La caja de carne

Viernes Santo. Es hora de prestigiar ligeramente a uno de mis empleados. Para ello les dejo este novedoso relato pergeñado esta misma mañana en poco más de media hora. Que lo disfruten, y ya saben, hoy es día de vigilia, de abstinencia de carne…

Stud Olesson tenía cuarenta años. Estaba soltero. Su vida era muy solitaria. Sus padres estaban muertos. Su hermano mayor, casado y con dos hijos, vivía en la otra punta del país, y sólo se felicitaban los cumpleaños por teléfono. Su trabajo era precario. Turno de noche en una fábrica de etiquetas de marcas de conservas, haciendo rondas y cuidando del funcionamiento de las calderas. Mil miserables dólares.
Vivía en un apartamento de alquiler. Una única habitación, más baño y cocina. Por no existir, no tenía ni pasillo. Quinientos dólares que todos los meses iban a un agujero sin fondo.
Stud no era de aspecto desagradable. Es más, con buena ropa, tenía cierto estilo. Pero su nula confianza en sí mismo hacía que descuidara su apariencia. Esto sumado a su bajo sueldo, tampoco le hacía poder permitirse un armario repleto de indumentarias de cierto realce en el diseño y la confección.
En una de tantas noches, en pleno turno nocturno, sobre las tres de la mañana, empezó a sentir hambre. Normalmente traía preparada la cena, consistente en emparedados de sardinas en lata, algo de fruta y un zumo de un cuarto de litro. Pero en esta ocasión le había sabido todo a muy poco, y para la reseñada hora, las ganas de comer le estaban venciendo el ánimo. Obviamente, era una franja horaria donde incluso la comida a domicilio estaba cerrada. Aún así se animó a hojear en el periódico en la sección de anuncios. Todos los locales trabajaban como mucho hasta la una de la noche. Frustrado, iba a arrugar las hojas de la prensa, cuando un anuncio ubicado en la penúltima página llamó su atención.

“Envío de pedidos de comida a cualquier hora de la madrugada. Ideal para los vigilantes, empleados de limpieza y cualquier trabajador del turno nocturno. Nosotros pensamos en ustedes. Jamás pasarán hambre. NIGHT MEAL FOREVER!
Y siempre a precios económicos. NIGHT MEAL FOREVER!
Llámenos, y se sorprenderán de nuestra calidad. NIGHT MEAL FOREVER!”

El anuncio venía seguido de un número de teléfono móvil.
Stud no se lo pensó dos veces. Marcó los diez dígitos correspondientes. Después de cinco segundos de espera, una voz potente masculina le atendió desde el local de NIGHT MEAL FOREVER!
– ¿Diga?
– Hola. Esto… Llamaba para pedir algo de cena.
– Bien. Esto es un local de comida rápida con servicio a domicilio.
– He visto uno de sus anuncios, pero no vienen los menús disponibles.
– Ningún problema. Yo mismo me ocupo de ponerle al día. Tenemos el menú CARNE, para quienes quieran ese estilo de comida, el menú PESCADO, en el mismo sentido, y el menú VERDE, para los vegetarianos.
– Bueno, me interesaría algo del menú CARNE.
– Muy bien, caballero. Serán cinco dólares. El repartidor llegará en menos de diez minutos a la fábrica Lito Pack.
El empleado colgó al instante, dejándole con la boca abierta.
¿Cómo sabía que le estaba llamando desde un teléfono móvil en Lito Pack Ltd.? ¿Y encima le enviaba un pedido sin especificar lo que en realidad él quería del menú CARNE?
Era evidente que en cuanto acudiera el repartidor, iba a rechazar el pedido. No iba a comer lo que a los del restaurante les apetecía despachar sin previa consulta del cliente.
Miró la hora en su reloj de pulsera. Eran las tres y veinte de la madrugada. A las tres y veinticuatro sonaba el timbre de la entrada principal al taller. Stud se levantó de la silla, ciertamente asombrado. Se acercó a buen paso. Al otro lado del vidrio laminado de la puerta se veía la silueta corpulenta de una persona, con un casco de moto puesto en la cabeza. Se le veía portar una caja cuadrada entre las manos.
Stud quitó los cerrojos y abrió la puerta. Apenas hacerlo, aquel sujeto le pasó el pedido y se montó en su moto de repartidor, sin darle tiempo a verle el rostro.
– ¡Oiga! – se quejó, Stud. – No quiero esto. Y no estoy dispuesto a pagarle por ello. Mejor que se lo lleve.
– El primer pedido siempre es gratis. Si no le gusta, simplemente tírelo a la basura – le replicó el repartidor con voz ronca.
Puso la motocicleta en marcha y abandonó el lugar con la misma presteza con que había acudido a entregarle el pedido.
Stud estaba anonadado. La caja tenía el tamaño de uno de calzado, y estaba caliente. El olor que surgía de su interior era realmente apetitoso. Así que volvió a cerrar la puerta, regresando a su puesto con la cena misteriosa, deseando que fuese lo mínimamente comestible como para mitigar su tremenda hambre.

Cuando abrió la caja, descubrió que la comida era algún tipo de pollo empanado. Probó un pequeño bocado, y no sabía nada mal. Debía de llevar un montón de potenciador de sabores. Le dio igual. Al menos se podía comer sin remilgos. Fue a por una cerveza a la máquina de refrescos y sentándose frente a su pequeña mesa, se dispuso a cenar con ganas.

Eran las cuatro de la mañana. Ambos estaban detenidos con sus motos frente a la entrada al taller de etiquetas publicitarias Lito Park Ltd.
– Está tardando bastante.
– Bueno. Se ve que tenía hambre.
– Mejor. Así será sumamente dócil. La droga lo dejará zombi perdido.
Cinco minutos después la puerta les fue abierta. Frente a ellos, se situó Stud. Estaba absorto. Con la mirada perdida. Apenas se le apreciaba la respiración, de lo pausada que era.
– Nuestra nueva vaca – dijo uno de los motoristas, tirando un saco al suelo.
– La raza humana es una gran inversión culinaria – dijo el otro.
Mientras uno amordazaba al sumiso Stud, el otro preparaba la pistola empleada para el ganado en los mataderos…

La tarea del despiece les llevó su tiempo. Aquel era un ejemplar muy interesante. De edad mediana, pero aún aprovechable. Era indudable que su jefe, Valtemaras Bogus Bogus, iba a estar muy contento por la nueva partida de carne humana.

5 comentarios en “La caja de carne

  1. Gracias Oskar y gracias Pepe. Ya sois varios los que me habeis obsequiado con excelsas dádivas esta semana. Espero ir a recogerlos y poder corresponder. Ahora estoy un poco vaguete. A ver si espabilo un día de estos. Un fuerte abrazo a ambos.

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