Un dolor de cabeza

Bueno, estimados lectores de Escritos. Ahora mismo quiero compartir con todos ustedes un relato que hace un homenaje personal a Psicosis. Es una pequeña variante del argumento, que espero les guste. Y como siempre reza el lema de nuestro blog, “En Escritos de Pesadilla no hay lugar a los finales felices”, je je.

1.

Eleonor llevaba demasiado tiempo en la carretera. Desde las cuatro de la tarde, en que cargó sus pertenencias de manera apresurada, dejando en la estacada al mamporrero de su novio Duke. Ahora eran las once y media de la noche. Tenía la vista cansada, el cuerpo inquieto y las piernas pesadas. Aparte de la comezón que le afectaba en la comisura derecha de la boca, con el labio superior hinchado por el puñetazo infligido con la nudillera metálica del puño del bastardo de Duke, un maldito y miserable machista maltratador al que había aguantado demasiados meses por la vena romántica con la cual sostenía la esperanza que con la convivencia conjunta, su mal genio se iría atemperando y de esa forma podrían considerarse una pareja de lo más modélica de cara a sus familiares y círculo de amistades, sin que éstos se compadecieran de ella por su mala elección a la hora de intimar con los hombres menos apropiados. Vamos, que solamente a ella se le ocurría liarse con tíos egoístas, narcisistas y boxeadores frustrados, buf…
Su destino era llegar a casa de sus padres. Vivían a más de mil quinientas millas, así que visto lo cansada que estaba, decidió detenerse en un motel de carretera, llamado “Red Sea Inn”.

Era la típica instalación de planta baja, con las habitaciones alineadas a lo largo, con la recepción al inicio de la formación. Eleonor estacionó el coche en el aparcamiento, que estaba decentemente iluminado por las farolas, y cargando su ligero equipaje, se presentó en la entrada al motel. Detrás del mostrador estaba un joven delgado y con el pelo engominado. Vestía de manera ordinaria, como si estuviera más bien en ese instante en su propia casa, que llevando la recepción del “Red Sea Inn”.
– Buenas noches, señorita – la miró nada más verla entrar, alzando la barbilla, como si acaso Eleonor fuera jugadora de baloncesto profesional, cuando no medía más de metro sesenta.
– Buenas. Espero que tenga sitio para mí.
– Bueno, en mi cama están las pulgas. Si las espanto, creo que cabremos ambos. Es usted muy agradable, a pesar del labio ese tan pocho – el recepcionista estaba con ganas de hacerse el gracioso, algo que la alteró sobremanera.
– Déjese de majaderías, eh. ¿O acaso siempre recibe así a los clientes de su motel?
– Sólo trataba de romper el hielo. Además usted ya sabe lo atractiva que es,… aún en ese estado tan lamentable. Me imagino que no se golpeó usted misma contra la puerta de su casa.
– Es usted un puro cretino, sabe.
– Bueno, este turno nocturno es de lo más rutinario y aburrido. Encima, aún a pesar de ser un motel de carretera, se puede decir que la clientela escasea en los últimos meses. Y mi sueldo es lo bastante birria, como para que no se me pueda exigir lo mismo que a los recepcionistas de un hotel de cinco estrellas parisino, ja.
Eleonor se le quedó mirando con cara de asombro. Realmente, aquel tipo no daba la talla como empleado del motel. Y lo más curioso, es que parecía como si al dueño del negocio le importara un carajo lo negligente que el recepcionista pudiera llegar a ser.
El joven descarado sonreía con picardía. Miró hacia el libro del registro.
– De quince habitaciones, tres están ocupadas, así que la nena tiene sitio donde poder elegir.
– Pues deme una que tenga la puerta reforzada con cerrojos internos – le dijo Eleonor, irritada.
El recepcionista cogió un bolígrafo, chupando la punta.
Se puso a mirarla de reojo, esperando su respuesta.
– Me llamo Tania Burton Lewis.
– Supuestamente.
– Me da igual lo que usted piense.
– Puedo exigirle un carnet para confirmar los datos que me da.
– Oiga, que este es un motel de tres al cuarto. Seguro que vienen todas las noches parejas con nombres falsos para pasar su rato de ardor, así que no me venga con chorradas.
– Bueno, no se sulfure, que en este caso, no está usted guapa enfadada.
Giró el libro del registro hacia Eleonor.
– Firme aquí. Son veinticinco dólares por noche. Diez más si espera servicio de habitaciones. No hay mini bar, y para ver la televisión, hay que echar un dólar cada hora en la ranura. Si sólo se queda esta noche, tendrá que dejar libre la habitación para las nueve de la mañana. Esta es la llave. La catorce. Es la penúltima. Conforme salga, recorra casi todas y dará con ella, je je.
Eleonor firmó a regañadientes. Lo que menos deseaba era culminar su día desastroso registrándose en ese lugar, pero el sueño le estaba venciendo. Recogió la llave de su habitación y salió de la recepción sin ni siquiera despedirse del empleado.
Este se recostó contra el respaldo de su silla, guiñándole el ojo derecho conforme la veía irse.
– Si contorneases más las caderas al andar, serías la bomba – se dijo, chasqueando la lengua contra los dientes.

