Así es. Prefiero no volver a pasar por esa experiencia.
Nos miramos sin apartarnos la vista el uno del otro.
Ya no nos dijimos nada más.
Previsiblemente, aquella sería una de las últimas investigaciones a pie de campo ocupando la personalidad de uno de aquellos seres tan imperfectos…


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