Héroe efímero.

Nuevamente recupero otro relato semi desconocido para el gran público lector de Escritos de Pesadilla. He corregido algunas frases. También comunicar que llevo cinco días con serios problemas con la línea adsl de internet, lo que me ha imposibilitado actualizar el blog. También este contratiempo me ha quitado ganas de concentrarme en la elaboración de nuevos escritos. Esperemos que este desequilibrio de la gran y fastuosa red comunicativa que tan barata nos resulta en España
(JA JA JA) quede pronto subsanado, y pueda así editar relatos terroríficos de nuevo cuño. 


Estacionó el coche a una manzana de la casa residencial de tejado de teja de pizarra y de una sola planta baja con el correspondiente sótano. Abrió la tapa de la guantera y recogió la beretta con silenciador incorporado. Hacía calor. Pleno mes de agosto. Las moscas se colaban por la ventanilla bajada del conductor. Aún así se colocó el chaleco antibalas de kevlar. Encima del mismo la chaqueta del traje que en su número de talla no concordaba con la del pantalón. Era un número superior. Más amplitud para disimular el uso de la prenda defensiva. Respiró hondo, levantó el cristal de la ventanilla, salió del vehículo y cerró la puerta sin colocar el seguro ni insertar la llave en la cerradura. Dio la vuelta y se aseguró que el resto de las puertas estaban abiertas. Las necesitaba así. Cabía la posibilidad de que las cosas no salieran tan fáciles como pudiera preverse en principio.
Se tocó el flequillo de la frente y con pasos furtivos se acercó a la casa. Esta estaba rodeada por un seto descuidado. Medio agachado, vislumbró la entrada. Como siempre, su objetivo tenía el hábito de dejar la puerta entreabierta. Se ve que tenía tanta confianza en sí mismo, que actuaba como un hospitalario lugareño que confiaba en su vecindario, sin temer que alguien pudiera colarse en su casa.
“Paletos”, pensó para sí mismo.
Comprobó que su arma llevaba el seguro quitado. Medio encorvado, prefirió rodear la casa por el flanco izquierdo. Se acercó a una de las ventanas que daban al interior de la cocina. Desde dentro llegaba música procedente de una radio de pilas. Era una canción de country. Una versión muy mala. Le sonaba pero no conseguía ubicarla con el cantante original. Continuó avanzando en paralelo a la pared hasta doblar la esquina. En la parte trasera el jardín parecía un erial. No había casi ni una brizna sana. Se veía tierra reseca y hierbajos amarillentos. Se fijó en seis o siete ruedas usadas de coche amontonadas donde se suponía que estaba enterrada por lo menos una de las víctimas. Podría tratarse de la última, pues lo vio cavando un hoyo profundo hace treinta horas. El resto de los cuerpos debían de estar enterrados en el sótano. Llegaría un momento que ya no le cabrían más, y había decidido a arriesgarse utilizando el jardín trasero como fosa común. Puto emulador de John Wayne Gacy…
Conforme a lo esperado, el portón exterior del sótano sí que estaba asegurado por un candado. Imposible adentrarse por ahí. No le quedaba más remedio que infiltrarse en la condenada casa. Cerca de la parte trasera estaba la puerta de la cocina. Estaba sin asegurar. Era inexplicable. ¿Pero acaso la actitud de los perturbados se derivaba hacia la lógica más elemental?
Entre la tensión que soportaba y el calor que hacía, estaba sudando de manera copiosa. El chaleco le molestaba sobremanera. Si lo llegaba a saber, no se lo hubiera puesto. No era previsible que aquel lunático tuviera el valor de dispararle, aunque… Confiarse podía conducirle a la ruina. Y lo que el no estaba dispuesto era a formar parte del abono orgánico de la parte trasera de ese jardín inmundo del tal Leonard Brecevic.
Con natural sigilo se aventuró a través de la jamba de la puerta de la cocina. Como era de esperar, la estancia era de lo más insalubre. Basura por doquier, platos amontonados en la pila del fregadero con los restos de la comida de varios días. El hedor era insoportable. Parecía no emanar precisamente de ese lugar en concreto. Vio una mancha rojiza y semiborrosa cerca del frigorífico. No hacía falta utilizar el luminol para destacar que eso era una mancha de sangre reseca por el paso del tiempo. Conforme pisaba el linóleo cuarteado del suelo, se percibía el sonido de las zonas abombadas.
La música que emitía la radio procedía de una zona interior de la residencia. Probablemente de algún salón. Pero en sí no era primordial saber del lugar de procedencia de la música de marras. Precisaba dar con la puerta que llevaba directamente al sótano. Y a ser posible, ahí es dónde estaría la bestia humana.
No tardó en dar con la puerta. Estaba ubicada justo a la izquierda de la entrada a la cocina por el pasillo principal de la casa.
El filo de la puerta no estaba encajado contra el marco. Antes de bajar, echó un vistazo por las demás habitaciones. No encontró a nadie. Ni siquiera en el diminuto comedor, de donde averiguó que procedía la música emitida por la radio portátil. Todo estaba mugriento y abandonado. Más propio de una persona aquejada del síndrome de Diógenes.
Retornó a la puerta semiabierta del sótano. La fue abriendo de manera muy precavida. Abajo todo permanecía en oscuras. Aún así pudo notar la fetidez y un movimiento cansino de cadenas al entrechocar de sus eslabones.
La víctima más reciente de Leonard.
La última por lo que a él respectaba.
Llevaba una diminuta linterna halógena. Apuntó hacia el suelo, y las paredes. Vio los primeros escalones y una barandilla metálica en el lado derecho.
