El ventanuco

Bueno, acabo de visitar la cocina. Estoy muy satisfecho. El ilustre repostero Bogus Bogus está ultimando los nuevos relatos que pondré a disposición de la atenta concurrencia de Escritos de pesadilla. Mientras terminan de estar a puntito, horneándose hasta quedar realmente asquerosamente incomestibles, recupero esta benevolente historieta en honor a la vuelta de los niños al colegio. Les aseguro que es la mar de estimulante…

Dick Tracy tenía solamente doce años y regresaba del colegio con una sonrisa en los labios. En uno de los bolsillos de la mochila escolar guardaba el boletín de las notas del primer trimestre y había sacado todos A+ menos en matemáticas donde había logrado una B. Su felicidad se notaba en la forma que botaba el balón de fútbol sobre el firme de la acera conforme se acercaba a casa. Sus padres se iban a poner supercontentos. Y seguro que sus logros en los estudios iban a ser recompensados de alguna manera. Su mayor ilusión sería asistir al partido del sábado en el Madison Square Garden donde los New York Rangers se las iban a tener tiesas con los Boston Bruins de la liga nacional de hockey sobre hielo. Había tanta rivalidad entre los dos equipos que las batallas campales estaban a la orden de cada encuentro. Dick estaba seguro de que sus padres iban a permitirle ese capricho. Continuó caminando a buena marcha sin dejar de botar el balón. Dejó atrás el Burger King con su aparcamiento y afrontó la vuelta de un edificio de dos plantas que llevaba unos cuantos años clausurado. En su mejor época debió de ser una especie de casa de citas. Ahora tenía todas las ventanas tapiadas con losas de hormigón y con la puerta de acceso claveteada con tablones y con un buen candado cerrado sobre el pasador para que nadie tuviera la intención de ocupar de forma gratuita el recinto. Dick pasó por delante de la fachada y justo al doblar la siguiente esquina perdió el control del balón.
Este fue rodando hasta ocultarse detrás de un denso matorral que había al lado de la pared lateral del edificio. Sin pensárselo dos veces fue en pos del mismo, como temiendo que fuera a perderlo para siempre. Tuvo que abrirse sitio entre la maraña de ramas. Afortunadamente no tenían espinas ni el conjunto de plantas era venenoso. Encontró el balón detrás del matorral, al lado de un pequeño ventanuco ubicado a ras de suelo. El niño estaba satisfecho de haber dado con su objeto de diversión deportiva, pero aquello le llamó la atención. La diminuta ventana tendría un marco de unos 75 centímetros por alto y cincuenta de ancho y carecía de postigo. No se veía ningún gozne, ni quedaban rastros de marcas oxidadas de haber albergado alguno. Simplemente carecía de la hoja con su correspondiente vidrio. Lo que incentivó la curiosidad de Dick por el ventanuco fue que el vano estaba abierto al exterior sin nada que lo tapase. No habían puesto ladrillos ni estaba tapiada con cemento. Aunque bien pensado, ¿quién iba a poder colarse por allí dentro? Sólo un niño travieso y curioso de complexión flaca y corta estatura lograría hacerlo. Y el cuerpo de Dick correspondía a esas características físicas. Algo rondaba por la mente del muchacho. Se sentía como hipnotizado por el hueco. Dentro reinaba la oscuridad. Y no se sentía ningún tipo de ruido. Estaba a punto de recoger el balón para marcharse del lugar, cuando el propio balón rodó hacia el ventanuco.
– Epa…
Dick reaccionó demasiado tarde, viendo como su balón era tragado por la ventana de marras. Una vez dentro se suponía que debía oírse como rebotaba en el suelo del sótano del edificio, pero no surgió ningún sonido de su interior.
El niño se quedó frustrado y muy disgustado. Ese balón era su favorito. Aparte de jugar con sus amigos en el patio del colegio, todos los domingos de cada semana, si el tiempo lo permitía, retaba a su padre a un uno contra uno en la canasta que tenían al lado de la entrada del garaje de la casa.
