Sombras

Esto es terrible. Todo está a oscuras en mi horrenda mansión de pesadillas. Ya les avisé que esta tempestad podría incordiarnos con algún rayo tremendo, y quedarnos a oscuras. No, en mi casa no dispongo de pararrayos. Esperen un poco, queridos e ilustres visitantes. Voy a llamar a mi mayordomo. Se llama Dominique. Le ordenaré que encienda las teas y las velas para iluminar mínimamente las dependencias. Aquí llega Dominique. Es muy servil y obediente. Eso si, tengo que comentarle que se cambie su nombre de pila por el de Igor. Es más rentable de cara a los royalties. Ja ja ja.
Ahora acomódense en mis sillones de tapicería de piel humana y escuchen la historia que tengo que contarles acerca de mi lacayo. Esto aconteció mucho antes de que entrara a formar parte de mi plantilla de eficientes sirvientes. Y una vez que me puso al corriente de sus dotes especiales, no dudé ni un instante en contratarle.

Dominique era una persona solitaria y muy aprensiva. Tenía cincuenta años y desconfiaba de todos los semejantes que le rodeaban. No tenía ocupación laboral conocida. Vivía en una pensión de mala muerte en la parte más deprimida de la ciudad. Barriada de malos hábitos y ladrones a partes iguales. Se podía decir que mientras uno apuñalaba por la espalda a su mejor amigo, otro hacia lo propio con su padre, o su mujer o amante ocasional. Como era de suponer, residir en semejante zona marginal de la metrópoli era nacer en el anonimato de la pobreza o la delincuencia y morir del mismo modo unas cuantas décadas después, y eso quien tuviera la grata fortuna de poder sobrevivir más allá de los cuarenta.
Dominique Lapierre no gozaba de amistades, ni casi gente conocida. Sus familiares le ignoraban por recelo a su extraño comportamiento social. Su mirada penetrante y su rostro hosco causaban cierta perturbación ante cualquier interlocutor con el que tuviera que mantener la más mínima relación. Nunca frecuentaba los bares, ni las timbas clandestinas y qué decir de los burdeles baratos. Permanecía recluido la mayor parte del tiempo en su miserable cuarto. La puerta disponía de su cerradura original. Dominique le incorporó una segunda y por la parte que daba al interior fijó dos cerrojos con sendos pestillos de buen tamaño. Cuando abandonaba su hogar, estaba claro que no se fiaba del resto de los inquilinos. Y cuando se encerraba dentro, la protección de los pestillos daba a entender que sin ellos pudiera ser asaltado mientras dormía o descansaba.
En resumidas cuentas, Dominique terminaría por llamar la atención al ser tan precavido.
El resto de inquilinos cuchicheaba en grupo acerca de la conducta reservada de su vecino. En la hora de la comida y la cena. En la propia calle. Poco a poco se fue corriendo la voz de un infundio. Se decía que Dominique casi no hacía otra cosa que permanecer encerrado en su habitación porque debía de poseer alguna reliquia de enorme valor económico. Quienes compartían pensión con él eran todos hombres de mala catadura. Dos eran marineros dados a la bebida y al juego. Otro era un drogadicto enfermizo. Y los otros dos eran unos maleantes, que medraban a costa de atracar a los imprudentes que recorrían las callejuelas más angostas a partir de la medianoche.
No tardaron en considerar llevar a cabo un asalto a la habitación de Dominique.
El patrono de la pensión haría la vista gorda, a cambio de recibir un porcentaje del previsible botín. Estuvieron planificando derribar la puerta de la habitación de Dominique Lapierre pasadas las doce de la noche. Sería buena hora, porque a dicha hora el guarda nocturno terminaba de recorrer los aledaños de la pensión, y sin vigilancia, y con la complicidad cobarde del vecindario, ni siquiera la oposición de Dominique ante el ataque ni sus posibles gritos de auxilio serían correspondidos en forma de ayuda.
Los cinco malhechores acudieron armados de dos hachas y un mazo. Sin esperar a una orden de inicio coordinado, fueron emprendiéndolo a hachazos y luego terminando de echar la resistencia de la puerta abajo con la contundencia del enorme mazo. Todo fue cuestión de treinta segundos. En cuanto el quicio quedó despejado de la protección y amparo de la puerta, el conjunto de los asaltantes irrumpió con presteza en la habitación.
Encontraron el cuarto iluminado por decenas y decenas de velas y unas cuantas lámparas de aceite. En el centro de la estancia estaba Dominique sentado en el suelo con las piernas cruzadas y las manos entrelazadas sobre el regazo. Estaba con los ojos cerrados. Respiraba profundamente, en una especie de estado de meditación. Parecía ajeno al estruendo ocasionado por el destrozo ruidoso de la puerta.
Uno de los cinco estaba presto a zarandearle para despertarle de su ilógica postración e interrogarle por todo artículo de valor que pudiera tener oculto, cuando el movimiento de las sombras a la luz de las velas y las lámparas fue proyectándose en las paredes, el techo y el suelo. En principio creyeron que esas sombras les pertenecía a sus propias siluetas, pero cuando estas se fueron incrementando en número y anexionándose entre si hasta teñir casi la superficie de cada pared de negro, donde el sentido del dibujo de las extremidades y las cabezas se fue perdiendo hasta su desarrollo final en formas amorfas oblongas, los criminales trocaron su ímpetu amenazador por el inherente a toda persona que percibiera un peligro inminente.
– No toquéis mis sombras – musitó Dominique sin moverse ni un ápice de su postura, ensimismado en sí mismo.
Los cinco asaltantes apiñaron sus cuerpos espalda contra espalda, mientras las sombras imperfectas abandonaban las paredes y el suelo, rodeándoles hasta sumirlos en la negrura. Un soplo de aire apagó la lumbre de las velas y de las lámparas de aceite.
Se escucharon gritos de desesperación.
Durarían cinco segundos.
Luego se instauró el silencio y la oscuridad continuó reinando en el interior de la habitación de Dominique Lapierre.
El patrono de la casa percibió las horribles lamentaciones y acudió ante el cuarto de su singular inquilino. A la vista de las tinieblas, sin atreverse a dar ni medio paso hacia el interior de la habitación, se limitó a preguntar consternado por lo que acababa de oír.
– ¿Qué han sido esos chillidos del demonio? ¿Acaso alguno de los cinco estáis en apuros?
Daba por hecho que Dominique estaría malherido o muerto.
Su rostro se tornó blanco al percibir quien contestaba era este último.
– ¿De qué cinco me habla, señor Cotard? Aquí estoy yo sólo.
“Eso si, en cuanto encienda la luz, estaré rodeado de mis serviles sombras.
“Y cuando eso ocurra, le ruego atraviese la entrada a mi humilde cuarto.
“Puede que entonces halle la respuesta a su pregunta.
El patrono vio una cerilla encenderse entre penumbras.
Unos dedos la acercaron a la mecha de una vela.
La estancia fue cobrando iluminación poco a poco.
Vela a vela.
Lámpara de aceite a lámpara de aceite.
Y cuando la habitación de Dominique quedó bien provista de luz, emergieron las sombras.
Seguido de un nuevo grito surgido de la garganta del patrono de la hacienda.