Empezó a bajar con la linterna entre los dientes y con la pistola preparada para su uso infalible.
Cuando llevaba descendiendo los cuatro primeros escalones, la persona encadenada debió de notar de alguna forma su presencia, porque empezó a forcejear con las cadenas. Aunque también podía ser la señal de que Leonard andaba oculto ahí abajo.
Entonces…
cabrón… pagarás por todo esto… me has destrozado la vida… mereces morir…
Era la voz de Leonard.
Se le aceleró el pulso. Sujetó con más firmeza la beretta. Fue descendiendo más escalones. El halo de luz débil emitida por su linterna, en un giro de cabeza, enfocó a una persona encadenada por las muñecas y los tobillos a la pared del fondo del sótano. Llevaba colocada una capucha de tela de saco sobre la cabeza, ceñida al cuello por una cuerda atada. Era un hombre. Estaba en ropa interior y descalzo.
Este notó la luz a través de la tela del saco y empezó a agitarse con desesperación. Murmullos ininteligibles brotaban de su boca, que denotaban que estaba amordazado.
También Leonard notó la luz de su linterna.
no… ¿quién eres? ¿vienes a por mí, o a por él?
Casi se le cayó la linterna de entre los dientes. Enfocó hacia donde le llegaba la voz.
Ahí estaba. Acurrucado en un rincón. Estaba igualmente vestido sólo con ropa interior. Tenía los brazos surcados de arañazos y los largos cabellos lacios y apelmazados sobre su frente, casi ocultándole el rostro enjuto.
– Se acabó la diversión, Leonard.
no… no puede terminarse… tengo que hacerlo…
– ¿Hacer qué, Leonard?
primero no me llames así… no vuelvas a mencionar ese nombre… es asqueroso, asqueroso, asqueroso…
Fue bajando otro tramo de escalones, sin dejar de enfocar a Leonard. Empuñó su arma. El psicópata se había incorporado de pie. Dios, era un esqueleto andante. ¿Cómo aquel alfeñique podía habérselas arreglado con sus víctimas de constitución superior a la suya?
– Dime, ¿qué demonios te queda por hacer antes de que te arreste?
eres policía… esa es la mejor noticia que podía esperar oír…
– No lo soy. Soy un caza recompensas. Voy en busca de presos que quebrantan la libertad condicional. Por una casualidad he descubierto que aquí vive un psicópata. Un asesino en serie.
cierto… por eso tengo que hacerlo…
– Continua.
matarlo… podemos hacerlo entre los dos…
– Cabrón- no se pudo contener más y le disparó de lleno en la frente.
El cuerpo de Leonard Brecevic se desplomó sobre el suelo de hormigón, con los sesos desparramados y pegoteados contra la pared situada detrás.
Con la firme convicción de que Leonard estaba muerto, guardó el arma en la sobaquera. Agarró la linterna con la mano derecha y se dirigió hacia la última víctima desgraciada del asesino.
Esta estaba completamente inmovilizada por las cadenas. Le desató la cuerda que le ceñía la capucha. Afortunadamente el nudo no era firme. Le quitó la capucha. Era un hombre con la cabeza afeitada. También era de complexión delgada. Tenía los ojos abiertos como platos. Estaba deseando que se le quitara la mordaza. Así hizo.
– La llave de los cierres… La dejó encima de la mesa de herramientas. Está a su izquierda – le dijo en un anhelo suplicante aquel pobre hombre.
Buscó con la linterna y no tardó nada en encontrar una llave. Uno a uno fue abriéndole los cierres hasta liberarlo.
– Joder, de buenas te he librado, amigo.
– gracias… gracias… le debo la vida… tenía entre ceja y ceja matarme.
– Estoy buscando a un fugitivo que anda por este estado. Conforme investigaba su paradero, por cosas del destino descubrí a ese hijo de puta enterrando un cuerpo hace semana y media.
– es usted tan eficiente, agente…
– Soy un caza recompensas, mejor dicho.
“Ahora salgamos de aquí. Le llevaré al hospital más cercano, y de ahí a la comisaría para declarar ante el sheriff.
– si… mejor salgamos… quiero subir esas dichosas escaleras de una vez…
– Le iluminaré el camino. ¿Ya podrá ascender por ahí? ¿No estará demasiado débil?
– Jesús, estoy en los huesos…
Había que subir las escaleras.
Todo había acabado bien. En un momento le ofrecía la espalda.
Fueron cinco segundos.
Los suficientes para darse de cuenta que perdía el conocimiento por el brutal impacto de una barra metálica contra su nuca…
– chico malo… – dijo aquel hombre recién liberado de las cadenas. 
Portaba la barra entre ambas manos. Sonrió con malicia. 
– Te doy las gracias por haber intervenido, señor agente. Aquel tonto se me escapó y me había puesto las cadenas que tanto adoro… Pero una cosa es usarla con mis mascotas, y otra cosa es probarlas uno mismo…
“quería matarme… no le gustaba cómo le trataba…
“en fin… vamos a quitarte esa ropa tan pesada y a ponerte las cadenas…
“eres muy robusto… tengo que evitar cometer el mismo fallo contigo…
“porque estoy seguro que si te sueltas, querrás hacerme picadillo.


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10 comentarios en “Héroe efímero.

  1. Tipico casl del cazador cazado… aissss. Buen relato, el principio me ha recordado mucho a Dexter, el psicopata televisivo… ¿Ves Dexter, Robert? Si no la ves te la recomiendo, es una serie genial, profunda, oscura y magnifica. Seguro te gustaria.¡¡Saludos, y que se resuelva pronto ese tema de Internet!

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  2. ¡Hola, Nerea! Conozco de oídas la serie de Dexter, pero no he visto ni medio capítulo. La realidad es que no veo las series de televisión, y tampoco me las bajo de internet. Más que nada veo pelis de terror…Recibe un fuerte abrazo. Acompañado de la sonrisa maléfica. 🙂

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