Contempló el marco del ventanuco. Parecía un ojo de cíclope con el color del iris más negro que el petróleo. Las señales horarias de su reloj de pulsera le indicaron que se estaba haciendo tarde. Y llevado por la premura, decidió arrastrarse por el hueco ubicado a la altura de sus rodillas. No se quiso ni imaginar la altura que podría haber desde el alféizar hasta el suelo del sótano del antiguo prostíbulo, y mucho menos pensar si luego conseguiría llegar a su altura para salir de nuevo al exterior. Era de suponer que en todo caso habría alguna caja o algún tipo de mueble viejo que le ayudaría a escalar de nuevo hasta la ventana. Sin esperar a mucho estaba ya echado sobre su barriga, con las piernas colgando en la infinita negrura. Sus pies no tocaban ninguna superficie sólida. Estaba en el vacío. Y continuó estándolo cuando fue engullido del todo por la voracidad del interior del ventanuco.
– ¡Socorro! – gritó con fuerzas, implorando ayuda.
La sensación que tenía era como de ingravidez. Su cuerpo se retorcía, con las puntas de los dedos ansiando asirse a algún punto que sobresaliera de entre la oscuridad. Sus piernas patalearon compulsivamente sin tocar fondo alguno. El niño estaba aterrorizado. Todo él flotaba en un mundo desconocido. Desde su perspectiva podía entrever el vano del ventanuco alejándose de él como si fuera una nube empujada por la fuerza del aire.
– ¡Noo! ¡Que alguien me ayude! – suplicó Dick, llorando de impotencia.
Su cuerpo se agitaba con tanta brusquedad en el vacío que terminó perdiendo la mochila.
El hueco recortado del ventanuco fue distanciándose hasta que Dick terminó formando parte de la propia oscuridad del lugar.
Sus lamentos nunca le sacarían de allí.
Entonces escuchó una voz justo al lado de su oído derecho.
– Bienvenido a tu nueva vida, chico.
Se volvió pero no pudo atisbar nada en concreto entre tanta penumbra.
– ¿Quién eres? – preguntó a la voz desconocida.
– Soy quien se va. Y tú eres quien me releva.
Dick lloraba a lágrima viva. Se sorbió los mocos con el cuerpo danzando en el vacío.
La voz que escuchaba era la de otro niño.
– Si entras aquí, aquí te quedas… Hasta que alguien venga a relevarte – continuó diciéndole la voz anónima.
– No… No quiero quedarme aquí.
– No pasa nada. Aquí nunca tendrás hambre. Ni sueño. Ni ganas de ir al baño. Es como si el tiempo se detuviese un rato, hasta que lo que te retiene aquí decide volver a dejarte libre.
– No entiendo nada de lo que me dices…
– Es sencillo. Esto es una especie de trampa. Si caes en ella, lo que hay detrás de la ventana te retiene. No sé lo que es en verdad. Sólo que te mantiene aquí atrapado como si fueras su mascota.
Como no sientes nada, no te das cuenta nunca del tiempo que llevas aquí dentro retenido. Simplemente sabes que ha llegado tu hora de salir cuando alguien más se siente atraído por la ventana y decide entrar. Eso es lo que me pasó a mí en su momento, y eso es lo que ahora te pasa a ti.
– ¡No! ¡No quiero permanecer aquí por más tiempo! ¡Quiero salir! – exigió entre gimoteos Dick tratando de sujetarse a algo abriendo y cerrando las manos.
– Tendrás que ganártelo, amigo. Como yo me lo he ganado hoy.
“Ah, y por cierto, el balón es precioso. Te juro que te lo trataré bien.
“Ahora tengo que irme. Seguro que mis padres me han estado echando mucho de menos.
La voz cesó en su conversación con el muchacho.
Dick intentaba localizar el hueco de la ventana sin ningún resultado positivo.
Palmoteaba como un ciego que acabara de perder su bastón que le servía de apoyo para trasladarse por una estancia nueva.
Nunca más volvió a escuchar aquella voz surgida de entre las tinieblas…
No le quedaba otra alternativa que esperar hasta que surgiese su sustituto.
Un nuevo incauto que cayera en la trampa del ventanuco.
– No. No quiero quedarme aquí – imploró con el cuerpo flotando en una especie de limbo.
Sus gritos ansiosos no le fueron de ningún provecho.
Su destino tenía una única solución.
Y la llegada de la respuesta a sus pesares era una fecha indeterminada.
Finalmente Dick se cansó de zarandear tanto su cuerpo.
Comprendió que era inútil.
– Papá. Mamá. Os quiero mucho. No se el tiempo que tardaré en veros de nuevo – musitó entre lloros.
El tiempo se dilató. Dejó de existir para él.
No tenía ningún sentido resistirse a su suerte.
Ahora quedaba esperar y esperar.
En silencio.
Desde la negrura más allá del ventanuco.

8 comentarios en “El ventanuco

  1. bravísimo!!!…, tan solo esperar a otro incauto… que curiosidad, en mi edificio, en el primer piso, hay un ventanuco… como que comienza a carcomerme la curiosidad…=)

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