Eleonor recorrió el porche lateral, dejando atrás el resto de habitaciones. En todas ellas no encontró ninguna luz que indicase que hubiese tres cuartos ocupados. Ni se escuchaban sonidos propios de encuentros amorosos desaforados. Seguro que aquel idiota había mentido, y ella era por ahora la única residente en el “Red Sea Inn”. Sus tacones repiquetearon sobre la tarima del suelo conforme se fue acercando a la habitación número catorce. En cuanto estuvo frente a la puerta, introdujo la llave en la cerradura, la abrió con premura y buscó el interruptor de la luz. Una vez iluminado el interior, se precipitó con ganas y cerró la puerta. Se fijó que efectivamente constaba de un cerrojo interno, y quiso pasar el pestillo, asegurándola, pero no le fue posible por el avanzado estado de corrosión del mismo, así que tuvo que conformarse con cerrar la puerta bajo llave desde dentro.
La habitación era lo más parecida a una estancia de un hospital. Estaba la cama, un conjunto de muebles a juego en el color, la televisión con funcionamiento a monedas y el cuarto del baño con su ducha. Pensó que al menos estaba limpia, con las sábanas oliendo a suavizante.
Se sentó sobre el borde y notó que el colchón era menos duro de que lo pudiera haber sido en un principio.
Se le escapó un bostezo que no pudo contener, y abriendo la maleta, buscó su camisón entallado para ponérselo y así echar un sueño reparador.
En cuanto apagó la luz y se metió en la cama, no tardó nada en quedarse dormida. Algo que nunca hubiera esperado, sabiendo que siempre se tarda en habituarse con una cama nueva.

2.

Tic tac…
Tic tac…

Eleonor percibía el segundero de un reloj. Desconcertada por el sonido en sí, pues no había ningún reloj de pared o despertador en la mesilla de noche, se fue espabilando del todo, perdiendo la comodidad del descanso nocturno en que se hallaba inmersa.
Al instante sintió unas punzadas pulsátiles en la sien. Con dificultad, aún medio adormilada en medio de su habitación a oscuras, se incorporó sobre el borde de la cama, escuchando el notorio

Tic tac…
Tic tac…

Pero no era ningún reloj.
Aquél sonido procedía del interior de su cabeza. Y era una inmensa cefalea que iba arreciando, con un redoble de tambor, como si estuviera marcando el ritmo de los prisioneros condenados eternamente a galeras en medio de un mar revuelto y tormentoso.
Se llevó ambas manos a las sienes, apretando los párpados al mismo tiempo que los dientes.
En apenas unos minutos, el malestar era ya insufrible. A tientas, se calzó los zapatos y buscó el interruptor de la luz, hasta encender la habitación.
El fluorescente del techo destelló una iluminación molesta intermitente, hasta apagarse, sumiéndola nuevamente entre penumbras.
Justo entonces la puerta de su habitación fue abierta desde el exterior, permitiendo una ligera claridad que irrumpiera en perpendicular hacia el interior.
Eleonor alzó la vista y vio una silueta recortada en el quicio.
– Se siente usted mal, ¿verdad? Es el monóxido de carbono que se filtra por la rejilla del conducto de ventilación.
“Siente náuseas, mareo, dolor de cabeza, desconcentración, fatiga…
“No lo dude. En cuanto cierre la puerta de nuevo, le quedarán simplemente algunos minutos de incomodidad y confusión antes de morir…
– Nooo…
Eleonor quiso alzarse, pero se tropezó, cayendo de costado sobre el suelo.
La puerta de su habitación quedó encajada en la jamba, con una vuelta de llave en la cerradura, que significaba su encierro, sin posibilidad de escapatoria ninguna al destino que le enviaba la persona a la que asociaba con el recepcionista del motel de carretera…

3.