10 comentarios en “Sombras

  1. Je, je. Nela. Bastante susto me diste ayer al ver tu artículo sobre la Victoria Beckham. Eso si que es una aparición demoníaca, por dios.En cambio, Dominique…El hombre no molestaba a nadie. Tenía su propio entretenimiento. A los demás les pasó eso por meterse donde nadie les había llamado.Un fuerte abrazo, y nos vemos de nuevo en otra visita virtual, ja ja.

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  2. Muchas gracias Joel por tu opinión. Intento divertirme escribiendo lo que siempre me ha gustado, que es la ficción del terror. Como no tengo tiempo para dedicarme al esfuerzo enorme que supone crear algún tipo de novela, y como me surgen ideas en cualquier momento del día, pues las encajo en mis relatos. Si aparte de eso, consigo algún lector en internet, y que no se queden en el cajón del escritorio acumulando polvo, pues mejor.Un fuerte abrazo, y ya sabes que tienes siempre la puerta abierta a mi castillo infernal, ja ja.

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  3. Hello, Sagitaire17. Darte las gracias por visitarme sin temor a salir huyendo a las primeras de cambio nada más ver a mi ayuda de cámara Dominique.Relativo a los cómics, también digo que no estaría mal que un director de cine se fijara en un argumento de un relato y quisiera hacer una peli, pagándome un millón de euros por los derechos de autor, ja ja.Nada, de momento sigo leyendo mis relatos.Hoy a la noche colgaré el siguiente. Espero que también te guste. Un fuerte saludo, y nos seguimos teletransportando de un blog al otro.:)

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