Mi sonrisa en tu rostro (My smile on your face)

“En la noche previa
a la fase final de luna llena,
los hábiles dedos de la hechicera
dan forma al cuerpo de su protector.


Tronco, brazos y piernas,
quedan bien definidos,
mientras la cabeza,
sin rasgos faciales,
buscará su sonrisa
arrebatándosela a algún otro.”

(Hechizo escrito en un opúsculo anónimo fechado en al año 1693, del condado de Cheshire, New Hampshire)

“Mugs” Connors estaba pasando un frío del carajo bajo el ojo del puente. Era entrado el mes de noviembre, tenía pinta de nevar y hacía un grado bajo cero. Afortunadamente estaba al resguardo del fuerte viento helador procedente del norte. Con una fogata y unos buenos cartones de electrodomésticos para taparse, esperaba conciliar el sueño hasta bien entrada la mañana. No tenía ninguna prisa para despertarse. Estaba desempleado desde hacía cinco años, vivía de la caridad y encima tenía cincuenta y un años. Una mala edad para reciclarse y encontrar una ocupación laboral. Durante veinte años había sido cocinero de restaurantes de carretera, pero su alcoholismo le fue descontrolando, hasta perder los nervios con tanta facilidad, como para agredir a sus compañeros de cocina y a las pobres camareras. Su estado civil de soltero era un mal menor. De esa forma, al no haber conformado una familia, no les había hecho pasar por el infierno de su carácter inaguantable.


“Mugs” estaba echado sobre su costado derecho, mirando hacia la pared, ofreciendo la espalda a la hoguera. Percibía el chisporroteo de las ramas. Escupió una flema recia y consistente sobre el suelo, acomodando la cabeza sobre la palma de la mano derecha, dispuesto a dormirse, cuando notó la presencia de un extraño por el sonido de las pisadas de este al adentrarse en el refugio, aproximándose al fuego.

“Mugs” se imaginó que era otro compañero de penurias que buscaba un sitio donde pasar el menor frío posible dentro de lo que cabía al dormir al raso.

Sin volverse, se le dirigió con razonable amabilidad y consideración, dado su mal talante habitual cuando había pasado el día sin poder emborracharse.
– ¿Qué hay, colega? Se tiene frío, ¿eh?
“Puedes pasar aquí la noche. No hay apenas corriente dada la ubicación del jodido puente. Pero confórmate con apretarte al lado del fuego, porque todos los cartones desperdigados me los he apropiado yo para mi confort, je- je.
El recién llegado no dijo ni media palabra. Estuvo unos segundos frente a la fogata, para luego acercársele.
Lo hizo tanto, que “Mugs” sintió las punteras de sus zapatos hincándose en su espalda.
Se indignó de inmediato, arrojando los cartones que le cubrían a modo de manta.
– ¡Maldito tarado! ¡Apártate cinco metros de mi área de descanso, coño! – farfulló, con los ojos circunvalados por patas de gallos, retorciéndose en las cavidades.
Al darse la vuelta, quedó sentado frente al visitante. Quiso ponerse de pie, pero no hizo falta. Aquel intruso aferró su cabeza entre sus enormes manazas, tironeando de él como si fuera un vulgar animal, hasta forzarle a situarse a su misma altura.
“Mugs” se vio situado erguido, con aquellas extremidades colocadas sobre sus orejas. La fuerza era inmensa, y no pudo zafarse en ningún momento.
Sus ojos se encontraron con los del desconocido.
Eran unos ojos ajenos a su propio rostro, porque aquella cosa no tenía una cabeza normal.

(Porque era una creación diabólica, creada por algún tipo de magia negra)
(Hechicería)
(Espíritus protectores)
(Utilizados para el bien o para el mal)
(Fabricados con cera, con forma de figura humana)
(Pero esta fue hecha a tamaño natural)
(Con tronco, brazos y piernas de cera)
(Y una cabeza ovalada, similar a la de una persona)
(Pero de cera)
(Lisa y pulida)
(Carente de rasgos faciales)
(Hasta que el espíritu protector en sí buscara los adornos correspondientes)

Por ahora lucía los globos oculares…

Sí, porque habían sido arrancados de una de sus víctimas preliminares, siendo incrustados en su cara pálida y de textura cerosa.
Y aquella locura de mirada le estaba escrutando con un centímetro de caída con respecto de un ojo al otro.
“Mugs” estaba espantado. Casi envejeció diez años en un instante ante esa demencial visión.
El ser lo miró unos segundos más, antes de arrancarle las orejas…
– ¡Nooo…! ¡Joder! ¡Joderrrrr! – chilló “Mugs” Connors, cayendo al suelo, con la sangre fluyendo por los orificios de los oídos.
El dolor era insoportable. Se llevó ambas manos a las hemorragias, y desde donde estaba sentado sobre sus posaderas, pudo contemplar a aquella temible figura cómo se iba colocando cada una de las orejas que le fueron arrebatadas a cada lado de su cara. No coincidían en la simetría, difiriendo en lo que debería de ser la situación natural en un rostro humano.
– ¡Noo! ¡Dios, cómo duele! – gimió “Mugs” entre lágrimas de pleno sufrimiento físico.

Entonces…
El ser le miró con sus ojos. Estaban mal encajados en su rostro de cera, pero aún así giraron buscándole.
Se dobló hacia delante, agarrándole por la mandíbula, y con la ayuda de una hoja de cuchilla de afeitar, le fue separando los labios,
arrebatándole la sonrisa…


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