Almas en pena

Ferrero y Tobías estaban ocultos debajo del puente ferroviario. Estaban ateridos de frío. Hacía dos grados bajo cero y la noche anterior había caído una nevada copiosa. Sus vestimentas eran andrajosas y demasiadas livianas como para poder soportar las temperaturas gélidas de esa mañana invernal.
– Este frío criminal va a matarnos, Tobías – lloriqueaba Ferrero golpeándose los costados con los brazos para entrar de algún modo en calor.
– Necesitamos algo que nos caliente – murmuró su compañero con los ojos entrecerrados. Salió de debajo del puente y hundiéndose en la nieve, se fue alejando en la distancia. Ferrero permaneció en el refugio, echándose entre cajas de cartones para aislarse en la medida que fuese posible del frío. Estaba sumamente debilitado por la falta de alimento. No podía acompañar a Tobías. Sería más un estorbo que una ayuda. Y así fue cerrando los párpados hasta quedarse medio dormido.

Fue despertado por los gritos de un chiquillo. Se incorporó entre los cartones de su lecho y pudo ver a Tobías trayendo a rastras a un pequeño de unos cinco años.
– La excursión ha sido exitosa – musitó Tobías agarrando al crío por el cuello.
Lo que vio Ferrero a continuación fue terrible. Tobías le rajó la garganta al pequeñuelo con una navaja bien afilada. Un chorro de sangre surgió de su tráquea.
– ¡Deprisa! ¡Trae las tazas! – le urgió Tobías a su compañero.
Ferrero se puso de pie y le trajo dos tazas de latón. Tobías dirigió la garganta del niño moribundo hacia ellas, vertiendo su preciosa sangre caliente y nutritiva en su interior. En un momento determinado el niño cesó de patalear. Había muerto.
– ¡A tu salud, amigo! – brindó Tobías, depositando el cuerpo inerme del niño de mala manera sobre el suelo para de seguido beber un largo trago de la deseable sangre.
Ferrero se mantenía indeciso como en él era habitual desde que Tobías le convirtiera hacía dos años y medio.
– Bebe, pasmarote. Así entrarás en calor. Se te quitará el ansia por un buen rato. El tiempo necesario para encontrar unos ropajes más útiles con que combatir el frío de esta época del año- le insistió el mestizo.
Porque Ferrero tuvo la mala suerte de tropezarse con una bestia inmunda que no se acercaba ni de lejos con la estirpe de los vampiros. Era una especie de esclavo de ellos. Un esclavo que logró emanciparse de las ataduras de su poderoso amo. Su único parecido con él es que dependía en la misma medida de la sangre de los humanos para seguir viviendo de manera prolongada en el tiempo. Su método de conseguirlo era el simple secuestro de personas débiles y enfermizas. Personas que nunca opondrían resistencia de ningún tipo. Víctimas como el niño pequeño que Tobías había traído de los suburbios más miserables de la Gran Ciudad.
Ferrero miró el contenido de la taza.
Apartó la mirada del cadáver del niño.
Arrimó sus labios yermos al borde de la taza y sorbió la sangre de forma compulsiva, hasta casi atragantarse con ella.
Tobías se llevó una palma a la rodilla y se echó a reír con el poderío de un demente.
– Sigue así, compañero. La sangre nos hace recuperar nuestra salud, aunque sea a costa de la salud de otros- bramó, alzando su tazón. Se lo terminó de un único trago.
La sangre era su razón de ser.
Por algo había que matar por ella.

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