Guardó la llave maestra en su bolsillo, y con buen ritmo, recorrió el porche. Al pasar ante tres números en concreto, golpeó los cristales de las ventanas.
– ¡Hola, Julio! ¿Cómo estamos, señora Eva? Espero que bien. ¿Y qué nos cuenta el vivales de Timothy? Os tengo que anunciar una buena nueva. Tenemos compañía. La señorita Burton. En la catorce. Es una chica muy guapa, aunque algo deslenguada, ja.
Julio Martínez pertenecía a la habitación 10. Llevaba tres meses residiendo allí, mejor dicho sus restos. Eva Trizzi estaba en la 7. Tres semanas y dos días. Timothy vivía en la cinco y era el inquilino más reciente. Llevaba diez días muerto. El olor a descomposición era muy fuerte cada vez que abría cada una de las puertas para saludarles. Menos mal que esa noche la brisa fresca disimulaba las intensas emanaciones del lugar. También era una dicha que el motel permaneciera abandonado desde hacía cinco años, cuando el dueño quedó arruinado por la escasa clientela que lo frecuentaba.
Él mismo se ocupó de mantener cada habitación en cierto buen estado. Su soledad requería tener un círculo de amigos que le aceptaran sin rechistar. Y en eso consistía el motel. Cada conductor despistado que se dejara arrimar por allí, sin saber lo que le esperaba, era encerrado en una de las habitaciones, y mientras dormía, soltaba el gas tóxico que iba a confinarles para siempre en su panteón particular.
Ahora tenía cuatro plazas ocupadas. Tan sólo le restaban once más para colocar el cartelito de “Al Completo”.
Esa era su máxima ilusión.
Convivir en el motel con sus amistades de nuevo cuño.
El joven retornó a la Recepción canturreando animadamente.
Aquella era una gran noche. Más tarde se desharía del coche de la señorita Burton, y una vez aireada la habitación, la acomodaría para siempre en su lecho.
Así en las noches siguientes, también podría saludarla aporreando desde fuera los cristales de su estancia.
Y le diría:
– ¿Qué tal le va, señorita Burton? Me imagino que haciéndose al vecindario. Pero no se preocupe, el señor Martínez, la señora Eva y el jovenzuelo Timothy son unos vecinos muy majos. Ya verá que pronto hacen buenas migas…

6 comentarios en “Un dolor de cabeza

  1. Que bueno!! tiene un saborcillo a humor macabro que me ha encantado!Dime la dirección del hotel por si me quedo tirado en la carretera!Por cierto muchas gracias por pasarte por mi casa y leerte mis relatos! te agradezco tus palabras. Quizás te pida algún consejo de vez en cuando! espero que no te importe!!Un saludo!eloido

    Me gusta

  2. …que imaginación, Robert. Estupendo relato. No me extraña que el motel cerrara hace 5 años.. con esos clientes que no pagan¡ El recepcionista me ha recordado al ” Doctor de la muerte”. Saludos

    Me gusta

  3. Hola, el oído. Tengo la dirección, pero por la estima que me mereceis todos los lectores de Escritos, prefiero no darla a conocer públicamente. Además, para pasarlo mal está mi fortaleza del mal, ja ja.Nada, me seguiré pasando por El Oído del Mundo porque es un peazo de blog como una catedral recién restaurada. Y puedes pedir consejos cuando quieras, aunque el alma del escritor está en la cabeza y el sentimiento de cada cual, ja ja.Recibe un fuerte abrazo. 🙂

    Me gusta

  4. Hola, Anrafera. El personaje está de la cabeza, y al igual que Norman Bates, quiere sentirse acompañado por una “familia” ficticia. En este caso deja sus visitantes pudrirse en las estancias del motel, puaj.El sistema del envenenamiento sí que recuerda a las andanzas del Doctor Muerte, aunque este se deshacía luego de los cadáveres, me imagino que por higiene del lugar, je je.Recibe un abrazo y de nuevo mis deseos para la pronta recuperación del brazo. 🙂

    Me gusta

  5. Gracias Lara por la visita y el comentario. Eso si, es preferible visitar mi castillo que este motelucho, primo segundo del que regentaba Norman Bates, que por cierto, se homenajea de esta forma con la creacíón del relato en cuestión.Darte un fuerte abrazo y desear seguir viéndonos por aquí. 🙂

    Me gusta

Responder a Robert A. Larrainzar Cancelar respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Cerrar sesión /  Cambiar )

Google photo

Estás comentando usando tu cuenta de Google. Cerrar sesión /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Cerrar sesión /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Cerrar sesión /  Cambiar )

Conectando a %s