Asesinos ficticios: Edward Tellis Jr, el joven dependiente envenenador de clientes.

Incorporo al archivo de funestas pesadillas la biografía de un tunante poco conocido como asesino serial norteamericano. El chavalito se llamaba Edward. Como buen adolescente, su ardoroso deseo de poder demostrarle a su progenitor que era un chico con iniciativa en los negocios familiares, y no un simple zoquete que se limitara a silbarle a las muchachitas de su edad cuando pasaban por delante de la iglesia, le ocasionaría una breve vida entre sus semejantes. Aunque mejor visto, era lo deseable. Si no, al paso que iba, se nos cargaba hasta al apuntador.

Estamos refiriéndonos a Edward Tellis Junior. Nacido el 12 de junio de 1901 en un pueblo minúsculo de Dakota del Norte, justo cuando este estado apenas llevaba dos años formando parte de la Unión.
Sus padres eran el empleado de pompas fúnebres, Richard Tellis Blacksoul y la abnegada ama de casa Sarah Scream. Esta última ejercía en sus escasos ratos libre como maquilladora de los cuerpos presentes antes de su preparación estética para el velatorio y los restantes ritos religiosos finales. El hijo fue bautizado Edward, y aún a pesar de no llevar el mismo nombre de su padre, este se obstinó en adjudicarle la coletilla de Junior, asegurando que eso iba a traerles buena suerte en el negocio. De hecho, tuvieron que abandonar la ciudad de Redish por la puerta de atrás ante la ira popular por sus intentos de vender los cadáveres a unos forasteros de una caravana ambulante que buscaba unos cuerpos embalsamados de tal manera que pudieran formar parte de su caseta del terror. Al ser descubierto uno de los ataúdes antes del entierro, y hallar un cerdo muerto de triquinosis en vez del delicado cuerpecillo de una damisela de dieciocho años fallecida por la sífilis, el engaño se fue al garete.
Tras semejante experiencia del todo frustrante, la maravillosa familia Tellis optó por trasladarse más al sur del estado.
En la localidad de mil quinientos habitantes de Foreverlove encontraron la tierra prometida. Richard instaló su nueva funeraria con la intención clara de instalarse en aquel pueblo hasta que le llegara su hora. Estaba cansado de llevar una vida tan nómada. El pequeño Edward cumplió sus estudios primarios en la escuela local. Una vez finalizados, se incorporó al mundo laboral. Para disgusto de su progenitor, no continuó con la tradición familiar. Edward detestaba todo lo relacionado con el funcionamiento de la funeraria, así que en cuanto tuvo la oferta del señor Douglas para entrar como ayudante en su colmado, no se lo pensó dos veces. El sueldo era insignificante, pero era un comienzo. Y la realidad es que la tienda era muy próspera. El listado de clientes era de lo más lustroso.
Edward tenía quince años por aquel entonces. Justo cuando Foreverlove destacaba por la más baja tasa de mortalidad de los últimos cincuenta años. Los lugareños justificaban la buena salud que disfrutaban por los buenos alimentos de la tienda del señor Douglas. Por desgracia, nunca convenía vanagloriarse en voz alta. Los designios del Señor suelen ser inescrutables. Las muertes empezaron a suceder entre el período del 11 de febrero de 1916 y el 7 de abril del mismo año. Fueron muy llamativas, porque no es normal en una población tan sana la mortandad de cincuenta y dos personas en menos de dos meses. ¿Epidemia? Pudiera ser. Pero ninguno de los síntomas llevaba a la conclusión final de una grave enfermedad contagiosa. Y en todo el resto del condado no llegó a producirse ese aumento en el número de fallecidos de manera tan significativa como para que se generara la alarma de una enfermedad mortal contagiosa.
Porque las muertes eran fulminantes. Casi todos tenían las mismas características. Después de haber cenado algún que otro alimento enlatado, en pleno reposo digestivo, el comensal padecía unos dolores de tripas atroces, con dilatación abdominal excesiva, abandonando el mundo de los vivos en menos de dos horas entre espasmos de dolor y maldiciones indecorosas en contra de la comida ingerida.
El representante de la ley de Foreverlove, Nicholas Gringe, ató cabos en un periquete cuando la cifra de difuntos se iba incrementando notoriamente y las pompas fúnebres de Richard Tellis se lucraban sin el menor de los decoros aumentando el precio de las exequias. El Sheriff dedujo que todos los finados habían estirado la pata nada más haberse alimentado con algunos de los productos del colmado del señor Douglas. Su principal sospechoso no era el dueño, sino su nuevo dependiente, Edward Tellis Junior.
Finalmente, tras un laborioso proceso de investigación a pie de campo, pudo relacionar cada una de las muertes por envenenamiento a cargo del joven. Edward fue interrogado con dureza extrema (de hecho acabó con los dos ojos hinchados como tomates y siete dientes menos en la dentadura), y tras cinco horas de calvario, reconoció que había practicado unos pequeños orificios en cada uno de los envases de la comida enlatada expuesta en los anaqueles principales de la tienda. Utilizó una mezcla de estricnina y excremento reseco de ardilla. Revolvía bien las latas, selladas con un poco de cera para que no se notara su intervención (siempre practicaba la incisión debajo de las etiquetas pegadas con cola para que pasaran desapercibidas a primera vista, dando así la sensación de no estar manipuladas). Sus efectos producían una intoxicación alimentaria perniciosa.
Sin duda la razón de Edward era propiciar nuevos clientes para el negocio de su padre, que estaba en franco declive por la salud de hierro de los habitantes de Foreverlove. De este modo, este chico de tan solo quince años, se convirtió en uno de los primeros asesinos en serie más renombrados de los Estados Unidos, y casi el primero en el ranking de haber fomentado muertes por envenenamiento.
Edward Tellis Junior fue juzgado el 25 de mayo de 1916, encontrado culpable de cincuenta y dos homicidios premeditados, y condenado a la pena capital de morir ahorcado del árbol centenario de la localidad.
A raíz de su muerte, el negocio familiar quebró, perdiéndose el rastro de sus padres, quienes con inteligencia, decidieron emprender vida nueva en otro destino distinto al de Foreverlove.

