La presencia

Mishimara miraba fijamente al enorme baúl de hierro ubicado en el centro del cuarto. Estaba sellado a cal y canto, asegurado para tal efecto con un candado.
Por las juntas de la tapa con el resto del conjunto rezumaba cierto líquido grumoso rojizo. Algunos hilillos se iban desplazando por los costados del baúl, sin alcanzar aún el límite de contacto con el suelo de hormigón.
Mishimara no permanecía distraído. No podía.
La tentación podía surgir en cualquier instante.
Aquel objeto podría servirle de protección momentánea.
Aún así…
Se miró los brazos, tensos y con las venas en relieve.
Su frente estaba perlada de gotas de sudor frío y viscoso.
Sus cabellos apelmazados sobre las sienes.
Toda su indumentaria destrozada, con su anatomía estigmatizada con hematomas y cicatrices recientes.
El dolor irradiaba cada ramificación de su sistema nervioso.
Aún así procuraba evitar manifestar su malestar físico y anímico.
Aquello que albergaba el baúl tenía que presentir su entereza. Su encomiable decisión en vencerlo.
Mishimara tomó descanso en una silla ordinaria de madera. La habitación tan sólo constaba de los dos muebles mencionados y de un sucio jergón tirado de mala manera sobre el frío y sucio suelo.
La puerta…
Estaba cerrada, con tablas claveteadas al otro lado, impidiéndole salir de ahí.
Era por su bien, y por el de los demás de la familia.
Ante todo, tenía que evitar que la maldad encontrara un nuevo hogar donde aposentarse.
Si no la vencía, sucumbiría a su inercia destructiva, sin involucrar a nadie más.
Ocultó el rostro compungido entre las manos. Estaba terriblemente agotado. No le quedaba ni un gramo de fuerza. Su mente estaba dividida en cientos de pensamientos que no conducían a ninguna trama coherente.
Estaba empezando a decaer.
La presencia encerrada dentro del baúl percibió su nueva debilidad.
Golpeó la tapa con fuerza, buscando liberarse de su encierro.
El candado resistió sus primeros embates.
Mishimara se incorporó, visiblemente espantado.
Iba a conseguir evadirse. Con lo que le costó inmovilizarlo en su interior.
7 horas de tremenda lucha espiritual.
Estaba concienciado que jamás podría resistir una segunda confrontación de semejante tipo.
El baúl se sacudió con mayor virulencia. El candado estaba al borde de la ruptura.
Y así fue.
La tapa quedó alzada.
Aquello que albergaba el baúl consiguió escapar de su prisión. No tardó nada en encontrar a Mishimara.
Este segundo envite fue demasiado para él.
Se dejó llevar por aquello.
Su cuerpo dejó de responder a los impulsos remitidos por su cerebro.
Dio rienda suelta a la locura total.
Golpeaba con frenesí las cuatro paredes y el techo, levitando, dejando su propio rastro de sangre en las superficies.
Se le voltearon los ojos hacia dentro. Su lengua fue arrancada para luego ser tirada de mala manera dentro del baúl.
Acto seguido, cuando Mishimara falleció víctima de heridas internas, aquello que lo poseyó lo depositó dentro del baúl, cerrando la tapa con fuerza, para acto seguido dar los golpes acordados en la puerta para que retiraran las tablas y le abrieran.
Su futuro anfitrión aguardaba fuera.
La puerta fue abierta.
– ¡Mishimara! – llamó su hermano y su mujer, pero no lo hallaron.
Vieron el baúl con la tapa cerrada.
Y al instante se sintieron distintos.
Pues la presencia podía multiplicarse y poseer a más de un cuerpo al mismo tiempo…
En buena medida era una especie de Youkai (妖怪)*

*(demonio, fantasma en el folklore japonés) (N. del A.)