11 comentarios en “Asesinos ficticios: Edward Tellis Jr, el joven dependiente envenenador de clientes.

  1. Otro angelito que nos traes, menuda pieza el chaval!! no quiso seguir con el negocio familiar, pero para poder ampliarlo.Coincido con meg en lo de la foto…. con esa si me tomo la tila.Besazos de caramelo.

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  2. Bonita foto, eh. nikkita. Pero el bebé no era Edward. En tal caso, el muchachote no hubiera pasado a la posteridad por su envenenamiento en masa, ja ja. Tómate la tila, pero con un chorrito de licor 43 para endulzarla. Un fuerte beso enviado desde mi rincón del escalofrío.

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  3. Revisa todo lo que quieras, Nela. Cuando menos te lo esperes…los retorcijones de barriga estarán esperándote, ja ja.Nada, afortunadamente hay dos siglos de distancia entre una época y otra. Hoy en día nos contentamos con emplear menos sutilezas.Un fuerte besito de oso de peluche, de los que tienen una costura rota y les sale el relleno, ja ja.

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  4. Gracias, Obiwan1977. Tú tranquilo, cuando yo estire la pata, entonces publicaran mis escritos y harán teleseries de terror, más o menos como les ha pasado a más de un escritor, que alcanza la fama cuando ya están en el limbo.Aunque no me vanaglorio de mi escritura, por dios. Me encanta escribir y ya está. Si a mis estimados visitantes de pesadillas les encanta leerme, miel sobre hojuelas. Un fuerte abrazo, compañero.

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  5. pero siempre pensaba en la familia la sangre es mas espesa que el agua sin duda , me encanto me tuvo atrapada en suspenso todo el tiempo de la lectura , te dejo mis saludos y buen diadespe

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  6. Mis mil gracias despe por tu visita a mi hacienda. Desde luego, tenemos que reconocer que Edward, a pesar de ser un simple adolescente, pensaba en el complicado futuro que se le avecinaba al negocio funerario de la familia, aunque no le molaba tener que trabajar en la misma. Eso es tener amor por quienes más le querían, que no eran otros que sus papaítos.Un fuerte saludo, amiga, y vigilemos un poco las tiendas de comestibles. No sea que haya un emulador. Ya sabemos que los asesinos más famosos suelen ser imitados. Je je

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